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El fotógrafo impecable

Al otro lado del teléfono, desde Taipei, Taiwan, Rodrigo Prieto se toma unos segundos para pensar.

Luego de tres años en los que Alejandro G. Iñárritu, Emmanuel Chivo Lubezki y Alfonso Cuarón se llenaron de estatuillas doradas, el cinefotógrafo es el único mexicano nominado a los próximos Óscar, gracias a Silence.

Se le pregunta si recuerda algo memorable de su anterior postulación a los premios de la Academia, en 2006, cuando compitió por el drama homosexual Brokeback Mountain, de Ang Lee.

Finalmente, resuelto, con su voz grave y un dejo de humor que es parte intrínseca de su personalidad, confiesa que la sola posibilidad de ganar le dio pánico.

“Cuando fue la nominación de Brokeback Mountain no preparé un speech. En las ceremonias anteriores, la del Gremio de Fotógrafos y otras, había estado ganando Memoirs of a Geisha en fotografía. Como no pensaba que ganaría el Óscar, no preparé speech. Me dije: ‘Solo voy a ir a disfrutar la ceremonia’”, recuerda, y brotan las risas.

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“Pero antes de que hicieran el anuncio, ya en la ceremonia, me empezó a dar un gran pánico. ¿Qué tal si sí ganaba? No iba a saber qué decir. No me iba a acordar de los productores. Sufrí”.

Finalmente, el triunfador fue Dion Beebe, por Memoirs of a Geisha. Y Prieto pudo respirar.

“Ahora voy a preparar un speech pase lo que pase. Por lo menos para estar tranquilo”, promete el chilango de 51 años.

El 24 de enero, al aterrizar en Taiwan luego de un vuelo desde Nueva Zelanda, Rodrigo Prieto se enteró de que estaba nominado al Óscar. Lo hizo ocho horas después que el resto del planeta.

Cuando atiende esta llamada es, quizá, el mexicano más buscado después de Javier Duarte.

Está en su cuarto de hotel en Taipei y se le escucha cansado por el viaje y la emoción. En horas, debe ir a un encuentro con miembros de la industria taiwanesa del séptimo arte.

Aunque ha consagrado su vida a estar detrás de la cámara, habla con tranquilidad y fluidez, como si fuera actor o conferencista. No evade preguntas. Pareciera que le da placer platicar.

Liam Neeson en una escena de Silence en una imagen proporcionada por Paramount Pictures. La cinta épica de Martin Scorsese Silence consiguió una nominación al Oscar a la mejor cinematografía para el mexicano Rodrigo Prieto.

Liam Neeson en una escena de Silence en una imagen proporcionada por Paramount Pictures. La cinta épica de Martin Scorsese Silence consiguió una nominación al Oscar a la mejor cinematografía para el mexicano Rodrigo Prieto.

(Kerry Brown / AP)

Recuerda que, como Silence fue rodada en diversos escenarios taiwaneses, recibir la noticia de la nominación en Taipei fue un perfecto ciclo de inicio y fin.

“Tenía que volar de Nueva Zelanda para Taipei, pero hice una parada en Australia. El avión iba despegando justo cuando iban a salir las nominaciones. Exactamente en ese minuto. No las pude ver porque no había internet en ese vuelo. Y fueron ocho horas hasta llegar a Taiwan. Al aterrizar me enteré, después de medio mundo.

“El primer texto que vi me lo mandó mi esposa, Mónica. Ella se levantó tempranito en Los Ángeles para ver el anuncio online y me mandó una fotografía de la pantalla con los nominados”, rememora.

En la ceremonia, programada para el 26 de febrero, Prieto se disputará el Óscar con Bradford Young (Arrival), Linus Sandgren (La La Land), Greig Fraser (Lion) y James Laxton (Moonlight).

Además de ser el único representante mexicano con posibilidades de salir premiado del Teatro Dolby de Los Ángeles, Rodrigo tiene otra “carga”.

