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A la medianoche de hoy, de acuerdo con una vena profundamente arraigada en el folclore de México y otras partes de América Latina, los espíritus de los muertos se acercan más a aquellos de nosotros que todavía soportamos la carga de vivir.
Es la víspera del 2 de noviembre, el Día de Muertos, los vivos se reúnen alrededor de ofrendas: velas, flores, caléndulas particularmente brillantes e imágenes de los difuntos. Las almas se sienten atraídas por la alegría. Su memoria, en efecto, revive.
A Martha Jiménez del Este de Los Ángeles generalmente le encanta poner altares para esta tradición. Pero también le teme a este día desde hace semanas.
Esta florista de 66 años suele estar muy ocupada en esta época del año con pedidos en Alisol Flowers, el modesto negocio familiar de regalos en East César E. Chávez Avenue. Jiménez ha hecho altares del Día de los Muertos toda su vida desde su infancia en México, y es conocida por sus altares en su comunidad del este de Los Ángeles.
Pero este año es diferente. En 2020, muchos altares, demasiados, serán para víctimas del COVID-19.
“Si levantamos el altar, será casi como aceptar que realmente se ha ido”, afirmó dentro de su tienda la semana pasada, con los ojos llenos de emoción. “Tengo que afrontarlo en algún momento”.
One of those victims is hers. Pedro Robles Bravo, her brother, died of the virus at age 69 in Mexico. Jimenez watched the funeral online. To her, the experience wasn’t a full goodbye. As Day of the Dead approached, Jimenez was hesitant.
“If we put up the altar, it will almost be like accepting he is really gone,” she said inside her shop last week, her eyes welling with emotion. “I have to do it at some point.”
Este es el Día de los Muertos más triste que se recuerde en Los Ángeles.
En toda la región, en los hogares y en las plazas y parques, se han preparado altares para la celebración de esta noche. Muchos angelinos, como Jiménez, observan un Día de los Muertos en 2020 como ningún otro en sus vidas: separados y con tantos familiares fallecidos.
Más de 3.400 latinos en el condado de L.A. —muchos de ellos trabajadores esenciales o parientes de estos— han perdido sus vidas por el virus, con mucho la mayor proporción de los más de 7.000 decesos por COVID-19 registrados en el Condado hasta fines de octubre.
Tradición indigena
El Día de los Muertos en el siglo XXI se vive como un fenómeno a medio camino entre la intimidad de un ritual sagrado y la vulgaridad común en la cultura consumista estadounidense.
La tradición, particularmente en las comunidades indígenas, aún se practica con la mayor reverencia a sus raíces, con una cuidadosa observancia de los elementos requeridos para una ofrenda: un camino marcado por pétalos de caléndula -o cempasúchil- y fotografías de los difuntos.
La apropiación del Día de los Muertos por las fuerzas del mercado, como dicen los puristas, también derivó en el surgimiento de los llamados disfraces de Catrina Sexy en torno a Halloween, un guiño a los grabados de principios del siglo XX del litógrafo José Guadalupe Posada, imágenes incrustadas tan profundamente arraigadas en la cultura que el estilo se ha vuelto visualmente ubicuo.
También hay una muñeca Barbie del Día de los Muertos, una de las más vendidas de Mattel.
Desde que la tradición se volvió popular, en las últimas décadas, el Día de los Muertos del 1 y 2 de noviembre se convirtió en un espectáculo comunitario en el sur de California.
Pero debido a la pandemia, las ferias, los festivales y las exhibiciones públicas de ofrendas de esta festividad se han reducido significativamente o se adaptaron totalmente a la virtualidad este año, para mantener a las personas a salvo. El evento anual de música y altares en el cementerio Hollywood Forever, una de las noches más animadas de la ciudad, será virtual hoy a partir del mediodía y contará con actuaciones de miembros de Los Lobos (la transmisión puede seguirse aquí.)
En el Ayuntamiento de Pacoima, la exhibición anual de ofrendas se convirtió en un altar comunitario para las víctimas del COVID-19. Los residentes enviaron imágenes de personas perdidas por el patógeno a la oficina de la concejal Mónica Rodríguez.
Mi comunidad está llena de personas consideradas como trabajadores esenciales, que han sido las más afectadas”, afirmó Rodríguez en una entrevista. “Era importante continuar con esta tradición, sobre todo porque la comunidad ha estado tan desmoralizada por la pandemia”.
La celebración más querida en Los Ángeles se lleva a cabo todos los años en Self-Help Graphics & Art, en Boyle Heights. Para Betty Ávila, directora ejecutiva de Self-Help, no hay dudas de que la venerada organización prepararía un evento, de alguna forma, este año. La exhibición de arte habitual ahora es virtual, y el grupo liderará hoy una caravan en Grand Park.
“Hemos tenido que cambiar en todo lo posible para traducir realmente esa experiencia”, expresó Ávila. “Es un año en el que ha habido tantas pérdidas. Una pérdida de vidas, una pérdida de estabilidad económica, salud, y este movimiento de justicia racial provocado por los asesinatos de múltiples personas negras”.
El impacto de la pandemia en todos los órdenes de la vida de las personas de color es enorme, agregó Ávila.
