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Mientras aumenta el temor a la recesión, todos los ojos se posan en el consumidor estadounidense

A medida que la Casa Blanca, el Congreso y la Reserva Federal luchan para detener la creciente crisis financiera y económica, la probabilidad de éxito en última instancia puede reducirse a un factor: el consumidor estadounidense.

Detrás de los crecientes temores de recesión y los giros salvajes de los mercados financieros está el hecho de que lo que impulsa la economía de EE.UU no son las nuevas inversiones de las corporaciones, ni los recortes de impuestos o los grandes nuevos programas de gasto federal, sino los millones de estadounidenses comunes que compran automóviles nuevos, recorren los centros comerciales y renuevan sus televisores.

El 70% de la economía estadounidense consiste en el gasto del consumidor, que se mantuvo notablemente bien en la actual expansión récord que siguió a la Gran Recesión de hace más de una década. A pesar de que los salarios e ingresos se estancaron en muchos hogares, los gastos continúan.

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Pero el nuevo coronavirus asestó un golpe a esa fuente de fortaleza económica de larga data. Ya comenzó a obligar a las personas a cancelar viajes de negocios y renunciar a vacaciones personales, para en cambio, refugiarse en su casa en lugar de ir al cine, a restaurantes y centros comerciales.

Aunque no está claro qué tan largo o duradero será este retroceso por el coronavirus, las incertidumbres causadas por la propagación continua generan temores de una recesión inminente.

Las plantas, sagradas para la nación Tohono O’Odham de Arizona, han sido cortadas. Los funcionarios federales dicen que la mayoría de los saguaros afectados han sido “cuidadosamente transplantados”.

“¿Los consumidores dejarán de gastar en viajes? ¿Van a dejar de desembolsar dinero en entretenimiento? ¿Estarán nerviosos de ir a áreas pobladas y tomar el transporte público?, se preguntó Jeff Schulze, estratega de inversiones en ClearBridge Investments.

Si bien puede surgir una imagen más clara de las consecuencias en las próximas semanas, señaló que por ahora los mercados temen el peor de los casos.

Schulze ve una probabilidad de recesión de 50-50 en el corto plazo, y la caída de los precios del petróleo, que se sumó a los problemas del mercado financiero, podría ser la gota que colme el vaso. El derrumbe de los precios del crudo, provocada en parte por la baja demanda de China debido al coronavirus, generó caos en los mercados mundiales y arrastró el Dow más de 2.000 puntos el lunes.

Los rendimientos del Tesoro de EE.UU descendieron a mínimos sin precedentes a medida que los inversores huyen de activos riesgosos y optan por la seguridad de los bonos del gobierno.

Todo ello influirá en la confianza de los consumidores, no sólo entre los hogares más ricos, que han representado una parte desproporcionada del gasto, sino también entre las familias de clase media y de bajos ingresos.

Sin duda, los bonos más bajos del Tesoro redujeron las tasas hipotecarias, y eso ayudará a las familias con las refinanciaciones. Pero el beneficio para el mercado inmobiliario en general podría ser limitado. Como observó Richard Curtin, director de la encuesta de confianza del consumidor de la Universidad de Michigan: “Hay algunas dudas de abrir sus casas a las visitas del público”.

En su encuesta más reciente, realizada en febrero, cuando el virus todavía se veía en gran medida como un problema de China y el extranjero, sólo uno de cada cinco estadounidenses planteaba el problema del coronavirus, y principalmente como una preocupación global o comercial. Pero a Curtin no le sorprendería ver un resultado muy diferente en la encuesta de marzo, que se publicará el viernes. “Vamos a ver la reacción de los consumidores a la enfermedad, que pone más espacio entre ellos y cualquier otra persona”, observó. “Y eso argumenta en contra de que vayan a tiendas, centros comerciales, restaurantes y todo tipo de actividades”.

Hasta cierto punto, los precios más bajos del petróleo proporcionarán un alivio muy bienvenido para los consumidores, que podrían ahorrar en las gasolineras. Es también una ventaja para los aviones y los servicios de transporte, que tendrán costos de combustible más baratos. Pero el beneficio no es tal cuando las personas tienen demasiado miedo de viajar. Así, es probable que el resultado neto del colapso del petróleo sea negativo.

La razón es que, a diferencia de las crisis petroleras pasadas, Estados Unidos hoy es el mayor productor mundial de petróleo. Eso significa que la caída de los precios causará un impacto significativamente mayor en la economía estadounidense, con graves tensiones para las compañías de energía y sus empleados, particularmente en estados como Texas y Dakota del Norte.

La baja del mercado petrolero se produjo después de que Arabia Saudita se comprometió durante el fin de semana a reducir sus precios de exportación de crudo y aumentar la producción para presionar efectivamente a Rusia y otros grandes productores de petróleo, incluido Estados Unidos, en un momento en que la demanda se hunde debido al brote de coronavirus.

