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¿La elección termina este martes? Crece el temor de que Trump vs. Biden pueda agregar un tiempo suplementario

Joe Biden addressing supporters in Michigan and Trump speaking to a rally in Pennsylvania
Joe Biden reunió a sus seguidores en Flint, Michigan, el sábado, y el presidente Trump habló en un mitin en Newtown, Pensilvania.
(Andrew Harnik and Alex Brandon / Associated Press)

La campaña presidencial más fea de la historia moderna podría ser aún más fea.

La campaña presidencial más costosa y polémica de la historia moderna está llegando a un final siniestro, sin certeza de que sus hostilidades terminarán efectivamente el día de las elecciones.

El demócrata Joe Biden, que hace su tercer intento para la presidencia, tiene una ventaja constante en las encuestas, tanto a nivel nacional como en suficientes estados para asegurar los 270 votos electorales necesarios para ganar la Casa Blanca.

Su enorme ventaja financiera sobre el presidente Trump (Biden llegó a octubre con $117 millones de dólares más en el banco) y el manejo de la pandemia por parte de Trump le han permitido al exvicepresidente adentrarse en territorio tradicionalmente republicano. Arizona, Georgia e incluso Texas, que no ha apoyado a un demócrata para presidente en más de 40 años, están en juego.

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Pero los recuerdos de 2016, cuando Hillary Clinton llevaba la delantera e incluso Trump esperaba perder, destierran cualquier pensamiento de que la contienda está definida, animando al presidente y a sus partidarios, que siguen convencidos de que la historia se repetirá.

“Se ha formado una gran ola roja”, les dijo Trump a los periodistas el sábado, antes de un acto de campaña en Pensilvania. “Nos está yendo muy bien”.

A medida que se acercan las elecciones, algunos votantes del sur de California consideran la posibilidad de abandonar EE.UU. Otros compran sus primeras armas de fuego. Y las reacciones son bipartidistas.

Sin embargo, esa determinación alcista desafía la mayoría de las pruebas empíricas, que sugieren no solo una lucha cuesta arriba para ganar la reelección, sino también dificultades para conservar la estrecha mayoría de los republicanos en el Senado y evitar pérdidas significativas en la Cámara.

Todas las preocupaciones sobre conflictos y caos podrían ser discutibles si Biden arrasara el martes en el colegio electoral.

Pero una catarata de juicios previos a las elecciones, que cuestionan quién puede votar y cómo se cuentan las boletas (el último contra 100.000 votos anticipados en el condado de Harris, Texas, de tendencia demócrata) y la negativa de Trump a afirmar categóricamente que aceptará un resultado desfavorable se suman a las tensiones de una campaña que ha sido notablemente despiadada.

El odio se evidenció una vez más el sábado, mientras los dos candidatos luchaban en Pensilvania y Michigan; Trump en pos de una sorpresa y Biden para asegurar una mayoría en el Congreso que pudiera reforzar sus llamados al cambio.

El presidente continuó minimizando la pandemia de COVID-19 -que mató a más de 230.000 estadounidenses- y sugirió que Biden representa en realidad la mayor amenaza. Entre insultos, afirmó sin fundamento que su rival “cerraría Estados Unidos” para ganar “poder y control sobre ustedes” (más tarde, el mandatario tuiteó con aprobación un video de una caravana de simpatizantes en una carretera de Texas, que rodearon e impidieron el paso de un autobús de la campaña de su rival demócrata).

Biden, junto al ex mandatario Obama, fue mordaz en respuesta a las livianas declaraciones de Trump sobre la pandemia. “¿Qué diablos le pasa a este hombre?”, dijo ante una audiencia predominantemente negra en Flint, Michigan. “Es una vergüenza, especialmente viniendo de un presidente que agita la bandera blanca de rendición a este virus”.

Con el trasfondo de una enfermedad mortal, la contracción de la economía y un ajuste de cuentas sobre la injusticia racial, esta elección ya era extraordinariamente importante en términos de quién ganará la Casa Blanca.

Desde que la senadora Kamala Harris lanzó una oferta para la nominación presidencial demócrata, los problemas del país que quiere ayudar a dirigir se han acercado a su puerta en Brentwood

Lo que está en juego es la batalla por el control del Senado y una serie de refriegas legislativas en todo el país, que ayudarán a determinar cómo se dibujan los distritos del Congreso para la próxima década, una consideración importante sobre quién controla la Cámara.

Los demócratas necesitan ganar tres escaños el martes para obtener la mayoría en el Senado si Biden toma la Casa Blanca y cuatro si no lo hace (el vicepresidente sirve como desempate). Nueve legisladores republicanos corren diversos grados de riesgo, mientras que solo un demócrata, el senador de Alabama Doug Jones, parece estar en grave peligro de perder su escaño.

Los problemas de Trump crearon vientos en contra para el partido republicano en Arizona, Colorado, Iowa, Maine, Carolina del Norte y Texas. Los demócratas tienen una oportunidad razonable de obtener bancadas en el Senado en Kansas, Montana y Carolina del Sur, bastiones republicanos donde las encuestas le dan al presidente una ventaja más delgada de lo normal.

