Danzig complace a la fanaticada metalera con un festival campestre cargado de leyendas
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Los Ángeles — A pesar de que Los Ángeles es supuestamente una de las ciudades más importantes para el mundo del rock, lo que se traduce directamente en la abundancia de artistas del género que nos visitan, la falta de auditorios apropiados para sus respectivas presentaciones y el cierre de varios de ellos durante los últimos años han sido verdaderos motivos de preocupación para los que se interesan en estos menesteres.
Esta circunstancia, sumada a los altos costos de alquiler de los locales angelinos, tuvo que ver sin duda con la decisión de realizar la edición 2017 del festival Blackest of the Black a las afueras de la ciudad, en medio del Oak Canyon Park de Silverado, una zona campestre de Orange County que parecía más apropiada para un picnic masivo que para un cónclave de metaleros, pero que no se encontraba demasiado lejos de las zonas residenciales del Sur de California, no presentó nunca temperaturas extremas y, al menos durante la primera jornada, se prestó para el desarrollo de un evento que parecía más un simpático evento de amigos que una mega-actividad corporativa.
La situación fue muy distinta durante el segundo día, cuando el cartel recurrió a figuras más reconocidas y atrajo a muchos más asistentes, ocasionando con ello filas interminables a la entrada de unos baños portátiles que, en determinado momento, carecían por completo de papel higiénico y provocaban cualquier cosas menos entusiasmo. Fuera de esta evidente incomodidad, el público se comportó de modo extremadamente pacífico para la reputación que se adjudica a los rockeros de esta clase, y la curiosa zona de ‘performers’ con malabaristas, artistas del fuego y bailarinas sensuales que se ubicó a un lado fue un grato agregado para la fiesta.
La jornada final fue también la que contó con la presencia estelar de Danzig, banda formada por Glenn Danzig, quien es el organizador principal de un evento que se ha venido llevando a cabo en diferentes formatos desde hace algunos años. Pero lo más importante para los ‘headbangers’ de corazón es que este hombre es uno de los cantantes más queridos del género, así como un incansable defensor de la rama del mismo que se basa más en la pesadez que en la velocidad para lograr sacudir cabezas.
De ese modo, una vez que el vocalista puso sus pies en el escenario principal (porque hubo dos), la multitud supo lo que había que esperar, es decir, una sesión de rock duro desprovista de cualquier coqueteo con tendencias modernas, incluso cuando se trataba de “Devil On Highway 9” y “Last Ride”, los dos temas nuevos que se escucharon (pertenecientes al recién lanzado álbum “Black Laden Crown”).
Por ese lado, no hubo sorpresas, ya que se evitó incluso la interpretación de cualquier corte de Misfits, la banda original del aludido; pero ningún fan del cantante en sí debió sentirse decepcionado, ya que a pesar de que la voz del mismo tuvo varios momentos de debilidad, se sobrepuso siempre durante las notas más altas y no dejó de lado clásicos de la talla de “How The Gods Kill”, “Dirty Black Summer” y “Mother”.
En ese sentido, y con todo lo que nos gusta Danzig, nos impresionó más lo que hizo poco antes Ministry, una agrupación más antigua en términos históricos que, en desmedro de la importante pérdida de su guitarrista Mike Scaccia y de los 58 años que tiene su vocalista Al Jourgensen (quien se ha hecho conocido además por sus adicciones), presentó un ‘set’ impecable en el que se saltaba sin problema alguno del ‘thrash’ a las composiciones más rítmicas, pese a que se supone que esta es básicamente una entidad de metal industrial.
Jourgensen, quien mantiene la rudeza de su voz y es oriundo de La Habana (su verdadero nombre es Alejandro Ramírez Casas), no dejó tampoco de lado su conocida vocación política al incluir tres temas extraídos del álbum “Río Grande Blood” (2006), que estaba dedicado de manera poco cariñosa a George W. Bush y sus incursiones bélicas. Tampoco faltaron en su repertorio cortes emblemáticos como “Psalm 69” y “Just One Fix” (a dúo con Burton C. Bell de Fear Factory), a los que se sumó el debut de la nueva pieza “Antifa”.