Es el único postulado de Silence, la más reciente película de Martin Scorsese. Se trata de una aventura épico-religiosa basada en la novela de Shusaku Endo sobre una misión de jesuitas portugueses en el Japón del siglo XVII.

Hay persecución de la fe católica, tortura, ejecuciones en la playa, cultos secretos en cavernas, rezos, chozas y un Dios que, como dice el nombre del filme, opta por no hablar en los momentos de mayor apremio.

Lenta y complicada, Silence parece una pintura en movimiento. En ella, Prieto se enfrentó a escenas iluminadas solo por velas o antorchas, complicadas tomas en mar, secuencias de día que truqueó para que parecieran nocturnas, exploraciones de la vegetación más profunda.

“La fotografía de Silence es fantástica”, opina Henner Hofmann, cinefotógrafo y exdirector del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), institución donde Prieto estudió.

“Captura la atmósfera, los paisajes, la forma de vida de una manera extraordinaria. Los pueblos japoneses, la elegancia de las geishas, el lodo, la suciedad. Ojalá Rodrigo gane el Óscar”, añade.

Scorsese se había enamorado de la novela publicada en 1966 y por 28 años intentó, infructuosamente debido a malos guiones y falta de financiamiento, llevarla a la pantalla grande.

Cuando pudo dar el claquetazo inicial del rodaje, a inicios de 2015, allí estaba, junto a él, el mexicano.

Devoto del trabajo de Scorsese, el cinefotógrafo ya había hecho con el neoyorquino The Wolf of Wall Street. Y el realizador de Taxi Driver y The Last Temptation of Christ quedó tan encantado que volvió a llamarlo.

¿Qué significa convertirte en el nuevo favorito de Scorsese?, se le pregunta.

Él, obviamente, ha trabajado con grandes fotógrafos y es un maestro, así que puede escoger a quien quiera en su equipo. El hecho de que me haya escogido a mí de entrada era un honor muy grande, pero también un reto. Era decir: “Ok. Esta película la tengo que hacer bien, porque es el proyecto que Scorsese siempre ha querido hacer” -responde.

Rodrigo Prieto Stambaugh, usualmente requerido por cineastas como Ben Affleck, Alejandro G. Iñárritu, Oliver Stone, Pedro Almodóvar, Kevin McDonald y Curtis Hanson, nació el 23 de noviembre de 1965 en el otrora Distrito Federal.

Pero con él no empieza el trajín de su familia en los libros de historia mexicanos.

Su abuelo, Jorge Prieto Laurens, fallecido en 1990, fue zapatista, fundador del Partido Cooperativista Nacional, personaje de La Sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, gobernador de San Luis Potosí, diputado, periodista, organizador de la Asociación Anticomunista de las Américas y figura cercana al grupo paramilitar Los Halcones.

Irónicamente, Dení Prieto, una prima suya, fue hija del dramaturgo Carlos Prieto Argüelles y guerrillera de las Fuerzas de Liberación Nacional. Murió asesinada a los 19 años, luchando por el comunismo y el socialismo. Fue inspiración del documental Flor en Otomí de Luisa Riley.

Rodrigo, quien en 2013 debutó como director con el cortometraje Likeness, ve la historia de esos dos familiares -en las antípodas uno del otro- como eje para una posible ópera prima en largometraje.

“Para mí, la dirección sí requiere de ….”, suelta, pero ordena sus ideas. “El tema tiene que ser algo importante porque vas a dedicar dos años de tu vida a eso. O algo así. Estoy en espera de si encuentro el financiamiento. Si llega, lo haré, y si no, seguiré fotografiando”.

Sus padres fueron el ingeniero Guillermo Prieto Argüelles, director de Aeronáutica Civil, y Betty Jeanne Stambaugh, ciudadana estadounidense, quien estudió arte.

“Mis padres, ya fallecieron los dos. Pero les agradezco, porque ellos me proporcionaron los recursos para tener una educación, para ir a la escuela de cine y hacer lo que quisiera ser en el cine”.

Si se pregunta en internet ¿quién es Rodrigo Prieto?, aparece la frialdad de los números.

