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La líder de esfuerzos comunitarios de los Dodgers conoce tanto las pérdidas como los logros

Naomi Rodríguez, vicepresidenta de relaciones comunitarias de los Dodgers, cuenta una historia de pérdida y angustia que hizo brotar su carrera de servicio

Naomi Rodríguez llama momentos “ajá” a los recordatorios de porqué un trabajo de dificultad suprema también puede ser sumamente satisfactorio.

Como vicepresidenta de asuntos externos y relaciones comunitarias de los Dodgers, por lo general se presentan en las circunstancias más difíciles: cuando una parte de la ciudad a su alrededor está rota, y solo el tono icónico del azul de los Dodgers puede ayudar a solucionarlo.

Hubo una vez que ella y Matt Kemp conocieron a un niño en el Hospital del Condado de Los Ángeles, víctima de un accidente automovilístico que mató a su padre y a dos hermanos. Ambos se impactaron cuando el niño, que apenas podía moverse debido a las quemaduras graves, sonrió suavemente cuando el popular jardinero de los Dodgers entró en la habitación.

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Hubo la visita que Rodríguez organizó de 21 jugadores de los Dodgers a Saugus High School en enero, semanas después de que un tiroteo estudiantil sacudiera el campus. Emociones crudas, convertidas en vítores estridentes cuando el equipo entró a un evento en el gimnasio. El tambaleante cuerpo estudiantil aplaudió a los Dodgers y, los Dodgers también los vitorearon.

Y luego estuvo este verano, cuando Rodríguez ayudó a coordinar las transformaciones de alivio de la pandemia del Dodger Stadium: un servicio de distribución de alimentos del Salvation Army frente a la taquilla; un sitio de prueba de COVID-19 con una línea que a menudo se extendía a lo largo de las calles circundantes; un centro de votación socialmente distanciado en el icónico piso superior del estadio esta semana.

“Esos son momentos que cambian la vida y yo soy parte de eso”, dijo Rodríguez, pellizcándose después de seis años en el trabajo de sus sueños. “Estoy ayudando a liderar eso”.

Los Dodgers estiman que cientos de miles de niños y familias se han visto marcados por iniciativas encabezadas por Rodríguez, cuyo cabello rubio ondulado y amplia sonrisa brillante se han convertido en un símbolo de bondad en los alrededores de Chávez Ravine.

“Realmente ha sido una relación increíble la que hemos tenido”, dijo Justin Turner, nominado de los Dodgers al Premio Roberto Clemente de las Grandes Ligas en relación al reconocimiento a la participación en la comunidad, en septiembre, para Rodríguez, quien en agosto fue nombrada para la clase 2020 de Sport Business Journal of Game Changers: Women in Sports Business.

El concejal de la ciudad de Los Ángeles, Gil Cedillo, amigo desde hace mucho tiempo y colaborador de Rodríguez en iniciativas que involucran al equipo y a la ciudad, se hizo eco: “Es un placer trabajar con alguien que es muy profesional, muy consciente, muy valiente... la amo, porque conoce a la comunidad”.

Quizá eso se deba a que la nativa del Este de Los Ángeles es de la comunidad, formada por una familia que se dedicó a retribuir. Hay un propósito personal detrás de cada acción: raíces profundamente plantadas en una historia de fondo de pérdida y desamor que ha hecho brotar una carrera de abnegación y servicio.

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Rodríguez puede contar casi todas las historias que ha escuchado sobre su padre, Eugene.

Le han contado las historias de sus comienzos problemáticos, cómo luchó con la adicción a las drogas cuando era adolescente y pasó muchos de sus primeros años en centros juveniles, cárceles del Condado y, durante un período, en la prisión estatal de San Quentin.

Ella puede recitar su redención de mediana edad, una transformación que su madre, Cynthia, todavía solo puede describir como un ajuste de cuentas al acudir a Jesús como resultado de sesiones de asesoramiento con un grupo cristiano de adicciones que lo ayudó a limpiarse.

