Columna: La evidencia es clara, los cierres por el COVID salvaron vidas sin dañar la economía
- Share via
La pandemia puede estar disminuyendo, al menos en EE.UU y en algunos otros países bien vacunados, pero el debate sobre la respuesta del gobierno y pública a la crisis está destinado a perdurar.
Ese es ciertamente el caso de los cierres, las políticas más difíciles y controvertidas impuestas para mantener a las personas a salvo del COVID-19. Afortunadamente, también se encuentran entre las más estudiadas, y la investigación sobre su eficacia está comenzando a fluir hacia las revistas de economía y científicas.
Los datos publicados apuntan a dos conclusiones relacionadas: en primer lugar, los bloqueos jugaron un papel importante en la reducción de las tasas de infección. Además, tuvieron un papel muy modesto en producir daños económicos. Por el contrario, levantar los bloqueos ha hecho muy poco para estimular el resurgimiento económico.
Parte de la evidencia para ambas propuestas fue compilada con pericia por Noah Smith, un ex profesor de finanzas que ahora escribe comentarios económicos para Bloomberg.
Sin embargo, hay una falla en la presentación de Smith: su convicción de que el problema ahora es debatible, ya que la pandemia está retrocediendo y los bloqueos están “básicamente finalizados” debido al rápido aumento de las vacunas en la mayor parte de EE.UU. No obstante, el problema del bloqueo no es discutible en absoluto. Se mantiene vivo gracias a la política pandémica, que perdurará.
El gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, cree que podrá postularse para la presidencia en 2024 debido a que prohibió los bloqueos en gran parte de su estado sin sufrir las estadísticas del COVID y protegiendo su economía. Ninguna de las afirmaciones es cierta, como hemos mostrado, pero eso no significa que él no las repita.
En el otro lado de la moneda, los bloqueos relativamente estrictos y de largo alcance de California son una pieza central de la campaña del partido republicano para destituir al gobernador demócrata Gavin Newsom.
No importa que, debido en parte a que sus residentes tomaron en serio las reglas de permanecer en el hogar, el distanciamiento social y el uso de cubiertas faciales, California ahora cuenta con una de las tasas de casos más bajos de hospitalización y muertes de la nación, así como una economía en recuperación.
No importa: el bloqueo parece ser todo lo que los partidarios de la destitución tienen contra Newsom, además de los eslóganes de campaña que consisten en un sustantivo, un verbo y [el nombre del restaurante] “French Laundry”.
El debate sobre la eficacia de los bloqueos para limitar la propagación del COVID-19 seguramente continuará, en parte porque es inseparable del partidismo. Un equipo de investigadores de UCLA, en un artículo publicado por primera vez en mayo de 2020 y actualizado más tarde, encontró que los “probables votantes de Trump” redujeron sus movimientos en un 9% siguiendo una orden local de quedarse en casa, “en comparación con la restricción del 21% acontecida entre sus vecinos que votaron por Clinton, quienes enfrentan riesgos de exposición similares y órdenes gubernamentales idénticas”.
La hostilidad hacia las medidas sociales que no llegan al encierro, como el distanciamiento social y las mascarillas, muestran el mismo matiz partidista.
Por lo tanto, tiene sentido examinar la evidencia, o más bien, reunir argumentos para el próximo debate.
Numerosos estudios de todo el mundo han encontrado que los bloqueos lograron suprimir las tasas de transmisión. Un equipo italiano descubrió que los bloqueos comienzan a reducir la cantidad de infecciones por COVID aproximadamente 10 días después de su inicio, y siguen haciéndolo hasta 20 días más tarde.
Investigadores franceses, en un artículo publicado en enero, compararon la experiencia en países que impusieron órdenes de quedarse en casa al comienzo de la pandemia y levantaron las restricciones gradualmente (Nueva Zelanda, Francia, España, Alemania, Países Bajos, Italia y Gran Bretaña) con la de Suecia, que no impuso ningún aislamiento, y la de Estados Unidos, que tenía (y todavía tiene) una serie de políticas estatales que, a menudo, implican pedidos tardíos seguidos de un levantamiento abrupto y prematuro.
