No solo es Donald Trump; todo el siglo ha sido una verdadera tormenta política
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Es posible que Joe Biden haya puesto fin a la huracanada presidencia de Donald J. Trump, pero su victoria amplía una tendencia más extensa desde la estabilidad relativa a una época de notable agitación política.
De 1960 a 1978 hubo tres elecciones en las que el control de la Casa Blanca, el Senado o la Cámara de Representantes cambió de partido. De 1980 a 1998, hubo cuatro. Desde 2000, ha habido nueve elecciones en las que el poder cambió de mano, siendo la elección de Biden la última.
Los últimos 20 años tuvieron dos de los eventos más importantes de la historia moderna: los ataques terroristas del 11 de Septiembre y la pandemia de COVID-19. Ambos cambiaron nuestras vidas; pensemos en abrirnos camino a través de la seguridad del aeropuerto en calcetines, esas reuniones vía Zoom que (difícilmente) sustituyen el contacto cara a cara, o las barreras de plexiglás en la caja de pago del supermercado.
Las calamidades que rodearon las dos primeras décadas del siglo seguramente tuvieron un impacto político; es muy posible que Trump hubiera ganado un segundo mandato si no fuera por su manejo torpe de la pandemia.
Pero ninguno de los eventos explica este período de inusual volatilidad. En cambio, hay varios factores, incluido el dinero, el partidismo, la extralimitación política y lo que podría llamarse una mentalidad amazónica.
El tsunami verde
Hoy en día, se invierte más dinero que nunca antes en las campañas. Se espera que el gasto en las elecciones de 2020 alcance casi $14 mil millones, según el Center for Responsive Politics, que rastrea el financiamiento de campañas. La suma es el doble de la registrada en 2016.
Una gran razón es el caso de Citizens United, que terminó con un fallo de la Corte Suprema de 2010 que liberó a los comités de acción política para recaudar y gastar sumas de dinero ilimitadas. Otra es internet; decir que el crecimiento de la recaudación de fondos en línea se ha disparado es como sugerir que hace un poco de frío en Alaska durante el invierno.
Fue impresionante cuando el difunto senador de Arizona John McCain recaudó más de $500.000 en línea en las 24 horas posteriores a una sorpresiva victoria en las primarias presidenciales de New Hampshire en 2000. Este año, Biden recaudó $26 millones en las 24 horas posteriores a la selección de la senadora de California Kamala Harris como su compañera de fórmula, en vías de alcanzar $365 millones en contribuciones en agosto.
Recaudó $383 millones más en septiembre.
La gran mayoría de los legisladores que buscan la reelección regresan a Washington. Pero nunca ha sido más fácil para los retadores recaudar dinero y derrotar a los miembros del Congreso, o al menos darles el susto de su vida.
La titularidad, al menos desde un punto de vista financiero, no es lo que solía ser.
Azules más azules, rojos más rojos
El votante que corta boletas puede seguir el camino de otras costumbres políticas pintorescas, como los sombreros de paja o canotier, los desfiles de antorchas y las convenciones políticas que la gente realmente mira.
En 2016, por primera vez desde la elección directa de senadores estadounidenses en 1914, todas las elecciones al Senado estuvieron alineadas con las presidenciales. En otras palabras, si Trump ganaba un estado, el escaño era para un republicano. Si Hillary Clinton prevalecía, la bancada era para un demócrata.
El patrón se mantuvo esta vez con la excepción de Maine, donde ganó Biden y la republicana Susan Collins fue reelegida para su quinto mandato; y quizá de Georgia, un estado de Biden donde se favoreció a ambos senadores republicanos para prevalecer para mantener sus escaños.
Estados Unidos se ha ido clasificando cada vez más por preferencias políticas, dividiéndose en tribus inflexibles. Solía haber una gran cantidad de republicanos de centro izquierda y demócratas de centro derecha. Ya no.
Los medios que se adaptan a un punto de vista partidista u otro y refuerzan esa separación y alejamiento, presentando a cada facción con su propio conjunto de “hechos” y la versión de “la verdad” que sostiene como evidente.
El término medio se hace cada vez más pequeño.
Un sondeo realizado por el encuestador Bill McInturff y su firma republicana encontró que alrededor de nueve de cada 10 personas votaron en esta elección por el mismo partido para el Congreso y la Casa Blanca, en comparación con menos de dos tercios en 2000.
Si el partidismo es lo que cuenta para los votantes, el desempeño laboral importa mucho menos. “Puedes ser un miembro del Congreso realmente bueno, haber trabajado duro”, expresó McInturff, “pero si la parte superior de la lista es un miembro del otro partido y la gente vota directamente, es posible que pierdas”.
La palabra con M: mandato
El mago que conjura objetos -una bufanda, una paloma blanca- de la galera no es nada en comparación con el político que emite un mandato. Se trata de lo que él o ella digan y lo que sea que soporte el tráfico político. Esto último es particularmente importante.
Una y otra vez en los últimos 20 años, los presidentes y líderes del Congreso se han extralimitado, viendo el éxito de su partido en las urnas como una licencia para el tipo de cambio drástico que seguramente antagonizará con la mitad o más de un electorado polarizado.
El republicano George W. Bush intentó renovar el Seguro Social después de su reelección en 2004. El demócrata Barack Obama rediseñó el sistema de salud de la nación después de ganar la Casa Blanca en 2008. Con Trump en la Casa Blanca, los republicanos del Congreso en 2017 buscaron deshacer la Ley de Cuidados de Salud Asequibles, que resultó ser mucho más popular en la práctica de lo que había sido en teoría.
En cada ocasión, el partido del presidente pagó el precio, perdiendo al menos una cámara del Congreso en las próximas elecciones de mitad de período.
¿Podría estar listo para ayer?
Vivimos en una sociedad en la que el logro está a solo unas pocas teclas de computadora. “Nuestra cultura tiene que ver con la gratificación instantánea”, comentó Don Sipple, un estratega de medios cuyos clientes políticos incluyeron a Bush, Arnold Schwarzenegger y Jerry Brown. “Ya no tienes que subir al auto para ir a Sears. Si quieres algo, lo pides online y ¡listo! Está en la puerta”.
La paciencia ya no es una virtud. Ni siquiera se puede comprar por Amazon.
Eso significa que las promesas políticas tienen una vida útil más corta que nunca, y ¡ay del partido que no cumpla! O prometen demasiado y no cumplen jamás.
Con una elección cada dos años, los votantes impulsivos no tienen que esperar mucho para desalojar a un partido del poder y darle al otro un contrato de arrendamiento similar a corto plazo.
Biden acaba de comenzar su transición a la Casa Blanca; no asumirá hasta el 20 de enero. Trump, por su parte, todavía se niega a aceptar su derrota en las elecciones.
Pero el reloj ya está corriendo para el presidente electo y sus compañeros demócratas en el Congreso que estarán en la boleta electoral en 2022. Esa podría ser la quinta elección consecutiva con cambio de rumbo si la gente no está contenta con lo que obtiene.
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