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Columna: Viendo la Ciudad de Panamá a través de los ojos de los ancianos

Un buque de carga navega en el Canal de Panamá.
Un buque de carga navega hacia el océano Pacífico después de atravesar el Canal de Panamá, visto desde Ciudad de Panamá, el viernes 25 de agosto de 2023. Debido a la falta de lluvias, la autoridades decidieron a inicios de agosto limitar el tránsito de barcos diario por el canal.
(Agustin Herrera / Associated Press)

En 2001, hice mi primera visita como adulta a Ciudad de Panamá, Panamá. La ciudad me resultaba entre familiar y ajena a la vez. Mi familia emigró a Estados Unidos cuando yo tenía 11 años, pero nuestro hogar -donde residían mis bisabuelos, primos y tíos, donde asistí a la escuela primaria y donde hice mis primeros grandes amigos- estuvo en la provincia de Colón, en el lado atlántico del istmo.

A pesar del paso de los años, reconocí los sonidos, los olores y el bullicio de la ciudad. Vi el mismo tipo de diablos rojos que llevaba de la escuela a casa de mi bisabuela. Pero otras cosas eran nuevas: carreteras de varios carriles, un bullicioso campus universitario y más gente por kilómetro cuadrado de la que había visto cuando era niña.

También volvía a Panamá como estudiante universitaria con el objetivo explícito de conocer más sobre este país que fue mi primer hogar. Tenía mis recuerdos de infancia, las historias conocidas y contadas en la diáspora panameña de Nueva York, pero ansiaba más. Quería entender cómo habían vivido y entendido sus realidades como panameños negros los que vinieron antes que yo, y aprender sobre la ciudad de Panamá era una parte importante del rompecabezas. Hablando con los ancianos sobre sus historias de vida y sus recuerdos, llegué a conocer no sólo el presente de la ciudad, sino también su pasado.

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Mi primer encuentro con Inés Sealy tuvo lugar en el Museo Afroantillano de Panamá, situado en el barrio de El Marañón, Calidonia, de clase trabajadora y predominantemente afrodescendiente. El museo, inaugurado en 1980, está ubicado en una antigua capilla misionera construida en 1910. Ofrece a los visitantes pequeñas cápsulas de las ricas historias que los emigrantes afrocaribeños y sus descendientes llevaron a Panamá. Me sentí como en casa, con colchas que recordaba haber visto de niña e imágenes de mujeres negras en movimiento que me hicieron pensar en un día cualquiera en Colón.

Pero, aunque el museo me maravilló, la historia de la vida de Sealy -que me condujo a través de múltiples generaciones de emigrantes negros, empresarios y trabajadores de la Zona del Canal- se llevó las palmas.

Inés Virginia Sealy nació en Ciudad de Panamá el 27 de febrero de 1939. Sus padres, ambos nacidos en el Caribe británico, formaban parte de los casi 200.000 emigrantes que llegaron a Panamá durante la década de la construcción del Canal de Panamá (1904-1914).

Su abuelo materno formaba parte de los 40.000 trabajadores contratados por el gobierno estadounidense para construir el canal, y su madre tenía sólo tres meses cuando emprendieron el viaje en 1906 desde Santa Lucía. La decisión de contratar a trabajadores del Caribe británico fue deliberada: hablaban inglés, pero cobraban mucho menos que los ciudadanos estadounidenses.

El padre de Sealy también trabajó en la construcción del canal. Tenía 19 años cuando emigró de Barbados en 1909. Regresó a Barbados tras la finalización del canal, para volver a Panamá cinco años más tarde, según me contó Sealy con despreocupación. A su regreso, trabajó en la Zona del Canal y en las áreas militares y civiles que lo rodeaban, tanto “bajo su nombre como usando el de otros”. Tras formalizar su empleo en la Zona, trabajó allí hasta que Sealy terminó el bachillerato, y luego abrió un taller de reparación de coches.

Tenía mis recuerdos de infancia, las historias conocidas y contadas en la diáspora panameña de Nueva York, pero tenía hambre de más. Quería entender cómo habían vivido y entendido sus realidades como panameños negros los que vinieron antes que yo, y aprender sobre la ciudad de Panamá era una parte importante del rompecabezas.

En 1938, compró la casa en el barrio de Carrasquilla de Ciudad de Panamá donde Sealy se crio y donde a su vez, crio a sus propios hijos. En Carrasquilla, Sealy entabló estrechas amistades con otros panameños negros que, como ella, hablaban un inglés aprendido de sus padres caribeños, a pesar de ser reprendidos por hablarlo en la escuela.

Aunque los padres de Sealy hicieron de Panamá su hogar permanente, optaron por seguir siendo ciudadanos de la colonia británica en lugar de solicitar la ciudadanía panameña. Barbados y Santa Lucía siguieron siendo colonias británicas hasta 1966 y 1979, respectivamente. Había muchos “trámites burocráticos” para obtener la nacionalidad panameña, como tener que pasar un examen de ciudadanía, recuerda Sealy. Además, aunque se obtuviera la nacionalidad, podía ser revocada. Esto le ocurrió a un contemporáneo del padre de Sealy, William Preston Stoute, nacido en Barbados, que fue uno de los líderes de la mayor huelga laboral que se produjera en la Zona del Canal.

