Anuncio

‘No podemos dejar de llorar’, dicen familiares durante los funerales de las víctimas de la masacre

El ataúd de Isaac Amanios, víctima de la masacre de San Bernardino sale de la Iglesia Ortodoxa de St. Mina Copta en Colton, el sábado.

El ataúd de Isaac Amanios, víctima de la masacre de San Bernardino sale de la Iglesia Ortodoxa de St. Mina Copta en Colton, el sábado.

(Wally Skalij / Los Angeles Times)

Mientras estaba de pie junto al ataúd el viernes y luego cerca de otro ataúd el sábado, Bob Kirk estudió los rostros de la multitud.

Kirk, un hombre de 74-años de edad y director de servicios funerarios, ha trabajado organizando funerales durante una década, pero las ceremonias a las que asistió la semana pasada para dos de los hombres asesinados en San Bernardino le pareció distinta.

“Vi un tipo diferente de dolor en el rostro de la gente”, dijo.

A pesar de que él no conocía a Damian Meins o Isaac Amanios, sintió un profundo dolor por ambos e hizo algo que casi nunca hace cuando trabaja: Lloró. Cuando la hija de Meins le dijo que deseaba que todo esto dolor pronto pasara. Kirk pensó que eso nunca pasaría.

Anuncio

“Siempre va a ser un mártir”, dijo de su padre, que, junto con otras 13 personas, murió en el peor ataque terrorista en suelo estadounidense desde el 11 de septiembre 2001.

En muchos sentidos, el dolor de las familias de las víctimas fue el mismo del de toda la nación.

El presidente Obama lamentó las muertes en un discurso televisado la semana pasada desde la Oficina Oval. Mientras tanto, los periodistas repitieron una y mil veces lo siento, mientras indagaban todos los detalles de las vidas de las víctimas.

James Godoy, respondió a un correo electrónico de un periodista poco después de que él escogió el traje que iba a llevar su esposa Aurora, de 26 años, durante la misa de cuerpo presente. Phu Nguyen dijo que la familia y amigos de todo el mundo se enteraron de la muerte y llamaron de Francia, Australia y Vietnam para ofrecer sus condolencias por la muerte de su sobrina, Tin, de 31 años.

“No podemos dejar de llorar”, dijo Nguyen, en voz baja.

Su dolor tuvo la atención de todo el país.

Los familiares de la víctima Yvette Velasco, de 27 años, inicialmente habían planeado tener un funeral privado, al igual que muchos de los familiares de las otras víctimas, pero finalmente accedieron a permitir que los medios de comunicación asistieran.

El dolor de su padre era palpable en el servicio al aire libre que celebraron bajo una tarde nublada.

La voz de Roberto Velasco reflexion ambos sobre cómo su hija se había vuelto una joven muy inquieta. “Era como si ella hubiera sabido que su tiempo con nosotros era limitado”, dijo Velasco.

Unos minutos más tarde, tomó una paloma blanca en sus manos y la arrojó al aire. El ave se elevó sobre la colina y pronto se perdió de vista.

Cerca del mausoleo, un niño pequeño sollozaba sobre sus rodillas. Cuando se paró unos minutos más tarde, contemplo directamente a los ojos a la arpista que tocaba en ese momento. Ella retiro las manos de las cuerdas y lo saludo con la mano izquierda.

El niño sonrió pero siguió llorando.

Después de que la ceremonia había terminado, los portadores del féretro izaron el ataúd llamando la atención de un grupo de reporteros gráficos que se encontraba a unos metros de distancia. Recogieron sus cámaras y se lanzaron hacia el escenari, tomando fotos mientras corrían.

La tía de Velasco, Angelina, dijo que la presencia de los medios hizo que todo fuera más surrealista.

“No puedo... no puedo creer que sucedió esto”.

Michael Nguyen, un amigo que habló en el funeral de Velasco, dijo que la presencia de los medios aumenta la sensación de pena.

