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Columna: ¿El mundo entero caerá rendido ante estos Juegos Olímpicos? No si se convierten en un evento de superpropagación

People march at night with banners and signs.
Manifestantes piden la cancelación de los JJ.OO. de Tokio, cerca del edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio, el 23 de junio, en dicha urbe.
(Kantaro Komiya / Associated Press)

Siempre hay alguna variación de este debate sobre si los beneficios de los Juegos Olímpicos justifican los costos.

Las exhibiciones del espíritu humano generalmente superan el cinismo, razón por la cual los Juegos siguen estando más estrechamente asociados con Michael Phelps y los Fierce Five que, digamos, el centro acuático abandonado en Brasil o la deuda que aplastó la economía de Grecia.

Así es como solía funcionar, al menos.

Pero esta semana, muchos de los mejores atletas del mundo se darán cita en Tokio, preparados para compartir sus recorridos con una audiencia global.

Simone Biles buscará defender el título completo de gimnasia femenina que ganó hace cuatro años. Una nueva generación de estrellas del atletismo, liderada por Michael Norman y Sydney McLaughlin, intentará revitalizar un deporte que nunca se ha recuperado por completo de un escándalo de drogas al comienzo del milenio. Rikako Ikee ya tiene hechizado al país anfitrión; el nadador de 21 años que estableció un récord nacional se acababa de recuperar de un caso de leucemia y aún así clasificó en dos eventos.

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Pero esta vez ganar los corazones del mundo podría ser más difícil de lo que fue en el pasado, y no solo porque no habrá fanáticos animando a los atletas. Los Juegos se disputarán en el contexto de un escepticismo sin precedentes sobre el propósito existencial del movimiento olímpico.

Tokio está en estado de emergencia debido a una cuarta ola de la pandemia de COVID-19. Sin embargo, a pesar de los pedidos generalizados para cancelar los Juegos, la ciudad está abriendo sus fronteras a decenas de miles de atletas, personal de apoyo y, sí, periodistas como yo.

La única persona que finge que los Juegos alguna vez cancelados se organizan en pos del bien público es el notoriamente hipócrita presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, quien recientemente se refirió al pueblo japonés como “la gente china”, antes de corregirse rápidamente.

Se trata de dinero, específicamente de las tasas de derechos de transmisión que representan la mayor parte de los ingresos del COI.

El primer ministro Yoshihide Suga y el gobierno japonés quieren recuperar todo lo que puedan de las decenas de miles de millones de dólares que se han invertido en estos Juegos. No les importa que los recursos médicos tengan que ser redirigidos de una pandemia que se cobró casi 15.000 vidas. No les parece importante que menos del 20% de la población esté completamente vacunada.

“¿Para qué se llevarán a cabo estos Juegos Olímpicos y para quién?”, preguntó Kaori Yamaguchi, miembro de la junta del Comité Olímpico Japonés, en un editorial publicado el mes pasado por Kyodo News.

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Yamaguchi ganó una medalla de bronce en judo en los Juegos Olímpicos de 1988. Ella, que comprende el valor del evento tanto como cualquiera, escribió: “Los Juegos ya han perdido su significado y se celebran solo para beneficio de ellos... Quedamos arrinconados en una situación en la que ni siquiera podemos detenernos ahora. Estamos condenados si lo hacemos, y condenados si no lo hacemos”.

La situación sacudió la ya frágil confianza del país en el gobierno, que se considera que no solo prioriza el dinero sobre la salud pública, sino que también es el culpable de una vacunación particularmente lenta.

La desconfianza hacia las autoridades aumentó hasta el punto de que en gran medida se ignora el estado de emergencia de Tokio. Si bien los restaurantes deben cerrar temprano y no vender alcohol, los barrios populares como Shibuya y Shinjuku están tan llenos como de costumbre, dijeron las personas de allí.

¿Pueden los deportistas triunfar en este clima? ¿O sus logros serán eclipsados por la negatividad?

Eso probablemente dependerá de si los Juegos Olímpicos se convertirán en un evento de supertransmisión del virus.

