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Fallece monja que ayudó a reclusos de prisión de Tijuana

Ha fallecido en Tijuana la hermana Antonia Brenner, una antigua residente del distinguido barrio de Beverly Hills que encontró su vocación religiosa ayudando a los internos de una de las cárceles más violentas y hacinadas de México.

La pequeña y dos veces divorciada madre de siete, pasó más de tres décadas en la de Penitenciaría Estatal de La Mesa de Tijuana donde residía en una celda de diez por diez pies. Ofrecía a los reclusos de todo: desde mantas a medicinas o dinero para la fianza. Dirigió oraciones y preparó a los muertos para ser enterrados. La llamaban la Madre Antonia, o Madre Antonia. Ella les llamaba sus hijos.

“Ella trataba a los reclusos como si fueran sus propios hijos e hijas”, dijo su amigo Merrel Olesen, un cirujano plástico de La Jolla que donó su habilidad quirúrgica tratando a presos de La Mesa durante más de una década ayudando y apoyando los más de treinta años de labor de la hermana Antonia. “Yo realizaba los procedimientos quirúrgicos. Mi esposa Marie me proporcionaba los instrumentos. Y cuando acabábamos, el recluso saltaba de la mesa de operaciones y abrazaba a la Madre Antonia”.

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“Ella tenía la capacidad de hacer que todos a su alrededor se sintieran mejor. Si hay una mujer que merezca ser santa, es esta dama”, añadió Olesen.

La hermana Antonia que tenía un corazón débil y sufría de miastenia gravis, un trastorno neuromuscular, murió el jueves en el convento de las Siervas de la Undécima Hora de San Juan Eudes en Tijuana. Tenía 86 años.

Con su pequeño cuerpo, una animada disposición y un fuerte acento al hablar español, se conducía sin temor por un mundo plagado de pobreza y violencia, incluso llegando a parar una rebelión carcelaria al entrar en la penitenciaría sin luz que estaba tomada por reclusos furiosos y armados.

Ella intercedía antes los guardias por los pequeños rateros, violadores, asesinos y traficantes de drogas, para pedir un trato sin palizas ni torturas para los reclusos. Pero también abogó por los miembros de las fuerzas policiales recaudando dinero para las familias de los muertos durante el cumplimiento del deber.

“Creo que la cárcel me liberó”, dijo una vez en una entrevista.

La penitenciaría a la que llamó su casa, era representativa de un sistema penitenciario que se asemejaba a una aldea y que contaba con sus propios puestos de venta de alimentos, traficantes de drogas y pequeños apartamentos para los presos con dinero, pero brutales condiciones para quienes no podían pagar para obtener privilegios. El centro simbolizó la anarquía y la corrupción que asola muchas de las cárceles de México. La hermana Antonia permaneció en la cárcel después de que la aldea, llamada El Pueblito, desapareciera.

La hermana Antonia tomó sus votos a los 50 años, después de su segundo matrimonio y de que sus hijos ya fueran mayores. Demasiado vieja para unirse a una orden religiosa, hizo un pacto privado con Dios, y se trasladó a la cárcel en marzo de 1977.

A pesar de problemas de salud que incluía el bloqueo de las arterias y dos válvulas del corazón con filtraciones, permaneció en la cárcel hasta hace cinco años, junta a un tanque de oxígeno cerca de su cama para ayudarle a respirar.

Ganó fama internacional tras una biografía en el 2005 llamada El ángel de la cárcel, escrita por los reporteros del Washington Post Mary Jordan, y Kevin Sullivan. Fue reconocida por su cuidado a estadounidenses, apareció en el popular programa de televisión en español Sábado Gigante y fue objeto de numerosas entrevistas.

“No he tenido un día de depresión en 25 años”, le dijo a un periodista. “He estado enojada o molesta. He estado triste. Pero nunca deprimida. Tengo una razón de ser”.

Su nombre al nacer el 1 de diciembre de 1926 fue Mary Clarke, la segunda de tres hijos de Joseph Clarke y Kathleen Mary Reilly. Tenía tres años cuando su madre murió durante un embarazo. Dos años más tarde, Joseph Clarke se casó con una viuda llamada Marion Hadley.

En 1942, cuando tenía 16 años, la familia se mudó a Beverly Hills. Ella contaba como se codeaba con celebridades de Hollywood y de vivir cerca de estrellas como John Barrymore y Hedy Lamarr; una vez, el coreógrafo y director Busby Berkeley le ofreció un trabajo. Los meses de verano los pasaba en Laguna Beach en una casa de 11 habitaciones con vistas al Océano Pacífico.