En medio de las preocupaciones sobre la salud financiera de la industria energética, así como del sector del transporte, la Fed de Nueva York actuó el lunes para aumentar los fondos a corto plazo y apoyar así a los mercados crediticios.

“Los mercados están enviando una señal muy fuerte de que los riesgos son muy grandes en este momento para la economía de Estados Unidos”, consideró Michelle Meyer, jefa de economía de EE.UU en Bank of America Merrill Lynch. Los mercados financieros ahora buscan que la Fed reduzca las tasas de interés en otro 0.75 a 1 punto en los próximos días y semanas, expuso. Pero el banco central ya hizo un corte de emergencia de medio punto la semana pasada, de 1% al 1.25%, y seguir atendiendo las demandas del mercado elevaría la tasa principal del banco central a casi cero, utilizando prácticamente toda su capacidad tradicional para impulsar el crecimiento.

El hecho de que la Reserva Federal esté a punto de agotarse y la economía de EE.UU se mueva cada vez más hacia la recesión, generó un llamado creciente a la acción del gobierno federal. “Si pudiéramos obtener una respuesta fiscal específica y oportuna, sería visto como un desarrollo positivo”, agregó Meyer.

Pero si bien la administración dio inicio a las primeras discusiones sobre programas, particularmente para ayudar a los trabajadores y las familias más afectadas por el brote, ello llega en un momento en que Washington está tan políticamente dividido y polarizado que será muy complejo llegar a un acuerdo sobre un plan.

A diferencia de la crisis financiera de 2007-2008, cuando las administraciones de Bush y Obama lograron una respuesta unificada y efectiva a pesar de las diferencias partidistas, pocos expertos ven posible la repetición de un gran estímulo. En los últimos tres años de la administración Trump, por ejemplo, tanto republicanos como demócratas han hablado a menudo de un programa de gasto en infraestructura del gobierno, pero nunca surgió nada.

Economistas como Schulze, por su parte, no cuentan con que haya una gran respuesta de política fiscal.

“Los republicanos querrán recortes de impuestos como el recorte sobre la nómina anunciado por Trump, mientras que los demócratas favorecerán un mayor gasto”, apuntó Schulze. “Es importante señalar que cualquier estímulo impulsaría la economía inmediatamente antes de las elecciones presidenciales, lo cual podría ayudar a reelegir a Trump. Los demócratas pueden ser reacios a moverse, a menos que presenciemos un empeoramiento de los datos económicos”.

Los economistas consideraron que tal vez cuando el crecimiento del empleo se detenga, ambas partes sientan la urgencia de aprobar un gran estímulo fiscal. Hasta ahora, el mercado laboral se mantiene muy bien. La economía agregó 273.000 empleos en febrero, aunque la tendencia fue inflada por un clima inusualmente cálido.

Además, los consumidores en general están en buena forma financiera, y poseen una carga de deuda históricamente baja. Scott Hoyt, quien sigue el gasto del consumidor en Moody’s Analytics, explicó que mientras la gente no tenga miedo de perder su trabajo o fuente de ingresos, el retroceso de los consumidores podría no ser tan severo.

Al mismo tiempo, él y otros analistas creen que sería prudente que el gobierno federal actúe antes de que las cosas empeoren. Además de un recorte de impuestos sobre la nómina, otros programas que pueden considerarse incluyen el alivio regulatorio, la ayuda para pequeñas empresas y la expansión de beneficios de desempleo para aquellos que son despedidos temporalmente.

“Alguna acción preventiva o poner algo por escrito que entraría en acción [si las condiciones empeoran] podría ayudar a restaurar la confianza y evitar la necesidad de hacerlo”, remarcó Hoyt.

Los economistas vigilarán de cerca el desempleo y las solicitudes semanales de empleo a consecuencia del mismo, además de cualquier otro signo de despidos crecientes; todos indicadores de una recesión.

Andrew Challenger, vicepresidente de la empresa de recolocación Challenger, Gray & Christmas, señaló que un fabricante de juguetes de Florida, Basic Fun, recortó empleos debido a un paro en las fábricas chinas. Algunas aerolíneas y hoteles de EE.UU también suspendieron la contratación de personal. Y además de restringir los ingresos o despedir a algunos trabajadores, dijo, podría haber bajas en restaurantes, tiendas y lugares de entretenimiento, a medida que las personas eviten grandes reuniones.

Para entonces, sin embargo, el país ya podría estar en recesión. De hecho, explicó Challenger: “Los economistas podrían mirar hacia atrás y descubrir que entramos en recesión el 21 de febrero, el día en que el mercado de valores comenzó a caer”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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