“Todavía estamos tan metidos en esto, que seguiremos procesando todo lo ocurrido para el próximo Día de los Muertos”, reflexionó. “Aún seguiremos procesando estas pérdidas”.
El alto costo de los trabajadores esenciales
Todo lo relacionado con la pandemia ha sido una pesadilla para los latinos de clase trabajadora y los afroamericanos, que llenan las filas de los trabajadores esenciales en granjas, hospitales, cocinas, escuelas y servicios públicos como transporte, recolección de residuos y reciclaje, así como la oficina de correos.
En el gremio Local 770 de United Food and Commercial Workers, en Koreatown, los miembros del sindicato han instalado un gran altar para los compañeros de trabajo esenciales que perecieron. Uno de ellos fue Cruz Garrido Ocampo, quien trabajaba en una planta procesadora de aves de corral en Vernon, comentó su esposo, Pedro Garrido.
Cruz murió en agosto pasado, mientras se encontraba en su ciudad natal en el estado de Guerrero, México. Tenía 57 años. Su esposo, Pedro, estaba de pie en el exterior de la sede del sindicato, recordando al hombre que había conocido hacía 30 años en un crucero. La pareja estaba activamente vinculada con L.A. Pride y vivían en Boyle Heights. Se casaron en 2013.
“Treinta años, es toda una vida”, reflexionó Pedro Garrido, entre lágrimas.
Pedro ahora tiene un altar para Cruz en su casa, con una fotografía de él, una vela encendida “día y noche” y claveles, que eran las flores favoritas del fallecido. “Es la primera vez que participo en un altar. Así es como puedo honrarlo”, dijo.
Artistas y narradores a menudo utilizan la tradición del Día de los Muertos para resaltar las vidas de aquellos que han perecido injustamente. Con ese espíritu, la artista visual Consuelo Flores instaló este año una ofrenda que rinde homenaje a los muertos por COVID-19 en Self-Help.
“Siempre que hay personas que han sido asesinadas o han muerto por cualquier motivo, tiendo a querer llamar la atención sobre ello y honrarlos”, consideró Flores. “Hice altares para las mujeres de Juárez, para Ayotzinapa, para las víctimas del Grim Sleeper, para el tiroteo en Pulse y ahora para quienes murieron por la pandemia”.
La artista colocó plantas tropicales sobre musgo en el suelo y arreglos de flores de papel unidas a ramas de madera, colgando de cables. En ellos puso además pequeñas reproducciones de fotos de personas negras o latinas de todo el país, que murieron en la pandemia.
Para Flores el Día de los los Muertos este año será más significativo que nunca, así como la forma en que esto cambió nuestras vidas, incluso en tiempos de duelo.
“Donde no ha habido esa oportunidad de asistir a un funeral, de tener una ceremonia del final de la vida de un ser querido”, dijo, “el altar del Día de los Muertos se convierte en el ritual al que mucha gente se aferrará y en el cual participará, para poder tener ese cierre”.
Decir adiós
El hermano de Martha Jiménez la llamó a fines de septiembre para compartir la noticia: tenía coronavirus. Pedro Robles, un médico destacado y dedicado docente de medicina en Guadalajara, le dijo a su hermana florista que probablemente había contraído el patógeno de uno de sus estudiantes. Ella le preguntó si había consultado con un doctor y él le respondió: “El médico soy yo”.
Robles fue a un hospital y nunca regresó a su casa. Los ojos de Jiménez se llenan de lágrimas y parece contener con fuerza sus emociones cuando habla de él. “Al mirar su foto piensas: ‘No era su momento’”.
Jiménez, junto con su esposo, Alfredo, y su hija Patty Moreno, venden flores y obsequios con descuento en esta pequeña tienda del este de Los Ángeles desde hace casi treinta años. Los bloqueos por la pandemia la obligaron a cerrar otra de sus tiendas. Desde la penumbra de Alisol Flowers, Jiménez describió las historias relacionadas con COVID que escuchó de sus clientes habituales. Una mujer le dijo que perdió a siete familiares. “Otro cliente perdió a tres personas, una en la primera semana, otra a la siguiente y la tercera a la siguiente”, relató la florista.
A fines de la semana, Jiménez finalmente armó el altar, justo en el exterior de su tienda. Lo decoró con un “tema médico”, en honor a su hermano en Guadalajara.
Quiere recordarles a todos aquellos que lo vean que la pandemia es real y mortal.
Cuando veo a alguien que no respeta las pautas, que no lleva una mascarilla, me molesta, realmente me molesta”, reconoció Jiménez. Ella les cuenta a sus vecinos que no llevan cubrebocas acerca de su hermano Pedro.
“Él nos dejó por culpa de ustedes, de los que no se cuidan. ¿Saben a cuántas personas han matado?”, les pregunta a los demás. “Y mata a gente que goza de buena salud, como mi hermano”.
Jiménez vuelve a reflexionar sobre el precio que la pandemia se cobró entre sus vecinos, su familia, su comunidad en el este de Los Ángeles, el corazón cultural del Los Ángeles mexicano; su hogar.
“Es tan triste”, añadió la florista, con sus ojos vidriosos de lágrimas nuevamente, abrumada. “Y es tan serio”.
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