Desde temprana edad, quería ser esposa y madre. A los 19 años, se casó con Ray Monahan, un compañero de guerra de su hermano mayor. Después de que su primer hijo, Joseph, muriese durante el parto, tuvo una hija y un hijo, pero la pareja se separó tres años después.

En 1950, se casó con Carl Brenner con el que tuvo tres niñas y dos niños. Ella siguió trabajando en los negocios de su padre mientras criaba a sus hijos, pero a medida que fueron creciendo, comenzó a colaborar cada vez más en causas benéficas. Monseñor Anthony Brouwers, un sacerdote de Los Ángeles involucrado en el trabajo misionero, se convirtió en su mentor y confidente.

Un viaje al otro lado de la frontera en el año 1965 cambió su vida. Tras oír de su obra de caridad, un sacerdote la invitó a Tijuana y le mostró La Mesa. La cárcel era algo muy diferente de todo lo que ella había visto pero volvió con regularidad, cargada con donaciones para los reclusos.

En 1972, tras acabar con 22 años de matrimonio con Brenner, decidió que no quería volver a casarse. Consideró unirse a una orden religiosa, pero fue rechazada debido a su edad. Decidió que podría llevar el hábito de todos modos y trabajar de forma independiente en La Mesa. En marzo de 1977, vistió el hábito y escogió como nuevo nombre el de hermana Antonia, en honor a Monseñor Brouwers, quien había muerto de cáncer en 1964. A partir de entonces, empezó a pasar las noches en la cárcel.

Al principio, dividía su tiempo entre un departamento en Ventura donde vivía con su hijo menor y la cárcel, donde dormía en una litera en el bloque de celdas para mujeres. En 1978, se trasladó definitivamente a la cárcel mientras se mantenía en estrecho contacto con sus hijos a través de llamadas telefónicas y frecuentes visitas.

“No me molesta”, dijo en una entrevista en el 2005 con Terry Gross, directora del programa de radio pública Fresh Air. “Estoy acostumbrada al agua fría y no me molesta. De hecho, es muy refrescante para mí. Y tengo ventanas por las que mirar. Y tengo gatitos al otro lado de mi puerta”.

Durante su tiempo en La Mesa, la hermana Antonia hizo amistad con los poderosos y con los desposeídos. Cuando el gobierno le dio la concesión para vender refrescos a los 5500 reclusos de la prisión, utilizó el dinero para pagar la fianza de los que habían delinquido por primera vez y para pagar cuidado dental para los reclusos.

“Ella fue llamada ‘el hada de los dientes de Tijuana,’” recordó la hermana Anne Marie Maxfield el jueves. Además de traer a dentistas para tratar a los prisioneros durante muchos años, si veía a un vendedor en la calle con malos dientes, se detenía y le daba el número de teléfono de un dentista para que le arreglara sus dientes de forma gratuita, contó Maxfield.

“Ella comprendía la relación entre la apariencia y el comportamiento antisocial”, dijo Marie Olesen, que ayudó a su esposo con procedimientos quirúrgicos para eliminar los tatuajes y otras deformidades congénitas o adquiridas. “Ella no veía el mal. Ella no veía negatividad. Ella solo vio a personas que necesitaban ayuda”.

La madre Antonia creció estrechamente conectada a agentes de la ley y consoló a los familiares del jefe de la policía de Tijuana, Alfredo de la Torre, quien fue baleado a muerte en el año 2000.

Tras el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio en 1994, fue una de las pocas personas con acceso al sospechoso, Mario Aburto Martínez, en el penal de Almoloya de Juárez, cerca de la Ciudad de México.

En 1997, fundó las Hermanas de la Undécima Hora de San Juan Eudes, una orden católica romana para mujeres mayores solteras o divorciadas que dedican su vida a los pobres. Su casa cerca de la cárcel, Casa Campos de San Miguel, fue adquirida para la hermana Antonia por Rigoberto Campos Salcido, un traficante de drogas con el que Antonia se había reunido en la prisión, quien fue asesinado a balazos tras su liberación.

La filosofía de la hermana Antonia era sencilla y sorprendentemente eficaz: “Vive en el día”, dijo una vez. “Olvídense del ayer, se acabó. Tomen todo lo malo y negativo y tírenlo. Aprendan a alejarse de lo que le está agarrando”.

Le sobreviven sus siete hijos: James, Kathleen, Theresa, Carol, Tom, Elizabeth y Anthony.

Ve fotos del servicio que se hizo en su honor.

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