En un artículo publicado este mes por el New England Journal of Medicine, un grupo de cuatro expertos en salud pública y ocupacional escribieron: “Creemos que la determinación del COI de seguir adelante con los Juegos Olímpicos no se basa en la mejor evidencia científica”.

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Contactado por teléfono la semana pasada, uno de los autores del artículo, Michael Osterholm, afirmó: “Todavía tengo grandes preocupaciones sobre cuán seguros pueden ser los Juegos Olímpicos”.

El director del Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, Osterholm, asesoró al COI y a los funcionarios de salud japoneses sobre las contramedidas para el coronavirus. Brindó comentarios sobre los tres manuales publicados por los organizadores olímpicos que establecen protocolos de seguridad para el personal, los atletas y los medios de comunicación.

Osterholm se mostró preocupado por la propagación de la variante Delta, la más transmisible del coronavirus, además de temer que la instalación de plexiglás quedara, digamos, obsoleta.

“Este evento se planificó, en gran medida, para la prevención de las gotitas respiratorias”, comentó. “La ciencia ahora está demostrando de manera convincente que el virus se transmite por el aire, en gran parte, lo cual significa que es como el humo del cigarrillo: flotará donde sea”.

Esto podría ser problemático en la villa de los atletas, dijo. “Se ha prestado muy poca atención al tema de la ventilación”, señaló. “Su respuesta fue simplemente abrir las ventanas. Habrá 90 grados y será húmedo en Tokio, ¿verdad?”.

A Osterholm también le molestó la falta de especificidad en los manuales. “¿Cómo harán las pruebas y con qué frecuencia?”, preguntó. “¿Cuál será el proceso de cuarentena para los expuestos a individuos que hayan dado positivo? ¿Cómo se hará un seguimiento de todo eso? Realmente no lo sabemos.

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“En este punto, no tenemos evidencia de que hayan implementado el uso de lo que consideramos la protección respiratoria de grado superior, es decir, respiradores N95, a diferencia de cualquier otro tipo de cubierta de tela facial”.

Osterholm aprobó la decisión de prohibir la presencia de espectadores, pero se preguntó sobre el personal local y los voluntarios, que viven en Tokio y que entrarían y saldrían de la llamada ‘burbuja olímpica’.

“¿Cuáles serán los riesgos potenciales para los jugadores y los miembros del equipo, así como viceversa?”, se preguntó.

Osterholm instó a los organizadores olímpicos a aprender de la NFL, a la que también asesoró el año pasado. “El programa de pruebas fue insuperable”, destacó. “Los esfuerzos de rastreo de contactos fueron extensos. Evitaron que pequeños grupos potenciales de casos se convirtieran en grandes grupos de casos mediante la realización de pruebas y el seguimiento de manera muy proactiva”.

Osterholm señaló cómo las salvaguardas permitieron a la NFL jugar una temporada completa antes de que estuviera disponible una vacuna. “Si tuviéramos un enfoque de la NFL con los Juegos Olímpicos en este momento, eso sin duda ayudaría”, enfatizó.

Osterholm dejó algo en claro: su deseo que los Juegos Olímpicos sean un éxito. “Quiero decir, el mundo necesita esto ahora mismo”, afirmó. “Lo necesitamos. Por lo tanto, no somos detractores, diciendo que no se puede ni se debe llevar adelante. Pero con todos los problemas que acabo de presentar, [todavía quedan] grandes preguntas por hacer”.

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Sin embargo, de manera poco convencional, estos Juegos Olímpicos ya han unido al mundo, y no anticipándose al atletismo de primer nivel, sino mostrando los valores compartidos de la humanidad. Resulta que todos somos iguales cuando hay miles de millones de dólares en juego.

Meses después de que la estrella del tenis Kei Nishikori declarara que la pérdida de una sola vida sería demasiado, Japón arriesgará la seguridad de sus ciudadanos en un intento desesperado por organizar un evento que anteriormente debió posponerse un año.

La forma en que se desarrollen los Juegos desde el punto de vista de la salud pública decidirá, en última instancia, si las olimpíadas representan lo mejor o lo peor de la humanidad, si la imagen perdurable será la de Biles dando vueltas por los aires, o la de una crisis de salud aterradora.

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