Ella también conoce los dolorosos detalles de la muerte de su padre, cuando fue atropellado por una motocicleta el 2 de febrero de 1977, mientras cruzaba una calle frente a su iglesia de Victorville. Había fallecido cuando llegó al hospital. Sus rústicos zapatos de vestir color canela habían salido volando.

Rodríguez no tenía ni 2 años ese día. Sin embargo, más de cuatro décadas después, habla de su padre como si lo conociera de toda la vida. Las historias de cómo se volvió a dedicar al servicio de los demás continúan resonando.

“Vamos a comenzar nuestra nueva vida juntos”, le dijo una vez Eugene a Cynthia, un diálogo que su hija puede describir de memoria. “Pero la única forma en que puedo superar esto es si ayudamos a otros hombres y mujeres jóvenes como yo, a otras personas que necesitan ayuda en nuestra comunidad”.

“Esta será la misión de nuestra vida”.

Y así fue.

En 1973, Eugene y Cynthia se mudaron a un rancho de vacaciones en ruinas en la zona rural de Apple Valley en el condado de San Bernardino y comenzaron un hogar de acogida para niños. Al principio, solo cuidaron de tres niños. En dos años, tenían 16 hijos adolescentes viviendo a su cargo.

“Fue como si todo el cielo se hubiera abierto para nosotros”, dijo Cynthia por teléfono recientemente, estimando que unos 80 niños pasaron por el rancho durante los años que lo administraron juntos. “Todo pasó tan rápido”.

Eugene y Cynthia proporcionaron mucho más que comida y una cama. Trajeron tutores y psicólogos para trabajar con los niños de crianza. Ella dijo que invirtieron cada centavo que ganaron en mejorar su modesta parcela de tierra. Los fines de semana cargaban sus camionetas y se llevaban las comidas, la ropa y las mantas sobrantes para regalar a las personas que viven en la pobreza a lo largo de la frontera con México.

Por encima de todo, sacaron niños de hogares fracturados y les dieron uno pleno nuevamente.

“Mis padres no tenían mucho dinero”, dijo Naomi Rodríguez. “Pero lo hicieron posible. Lo hicieron funcionar”.

“Mis padres dedicaron su vida a retribuir a nuestra comunidad. Eso siempre ha estado en mi espíritu. Así es como crecí, es quien soy. Es parte de lo que me impulsa”

— Naomi Rodríguez

Eugene también tenía planes más importantes. Quería expandirse y cuidar a más niños desplazados. Cuando el periódico San Bernardino County Sun escribió una historia sobre el rancho en 1975, declaró su intención de abrir una escuela de tiempo completo.

La muerte de Eugene impidió que esos sueños se hicieran realidad. Cynthia, madre soltera de tres hijos, trasladó a la familia de regreso al Este de Los Ángeles para estar más cerca de sus familiares, dejando atrás su santuario a regañadientes.

Las docenas de niños adoptivos, sin embargo, no desaparecieron de su vida. Incluso hoy, Cynthia se mantiene en contacto con muchos de ellos. Todavía la llaman mamá. Aún le agradecen todo lo que ella y Eugene les dieron.

“Mis padres dedicaron su vida a retribuir a nuestra comunidad”, dijo Rodríguez. “Eso siempre ha estado en mi espíritu. Así es como crecí, es quien soy. Es parte de lo que me impulsa”.

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Rodríguez tuvo ese mensaje reforzado por su madre a lo largo de su infancia.

Cynthia, una ex enfermera, se mantuvo comprometida con la filantropía después de que la familia regresó a East L.A. Ella se ofreció como voluntaria a través de su iglesia. Ayudó a cuidar a las víctimas de abuso sexual y violación. Trabajó con los ancianos. Sus hijos la apodaron “The Advocate” (la defensora).

“Ese es el espíritu de mi madre”, dijo Rodríguez.

Rodríguez no era la única en la familia que quería seguir los pasos de sus padres.

Su hermano mayor, Luigi, tenía 24 años cuando anunció que quería inscribirse en una universidad bíblica después de obtener un título en artes en Azusa Citrus College. Soñaba con ser misionero en África. Su prometida lo apoyó en todo. Su madre también.