Cincuenta y cuatro créditos como fotógrafo en cine y televisión. También 15 premios nacionales e internacionales, incluidos cuatro Ariel en México y reconocimientos en los festivales de Venecia, San Sebastián, dos de los más importantes del orbe.

Si el cuestionamiento es a un cinéfilo, quizás mencione la escena del choque en Amores perros, la secuencia donde Alejandro Magno combate a los ejércitos del persa Darío en Alexander, las fiestas de los brokers de The Wolf of Wall Street o las improvisaciones de Eminem frente a su cámara en 8 Mile.

Pero quien tiene un pincel para dibujarlo como nadie más es Mónica, su esposa desde 1991.

Con ella, Prieto procreó a dos hijas, María Fernanda y Ximena, y con ella comparte casa desde hace 20 años en Los Ángeles.

Vía e-mail, la mujer de Rodrigo hace énfasis en el sentido del humor del fotógrafo como escape para el estrés y la tensión laboral, así como en su liderazgo.

Lo describe como un hombre bueno, de gran corazón, optimista, generoso y con una memoria a la vez traicionera y prodigiosa.

“Si bien es muy factible que no recuerde qué comió el día anterior, puede recordar la portada de la revista donde está determinado artículo que leyó hace años o describir con detalle imágenes de pinturas o películas. Le encanta aprender de física cuántica y del universo. Solo puede hacer una sola cosa a la vez, pero esa tarea la hará impecable.

“Le encanta observar cómo se comporta la luz y es algo que siempre está observando. Es muy educado y respetuoso. Le gusta comer bien, sin embargo, sus mañanas no son sofisticadas. Mientras tenga café, cereal, plátano y leche está listo para empezar su día”, escribe.

Rodrigo, por su parte, desde Taipei, acredita a su compañera de vida su entrada, crecimiento y explosión en el mundo del cine.

“Ella conoció todo el proceso. Cuando me empezó a interesar la fotografía, cuando trabajaba en el estudio de Nadine Markova, fotógrafa de fotos fijas en la Ciudad de México. Allí conocí a mi esposa, Mónica. Ella sabe lo que significa todo esto, sabe lo que ha sido empezar de cero”, relata.

El dicho de que infancia es destino aplica para Rodrigo. Cuando tenía unos 10 años, ya cargaba una cámara en sus manos.

Con una Súper 8 grababa películas de monstruos y ciencia ficción, inspirado en Ray Harryhausen, el mago del stop motion que realizó Furia de Titanes (1981) y Jasón y los Argonautas (1963).

Prieto es egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC).

Guillermo Granillo, autor de la fotografía de El crimen del padre Amaro, lo conoció allí. Recuerda que ya entonces vio en él algo especial.

“Estuvimos juntos en algunos proyectos. Él tiene algo que muchos fotógrafos quisieran en su trabajo, tiene ‘duende’, un ingenio maravilloso para encuadrar y un gusto exquisito para pintar con la luz”, describe.

En cine, Prieto tiene en un altar al español Néstor Almendros (Days of Heaven), al estadounidense Jordan Cronenweth (Blade Runner), al sueco Sven Nykvist (Fanny y Alexander) y al mexicano Gabriel Figueroa (Macario).

En fotografía fija, sus héroes son figuras como el estadounidense Alex Webb, el brasileño Sebastiao Salgado, el noruego Jonas Bendiksen. A todos los cita como influencia.

Su primer largometraje, Ratas Nocturnas, lo hizo en 1991, pero sus éxitos llegaron hasta 1996, cuando se estrenaron Sobrenatural, que le valió su primera nominación al Ariel, y Edipo alcalde, con guión de Gabriel García Márquez.

Amores perros, nominada al Óscar a la Mejor Película Extranjera, y dirigida por Alejandro G. Iñárritu (con quien más tarde haría también 21 Gramos y Babel), lo llevó a la ceremonia de la Academia de Hollywood en el 2001.

