Columna de Adictos y adicciones: Una muerte inesperada
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Rubén y Martha se conocieron en la adolescencia, fue amor a primera vista, él tenía quince años y ella trece. “Empezamos siendo amigos, fue como si nos hubiéramos conocido toda la vida, siempre fue muy tierno conmigo”, Martha no puede contener el llanto, hace un alto, toma un trago de agua y continúa su relato.
“Siempre supe que era adicto a la heroína, Rubén no tenía secretos para mí; su adicción empezó poco antes de conocernos, al principio no me daba cuenta, pero con el trato cotidiano y la confianza que nos teníamos, inevitablemente salió el tema, me confeso su adicción, las cosas que hacía para conseguir dinero y su deseo de algún día dejarla”.
“Creo que nunca me pidió que fuera su novia, pero empezamos nuestra relación cuando cumplí dieciséis años. Todos me decían que me alejara de él, pero ya era tarde, me enamoré de sus detalles, de sus chispazos de buen humor y del trato que me daba, siempre me hacía sentir especial”.
En contra de la opinión de ambas familias Martha y Rubén se casaron, ella tenía dieciocho años y él veinte. Como buen adicto Rubén no tenía un trabajo fijo, sin embargo, salía todos los días de su casa a buscar trabajos eventuales, con los cuales mantenía su adicción, al hogar no aportaba nada material, solo su presencia y ese amor que todos los días le demostraba a ella.
“Como se podrá imaginar nos llovieron las críticas, mi suegra me reprochaba que le permitiera entrar a nuestra casa cuando andaba drogado, se olvidó que antes de vivir conmigo, vivió con ella, solo le faltó culparme de su adicción. Por su parte, mis padres, lo menos que le decían era mantenido, por eso decidimos cambiarnos de ciudad y vivir lejos de juicios y sugerencias”.
“¿Estaba de acuerdo con la adicción de Rubén? Por supuesto que no, muchas veces hablamos de nuestro futuro y la heroína siempre se interponía en todos nuestros planes. En ocasiones buscábamos centros de rehabilitación, pero todo se quedaba en palabras”.
Las cosas cambiaron cuando Martha quedó embarazada. “El día que me confirmaron que estaba embarazada me quería morir del susto, al mismo tiempo me sentía feliz, me daba mucho miedo no contar con el apoyo de Rubén, también me daba flojera escuchar todo lo que diría la familia, pero estaba decidida a tenerlo”.
Ante la perspectiva de ser padres, las pláticas de la pareja se volvieron más adultas, había que hacer cambios. “Estábamos a 30 de marzo, el cumpleaños de Rubén es el 30 de abril, para entonces ya tenía tres meses de embarazo y empezaba a sentir ansiedad por el futuro. En esa fecha me dijo que se internaría el día de su cumpleaños. Yo no le creí, me lo dijo bajo los efectos de la heroína, los ojos se le cerraban y parecía que se quedaba dormido cada vez que hablaba”.
Contra todos los pronósticos, Rubén se internó en la fecha prometida. Al centro de rehabilitación solo fue Martha, ninguno de sus familiares quiso acompañarlo, pues aseguraban que no aguantaría y que más temprano que tarde volvería a las andadas. “Me sentía tan orgullosa de él, me felicitaba por no haberme equivocado y me fui a casa con un dulce sabor en los labios”. -A Martha se le cierra la garganta, los ojos se le empañan, cierra los puños y con voz entre cortada continua-. “Todos los días hablaba al centro para preguntar por él, y todos los días me decían que estaba bien, pero a los cinco días de estar internado me llamaron para avisarme que Rubén había muerto, un paro cardíaco le arrebató la vida a los 24 años de edad, se fue sin conocer a su hija y yo me quedé sin el amor de mi vida”.
A pasado un año desde la muerte de Rubén, durante todo este tiempo Martha se ha sentido culpable, “Tal vez no debí haberlo animado a internarse, aunque fuera adicto lo tendría con nosotros”. Estos y otros pensamientos han cruzado por su mente miles de veces.
Para las autoridades la muerte de Rubén no pasó desapercibida, se hicieron las investigaciones correspondientes y se dictaminó que su deceso fue a consecuencia de un paro cardíaco y se cerró el caso, ya no había nada que hacer. Por desgracia, esta historia de amor no tuvo un final feliz.
Martha vino a verme en busca de ayuda para procesar su duelo, por fortuna ha respondido muy bien, ahora entiende que no está en su mano decidir quién vive y quién muere, que la muerte es parte de la vida y que no hay que juzgar a los muertos, ellos tienen sus propios asuntos.
A Martha le agradezco su confianza y su autorización para publicar su historia. Bendiciones para ella y para la pequeña Sofía.
Escríbame, su testimonio puede ayudar a otros. Todos los nombres han sido cambiados.
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