El precio de ser "esencial": Los trabajadores de servicios latinos son los más afectados por el coronavirus - Los Angeles Times
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El precio de ser “esencial”: Los trabajadores de servicios latinos son los más afectados por el coronavirus

Certified nursing assistant Rosa Arenas
La asistente certificada de enfermería, Rosa Arenas, ha estado en cuarentena en su departamento en Orange desde el 2 de mayo luego de dar positivo por COVID-19.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Muchos trabajadores esenciales - cajeros, camioneros, empacadores de carne - son latinos. No pueden quedarse en casa. Y están siendo golpeados duramente por el nuevo coronavirus

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Para Lupe Martínez, que lava la ropa en un hogar de ancianos de Riverside, cada día presentaba una opción agonizante: ir a trabajar y arriesgarse a contagiarse con el nuevo coronavirus o perder el sueldo de $13.58 por hora del que depende su familia.

Martínez fue a trabajar.

Aún después de que las mascarillas comenzaron a agotarse. Incluso, luego de que un paciente en cuya habitación había ingresado sin equipo de protección se enfermó y se puso en aislamiento.

Martínez, de 62 años, dio positivo por COVID-19 el mes pasado, seguida de su esposo de 60 años, que tuvo que dejar de trabajar después de sufrir un ataque cardíaco el año pasado. Su hijo e hija adultos, que viven con ellos, también dieron positivo.

“Hubo muchas veces que no deseaba ir a trabajar”, reveló Martínez, tosiendo fuertemente mientras hablaba. “No quería enfermarme. Mi esposo me dijo: ‘No’ (vayas). Le contesté que no podríamos vivir. Tenemos que pagar las facturas... así que me esforzaba para ir. Tenía un compromiso con mi familia”.

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Para los empleados con salarios bajos cuyo trabajo rara vez es reconocido (las personas que limpian los pisos, lavan la ropa, sirven comida rápida, recogen los cultivos, laboran en las plantas de carne), tener los trabajos que mantienen a Estados Unidos funcionando ha sido un precio muy difícil de pagar. Por el extraño cálculo provocado por el brote viral, se les ha considerado “esenciales”. Y eso significa ser un objetivo.

Rafael Saavedra is a truck driver whose pay has been cut.
Rafael Saavedra en su casa de Alhambra. El conductor de camión, cuyo pago se ha reducido a la mitad, teme infectar a sus hijas en casa.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Junto con los negros, los latinos han sido los más afectados por la pandemia de COVID-19 en California y otras partes de Estados Unidos, y se infectaron y murieron a tasas desproporcionadamente altas en relación con su porcentaje en la población. Los expertos en salud dicen que una de las principales razones por las que los latinos son especialmente vulnerables al COVID-19 es porque muchos trabajan en empleos mal remunerados que les obligan a abandonar su hogar e interactuar con el público.

Los latinos representan aproximadamente el 40% de la población de California, pero el 53% de los casos positivos, según datos estatales. En San Francisco, los latinos suman el 15% de la población, pero representan el 25% de los casos confirmados de COVID-19.

Los investigadores de UC San Francisco evaluaron a miles de individuos en el Distrito de la Misión para detectar el COVID-19. Mientras que los latinos constituían el 44% de las personas evaluadas, representaban más del 95% de los casos positivos. Alrededor del 90% de los que dieron positivo dijeron que no podían trabajar desde casa.

Un análisis de datos de Los Angeles Times el mes pasado también descubrió que los latinos y los negros más jóvenes fallecían a tasas desproporcionadamente altas, desmintiendo la creencia convencional de que la vejez es el principal factor de riesgo de muerte.

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Los latinos en California son significativamente menos propensos que los blancos, los asiáticos y los negros a decir que trabajar desde casa en medio de la pandemia es una opción, según una nueva encuesta de votantes de California del Instituto de Estudios Gubernamentales de UC Berkeley.

Alrededor del 42% de los latinos encuestados dijeron que podían trabajar desde casa, en comparación con el 53% de los negros, el 59% de los asiáticos y el 61% de los blancos. La encuesta también mostró que los latinos eran casi tres veces más propensos que los blancos a preocuparse por su empleo al colocarlos cerca de otros. Este fue un problema particular en las primeras semanas de la pandemia, cuando las mascarillas y otros equipos de protección escaseaban y muchas empresas aún intentaban implementar políticas de distanciamiento social.

