La violencia con armas de fuego en Los Ángeles alcanza su punto más alto en 15 años, cobra vidas y borra logros difícilmente alcanzados
![A boy shows his gunshot wound](https://ca-times.brightspotcdn.com/dims4/default/5635864/2147483647/strip/true/crop/6720x4480+0+0/resize/1200x800!/quality/75/?url=https%3A%2F%2Fcalifornia-times-brightspot.s3.amazonaws.com%2F6f%2F90%2F144a035745f5a5871ea231c5f54a%2Fla-photos-1staff-890987-me-gun-violence-in-2021-05-mjc.jpg)
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Sean Reynolds casi pierde la vida por un PlayStation.
El estudiante de 17 años y de último año de preparatoria había acordado vender su consola de videojuegos a través de la aplicación OfferUp y agendó una reunión con el comprador, otro adolescente, cerca de un complejo de viviendas públicas en Watts. Tenía la intención de ahorrar el dinero para los gastos universitarios ese otoño.
En cambio, uno de los dos adolescentes que se reunieron con Reynolds en su automóvil ese caluroso día de mayo sacó una pistola y le disparó; la bala rebotó en su cadera y se fragmentó a través de su abdomen. Mientras yacía en el suelo sangrando, comentó, el segundo adolescente instó al primero a jalar el gatillo nuevamente.
“Acaba con él”, escuchó decir al chico.
“Estaba en shock”, recordó Reynolds, ahora de 18 años, en una entrevista reciente con The Times. “Fue mucho que procesar”.
Sean, quien resultó gravemente herido, se encuentra entre las más de 1.400 personas que sobrevivieron a los tiroteos en Los Ángeles en 2021, el segundo año consecutivo en el que la violencia con armas de fuego ha aumentado en la ciudad.
Si las cosas hubieran ido de manera diferente, y fácilmente pudieron hacerlo, por sus lesiones extremas, Reynolds habría estado entre las casi 400 personas asesinadas en Los Ángeles en 2021, cuyas muertes marcan un incremento de más del 50% en homicidios desde 2019.
“Hemos visto diferentes tipos de cirujanos”, comentó Qiuana Williams, madre de Reynolds. “Después de leer sus documentos médicos, todos lo observan como si fuera un milagro viviente”.
![Sean Reynolds, 18, seen with his mother Qiuana Williams](https://ca-times.brightspotcdn.com/dims4/default/72209a3/2147483647/strip/true/crop/6720x4480+0+0/resize/1200x800!/quality/75/?url=https%3A%2F%2Fcalifornia-times-brightspot.s3.amazonaws.com%2Fac%2F1e%2F8b03a3e34811869516db2ea0e5a9%2Fla-photos-1staff-890987-me-gun-violence-in-2021-03-mjc.jpg)
En medio de una pandemia que ha devastado las reservas financieras y emocionales de las personas, así como socavado las iniciativas de años atrás para detener la violencia, familias como la de Reynolds están perseverando a través de cirugías, fisioterapia y el trabajo psicológico de intentar rehacer sus vidas después de haber sido sorprendidas por las balas.
Otras familias, más que en cualquier otro año en Los Ángeles desde 2007, se vieron obligadas a planificar funerales y procesar su primera temporada festiva sin hijos, hijas, hermanos y padres, cuyas vidas fueron arrebatadas, en su mayoría por hombres armados.
La ciudad ha sido testigo de casi 400 asesinatos a finales de 2021, una asombrosa pérdida del avance en la reducción de dicha violencia en los últimos 15 años. Hasta el 29 de diciembre del año pasado, hubo 392 homicidios, la mayor cantidad en cualquier año desde 2007.
Los jóvenes latinos y negros continúan estando sobrerrepresentados entre los muertos. Algunos de los vecindarios más perjudicados por las guerras de pandillas aún más mortales de la década de 1990 están siendo fuertemente afectados una vez más. Las áreas donde la violencia ha sido históricamente menos común también han experimentado una mayor actividad en este ámbito.
Un análisis realizado por The Times de los asesinatos en el condado de Los Ángeles durante los primeros 11 meses de 2021 mostró fuertes aumentos en vecindarios como Watts y el contiguo Florence-Firestone, que tuvieron más de 20 homicidios respectivamente, y en otras ciudades de la región del condado en general, incluida Compton y Long Beach, cada uno con más de 30.
En Hollywood sucedieron 10 asesinatos en los primeros 11 meses del año, en comparación con cuatro del año anterior, según los datos de la oficina del forense del condado. En Hyde Park fueron 13, comparados con cuatro en 2020, y, en El Sereno, ocho, cotejados con tres el año anterior. Los homicidios también aumentaron en vecindarios como Mid-Wilshire y Echo Park, aunque en menor cantidad.
Las causas son complejas y difíciles de precisar, y se han politizado, exagerando o minimizando, para cumplir con las narrativas elegidas por la gente sobre la policía, la justicia penal y el mejor camino a seguir. Otras partes de la nación también han visto aumentos repentinos de asesinatos, en algunos casos peor que en Los Ángeles.