“Bueno, hijo”, recuerda Cynthia que le dijo, “hiciste lo que tu padre quería que hicieras”.

Pero luego, una noche, no volvió a casa.

Después de trabajar un turno de noche en UPS, Luigi tuvo un accidente automovilístico. Debido a que fue puesto en coma, la Patrulla de Caminos de California tardó un día en identificarlo. Finalmente conectaron su auto con Cynthia y le pidieron que confirmara que su ‘John Doe’ era su hijo. Luigi falleció unos días después, el 1 de junio de 1986. Era la víspera del día de su boda.

“Recuerdo que la limusina vino a nuestra casa a recogernos”, dijo Rodríguez. “Recuerdo que miré por la ventana y mi madre estaba abajo diciéndole al conductor de la limusina: ‘No, no, no. De ninguna manera sucedió esto’”.

Pero Rodríguez y su madre también recuerdan algo más. En las semanas previas a su muerte, un segmento de “60 minutos” inspiró a Luigi a convertirse en donante de órganos, por si acaso. Lo que parecía una pequeña decisión resultó tener un impacto enorme. Doce personas recibieron trasplantes. Cynthia también se convirtió en una defensora de muchos años en la comunidad de donantes de órganos.

Rodríguez estaba solo en sexto grado entonces. Pero sabía qué camino quería que tomara su vida.

“Es lo que me impulsa”, dijo. “Es lo que inició mi rol en el servicio público. Está ahí todos los días. No sé cuántas personas conoces que han perdido a su padre y a su hermano en la misma familia. No le deseo eso a nadie. Pero sé que están conmigo. A menudo digo: ‘¿Por qué sucedió eso?’ Pero luego le doy la vuelta y pienso: ‘Estoy en una posición increíble para ayudar a los demás, para mostrar compasión’”.

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Ese impulso interno llevó a Rodríguez directamente al servicio público después de terminar la universidad en Long Beach State. Comenzó como asistente de recepción, trabajó para el consulado general de Israel en Los Ángeles y, finalmente, se convirtió en asistente de alcalde con Jim Hahn de 2002 a 2005.

Después de eso, ingresó al sector privado, trabajando en los departamentos de marketing y relaciones públicas de DirecTV, y luego se convirtió en directora sénior de una organización sin fines de lucro, Los Angeles Universal Preschool. Pero nunca se imaginó trabajando en deportes, no hasta que surgió la oportunidad de los Dodgers en 2014.

“Estaba un poco nerviosa por el lado del béisbol”, recordó cuando fue a la entrevista. “Si me vas a preguntar estadísticas, no puedo responder eso. Pero puedo decirte lo que es subir esas escaleras en el Dodger Stadium, esa colina, ser una niña y oler los hot dogs y el crujir del bate y mirar a mi hermano y disfrutar de un juego de pelota”.

“Puedo decirte lo que es tener a tu familia del Este de Los Ángeles y lo que la ciudad significa para tu familia, lo que los Dodgers significan para tu familia. Eso es lo que soy”.

Con cada momento “ajá” desde entonces, se ha sentido un poco más conectada con la comunidad, con su familia.

Ella apreciaba una página del anuario de Saugus High que conmemoraba el viaje de los Dodgers y cree que el sitio de pruebas de coronavirus de este verano en el Dodger Stadium, que fue capaz de realizar hasta 6.000 pruebas por día, fue “probablemente lo más importante que hemos hecho, tener este sitio de pruebas COVID en nuestro campus”.

Y sabe que no hay límites en las formas de ayudar a los demás, no hay límites, especialmente con los Dodgers, en su capacidad para retribuir. Su familia le enseñó eso.

“Recuerdo las historias y pienso en mi trabajo y en cómo cambias vidas, las afecta”, dijo. “Eso es lo que llevo conmigo en mi trabajo. A veces tengo que dar un paso atrás. Estamos jugando al béisbol. Llevamos entretenimiento a las familias. Pero es más grande que el béisbol. Es más poderoso que eso”.

For the original story in English, please click here.

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