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“Se sienten esenciales; están tratando de hacer su parte para sacarnos de esta crisis”, dijo José López, portavoz de la Alianza de Trabajadores de la Cadena Alimentaria con sede en Los Ángeles. “Sin embargo, no podemos proporcionar mascarillas faciales ni darles el espacio de seis pies de separación entre sus compañeros de trabajo”.

Un análisis del Times de los datos de la Oficina del Censo de EE.UU muestra que los latinos representan poco menos del 40% de la fuerza laboral en todos los sectores industriales considerados esenciales por el gobierno del estado de California, de acuerdo con su participación en la población estatal. Pero en algunos sectores, están muy sobrerrepresentados.

En trabajos agrícolas esenciales, la fuerza laboral es más del 80% latina. También tienen más de la mitad de los trabajos de alimentos esenciales y casi el 60% de los empleos en construcción. Al mismo tiempo, los latinos en EE.UU son más propensos que la población en general a decir que ellos o alguien en su hogar ha experimentado un recorte salarial o perdido un trabajo en medio de la pandemia, según una encuesta del Centro de Investigación Pew en abril.

Durante semanas, la Dra. Marlene Martín, profesora asistente en UC San Francisco y médica en el Hospital General Zuckerberg en San Francisco, observó cómo pacientes latinos con COVID-19 ingresaban a la sala de emergencias. Desde el mes pasado más del 80% de los pacientes hospitalizados por coronavirus en las instalaciones eran latinos.

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Han sido techadores, cocineros, conserjes, lavaplatos y conductores de reparto. Muchos tenían menos de 50 años. Vivían en hogares donde el distanciamiento social es difícil, a veces con otras dos o tres familias. Para Martín, una latina de 36 años, ingresar a la unidad de cuidados intensivos a veces se siente como verse en un espejo.

“Ya estaba lleno de personas que se parecen a mí”, dijo, “que comparten un idioma común y antecedentes culturales similares”.

“Ves los extremos de lo que sucede cuando alguien puede refugiarse en casa y otro que no puede. No es que la gente no quiera quedarse en su hogar o que no estén escuchando, tampoco el que no estén educados. Lo que pasa es que no tienen opción”.

La gran proporción de coronavirus en los latinos plantea dudas sobre si los empleadores en todo Estados Unidos y el gobierno están haciendo lo suficiente para proteger a estos trabajadores.

En Iowa, los latinos representan alrededor del 6% de la población, pero son una cuarta parte de todos los casos positivos, según el recuento del estado. En el estado de Washington, los latinos representaban el 35% de todos los casos positivos, aunque sólo son el 13% de la población.

El equilibrio entre mantener seguros a los trabajadores latinos esenciales y depender de su labor se está probando en la ciudad de Hanford, donde un brote de coronavirus en una planta empacadora de carne ahora representa la mitad de los casos confirmados en el condado de Kings.

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Según el supervisor del condado Doug Verboon, alrededor de 180 empleados de Central Valley Meat Co. dieron positivo a partir del martes. La mayoría de los trabajadores en las instalaciones, que laboran muy cerca uno del otro y bajo condiciones de trabajo húmedas, son latinos, expuso. Central Valley Meat no respondió a llamadas o correos electrónicos del Times.

Karla Barrera es gerente de una tienda de comestibles en Sun Valley y es madre de dos. "Tengo mucho miedo por mis bebés. Rezo por no contagiarme", manifestó Barrera.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

Verboon dijo que el Condado depende de más trabajadores latinos durante la actual temporada de recolección de cerezas, que dura hasta mediados de junio. Añadió que una compañía de empaque de frutas de Hanford que empleó a 800 jornaleros para recogerlas le dijo que un brote similar al de Central Valley Meat Co. sería “catastrófico”.

“No podemos afrontar que esas personas se enfermen porque sólo tenemos un corto período para ese trabajo”, manifestó Verboon.

Lupe Martínez comenzó en el Centro de Salud y Bienestar de Alta Vista en Riverside en julio pasado después de que su esposo, el sostén de la familia, tuvo un ataque al corazón y se vio obligado a dejar de trabajar.

En la sala de lavandería, Martínez, miembro del Sindicato Internacional de Empleados de Servicios 2015, que representa a unos 400.000 trabajadores de cuidado en el hogar y hogares de ancianos en California, estaba rodeada en su mayoría de latinos y filipinos. Muchos de sus colegas trabajan en dos lugares o realizan turnos dobles, lavando mantas y edredones pesados, limpiando cortinas de baño, manipulando las sábanas de los pacientes.