Cuando cumplió 21 años, Sealy también tuvo que plantearse la cuestión de la ciudadanía. Según la Constitución panameña de 1946, Sealy, de padres nacidos en el extranjero, tenía que solicitar formalmente el reconocimiento de su ciudadanía por nacimiento. Los solicitantes debían demostrar su “incorporación espiritual y material” a la república. “Si hubiera sabido que sería tan difícil obtener la nacionalidad panameña, habría solicitado la de Barbados”, bromea.

Me faltaban cinco meses para cumplir 21 años cuando Sealy compartió su experiencia. Me preguntaba: ¿Pasaría una prueba de “incorporación espiritual y material” en Panamá? ¿Lo pasaría en Estados Unidos? Sealy me ayudó a entender que estos procesos estaban pensados para excluir y hacerte cuestionar tu pertenencia. Sin embargo, con el tiempo, ese cuestionamiento hizo que Sealy quisiera aprender más sobre la historia de su familia.

Sealy visitó Barbados cuatro veces. No encontró a ningún pariente vivo - “Cuando nací, mi padre tenía 48 años; cuando empecé a buscar, tenía 75”, recuerda-, pero sí encontró la parcela donde estaba enterrada su abuela paterna. Estaba en el cementerio de la iglesia de San Cristóbal, lo que tenía una especie de sentido cósmico para ella, porque, su padre “cuando asistía a la iglesia [en Panamá], lo hacía en la iglesia de San Cristóbal”.

Sealy siguió los pasos de su querido padre trabajando en la zona del Canal, donde sus conocimientos de inglés la convirtieron en una buena candidata. Empezó en un puesto temporal como dependiente en una de las comisarías, pero se presentó tenazmente a todas las vacantes y pruebas de aptitud disponibles. “Todas las mujeres negras [de la Zona]”, cuenta, “intentábamos ascender en nuestros puestos de trabajo”. Finalmente, encontró un puesto fijo en el sistema de bibliotecas de la Zona, donde permaneció 23 años. Mientras tanto, continuó ampliando su educación, tomando clases de estudios bibliotecarios en la Universidad de Panamá.

Pero esta educación y formación no fueron suficientes frente a la arraigada jerarquía racial y ciudadana de la Zona. La antinegritud determinaba la realidad cotidiana en la República de Panamá; en la Zona del Canal, la ciudadanía blanca estadounidense se imponía a todo lo demás. Cuando sus superiores colocaron como jefa a una mujer blanca nacida en Estados Unidos -alguien con menos estudios que Sealy- ésta decidió que ya estaba harta. Se jubiló a los 48 años, beneficiándose de los cambios en la legislación laboral de la zona que permitían la jubilación tras 23 años de servicio.

Durante su largo retiro, Sealy se convirtió en traductora jurada de español e inglés, ayudó a coordinar espectáculos de calipso (incluido uno con Lord Cobra) y colaboró como voluntaria con organizaciones como la Sociedad de Amigos del Museo Afroantillano de Panamá.

Mi última conversación a profundidad con Inés Sealy fue en agosto de 2019, 18 años después de nuestro primer encuentro. Ese día hubo un aguacero épico, con relámpagos, aguaceros y la amenaza de que se fuera la luz. Pero, aun así, hablamos durante horas. Tenía planes de pasar más tiempo en Panamá en abril de 2020, pero la pandemia lo cambió todo. Charlamos brevemente por Zoom, y le dije que estaba solicitando becas que me permitirían pasar un año completo en Panamá a partir del otoño de 2022. Sealy me instó a venir antes. Nuestros ancianos nos están dejando, me advirtió.

Imaginé que tendría más tiempo, al menos con la Señora Sealy. A sus 80 años, seguía haciendo movimientos por todo Panamá. Tenía que seguirle el ritmo. Pero falleció el 5 de junio de 2022. Sólo faltaba un mes para que yo pudiera volver a su ciudad, una ciudad que ella me había ayudado a entender y a amar.

Cuando visito el Museo Afroantillano, todavía imagino que veré a Inés. La forma en que entiendo y vivo la ciudad de Panamá está en deuda con los ancianos como ella, que me ayudaron a viajar del pasado al presente y me permitieron apreciar los flujos y reflujos de los espacios que acabamos llamando hogar.

KAYSHA CORINEALDI es la autora de Panamá in Black: Afro-Caribbean World Making in the Twentieth Century (2022). También ha escrito en Signs: Journal of Women in Culture and Society, Social Texts, Public Books, Black Perspectives, American Historical Review, Washington Post, Caribbean Review of Gender Studies, International Journal of Africana Studies y Global South.

Esto fue escrito para Zócalo Public Square.

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