En horas de la tarde del mismo sábado, tuvimos el gusto de ver a Venom Inc., una agrupación que, debido a la música que hace (black metal con letras de tendencia oscurantista), merecía tocar en un ambiente mucho menos soleado que el que le tocó; pero hay que tomar en cuenta que esta versión del mítico trío inglés prescinde de un miembro esencial, el vocalista y bajista Conrad “Cronos” Lant, quien sigue al frente de un conjunto que se sigue llamando como el original.
De todos modos, esta versión cuenta con la presencia de sus otros dos fundadores, el guitarrista Jeffrey “Mantas” Dunn y el baterista Anthony “Abaddon” Bray, mientras que su vocalista y bajista, Tony “Demolition Man” Dolan, grabó tres álbumes con Venom a fines de los ’80 y principios de los ’90. Sea como sea, escuchar en vivo piezas como “Countess Bathory”, “Witching Hour” y, por supuesto, la emblemática “Black Metal”, es un placer infernal, sobre todo porque estas se encuentran tocadas ahora de mejor modo que en sus grabaciones originales.
Los importantes horarios previos a las actuaciones de Ministry y Danzig le fueron otorgados a Atreyu y VAMPS, dos agrupaciones relativamente nuevas que, en nuestro concepto, no deberían ser consideradas como exponentes del metal (la primera llegó a hacer un ‘cover’ de la “You Give Love a Bad Name” de Bon Jovi), pero que atrajeron sin duda a una audiencia más joven de la que se podría haber esperado en un evento como este; y no solo eso, sino que la segunda, que procede de Japón y es en realidad un dúo, convocó a un inesperado contingente de admiradoras asiáticas.
Un día distinto
Por ese lado, el concierto del viernes fue más benévolo con ‘la vieja escuela’, porque sus tres actos finales eran para conocedores, empezando por el grupo que cerró la noche, Suicidal Tendencies, una verdadera eminencia de la escena ‘skater’ y hardcore en esta parte del mundo. En este caso, el único superviviente de la camada original es el vocalista Mike Muir; pero verlo a él solo es ya todo un espectáculo, debido a que, a sus 54 años de edad, es una máquina imparable que no deja de moverse en la tarima.
No hay que olvidar tampoco que, en la actual encarnación, la banda oriunda de Venice Beach tiene entre sus filas a Dave Lombardo, el excepcional exbaterista de Slayer. Y todos sus integrantes entretuvieron de manera soberana a la audiencia con cortes como “You Can’t Bring Me Down”, “Trip at the Brain” y “War Inside My Head”, hasta llegar a un segmento final en el que invitaron a subir a las tablas a varias muchachitas, quienes se enfrascaron de inmediato en el ‘slam’ mientras sonaban las notas de “Possessed to Skate” y I Saw Your Mommy”.
Antes de Suicidal, estuvo por aquí Corrosion of Conformity, un cuarteto de Carolina del Norte que empezó a inicios de los ’80 con una propuesta igualmente cercana al hardcore, pero que alcanzó difusión internacional a partir de los ’90 gracias al programa de MTV “Headbanger’s Ball” y a un cambio de estilo que los transformó en pioneros de lo que se conoce como ‘stoner rock’.
COC (como también se le llama) no dejó de lado esos éxitos televisivos -“Clean My Wounds” y “Albatross”, para ser más claros-, pero se aventuró también en terrenos insospechados al apelar a elementos del reggae en la parte final de su set. Sin embargo, lo más llamativo -y emotivo- fue el pequeño tributo que le hizo al recientemente fallecido Chris Cornell al tocar un fragmento de “Gun”, una de las canciones más salvajes de Soundgarden.
Previamente, cuando el sol todavía brillaba, hizo su aparición Discharge, un legendario grupo británico de hardcore punk que, cuarenta años después de su creación, no ha dejado de lado sus raíces y conserva a tres de sus cinco integrantes originales, aunque quien llama más la atención en estos días por razones naturales es su vocalista Jeff “J.J.” Janiak, mucho más joven que los demás. Sea como sea, estos ingleses calentaron el ambiente con rapidísimos latigazos sonoros, extraídos de su extenso catálogo y convertidos de inmediato en la excusa perfecta de quienes anhelaban incorporarse al ‘mosh’.
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