El primer grupo experimentó una rápida reducción de las infecciones y una veloz recuperación económica, en comparación con el segundo. “El bloqueo de inicio temprano con desconfinamiento gradual permitió acortar la epidemia de SARS-CoV-2 y reducir la contaminación”, concluyeron los investigadores. “El bloqueo debe considerarse como una intervención de salud pública eficaz para detener la progresión de la epidemia”.
Mientras tanto, los investigadores de UCLA estimaron que las reducciones en el movimiento como resultado de las órdenes de permanecer en el hogar redujeron la transmisión en las comunidades más afectadas, como Seattle, Nueva York, San Francisco y Los Ángeles en un 50% o más.
Todos estos hallazgos apuntan a salvar millones de vidas en todo el mundo. Nada de eso es especialmente sorprendente. El cumplimiento de las órdenes de quedarse en casa significó reducir la exposición a extraños cuyas condiciones virales se desconocían. Eso fue especialmente crucial en sitios donde el COVID estaba haciendo estragos y, por lo tanto, la posibilidad de entrar en contacto cercano con un individuo infectado era relativamente alta.
Ello nos deja con la cuestión económica. Los críticos de los encierros generalmente abogan por equilibrar los beneficios para la salud pública de las órdenes de aislamiento con las pérdidas económicas de mantener cerrados los bares, restaurantes, salones de belleza y otras pequeñas empresas. Argumentan, al igual que DeSantis y otros gobernadores de estados rojos -como Greg Abbott, de Texas- que las preocupaciones sobre este último deben prevalecer sobre los beneficios del primero.
El problema con este argumento es que hay muy poca evidencia de que los bloqueos mismos dañen las economías locales más que el comportamiento individual que habría ocurrido de igual manera, con bloqueos o no. Tampoco hay mucha evidencia de que el levantamiento de los bloqueos haya producido una recuperación más rápida.
Quienes estudiaron el curso de la pandemia en EE.UU y Europa entienden por qué los cierres tienen menos impacto económico de lo que cabría esperar. La razón es que las personas tomaron sus propias decisiones de quedarse en sus casas o compraron solo en aquellos negocios en los que se sentían relativamente seguros.
Como dijeron Austan Goolsbee y Chad Syversen, de la Universidad de Chicago, sobre su estudio de la depresión económica durante la pandemia: “La gran mayoría de la caída se debió a que los consumidores eligieron por su propia voluntad evitar la actividad comercial”.
Eso es evidente por la cronología de la caída empresarial. La mayoría de los condados y estados no impusieron órdenes de aislamiento hasta finales de marzo o principios de abril; incluso Newsom, a quien describen como impulsor de un cierre de California particularmente agresivo, no actuó hasta el 19 de marzo de 2020.
Sin embargo, en California y en todo el país, los residentes comenzaron a evitar las compras en persona mucho antes, con las reducciones más pronunciadas en la primera quincena de marzo. Los cierres ordenados por el gobierno hicieron menos para obligar a la gente a quedarse en casa que para darles motivos legales para hacerlo.
El tráfico peatonal se redujo en aproximadamente un 60% durante la pandemia, concluyeron Goolsbee y Syverson a partir de su estudio de estadísticas de movilidad de teléfonos inteligentes. Pero las órdenes del gobierno representaron solo siete puntos porcentuales de eso.
En resumen, no fue la política gubernamental lo que mantuvo a la gente en casa, fue el miedo.
Ello se aplica a las “reaperturas” promocionadas por DeSantis y Abbott, a través de las cuales se atribuyen el mérito de un milagro económico posterior a la pandemia. Los hechos concretos no apoyan su argumento. Tomemos como ejemplo a Texas, que a principios de este año se convirtió en el primer estado en poner fin a su mandato de uso de mascarillas y en permitir que las empresas abran sin restricciones de capacidad.
El economista Dhaval Dave, de la Universidad de Bentley, buscó en profundidad pruebas de que poner fin al cierre de forma anticipada derivó en una ganancia económica para Texas. ¿Cuál fue el resultado?
“No encontramos evidencia de que la reapertura de Texas haya generado cambios sustanciales en la movilidad social, incluido el tráfico peatonal en un amplio conjunto de establecimientos comerciales”, escribieron Dave y su colega. “Tampoco de que la orden de reapertura de Texas haya afectado el empleo a corto plazo”. Los hallazgos, escribieron, “subrayan los límites de las políticas de reapertura del COVID-19 en la era tardía de la pandemia para alterar el comportamiento privado”.