Sin embargo, los efectos de la violencia son claros e indiscutibles: Surgen de incidentes individuales en casi todos los rincones de la ciudad para impactar no solo a las víctimas y los perpetradores, sino también a sus familias extendidas, vecinos y negocios locales, el personal de la sala de emergencias, los legisladores y la policía, cuyo trabajo es encontrar soluciones.
Algunos este año en Los Ángeles se han distanciado socialmente tanto por el dolor como por la pandemia, y su devastación agravó el aislamiento. Las esquinas de las calles se han vuelto luminosas para los muertos en velorios improvisados con velas a la vista de los restos de monumentos conmemorativos del pasado. Los médicos y enfermeras ya agotados por el ataque de COVID-19 han visto nuevos horrores en los rostros de los niños llevados a las salas del hospital con heridas de bala.
Tina Básquez ha pasado los últimos 13 años en la misma casa de San Pedro, pero en 2022 buscará un nuevo lugar para vivir, indicó. Necesita un espacio sin escaleras.
En julio, su hijo Vincent, de 24 años, quien jugó cuatro años futbol americano en San Pedro High School, quedó paralizado en un tiroteo que desconcertó a su familia. La policía lo ha vinculado a un grupo de otros hechos que, según los fiscales, fueron responsabilidad de una persona, un joven con presuntos vínculos con pandillas cuyo apodo figura en los registros judiciales como ‘Reaper’.
Cuando Básquez iba al hospital la noche de verano que le dispararon a su hijo, los protocolos de COVID-19 le impidieron entrar, cuando pensó que Vincent estaba agonizando o ya estaba muerto. Ella se angustió en un estacionamiento hasta que un cirujano finalmente salió para decirle que el chico estaba vivo, pero gravemente herido.
Desde entonces, Básquez se ha trasladado desde su casa hasta el hospital y un centro de convalecencia donde se aloja su hijo, quien dijo que no quería hacer comentarios. Ella está tratando de encontrar una manera de recaudar suficiente dinero para comprar el equipo médico que necesitará para mudarse a casa, incluida una cama motorizada especial que se vende, usada, por miles de dólares.
Al igual que la madre de Reynolds y muchas otras familias de víctimas de tiroteos en Los Ángeles, Básquez abrió una página de GoFundMe para pedirles a amigos y extraños que ayudaran a cubrir los costos impensables de tal violencia. Algunos necesitan dinero para cubrir los gastos médicos o los salarios perdidos de sus seres queridos lesionados. Otros requieren donativos para pagar los funerales.
Básquez indicó que está agradecida de que su hijo haya sobrevivido, pero entristecida por sus heridas, devastada por las otras madres que conoce en San Pedro cuyos hijos se fueron para siempre y frustrada por la falta de atención que reciben tales tiroteos en la ciudad, especialmente cuando involucran a jóvenes negros, así como a latinos, y no están en las zonas más ricas de la ciudad.
“Siento que estoy viviendo una pesadilla, como si un día me despertara y, con suerte, todo habrá terminado”, señaló. “Es una gran pérdida”.
El doctor Kenji Inaba, jefe de traumatología y cuidados intensivos y quirúrgicos del Centro Médico del Condado de Los Ángeles-USC, comentó que el nosocomio, uno más de los cerca de una docena de hospitales de urgencias en el condado, atendió a 398 víctimas de disparos el año pasado, un aumento de más del 30% sobre las 296 que trató en 2019.
Este año, el hospital ya había atendido a 381 víctimas de disparos a finales de agosto y superó el total de finales de 2020 en septiembre, detalló Inaba, quien todavía no tenía datos completos de 2021.
“Los números definitivamente están aumentando”, señaló. “En un día cualquiera, podríamos estar operando una herida de bala y literalmente los localizadores electrónicos (ahora son teléfonos) se encienden y pueden entrar otros dos o tres heridos por disparo”.
Es un trabajo complejo y satisfactorio, explicó, pero también extremadamente difícil, especialmente porque el COVID-19 ya ha dejado a los trabajadores del hospital “agotados mental y físicamente”.
Con las heridas de bala, los equipos quirúrgicos tienen que “averiguar qué está mal, qué parte ha destruido el proyectil y cómo reconstruirla” a una velocidad relámpago, detalló Inaba.
El médico combina ese conocimiento con lo que ve cuando trabaja varias veces al mes como oficial de reserva en el Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD por sus siglas en inglés), cuando responde a las llamadas de patrulla y ve de primera mano el tipo de dramas humanos y la ira que precipitan los disparos, señaló.
Se pregunta si otros vieran lo que él ha visto, se tomarían más en serio la proliferación de armas en Los Ángeles y en otros lugares de Estados Unidos.
“Nadie debería recibir un disparo”, subrayó Inaba, “y, sin embargo, estamos viendo que cientos y cientos de estos pacientes los reciben”.
