Los cierres de fábricas podrían haber contribuido a la crisis de los opioides
La erosión de la economía podría ser en parte responsable de la crisis de los opiáceos en la nación, según un análisis de los cierres de plantas automotrices y las sobredosis de drogas
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Durante las últimas dos décadas, las comunidades estadounidenses afectadas por el cierre de plantas automotrices han estado sufriendo no sólo por la falta de empleos. Las tasas de mortalidad entre los adultos en edad laboral han aumentado.
Los investigadores han sospechado durante mucho tiempo que estas tendencias duales, especialmente evidentes en todo el corazón industrial de la nación, están vinculadas por una epidemia estadounidense de desesperación.
La angustia económica, la fuga de la población y la pérdida de equipos deportivos locales, asi como el cierre de negocios de comida y barberías han vaciado comunidades que durante mucho tiempo fueron refugio de una clase media sólida. La desesperanza resultante ha sido corrosiva para la salud de quienes viven en ellas.
Pero un nuevo estudio sugiere que, en los últimos años, las drogas opioides han sido responsables en gran parte de las muertes.
En un extenso análisis de los decesos ocurridos entre 1999 y 2016, los investigadores descubrieron que, en los cinco años posteriores al cierre de una planta automotriz, los condados que se encontraban a una distancia corta de la fábrica cerrada, experimentaron un aumento mucho mayor en las muertes relacionadas con opioides que los condados en los que las principales fábricas de automóviles permanecieron abiertas.
Los investigadores dijeron que creen que sus hallazgos proporcionan nuevas pruebas de que las comunidades en mayor angustia son más propensas a las llamadas “muertes por desesperación”, un tema muy debatido ya que una colección de tendencias dispares ha reducido la esperanza de vida promedio de EE.UU.
Las tasas más altas de muertes por sobredosis “parecen ser un síntoma de una comunidad que está enferma”, dijo el Dr. Atheendar S. Venkataramani, autor principal e investigador de salud de la Universidad de Pensilvania.
Los hallazgos de su grupo, agregó, establecen “una asociación muy poderosa entre una oportunidad que se desvanece y una desaceleración en los niveles de salud”.
Los investigadores han entendido por mucho tiempo que la epidemia de opioides que azota a Estados Unidos ha afectado especialmente a los hombres blancos y a las comunidades con dificultades económicas.
Pero una cosa distinta es mirar un mapa y ver manchas rojas de muerte por opioides en lugares donde los blancos se agrupan y la pobreza está arraigada.
Es más complicado, y revelador, observar cómo las comunidades que alguna vez fueron prósperas se volvieron ‘rojas’ de manera constante a raíz de un trauma local como el cierre de una planta.
Los autores del nuevo estudio, publicado esta semana en JAMA Internal Medicine, querían medir cómo un choque repentino y profundo, como el cierre de una planta de fabricación de automóviles, afectaría la salud del área circundante.
Así que revisaron las estadísticas sobre las muertes por opioides en 112 condados que tenían una fábrica de automóviles o estaban a una corta distancia de una. En total, identificaron 30 “zonas de desplazamiento” que rodeaban las plantas de producción de automóviles y dependían en gran medida de los empleos de esta industria. Todos los condados estaban en la zona del medio oeste industrial de la nación o en el sur profundo.
Luego, los investigadores compararon las 10 zonas de desplazamiento que habían experimentado un cierre de fábrica en el sector automotriz con las 20 zonas que no tenían tales cierres.
Como se esperaba, las muertes por opioides aumentaron en todos los condados durante el período de estudio. Después de todo, pocas de esas áreas se han librado del flagelo de la adicción a los opioides.
Pero cuando los investigadores observaron los cinco años posteriores al cierre de cada planta, encontraron un poderoso vínculo con las muertes por opioides.
En los 29 condados afectados por los cierres, hubo 20.6 muertes por opioides por cada 100.000 personas cada año. Ese aumento fue un 85% más alto que las tasas a las que crecieron los decesos por opioides en los 83 condados sin cierres.
Venkataramani dijo que el estudio no prueba que el shock económico del cierre de una planta provocó directamente un mayor uso de drogas. Pero cuando los datos de muchas comunidades generan una imagen consistente de antes y después de tal dinámica, sugiere fuertemente que un fenómeno ha ayudado a precipitar el otro.
Estudiar el “experimento al natural” es a veces la única forma de explorar la dinámica que impulsa algunos fenómenos sociales complejos, agregó.
En cualquiera de los 112 condados que formaron parte del estudio, el cierre de una planta automotriz infligiría dolor que probablemente se sentiría localmente de muchas maneras. El empleo y los ingresos caerían. Los residentes con los medios y la educación para prosperar en otros lugares podrían mudarse.
Las instituciones sociales como clubes, iglesias y grupos cívicos se tambalearían al perder miembros. Y las personas que habían contado con empleo en la industria automotriz podrían ver que esa ruta alguna vez confiable hacia la clase media estaba cerrada tanto para ellos como para sus hijos.
El equipo dirigido por Venkataramani dejó a un lado la cuestión de si el dolor que surgía del cierre de una fábrica era físico, psicológico, económico o social.
Lo importante es que los opioides, ya sean legalmente recetados o ilícitos, son un bálsamo atractivo y efectivo para el dolor. Durante el período estudiado, estuvieron ampliamente disponibles para quienes los buscaban. Son altamente adictivos. Y si se usan mal con la frecuencia suficiente, pueden causar la muerte.
La angustia y la desesperación pueden dañar la salud de una comunidad de manera más sutil y lenta, desalentando el ejercicio y alentando a fumar, y acelerar otros malos hábitos, o agotar a las personas de la energía o la motivación necesaria para cuidar su salud.
Pero el mal uso de los opioides puede acortar la vida bastante más rápido que muchos otros hábitos autodestructivos. Como secuencia de la desesperación, es fácil de detectar y medir.
Ya sea que trabajen rápida o lentamente, el uso de opioides y otros hábitos de salud de los desanimados pueden, con el tiempo, reducir la calidad y esperanza de vida. En Estados Unidos, ese proceso ya está en marcha.
Durante décadas, la esperanza de vida promedio en Estados Unidos aumentó.
Pero en una tendencia impulsada por el alza de las tasas de suicidio temprano y de mediana edad, sobredosis de drogas y enfermedades relacionadas con el consumo excesivo de alcohol y los estilos de vida sedentarios, han provocado que la esperanza de vida se haya estancado desde 2011. En 2014, comenzó una caída que continuó en 2015 y 2016.
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