Recordando a Marion Moses, doctora personal de César Chávez y Dorothy Day
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Entre las muchas personas notables que he conocido durante años de escribir sobre el movimiento de los trabajadores agrícolas, Marion Moses se destaca, no como la más exitosa, inteligente o influyente -aunque lo era-, sino porque poseía una claridad moral y una fuerza que la impulsó a través de un recorrido extraordinario.
Su muerte, ocurrida la semana pasada a sus 84 años, no fue una gran noticia. Con demasiada frecuencia, historias como la de ella no son contadas; oportunidades perdidas de inspirarse en personas que no reclaman atención, pero cuya existencia hace del mundo un lugar mejor. Su legado es un rayo de esperanza y un respiro tan necesario en esta era de ansiedad. Una y otra vez, a su modo decidido, Moses superó obstáculos para hacer el bien.
Nacida en Wheeling, Virginia Occidental, y la segunda de ocho hijos, Moses fue la primera de 68 primos en su familia de inmigrantes libaneses en graduarse de la universidad. Cuando quiso ser médico, su padre le dijo que esa no era una profesión para mujeres; entonces, se convirtió en enfermera. Pero Moses no estaba sujeta a convenciones, y estaba en Berkeley en la década de 1960, justo cuando la causa se estaba convirtiendo en el nuevo movimiento de derechos civiles de Occidente. Atraída por el mundillo de los gremios de los trabajadores agrícolas, pasó cinco años en el incipiente sindicato United Farm Workers de César Chávez, como enfermera, líder de boicots y recaudadora de fondos. Después asistió a la escuela de medicina.
Tenía 40 años cuando se graduó. Se centró en medicina ocupacional y los peligros que representan los pesticidas, especialmente para los trabajadores agrícolas. Se volvió eminente en ese nuevo campo, aunque fue más reconocida como la doctora personal de Chávez y como la fundadora del Movimiento de Trabajadores Católicos, Dorothy Day, de quien se hizo amiga cercana.
Moses vivió unos cuantos momentos históricos. Hace cincuenta años, un verano estaba en la habitación 44 del Stardust Motel en Delano, California, masajeando la espalda de Chávez mientras negociaba los detalles finales de los contratos sin precedentes que pusieron fin a la huelga de uvas de cinco años.
Pero su mayor impacto fue en las sombras, donde trabajó sin ser anunciada -aunque no sin ser escuchada- porque Moses no era una mujer silenciosa. En las salas de estar de los trabajadores agrícolas hizo amigos y aprendió español; en las clínicas rurales administraba fármacos y en las salas de emergencia de los hospitales, exigió que los mexicoestadounidenses pobres fueran tratados con urgencia y respeto, no con la negligencia y el desprecio que tan a menudo encontraban. “Los pobres nos están enseñando que la lucha por la atención médica es inseparable de la lucha por la dignidad humana”, escribió en 1973 en el American Journal of Nursing. Cuando se mudó a Delano, redactó: “Me preocupaba dónde viviría, qué comería, qué haría para ganar dinero. Me preocupaban cosas intrascendentes que nunca me han afectado ahora”.
Compartió la convicción de Chávez de que la pura voluntad y perseverancia en una causa justa casi siempre pueden triunfar. Ella infundió esa fe en personas como Tom Dalzell, quien tenía 16 años cuando Moses lo puso en su primera línea de un piquete y presionó para que el adolescente pasara el verano en Delano; él permaneció en el sindicato durante ocho años. “Todo lo que he hecho en el trabajo ha sido moldeado por esos años”, escribió Dalzell, gerente comercial del Local 1245 de la Hermandad Internacional de Trabajadores Eléctricos, en un homenaje a Moses. Incluso a sus 80, ella “tenía la misma energía apasionada que recuerdo poseía en 1968. Era una mujer gloriosa”.
Chávez desplegó a Moses para resolver problemas grandes y pequeños. “Recuerdo lo difícil y terco que podía ser (él decía lo mismo de mí)”, escribió. En 1969, frustrado porque los chefs de la cocina del sindicato no le guardaban las sobras para alimentar su granja de lombrices, Chávez envió a Moses. A partir de entonces, los gusanos comieron bien, relató. “Marion nunca ha dicho que no a una tarea. No importa cuán m... sea, ella lo hace”.
Moses trataba a Chávez como a un familiar, con amor y lealtad, pero era plenamente consciente de sus defectos. Él le correspondía. De las muchas personas clave a quien Chávez expulsó del sindicato a lo largo de los años, Moses era la única que conozco que era bienvenida nuevamente.
Chávez y Day no le importaban a Moses por quiénes eran, sino por lo que hacían. Le daba más satisfacción haber ayudado a aliviar el dolor de espalda de Chávez para que él pudiera reanudar su trabajo, y que aquellos cercanos a Day afirmaran que los cuidados de Moses le habían prolongado la vida.
Mi recuerdo perdurable es el de estar sentada en el diminuto apartamento de Moses en San Francisco frente al Golden Gate Park mientras me mostraba fotos de su yo más joven con Chávez y con Day. “Eran mis amigos”, decía simplemente. Y eso era suficiente.
Miriam Pawel ha escrito ampliamente sobre California y la agricultura. Es autora de “The Crusades of Cesar Chavez” y “The Browns of California”.
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