Alrededor de esas víctimas, y perpetradores, hay miles de personas cuyas vidas se ven sacudidas.
Lindsay Ratkovich vive no lejos de una tienda de comestibles Ralphs en Mid-Wilshire donde, hasta el verano pasado, comúnmente se detenía para hablar con Eva Fekete, una mujer de unos 70 años que vivía allí fuera de su automóvil y, a veces, en una casa de campaña con su compañero, un hombre mayor al que protegía ferozmente.
La pareja nunca causó problemas, mencionó Ratkovich, y fue recibida por muchos en el vecindario. Fekete recordó los nombres de los vecinos y conversó con ellos sobre sus vidas y sus hijos, comentó Ratkovich, y éstos, a su vez, la cuidaron, llevándoles comida, ropa limpia, junto con otras necesidades para ella y su compañero.
Luego, un día de junio, Fekete presuntamente disparó y mató a un vagabundo de unos 40 años antes de irse en su automóvil. Ratkovich comentó que la mujer la llamó por teléfono mientras huía, demasiado asustada para decir mucho, pero necesitaba una amiga para tener en la línea.
A Fekete le habían robado el dinero de la seguridad social y la ayuda para la pandemia poco antes del tiroteo, indicó Ratkovich, y cree que ésta le disparó al hombre en defensa propia durante un intento de robo o asalto. No obstante, la mujer fue arrestada y acusada de asesinato. Ella se declaró no culpable.
El asesinato fue uno de las docenas de homicidios que sucedieron en 2021 en Los Ángeles, en donde las víctimas se encontraban en situación de calle. También fue, en la mente de Ratkovich y de muchos otros vecinos que han abogado por la liberación de Fekete, un trágico incidente que reveló en más de un sentido la vulnerabilidad de la población sin hogar de la ciudad.
“Sé que fue en defensa propia”, enfatizó Ratkovich sobre el tiroteo. “Que Eva sea considerada una criminal importante está más allá de la comprensión”.
Ratkovich comentó que el incidente ha sacudido su fe en Los Ángeles y sus líderes.
Para Reynolds, quien recibió un disparo por su PlayStation, la violencia de 2021 ha dejado cicatrices duraderas, y no solo físicas, sino algunas que también lo han impulsado hacia adelante.
Reynolds era un estudiante de excelencia que ya había obtenido créditos de nivel universitario y pronto se dirigía a Penn State University cuando le dispararon. Es, según todos los informes, un buen chico. Su director lo avaló cuando la policía vino a hacer preguntas, y ahora los oficiales también lo hacen.
“Sean es un joven increíble con un futuro prometedor”, comentó la subdirectora del LAPD, Emada Tingirides, quien supervisa la Oficina de la Asociación de Seguridad Comunitaria del LAPD, conoció a Reynolds después del tiroteo y asistió a una ceremonia especial de graduación de la preparatoria para él en su habitación de hospital.
![LAPD Deputy Chief Emada Tingirides and Sean Reynolds](https://ca-times.brightspotcdn.com/dims4/default/dc25586/2147483647/strip/true/crop/768x1024+0+0/resize/1200x1600!/quality/75/?url=https%3A%2F%2Fcalifornia-times-brightspot.s3.amazonaws.com%2F3d%2F1d%2F2caa553e4dee8013882325c3538b%2Freynolds-and-tingirides.jpg)
Aun así, después de ser baleado, Reynolds fue señalado por personas, incluyendo un profesor, sugiriendo que debió haber estado relacionado en una pandilla para que le dispararan, señaló. Otros, incluido el personal médico, insinuaron que era una especie de excepción entre las víctimas de los disparos porque era un joven muy bueno.
Esas reacciones se han quedado con Reynolds y su madre, quienes son negros y las consideran racistas.
“Siendo un hombre negro, asumirán que es algo que podría haber hecho” para causar los disparos, mencionó Reynolds.
“¿Por qué no es solo una víctima, lo que habría sido el caso si no fuera un joven afroamericano?”, se preguntó su madre.
Por esas suposiciones equivocadas, en parte, agregó Reynolds, está cansado de hablar con la gente sobre el tiroteo, en el que un joven de 14 años y otro de 16 fueron condenados por robo y su rehabilitación. Espera con ansias el día en que pueda hablar de todos sus otros logros, lo que ya ha planeado.
Debido a todos los cursos universitarios que siguió tomando durante su recuperación, ya tendrá el estatus de estudiante de último año cuando llegue a la universidad, que espera que sea este 2022, mencionó con una sonrisa una tarde reciente, mientras su madre estaba radiante.
A partir de ahí, su objetivo es ingresar a una escuela de derecho de primer nivel y luego a una firma de abogados líder.
“Me gustaría que fuera una parte minúscula de mi vida”, señaló Reynolds sobre sus lesiones de bala, “y que el resto fuera más positivo”.
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