Los Juegos Olímpicos de Tokio no están inspirando a la fatalista generación Z de Japón. Los jóvenes se enfrentan al COVID-19, a los estadios vacíos y al estancamiento económico.
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El estudiante de preparatoria en la prefectura rural de Akita quedó hipnotizado ante el despliegue del maratonista etíope, la gracia y humildad del judoka holandés y la victoria improbable pero conquistada del equipo de voleibol femenino japonés.
Eso ocurrió hace 57 años, durante los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964, cuando Yoshihide Suga era apenas un adolescente que se convirtió en el adulto que hoy es primer ministro de Japón. “En esos juegos sentí la inconmensurable capacidad humana”, relató el mes pasado el hombre de 72 años, en un discurso ante los legisladores japoneses. “Eso es lo que quiero mostrarles a los niños”.
La juventud japonesa de hoy tiene fama de estar desconectada, de ser fatalista y sentir desinterés por el mundo exterior. Estos adultos de la Generación Z han conocido Japón solo en la llamada ‘década perdida’, de estancamiento económico. A lo largo de su vida, el espectacular ascenso económico del país después de los primeros Juegos Olímpicos es un recuerdo lejano, suplantado por la ansiedad de que Japón sea eclipsado por sus vecinos asiáticos, China el principal de ellos.
Muchos aquí que recuerdan el triunfo del 64 esperaban que el regreso de los Juegos Olímpicos a Tokio recreara para los jóvenes japoneses de hoy un momento poco común de orgullo nacional sin complicaciones, una oportunidad de interactuar con el mundo y de inspirarse viendo de cerca el atletismo de clase mundial y fascinantes demostraciones del espíritu humano. Pero todo eso fue antes de que la pandemia convirtiera en una pesadilla el albergar el mayor evento deportivo del planeta.
Tal como están las cosas, los Juegos Olímpicos (JJ.OO.) que comenzarán el viernes se perfilan para ser menos un escaparate del resurgimiento y relevancia de Japón que una lucha por mantenerse a la vanguardia del virus, los escándalos y los problemas logísticos. Los JJ.OO. son, al menos a los ojos de los jóvenes, un reflejo inquietante del país que heredan.
Con el recuento de medallas aún en cero, las infecciones están aumentando en la aldea de los atletas, en las filas del Comité Olímpico Internacional (COI) y entre los contratistas. Se levantaron altos cercos alrededor del nuevo Estadio Nacional -valuado en $1.400 millones-, donde 60.000 asientos permanecerán vacantes. Un compositor que trabajó en la música para la ceremonia de apertura renunció el lunes, luego de que se supo que se había burlado e intimidó a sus compañeros de clase en sus días escolares, incluidos algunos con discapacidades.
“Debido al COVID, los Juegos Olímpicos han dividido más a la gente en lugar de unirla”, señaló Ayami Takahashi, una estudiante de último año en la Universidad de Keio. “No veo a nadie a mi alrededor emocionado por eso. Simplemente aceptan que está sucediendo”.
Takahashi, de 21 años de edad, será pasante de Olympic Broadcasting Services, propiedad del COI. Quería ser parte de una experiencia “única en la vida”. Pero es posible que el momento no evoque la emoción y la excitación que Suga espera para su generación.
Según ella, la atención del mundo está ahora en las deficiencias de Japón -incluido el cuarto estado de emergencia que se vive en la capital- la lentitud de la vacunación (poco más de una quinta parte de los japoneses están completamente inoculados) y los titubeos en el tratamiento de la pandemia. Se mantiene alejados a los espectadores extranjeros; se esperan pocos vítores en las calles. Todo parece una fiesta surrealista, sin invitados.
“Se esperaba que los Juegos Olímpicos se convirtieran en una forma de cambiar la cultura introspectiva de Japón, pero en este momento, no lo creo”, destacó.
Marina Kobayashi, de 22 años, una compañera de estudios de Takahashi que también trabajará en las sedes olímpicas, está contenta de ser parte de algo grande, pero no puede dejar atrás el malestar compartido por muchos japoneses, de que los Juegos se celebren durante una mortal crisis de salud. “Parece un poco fuera de lugar”, afirmó. “El simple hecho de saber que los Juegos Olímpicos se están desarrollando en un estado en el que no todos se sienten cómodos con ello, hará que no quede un legado tan grande”.
A pesar de todo, los oficiales siguen intentando generar entusiasmo en una nueva generación de aficionados olímpicos.