El filme perdió ante la historia de artes marciales y fantasía El Tigre y el Dragón, de Ang Lee, quien allí descubrió a Prieto y más tarde lo invitó a ser su cómplice. Y el mexicano, un migrante de éxito antes de los tiempos de Trump, se estableció en la Meca del Cine.

Argo, Frida, Water for elephants, Wall Street 2 y Los abrazos rotos han sido algunas de sus prestigiosas aventuras.

Se dice que el chilango es uno de los cinefotógrafos más dedicados que existen en la actualidad: prueba todas las cámaras del mercado antes de enfrentarse a un proyecto y experimenta aquí y allá tratando de ser creativo con sus herramientas.

Gonzalo Amat, cinefotógrafo mexicano que triunfa en Hollywood con la serie The Man In the High Castle, cree que el trabajo de Rodrigo es una mezcla de virtuosismo, movimiento y luz.

“Pero siempre con la intención de contar una historia visualmente, no por capricho o presunción”, aclara.

Este año, Prieto no tiene ningún otro proyecto fílmico más que una nueva aventura con Martin Scorsese: el drama criminal The Irishman, que reuniría otra vez a Robert de Niro y Al Pacino.

“Ésa es la idea. No sé si la película está 100 por ciento confirmada, pero por lo visto va adelante y ahora no estoy tomando ninguna otra película en espera de que se haga The Irishman. Por eso solo estoy filmando comerciales, mientras tanto”, dice al otro lado del auricular.

Scorsese, para él, lo vale todo.

En aquel 2006, Rodrigo compitió por el Óscar con otro mexicano: Emmanuel Lubezki, nominado por The New World, de Terrence Malick.

Por méritos propios, El Chivo, ganador de las últimas tres estatuillas doradas de la categoría (Gravity, Birdman y Revenant), es el cinefotógrafo mexicano más famoso e importante de la actualidad.

Pero están equivocados quienes piensen que Prieto juega en una liga distinta, opina el fotógrafo Gabriel Beristain (Blade II, SWAT), uno de los primeros connacionales que triunfó en Hollywood.

“Cuando ves una película en la que trabajó, sabes que te vas a encontrar con el mismo Rodrigo... que no es el mismo Rodrigo. Porque Rodrigo cada vez cuenta una historia distinta, entiende la visión de su director y la interpreta con maestría”, valora.

El Chivo ha creado una escuela con sus imágenes preciosistas y poéticas con luz natural. Pero Rodrigo también tiene un sinnúmero de admiradores, opina Serguei Saldívar Tanaka, ganador de cuatro Arieles en fotografía.

“Se habla mucho del peso de Lubezki con sus últimas películas. O sus propuestas tecnológicas con Gravity, o planos secuencia en Children of men. Lo que hace es innegable. Pero hace 18 años, cuando Rodrigo hizo Amores perros... ¿Cuántas películas no se han hecho que tienen ese look? Los dos hacen cosas distintas, pero al final del camino tienen resultados espectaculares”.

Rodrigo ya ha prometido escribir un discurso para tener qué leer si su nombre es anunciado por los presentadores de Mejor Fotografía en el Óscar. Pero es inevitable rascar más.

¿Tendrá algún mensaje político, como el de Iñárritu el año pasado, quien pidió que el color de la piel sea tan irrelevante como el largo del cabello? -se le cuestiona.

Ríe un instante por la mención a Alejandro, con quien hizo una trilogía que marcó historia en el cine mexicano. Se toma otro segundo para analizar su respuesta.

Diría que agradezco que la Academia, con este tipo de reconocimientos a personas que no somos estadounidenses, que somos como yo, migrantes y mexicanos, construya puentes y no paredes. Esa es la forma que la sociedad funciona. Deportar gente que hace un trabajo valioso en Estados Unidos crea muros, divisiones, racismo -contesta.

Y después suelta, sin dudar: “los mexicanos no somos violadores. Le agradezco a la Academia que puedan ver más allá de nacionalidades, de inmigrantes o no inmigrantes. Porque el valor del trabajo de las personas va mucho más allá de eso”.

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