De esa manera, dijo, la atención del país entero está junto a su amigo y las otras víctimas. Nguyen, que no está relacionado con la víctima Tin Nguyen, dijo que no le molesto la presencia de los periodistas, que al contrario, lo interpreta como parte del homenaje que el país les está rindiendo a las víctimas.

Muchas personas en la multitud dijeron que no conocían a Yvette Velasco, pero llegaron a rendirle tributo. Su vecino, Pablo Enríquez, dijo que la muerte de Velasco la sentía como un gran peso sobre sus hombros - a la par con el cáncer de su esposa, dijo, es una de las cosas más difíciles que jamás haya enfrentado.

“Nadie es inmune al terrorismo”, dijo.

El diálogo nacional se ha movido en gran medida hacia el control de armas y una amplia discusión en torno al terrorismo.

Sin embargo, para las familias y amigos de las víctimas, el duelo ha comenzado a instalarse en sus corazones.

Para Mandy Pifer, psicoterapeuta y desde hace mucho tiempo miembro del equipo de respuesta a crisis de la alcaldía de Los Angeles, la masacre en San Bernardino significó una desgarradora inversión de roles.

Ella está acostumbrada a correr a las escenas de muerte, a menudo llegando incluso antes de que el médico forense.

Pero esta vez fue diferente.

Era su novio Shannon Johnson, de 45 años, el que había muerto. El hombre con el que había salido durante tres años y tenía la intención de casarse. El que estaba planeando hacerse un tatuaje de la cara y que había cubierto con su brazo a un compañero de trabajo durante la masacre, ayudando a salvar su vida.

Dos días después de su muerte, se sentó en la cocina de su apartamento Koreatown y empezó a recordar los detalles simples de su vida en común. Había visto esta actitud antes en sus pacientes sobrevivientes de traumas. El duelo había dañado su memoria.

“Yo he estudiado todo esto”, dijo. “Pero experimentarlo es algo diferente”.

“Ese dolor nunca te da tegua, nunca se aleja”, dijo Richard Martínez. Su hijo, Christopher Michaels-Martínez, fue uno de los seis jóvenes asesinados en Isla Vista por un estudiante universitario que luego se suicidó.

“Echo de menos a mi hijo todos los días”, dijo Martínez, suspirando, en una entrevista telefónica el domingo. “Es horrible. No se va este dolor”. Martínez, quien trabaja como técnico en alarmas de seguridad para Everytown, fue a la costa este para participar en una marcha a favor del control de armas con la que conmemoró el tercer aniversario de la masacre de 20 niños y seis adultos en Sandy Hook Elementary School en Newtown, Connecticut.

Martínez dijo que trató de ver algo de la cobertura del tiroteo de San Bernardino, pero tuvo que apagar el televisor cuando escuchó a los periodistas que hablando de los atacantes. “Todavía se siente todo tan fresco, tan familiar”.

En el Inland Empire, todo era tristeza

Se podía ver en el sitio conmemorativo fuera del Centro Regional del Interior, donde cayeron las víctimas. Las rosas marchitas que cuelgan de una valla metálica y el cartel que dice: “A nuestros seres queridos, lo sentimos de que no estuvieran protegidos”.

Se podía escuchar, también, la pequeña voz de Bethanie Lara, mientras caminaba el viernes con su madre, Bernice, más allá de las flores y las velas colocadas en el sitio de la masacre. Aunque la madre y la hija no tenían conexión directa con lo que había ocurrido, hicieron el viaje desde Redlands para orar por las víctimas.

“¿Quién murió, mamá?”, pregunto la menor de 6 años de edad.

“Un montón de gente, bebé”, dijo Bernice, al tiempo que colocaba sus manos sobre los hombros de su hija.

Los ojos de Bethanie quedaron fijos en un ramo de la cerca - nueve rosas blancas para los hombres que murieron en el tiroteo y cinco rojas para las mujeres. Las flores generalmente la hacen sentirse feliz, dijo, pero no ahora. Se había dado cuenta de que esta era la historia que había visto en las noticias de la semana pasada.

“Gente mala está matando a gente buena”, dijo.

Anuncio