Se espera que unos pocos miles de escolares en la jurisdicción de Ibaraki, al noreste de Tokio, asistan a partidos de fútbol este fin de semana, en una rara excepción a la prohibición de la mayoría de los espectadores nacionales y extranjeros. Esa decisión fue recibida con una avalancha de quejas y protestas en las oficinas del gobierno local, criticando la decisión como arriesgada, según el diario japonés Mainichi. “Nos gustaría dejar los Juegos grabados en la memoria de los niños, ya que esta es una oportunidad que tal vez nunca vuelva a llegar a esta zona”, declaró al periódico un funcionario educativo local, que no reveló su identidad.
La generación de baby boomers de Japón tiene una fuerte opinión sobre los Juegos Olímpicos. El éxito del evento de 1964, apenas dos décadas después de la Segunda Guerra Mundial, moldeó la percepción de su nación y su lugar en el mundo, comentó Sachiko Horiguchi, antropóloga del Campus de la Universidad de Temple, en Japón. “Fue un símbolo muy grande de desarrollo económico”, expresó. “Toda la riqueza, eso es parte de su identidad”.
Pero incluso antes de la pandemia, se abrió una brecha infranqueable entre los boomers y los jóvenes de hoy, especialmente aquellos que no están en las mejores universidades o viven fuera de las principales áreas metropolitanas, afirmó Horiguchi. Los “trabajadores irregulares” sin estabilidad laboral constituyen una porción mayor de los jóvenes en comparación con el resto de la población, lo cual les da menos seguridad para planificar su futuro. Y son superados en número cada vez más. Los mayores de 65 años representan más del 28% del país, el más alto del mundo.
“Los jóvenes realmente no saben eso ni comparten ese sentimiento”, expresó Horiguchi sobre los nacidos décadas después de los Juegos del 64 y su resplandor. “Muchos de ellos parecen pensar: ‘La economía siempre va a ir mal, de todos modos no podemos esperar que los políticos nos guíen por el buen camino... Nada que soñar, nada que esperar. Vamos a conformarnos con lo que tenemos ahora’”.
No todo está cargado de desesperación. Los estudiantes de la Universidad de Keio se han estado preparando desde 2016 para recibir a atletas olímpicos de Gran Bretaña en el campus de Yokohama. Los alumnos viajaron a Reino Unido para aprender sobre los Juegos Olímpicos de Londres 2012, crearon un mapa sin barreras para los atletas paralímpicos y durante un tiempo, cenaron un platillo nuevo en el menú de la cafetería del campus: el clásico inglés fish and chips, pescado y papas fritas.
Esta semana, agitaron banderas y letreros, y vitorearon a los atletas desde el otro lado de una barrera, creada por una fila de escritorios, para mantenerlos separados previniendo la posibilidad de un brote de COVID-19. Dado que a los atletas no se les permitirá viajar por Japón después de sus partidos, tal como lo harían en circunstancias normales, los estudiantes pegaron fotos de lugares famosos del país, como el Castillo Matsumoto de Nagano y el Santuario Hirano, en Kioto. “Los estudiantes no solo experimentaron el lado bueno de los Juegos Olímpicos, sino también el malo”, relató Yu Sugiyama, líder de un grupo de estudiantes, quien resumió estos días como “complejos”.
Según Nathaniel Smith, profesor de antropología cultural en la Universidad Ritsumeikan, en Kioto, la Copa del Mundo de 2002 en Japón, organizada conjuntamente con Corea del Sur, se convirtió en una fuente de orgullo nacional para un segmento de los jóvenes japoneses. Parte de ese patriotismo recién descubierto fue la semilla optimista de un movimiento juvenil que estaba resentido con los extranjeros y a la defensiva ante los errores históricos de Japón, dijo.
Esta vez, comentó Smith, sus estudiantes parecen en gran medida apáticos. “‘No es para nosotros, por lo cual debe ser para otras personas’. Ese sentimiento está muy extendido”, comentó. “Mis alumnos están mucho más interesados en [Shohei] Ohtani que en cualquier tema olímpico”.
Momoko Nojo, una estudiante de posgrado en economía de 23 años y fundadora de “No Youth No Japan” (sin juventud no hay Japón), que alienta la participación de los jóvenes en la política, señaló que las controversias en torno a los JJ.OO., incluidos los escándalos recientes y el mal manejo de la pandemia por parte del gobierno, podrían despertar a una generación que no está acostumbrada a ser escuchada.
Nojo formó parte de una campaña en línea que derivó en la renuncia, este año, del ex presidente del Comité Olímpico Japonés, Yoshiro Mori, de 84 años, luego de su comentario de que las mujeres hablan demasiado en las reuniones.
“Antes, se pensaba que teníamos que dejar la política a los políticos y no quejarnos. Paguemos los impuestos y dejemos que hagan su trabajo”, comentó. “En este momento la gente siente que, si hacemos eso, lo que ocurre es esto. Ahora lo entendemos”.
Lowry es corresponsal especial.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
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