L.A. Affairs: Tuve 46 citas a ciegas desastrosas; hasta que apareció el Sr. 47
Después de 46 citas a ciegas que fueron en su mayoría desastrosas, mis expectativas no eran muy altas. Había sobrevivido tantas tardes de conversaciones desafiantes, sin atracción y aburridas que pensé que era una más para agregar a la lista. Al menos me daría otra historia divertida para compartir con mis amigos y familia.
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Hace un tiempo recibí una llamada de una amiga de la infancia que vive en Denver, diciéndome que tenía un chico realmente genial para presentarme. Él había crecido en Los Ángeles y volvería a esta ciudad para asistir a una boda familiar, a principios de julio.
Yo estaba menos que entusiasmada. ¿Un tipo que vivía en Denver? ¿Qué tan bueno sería eso? Yo vivía en Los Ángeles y no tenía planes de irme. Pero no quería ser grosera, así que acepté conocerlo. Él nunca me llamó, y yo me sentí realmente aliviada. Luego recibí una llamada suya, un Cuatro de Julio. Quería encontrarse conmigo esa noche. ¿De verdad? ¿Pensó que yo estaría sentada y aburrida, sin nada mejor que hacer que esperar su llamada? (Bueno, sí estaba sentada, pero no tenía ganas de perderme una noche emocionante viendo los fuegos artificiales en la televisión, sola).
En lugar de eso, hicimos planes para cenar ese domingo por la noche, aunque, como soy agente de bienes raíces, normalmente trabajo los domingos. Sólo quería concretar la cita y no “arruinar” un viernes o sábado por la noche. Decidimos ir a mi restaurante favorito, Inn of the Seventh Ray en Topanga Canyon. Al menos el ambiente y la comida serían geniales, incluso si la cita era la decepción habitual.
Terminé mi jornada de trabajo inmobiliario ese domingo, volví a casa y, de mala gana, me preparé para mi 47ª cita a ciegas desde mi divorcio, siete años antes. Fue un período de mi vida que mi madre había llamado la “peste de los siete años”.
Después de 46 citas a ciegas que fueron en su mayoría desastrosas -sí, las he contado- mis expectativas no eran muy altas.
En el tiempo posterior a mi divorcio, me resultó difícil encontrar hombres elegibles. Como agente de bienes raíces, conozco a muchas personas, pero generalmente son parejas las que buscan comprar un hogar. Además, no me gusta mezclar los negocios con lo personal. Así que, mis amigos y familiares siempre intentaban presentarme al chico “perfecto”. Había sobrevivido a tantas tardes de conversación desafiante, sin atracción y llenas de aburrimiento, que me resigné a agregar una mala cita más a la lista. Al menos me daría otra historia divertida para compartir.
El número 47 llegó a tiempo. Abrí la puerta y me sentí superada. Loren tenía una sonrisa deslumbrante. Llevaba unos vaqueros blancos de verano y una camisa a cuadros, color verde. Traía un montón de gardenias que había cortado del jardín de su madre. Fuimos a cenar y pasamos tres horas hablando; regresamos a mi casa y seguimos platicando hasta altas horas de la madrugada.
Tenía una gran personalidad, era inteligente y su sentido del humor era maravilloso. Además, quería las mismas cosas en la vida que yo. ¡Me lo dijo en la primera cita! Quería casarse y tener hijos. Fuimos inseparables el resto de esa semana.
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Traté de impresionarlo otra noche, con una cena elegante. Pero en realidad no sé cocinar, así que puse tres pollos enteros cocidos en la barbacoa (él no necesitaba saber que ya estaban cocinados y que yo no lo había hecho). Fuimos a Disneyland, y luego lo acompañé a la boda de su familia. Me dijo que un “rayo” lo había golpeado, y él lo sabía. La canción de Billy Ocean “Suddenly” apareció en la radio la noche que nos conocimos, y esa se convirtió en “nuestra canción”: ‘De repente, la vida tiene un nuevo significado para mí…’
De hecho, así era. La última noche antes de su regreso a Denver fuimos a cenar a la casa de mis padres.
Ellos estaban tan ansiosos por conocerlo. Mi madre montó todo el show: una hermosa mesa decorada con cubiertos de plata, cristalería y platos de porcelana. Cenamos afuera, con serenatas italianas y una botella de Lafite Rothschild de la bodega de mi papá. Mis padres le dijeron que así comíamos siempre los domingos. Ellos, por supuesto, lo amaron de inmediato y estaban encantados de que yo finalmente hubiera tenido una cita a ciegas que fuera increíble.
Al día siguiente, Loren regresó a Denver. Me comentó que quería mudarse a Los Ángeles, y eso era un gran problema. Dos semanas después, me subí a un avión para conocer más de su vida. Me recogió en el aeropuerto con una docena de rosas de tallo largo. Caí rendida en sus brazos. Me llevó a un restaurante romántico donde nos esperaba un champagne, y me dijo que quería pasar el resto de su vida conmigo. Le respondí que sí.
Sin que yo lo supiera, Loren había llamado a mis padres y les había pedido mi mano. Les dijo que me había invitado a viajar a Denver porque no podía esperar más para pedirme matrimonio, y no quería decirles a nuestros futuros hijos que nos habíamos comprometido por teléfono (mi amiga de la infancia, Illece, estaba estupefacta. Había pensado que nos llevaríamos bien, pero que nos comprometiéramos en dos semanas fue un shock total para ella).
Esa noche, llamamos a mis padres para decirles que estábamos comprometidos oficialmente. A la mañana siguiente, mi madre aguardaba en la puerta del templo para reservar fecha para nuestra boda.
La plaga de los siete años había llegado a su fin.
La autora lleva casada 34 años y tiene dos hijos adultos. Ella ha sido agente de bienes raíces en el área de Los Ángeles por más de 40 años.
Heterosexuales, homosexuales, bisexuales, transgénero o no binarios: La columna L.A. Affairs narra la búsqueda del amor en Los Ángeles y sus alrededores, y queremos escuchar tu historia. El relato tiene que ser cierto y debes autorizar la publicación de tu nombre. Pagamos $300 por cada ensayo publicado. Envíanos un correo electrónico a [email protected]. Puedes encontrar las pautas de presentación aquí.
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