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La familia de Martínez le pidió que no fuera a trabajar cuando el virus comenzó a propagarse en California.

“Les contesté: ‘voy a confiar en Dios. No me voy a contagiar’”, relató. “Iría a trabajar y me protegería”.

Hace unas semanas, dijo Martínez, entró en la habitación de una anciana para traerle ropa limpia. Por lo general, hay un aviso en la puerta si un paciente tiene una enfermedad que requiere que el personal se ponga guantes, mascarillas u otro equipo, destacó. No había nada publicado, señaló Martínez, por lo que entró sin mascarilla.

Martínez relató que la mujer le dijo que se sentía enferma. Unos días después, un letrero en la puerta decía que estaba aislada.

Alta Vista Healthcare & Wellness Center no devolvió llamadas o correos electrónicos en busca de comentarios.

Las pruebas sugieren que el coronavirus se originó en los murciélagos de Asia. Pero algunos investigadores dicen que, aquí en América del Norte, los murciélagos se enfrentan al riesgo opuesto: de ser infectados por portadores humanos.

El 13 de abril, Martínez llegó a casa con dolor de garganta, tos seca y dolor de cuerpo. No podía saborear el té que le trajo su hijo. Ella luchaba por respirar. Fue al hospital antes y después de una prueba COVID-19 positiva y fue enviada a casa, le dijeron que intentara aislarse.

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Cuando su esposo, su hijo e hija que viven en la casa dieron positivo, ella se acostó en la cama, clamando a Dios.

Otro hijo y su esposa viven en una casa trasera en la propiedad. El es peluquero y ella una higienista dental. Actualmente no van a trabajar y no se han contagiado de COVID-19.

Debido a que aún no cumplía un año trabajando en el hogar de ancianos, expuso Martínez, no era elegible para el pago por enfermedad. Ella ha solicitado discapacidad estatal pero todavía no ha recibido respuesta. Martínez dijo que siente que tiene que regresar al trabajo.

“Mis hijos no quieren que regrese”, reveló Martínez. “Pero tengo cuentas que pagar. Sé que pongo en riesgo mi vida -pero no sé…”.

Rosa Arenas, otra miembro del sindicato y asistente de enfermería certificada en un hogar de ancianos de Orange, dijo que se hizo la prueba después de enterarse de que un paciente había dado positivo por COVID-19 el mes pasado. El 2 de mayo, Arenas dio positivo.

Ahora, está aislada en una habitación del departamento de su familia, lejos de su esposo y sus dos hijos, de 12 y 6 años, que dieron negativo. Pasó el Día de la Madre leyendo la Biblia sola y chateando en video con sus hijos y su esposo desde el otro lado de la puerta.

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“Mis hijos me dijeron que estaban tristes porque no iban a darme un abrazo del Día de la Madre”, relató Arenas, de 32 años. “Me rompió el corazón”.

Ella reveló que no había suficiente equipo de protección personal en el trabajo y que los colegas se habían infectado. Su esposo, un jardinero, recientemente fue enviado a casa por su empleador para que se pusiera en cuarentena y se hiciera la prueba; ella ha gastado todas sus vacaciones pagadas y tiempo de enfermedad mientras estaba en cuarentena en casa. Además, extraña trabajar.

Rafael Saavedra, de 40 años, afuera de su casa la semana pasada en Alhambra.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Cuando Rafael Saavedra, un camionero de 40 años de Alhambra, regresa a casa del trabajo, se desnuda en el garaje, pone la ropa en la lavadora y se apresura a meterse en la ducha, con cuidado de no tocar nada. Su mayor temor es infectar a sus hijas, de 16 y 6 años.

En un centro de despacho de San Pedro, donde él y cientos de otros conductores dejan papeleo y toman descansos, casi nunca encuentra jabón o desinfectante para manos.

Los empleados que normalmente trabajan en el centro ahora laboran de forma remota, y hay poca comunicación con los conductores sobre cómo pueden mantenerse seguros, dijo Saavedra. Los conductores recibieron una sola mascarilla delgada hace aproximadamente un mes y nada más, señaló.

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Saavedra comentó que la gran mayoría de los conductores con los que trabaja son inmigrantes latinos que luchan por superar la pandemia debido a las barreras del idioma y la falta de recursos.

“No conocen sus derechos. Tienen miedo de hablar. Se quedan encerrados dentro de sí mismos”, manifestó.

