Anuncio

¿Cómo es la vida a la edad de 108 años? la respuesta de ella es: simple

Virginia Davis, de Santa Mónica, cumplió 108 años el 16 de octubre. "No puedo creerlo. No puedo creerlo”, dice ella.

Virginia Davis, de Santa Mónica, cumplió 108 años el 16 de octubre. “No puedo creerlo. No puedo creerlo”, dice ella.

(Anne Cusack / Los Angeles Times)

Tendras que perdonar a Virginia Davis si ella no quiere hacer mucho alboroto el viernes, aun si es el día de su cumpleaños.

A ella nunca le han gustado las fiestas de cumpleaños. La última fiesta en grande que tuvo, fue su fiesta de sus ‘dulces’ 16 años.

“Un montón de amigos y yo fuimos al cine”, recuerda. Su madre les sirvió pastel y helado.

Eso sucedió hace 92 años antes del viernes, cuando Virginia cumplió 108.

“No puedo creerlo. No puedo creerlo”, dice ella y luego agrega, “No es bueno esto de vivir por tanto tiempo”.

Anuncio

Su esposo murió hace muchos años, su hijo murio más recientemente — a sus ochenta y tantos años.

Su hija Frances, de 76 años, vive en Agoura Hills. El número de Frances está pegado con cinta adhesiva al teléfono de grandes botones, al lado del sillón reclinable en el que Davis ahora pasa sus días.

Es un sillón grande, y sentada en él, ella se ve pequeñita. Su mundo solía ser amplio. En los últimos años se ha ido cerrando.

Afuera de su calle, en Santa Mónica, los coches pasan zumbando. La gente pasa frente a su ventana hablando en voz alta.

Pero Davis, que nació en New Castle, Delaware, mira hacia adentro, hacia su sala de estar y cocina.

En la mesa de la cocina, la persona que la cuida y que ha estado con ella desde que se cayó hace unos años, se agacha silenciosamente sobre su teléfono celular.

Un río de recuerdos fluye a través de la mente de Davis, aunque algunos detalles se le van, inalcanzables.

Davis aún recuerda cuando llegó a Los Ángeles “hace más de 70 años” en un autobús, ella y su marido, viajando hacia el oeste y llevando entre los dos solo una maleta.

Ella puede traer a su memoria los coches amarillos y los coches rojos y el Grand Central Market, antes de que la zonas se volviera gourmet y estuviera de moda entre los jóvenes. Ella caminaba hasta el mercado para ahorrarse la tarifa de 5 centavos del trolebús y comprar tres mazos de betabel por una moneda de diez centavos.

Recuerda haber trabajado como mesera, ganando 25 centavos la hora, así como la Gran Depresión, cuando 25 centavos de dólar era mucho más de lo que algunas personas tenían.

Las malteadas costaban cinco centavos en aquellos días, dice. Eran grandes y lo llenaban a uno. Cuando ella y su marido eran nuevos en la ciudad, cada uno pedía una para almorzar y luego tomaban largas caminatas, intentando aprenderse la ciudad.

Nunca ganaron mucho dinero. Él era un obrero para los estudios de cine. Tenía que llamar todos los días para ver si había trabajo para él.

Una vez él le sugirió tomar el coche rojo para ir conocer Hollywood. Ella le dijo que no estaba interesada. En el centro de L.A., dice que “en aquellos días, vi muchísimos desfiles, y las estrellas de cine participaban en ellos, así que yo los veía de esa manera”.

¿Qué estrellas vio? Los nombres la eluden. “Ellos son los de hace mucho, mucho tiempo atrás”.

Un día, ella se unió a unos amigos en uno de los barcos para juegos de azar en la bahía de Santa Mónica. Cuando ella y su marido volvían a casa, un terremoto sacudió las paredes.

“Pensé que estaba siendo castigada, porque mi madre no era una jugadora”, dice.

¿Fue el terremoto de Long Beach de 1933? “Oh, caray”. Ella no puede decir que fuera así con certeza.

Los días de Davis no varían mucho, dice, sea o no su cumpleaños 108.

Ella se levanta alrededor de las 8:00 a.m. Se sienta en su sillón. Escucha la radio. Ve los programas de noticias.

“La gente vieja solo se sienta, ¿sabe usted?, y se duermen y se sientan”, explica ella.

Como siempre, tomará sopa para la cena. Ella no espera un pastel de cumpleaños.

Pero ella disfrutará de un tazón de helado Napolitano, como lo hace cada noche antes de acostarse.

Anuncio