Lo que los estadounidenses no saben sobre la historia latina podría llenar un museo
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El jueves, el senador Mike Lee (republicano por Utah) bloqueó un esfuerzo del Congreso bipartidista para establecer un nuevo Museo Nacional Smithsoniano del Latino Estadounidense, declarando que “lo último que necesitamos es dividir aún más a una nación ya fraccionada con una serie de museos segregados para grupos identitarios”.
Advirtiendo de los peligros de un nuevo museo de historia latina, acusó a sus partidarios de adscribirse a una “llamada teoría crítica” que “torna en arma la diversidad”, que “afila todas esas identidades hasta convertirlas en cuchillos y dagas” y que transforma a los “campus universitarios en concursos de reclamos y en turbas orwellianas sueltas”.
Las exageraciones de Lee eludieron todos los hechos disponibles sobre los latinos en Estados Unidos. Caricaturizaron las opiniones de quienes apoyaban el museo, incluidos historiadores, profesionales museográficos, líderes comunitarios y ejecutivos de empresas. Fue el único senador que se opuso a un proyecto de ley aprobado por la mayoría en la Cámara y el Senado (incluida la mayor parte de la delegación del Congreso de California), por el presidente electo Joe Biden y el Smithsonian. Se espera que el presidente Trump firme la iniciativa si llega a su escritorio.
Hemos escuchado este tipo de cosas antes —la opinión de que reconocer plenamente la importancia de las historias de los estadounidenses de color es automáticamente divisivo. Un complemento de esa idea es que las instituciones públicas deben promover un solo mensaje de ideología monolítica. Pero los museos no deberían ser monumentos a verdades intemporales. Deben ser instituciones educativas y de investigación, equipadas para presentar complejidades sobre el pasado y el presente.
Desafortunadamente, la ignorancia de la historia de los latinos en Estados Unidos, desde el desarrollo de Occidente hasta las contribuciones culturales y económicas de los mexicoamericanos, puertorriqueños, centroamericanos, dominicanos y otros, está muy extendida. Y ese desconocimiento afecta cómo entendemos, o no entendemos, a esta población en la actualidad.
Un nuevo museo nacional podría abordar esta compleja narrativa bajo un mismo techo. Quizá no pueda presentar todos los aspectos de esta vasta historia, pero podría ampliar enormemente la comprensión pública de una parte central del patrimonio de este país.
Podría abordar el legado de los relatos coloniales desde el siglo XVI en adelante, incluidos los patrones de violencia y asentamiento, el trabajo de gobernadores, misioneros, soldados y comerciantes en lugares como Florida, las Carolinas, Texas, Nuevo México, Arizona y California.
Sería capaz de presentar una nueva mirada a la historia militar estadounidense, rastreando la participación hispana durante y después de la Revolución Americana. Podría retratar a los visitantes el papel de los trabajadores, emprendedores y empresarios latinos en la configuración de la economía de todas las regiones del país —incluidos Los Ángeles, Nueva York, St. Louis, Houston, Miami, el Valle de Yakima de Washington y el Valle de San Joaquín, por nombrar algunos.
La mayoría de los estadounidenses tienen poca comprensión de las luchas por la justicia y la libertad de los latinos desde mediados del siglo XIX, o de los esfuerzos de los organizadores sindicales pertenecientes a este grupo poblacional, de los periodistas, líderes empresariales, activistas por los derechos de los inmigrantes, defensores de la libertad de expresión y, en las últimas décadas, organizaciones LGBTQ, para proteger los derechos de sus comunidades. Un museo nacional podría recopilar y presentar esa historia de manera accesible para una audiencia general. Y, por supuesto, tendría la facilidad de narrar la influencia persistente de las culturas latinas en la comida, la música, la literatura, las artes visuales, el cine y las redes sociales.
A pesar de las críticas de Mike Lee, esta no sería una instalación injustificada, sino una que brinda a todos los estadounidenses una comprensión más precisa y dinámica de esta historia, incluidas sus muchas contradicciones. Hace varias semanas, escribí una carta, firmada por 210 historiadores latinos, dirigida al Senado, abogando por la creación de un museo “polifónico” que represente muchas perspectivas y experiencias, y trace nuestra biografía colectiva desde los últimos cinco siglos, hasta el momento contemporáneo.
La abrumadora mayoría del Congreso reconoce que la historia latina durante demasiado tiempo ha sido descartada u ocultada a la vista del público. Hay tanto que contar; una institución centrada exclusivamente en esta misión podría archivar, interpretar y preservar estas narrativas a lo largo del tiempo.
Entonces, vayamos más allá de la estupidez de las objeciones de Lee. El sueño de construir un organismo dedicado a la historia latinoamericana se remonta a 1994, cuando un informe criticó al Smithsonian por su “negligencia deliberada” de los latinos en este país. El Congreso debe aprobar la Ley del Museo Nacional de los Latinos Estadounidenses de inmediato, para garantizar que dediquemos la atención adecuada a estas comunidades.
Stephen Pitti es profesor de historia, estudios estadounidenses y etnicidad, raza y migración en la Universidad de Yale. Es expresidente del Comité de Monumentos Históricos Nacionales del Servicio de Parques Nacionales. @latinohistoria
Para leer esta nota en inglés haga clic aquí
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