Saavedra ha forjado una vida cómoda para su familia. Viaja a menudo con su esposa e hijas, que asisten a escuelas cristianas privadas. Pero su sueldo se ha reducido a la mitad debido a la reducción de horas y teme perder su casa.

Su esposa, una enfermera en un refugio para personas sin hogar de Pasadena, redujo sus propias horas por temor a contraer el virus e infectar a sus hijas.

Si la turbulencia económica inducida por la pandemia dura más allá de Memorial Day, cerca de la mitad de las pequeñas empresas de Estados Unidos podrían estar en peligro de cerrar, según una encuesta.

Sonia Hernández, que crió a cuatro hijos como madre soltera, ha trabajado como cocinera en un McDonald’s en Monterey Park durante 18 años y gana poco más de $14 por hora, dijo su hija, Jenniffer Barrera Hernández.

A principios de abril, Hernández fue hospitalizada con COVID-19 y entró en coma inducido durante semanas.

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“Nos dijeron que no iba a pasar de ese día y que teníamos que decidir si queríamos que se fuera en paz o hacer compresiones en el pecho para tratar de obtener un pulso”, reveló Barrera Hernández. “Fue realmente difícil tomar esa decisión”.

Milagrosamente, dijo Barrera Hernández, su madre se despertó.

Después de su diagnóstico, los compañeros de empleo de Hernández abandonaron el trabajo para exigir suministros de seguridad, como mascarillas, guantes, jabón y desinfectante para manos. Barrera Hernández reveló que después de llamar a McDonald’s para alertar a la compañía de que su madre había dado positivo, no recibió una llamada.

“Eso es en verdad triste, porque a mi madre realmente le gustaba ese trabajo. Te entregas a una empresa durante tanto tiempo y, al final, sólo eres un número”.

Hernández se está recuperando en su hogar en South Los Ángeles. Está extremadamente fatigada y no puede caminar ni sostener el teléfono por mucho tiempo, reveló su hija. Se siente culpable porque aún no puede volver a trabajar.

David Tovar, vicepresidente de comunicaciones de McDonald’s en Estados Unidos, dijo que muchas de las declaraciones de Barrera Hernández y de algunos empleados eran falsas.

Tovar aseguró que los restaurantes de McDonald’s, incluido en el que trabajaba Hernández, han tenido un amplio suministro de jabón, desinfectante de manos y productos de limpieza y cierran durante la noche una vez por semana para realizar limpiezas profundas. Agregó que los restaurantes han estado abiertos sólo con comida para llevar, bajo requisitos de distanciamiento social impuestos y baños cerrados.

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Cuando McDonald’s se enteró del diagnóstico de Hernández el 8 de abril, la compañía informó inmediatamente a cuatro miembros del equipo con quienes había estado en contacto, dijo.

“Tenemos el mayor respeto por la Sra. Hernández y todos los empleados de McDonald’s, pero es injusto dejar que intenten contarte una historia que simplemente no es verdad”, manifestó Tovar. “Somos un empleador muy grande de trabajos diversos, particularmente para latinos. Queremos que todos los que vienen a laborar para McDonald’s tengan una buena experiencia”.

Cuando la madre de Mariana Lui recibió una carta de su empleador en marzo que la etiquetaba como trabajadora esencial, lo anunció con orgullo.

La madre de Lui, una inmigrante indocumentada de México que trabaja en un almacén de producción de alimentos de San Fernando que prepara comidas para las escuelas, le comentó a su hija que nunca antes la habían considerado “esencial”. Ahora, dijo, la gente la necesitaba.

Pero luego sus colegas, muchas de ellas latinas indocumentadas, comenzaron a enfermarse. Dejaron de aparecer en la línea de montaje, donde, explicó, apilan los ingredientes en sándwiches mientras se colocan hombro con hombro.

La madre de Lui habló con el Times bajo condición de anonimato porque temía perder su trabajo. Lui, quien también conversó con el Times, es una asistente administrativa legal de 31 años en Whittier con un apellido diferente al de su madre.

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La madre de Lui, de 50 años, reveló que sus colegas tomaban aspirina y continuaban trabajando, a pesar de tener fiebre y dolores de cabeza. Entonces ella comenzó a mostrar los síntomas.

“Me estaba cansando en el trabajo y tenía un poco de tos”, dijo. “No pensé que sería algo tan serio, así que seguí trabajando durante tres o cuatro días”.

Pocos días después, dio positivo por COVID-19.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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