Tampoco encontraron evidencia de que la reapertura generara un aumento de nuevos casos de COVID, como advirtieron algunos expertos.
Los levantamientos demasiado apresurados de las restricciones pandémicas tienen efectos diferenciales en varios elementos de las economías estatales y locales. Satisfacen a los dueños de negocios, que esperan ver una avalancha de clientes una vez que se les permite salir.
Pero son inexcusablemente coercitivos contra los trabajadores de esas empresas. Poner fin a las restricciones impuestas por el gobierno también pone fin a las protecciones para los empleados, a veces privándolos del derecho a cobrar los beneficios de desempleo al permanecer seguros en casa, o al reducir su acceso a la atención médica financiada con fondos públicos.
Los gobernadores de los estados rojos de todo el país se han alineado recientemente para mostrar lo poco que les importa el bienestar de la clase trabajadora al rechazar unilateralmente los beneficios de desempleo mejorados patrocinados por el gobierno federal, que el Congreso financió durante la primera semana de septiembre.
Los gobernadores toman estos pasos en reconocimiento de la idea de que el aumento del desempleo es la causa de una supuesta escasez de mano de obra. No hay evidencia de que así sea, pero quienes manejan bares, restaurantes y comida rápida afirman que así es, y tocan la misma melodía con la que marchan los gobernadores.
En realidad, los bloqueos salvaron vidas durante la pandemia sin tener efectos negativos significativos en las economías de las zonas bloqueadas. Eso significa que mantener las economías bien abiertas, con la expectativa de que el virus siguiera su curso, era una medida al estilo ‘lo barato sale caro’.
El mejor ejemplo es Suecia, reconocida por no haber impuesto nunca un bloqueo universal y por confiar en que la siempre esquiva “inmunidad colectiva” aparecería, como por arte de magia. El hecho es que el país sufrió un costo humano devastador, en comparación con sus vecinos nórdicos, que impusieron cierres. Desde el comienzo de la pandemia, en marzo de 2020, hasta mediados de mayo de 2021, sus decesos por cada millón de habitantes han superado los 1.400. Eso es poco mejor que en Estados Unidos (1.771) y Gran Bretaña (1.884). Pero en Dinamarca la cifra es de 432, en Finlandia de 168 y en Noruega de 142.
Como desaliento adicional, Suecia no obtuvo ninguna recompensa económica por sacrificar a tantos residentes. Su economía se contrajo un 2.8% en 2020, casi lo mismo que Finlandia pero peor que Noruega (un 2.7% menos) y mucho peor que Dinamarca (un 0.8% menos), según Eurostat.
Incluso al comienzo de la pandemia, era obvio que las políticas económicas del gobierno, y aún menos las guiadas por ideologías partidistas, tendrían mucho menos que ver con la recuperación pospandémica que la confianza del público en que se estaba protegiendo su salud. Esa fue la lección del 11 de Septiembre: los vuelos domésticos civiles quedaron suspendidos solo 48 horas después de los ataques, pero el sector aéreo no se recuperó por completo durante casi tres años.
Como escribí en abril de 2020, después de la fecha límite del entonces presidente para reabrir toda la economía de EE.UU antes de la Pascua de ese mismo año, “el ritmo de cualquier regreso a la normalidad lo dictaremos usted y yo: los consumidores harán sus propios juicios sobre cuándo y bajo qué circunstancias será seguro retomar los viejos hábitos”.
Eso sigue siendo cierto. Todo lo que se puede decir sobre las órdenes de aislamiento en el hogar, el distanciamiento social y los mandatos del uso de cubiertas faciales es que el total de ellas funcionaron para reducir la transmisión del COVID-19. Como resultado, es probable que fomenten una restauración más rápida de la confianza para socializar en el mundo. Han salvado vidas, y ninguna postura política sobre la necesidad de llevar a la gente a restaurantes y bares abarrotados para salvar a los dueños de negocios hará que eso suceda más rápidamente.
Para leer esta nota en inglés haga clic aquí
Get the latest from Michael Hiltzik
Commentary on economics and more from a Pulitzer Prize winner.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.