Roger Waters apoya a los inmigrantes y ataca a Trump en su apoteósica despedida de L.A.
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Los Ángeles — Sin lugar a dudas, Roger Waters es un ejemplar inusual dentro de la escena rockera mundial. El tercer concierto en dos semanas que ofreció en el Staples de Los Ángeles, la noche del martes pasado, dejará una huella imborrable en sus asistentes debido a su extraordinario nivel de espectacularidad, únicamente comparable a lo que podría hacer una institución como Cirque du Soleil, aunque en una faceta muy distinta.
Eso es justamente lo que marca la principal diferencia y lo que convierte de paso al fundador de Pink Floyd en un espécimen irremplazable, ya que emplea toda la parafernalia tecnológica que tiene a su disposición para darle vida a un acto descomunal destinado a propagar ideas de tinte socialista.
De ese modo, durante la interpretación de “Pigs (Three Different Ones)”, las pantallas gigantes que se habían elevado de modo inesperado en medio de la platea, y que representaban a un edificio inmenso con todo y chimeneas humeantes, se llenaron de imágenes burlonas referidas al actual presidente estadounidense Donald Trump, quien apareció retratado de maneras nada amables, incluyendo una versión suya con apariencia de cerdo y otra que lo ataba a una esvástica.
Poco después, el cerdo volador que formaba parte de las presentaciones de Floyd en su época dorada hizo su aparición por los aires, plagado esta vez de referencias al citado Trump. Y luego, las pantallas se llenaron con fragmentos de las incontables frases ridículas que han sido pronunciadas por el magnate, y que deberían haber provocado nuestra risa de no ser tan preocupantes como lo son.
En vista de lo llamativo que resultan estos recursos, podría ser fácil acusar a Waters de preferir la apariencia a la sustancia; de hecho, la semana pasada, durante su actuación en el Greek Theatre, King Crimson, otro pilar del rock progresivo, prescindió por completo de efectos de luces y hasta de pantallas para deslumbrar simplemente a la audiencia con el virtuosismo de su interpretación.
Sin embargo, en el caso aquí tratado, la espectacularidad va de la mano con el mensaje, como lo demostró también la cuidadosa y finalmente conmovedora selección de imágenes documentales que se proyectó mientras se escuchaba “Us and Them”, y que mostraba el drama de inmigrantes, refugiados y víctimas de la opresión en el mundo entero.
En estas condiciones, Waters no tiene prácticamente que hablar para que se sepa lo que piensa y cuáles son sus intenciones; y eso es lo que pasó, porque fuera de cantar, se limitó a abrir la boca en dos momentos: para agradecer a la audiencia y para presentar a sus músicos.
El mismo artista también toca el bajo, por supuesto, y a pesar de no ser un gran exponente técnico del mismo, goza de una gran precisión en el instrumento; pero lo que más lo distingue -porque se encuentra también lejos de ser un gran vocalista- es su increíble capacidad para la composición, plasmada durante este concierto no solo en los inevitables y numerosos temas de Floyd que interpretó, sino también en sus recientes creaciones como solista, entre las que destacó “Déjà Vu’, un delicado y a la vez contundente alegato contra la guerra.
Con 73 años a cuestas y con un estilo musical tan poco ‘mainstream’ como el que representa (la mayor parte de su repertorio es lento, hipnótico y fuertemente psicodélico, un aspecto que se vio respaldado por la labor de su fenomenal tecladista), es ciertamente sorprendente que este británico sea capaz de ofrecer sesiones que se sienten a la vez vitales y propositivas, a no ser que se tenga un corazón conservador y se apunte irremediablemente hacia la derecha.
Claro que hubo que esperar para disfrutar de las maravillas mayores. El primer set (porque fueron dos) lo encontró al lado de sus músicos y con la ‘simple’ compañía de una pantalla tipo IMAX a sus espaldas, mientras desgranaba piezas esenciales como “Speak to Me”, “Breathe”, “Time” y “Wish You Were Here”; pero el entusiasmo de la platea creció naturalmente durante la interpretación de “Another Brick in the Wall Part 2”, que es el corte más comercial en la carrera de Floyd, pero que contó también con un aspecto de protesta debido a la intervención de un grupo de adolescentes que se despojaron de atuendos anaranjados para mostrar camisetas en las que se leía “Resist”.
Lo que se vio no fue un show de Pink Floyd, y nosotros seguimos extrañando la presencia del extraordinario guitarrista y cantante David Gilmour (reemplazado ahora de manera bastante digna por el joven Jonathan Wilson) en una colaboración estable con Waters. Pero en vista del estado de las cosas y de la producción individual de cada uno de estos personajes, sentimos que esto es lo más próximo al espíritu original de la insuperable agrupación.
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