En su manifestación con automóviles en Flint, Biden usó un lenguaje inusualmente severo cuando pidió la reelección del senador demócrata de Michigan, Gary Peters. “Tenemos una oportunidad increíble, pero las cosas son así, amigos: debemos votar por toda la boleta”, remarcó Biden, mientras las bocinas de los autos sonaban en acuerdo. “Tenemos la oportunidad de lograr un progreso tan enorme porque el pueblo estadounidense ya ha visto cómo luce el otro lado. Han vislumbrado el abismo”.

Medidos en dinero y motivación, muchos votantes aparentemente comparten la visión urgente de Biden, aunque no necesariamente su receta.

Esta se ha convertido en la elección más costosa en la historia del país, y se prevé que el gasto alcance los $14 mil millones, según el Center for Responsive Politics, que rastrea el dinero en política. Se espera que la carrera por la Casa Blanca solo cueste $6.600 millones, más que el gasto combinado en la carrera presidencial de 2016 y todas las campañas del Congreso ese año juntas.

Para cualquiera que tenga cerca una pantalla o un altavoz, eso ha significado una avalancha ineludible de publicidad de campaña.

Cualquier espectador que se haya levantado temprano el sábado en Filadelfia recibió una avalancha de anuncios de Biden y sus seguidores, que incluyeron instrucciones sobre cómo votar, un resumen del plan del candidato para luchar contra el COVID-19 y una publicidad narrada por Obama. Los avisos a favor de Trump fueron menos numerosos, pero uno pagado por farmacéuticos, hospitales y compañías de seguros defendió la reelección del presidente al atacar un plan de salud que apoya Biden.

En el centro de Florida, un campo de batalla clave en el estado de transición más poblado del condado, las propagandas llegaron desde las radios en inglés y español. Biden y su compañera de fórmula, la senadora de California Kamala Harris, dominaron las ondas de radio.

“Un hombre como Biden sabe cómo sacarnos del hoyo en el que estamos”, asegura una mujer en español, refiriéndose a la pandemia.

Mientras tanto, cada día suma récords para la votación anticipada, otro reflejo del interés fuera de lo común de este año (una contracara menos saludable es la compra de armas y municiones por parte de todos aquellos que temen la violencia postelectoral).

Hasta el sábado por la noche, más de 91 millones de estadounidenses ya habían emitido sus votos, más de la mitad de la participación electoral proyectada. En Texas y Hawái, la votación anticipada superó todas las boletas emitidas en esos estados en 2016. Varios estados más sobrepasaron el 90% de su votación total de 2016.

En California, Johana Pineda estuvo este sábado entre aquellos que no esperaron al día de las elecciones; emitió su primera boleta presidencial en un centro de recreación en Long Beach. Un voto por Biden, dijo, y también por la paz y la armonía. “El país está dividido y luchando entre sí”, manifestó la estudiante de 20 años. “Esto tiene que parar”.

Para los republicanos, el panorama sombrío se extiende a la lucha, o la falta de ella, por el control de la Cámara.

El partido republicano comenzó este ciclo electoral con la esperanza de recuperar el control después de perderlo en 2018. Para ello necesitan una ganancia de 18 escaños, menos de la mitad del total de demócratas que obtuvieron hace dos años. Pero como Trump impulsa hacia abajo las perspectivas del partido, la mejor esperanza para los republicanos parece ser minimizar sus pérdidas; en el peor de los casos, ese número podría ascender a dos dígitos.

En gran medida, la dinámica refleja las fuerzas que se afianzaron en las elecciones de mitad de período, cuando el creciente apoyo de Trump en los suburbios llevó a una derrota demócrata; solo en el condado de Orange, los republicanos perdieron cuatro escaños en la Cámara, volviendo azul a su delegación en el Congreso por primera vez desde la década de 1930. Esta ocasión, los demócratas se adentran aún más en un territorio que alguna vez fue confiablemente rojo, apuntando a los escaños de la Cámara en Missouri, Nebraska y Texas.

Con tanto en juego, las encuestas han encontrado que los votantes atribuyen enormes consecuencias a esta elección. Un sondeo de Pew de este verano encontró que más de 8 de cada 10 dijeron que “realmente importa” quién gana, el porcentaje más alto en las últimas campañas presidenciales.

“No solo estamos decidiendo si vamos a tener un recorte de impuestos sobre las ganancias de capital o alguna decisión política torpe”, comentó David Leland, un representante del estado de Ohio y expresidente del partido demócrata. “Estamos decidiendo el futuro de Estados Unidos. El futuro de la democracia, de nuestra república y lo que representa”.

Cualquiera que sean sus diferencias, eso es algo con lo cual muchos, a ambos lados de la compleja división del país, estarían de acuerdo, y es posible que sigan peleando mucho después de que haya pasado la jornada electoral.

Los redactores de planta de The Times Noah Bierman, en Washington; Melissa Gómez, en Oviedo, Florida; Melanie Mason, en Filadelfia y Joe Mozingo, en Long Beach, contribuyeron con este artículo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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