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Fue aproximadamente a la mitad del servicio fúnebre de casi tres horas para el pastor asociado y profesor de escuela dominical, Joe Reginald Moore Sr., cuando su sobrina de alguna manera tomó el micrófono.
“¡Hubo un tiempo en el que ni siquiera me gustaba verlo!”
La gente en los bancos, profundamente sumida en su dolor para entonces, se quedó sin aliento. Pero Sandra Gladney continuó sin inmutarse.
“Repetiré, amén, hubo un momento en el que ni siquiera me gustaba verlo”.
Gladney estaba llegando a una verdad ya conocida por la mayoría de las personas que fueron a la Tabernacle CME Church el viernes por la mañana. Simplemente no estaban del todo preparados para hablar de ello mientras se encontraban de luto por todo lo que Moore había traído a sus vidas antes de ser brutalmente asesinado a tiros a mitad del día frente a su iglesia de Compton.
Sin embargo, la verdad es que Moore, o “Reggie”, como todos lo llamaban, no siempre fue un hombre de Dios.
Pasó varios años en las décadas de 1980 y 1990 adicto al crack. Sus parientes comentan que nunca estuvo en una pandilla (a diferencia de otros miembros de su familia), pero se metió en el tipo de problemas que a menudo acompañan a las drogas.
Que solo unas décadas después sería elogiado con proclamas de la ciudad de Compton, leídas en voz alta por la alcaldesa Emma Sharif, y por el asambleísta de California, Mike Gipson, hubiera sido impensable.
Pero Moore era un hombre dispuesto a cambiar y a perdonarse a sí mismo, así como a los demás. Quería que todos a los que conocía hicieran lo mismo.
Como explicó un amigo de la familia el viernes por la mañana, mirando el mar de rostros negros, muchos de ellos vestidos de azul y blanco: “Hicimos muchas cosas juntos, pero él se convirtió en un trabajador diligente de Dios”.
Gladney llegó al Upper Room Christian Center poco después de que encontraron a Moore inmóvil en la calle, con una herida de bala en el pecho.
“Todavía puedo verlo”, me comentó hace unos días, sentada en un sofá en la casa de su prima. “Aún no estaba cubierto”.
Moore, de 67 años, conocido por sus bromas constantes y su actitud apacible, acababa de dar una clase de estudio bíblico ese domingo a finales de octubre. Había salido para tomar un breve descanso antes de que comenzara el servicio de adoración principal cuando fue emboscado.
El Departamento del Sheriff del condado de Los Ángeles ha dicho que Moore era el objetivo previsto, pero aún no ha identificado públicamente un motivo. Se vio un sedán gris huyendo de la escena, cerca del Boulevard Compton y Avenida Dwight.
El tiroteo fue simplemente el último de una serie de delitos violentos, tanto relacionados con las drogas como con las pandillas, que comenzaron a aumentar durante los días más oscuros de la pandemia de COVID-19 y que aún no han terminado.
A mediados de octubre, la ciudad de Los Ángeles había registrado 320 homicidios este año, lo que la encaminaba a superar los 355 del año pasado. De hecho, tal como van las cosas, podría haber más personas muertas este año que en cualquier otro desde 2006.
La mayoría de las veces, las víctimas son negras.
Como Moore. Y antes que él, como su nieta de 27 años, Dominique, quien fue asesinada a tiros en Watts el mes pasado.
La violencia preocupó profundamente a Moore. Era conocido por predicar a todos los que escuchaban para dejar sus armas y cambiar sus vidas. Llevaba panfletos consigo exaltando la necesidad de entregar la vida a Cristo. Ser salvado.
A veces funcionaba.
En el funeral del viernes, Sabrina Colbert se acercó tímidamente al micrófono para hablar sobre su tío Reggie. Él fue quien la convenció de cambiar y, por fin, de lidiar con su adicción a las drogas.
“Yo solía tratar de huir de él”, relató con una risa triste. “Él decía, ‘¡Oye! ¿A dónde vas?’”.
La voz de Colbert se quebró mientras hablaba sobre la devastación de perder a su hija, Dominque, y luego a Moore unos días después. Pero juró mantenerse fuerte, luchar contra el dolor que parecía irradiar de ella y permanecer en la iglesia.
Miró el ataúd gris rodeado de flores. “Solo le agradezco a Dios que tuvo la oportunidad de verme limpia”, comentó.
Una cosa que quedó en claro por las muchas personas que lo elogiaron el viernes: Moore entendió la falibilidad y la fragilidad humanas más que la mayoría. De hecho, tenía un recordatorio constante.
Hace décadas, cuando todavía era adicto a las drogas, Moore terminó en un grave accidente automovilístico.
“Por eso caminaba cojeando”, me explicó Gladney. Raqueal, la hija de Moore, asintió con la cabeza y se secó los ojos con un pañuelo de papel.
Ninguna recuerda todos los detalles. Por qué estaba en el automóvil, por ejemplo, o incluso si conducía o era un pasajero. Pero lo que sí recuerdan ambas mujeres es que, en algún momento, el corazón de Moore se detuvo y fue resucitado.
“Eso es lo que hizo el cambio”, enfatizó Gladney. “Él y Dios tuvieron una conversación”.
El accidente dejó a Moore en el hospital durante semanas. Tuvo que someterse a múltiples cirugías y en algún momento del camino, también dejó su adicción al crack y redescubrió la religión.
“Nunca tuvo que ir a rehabilitación”, puntualizó Gladney. “Pero lo usó como un ministerio. Así que convirtió lo negativo en positivo”.
Pero en caso de que alguna vez quisiera olvidarse de los duros años que pasó en las calles, no podía porque el accidente lo dejó con esa cojera. Esa es la razón por la que caminaba con bastón. Y era su bastón, así como su Biblia, lo que Moore sostenía cuando lo encontraron muerto en medio de la calle.
“Nuestra familia no es ajena a la muerte y todo eso, pero esta no la vimos venir”, admitió Gladney.
“Él no le haría daño a una mosca”, agregó Raqueal mientras su voz comenzaba a quebrarse. “Así que no entiendo por qué alguien lo lastimaría”.
Aun así, ambas insisten en que su camino es la razón por la que Moore habló tanto sobre el perdón y por qué sería el primero en hacerlo, incluso para su asesino.
“Aunque cambió, no se contentó con eso”, señaló Gladney. “Se involucró para que la comunidad supiera que no hay nada que hayas realizado que Dios no perdone”.
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Commentary on people, politics and the quest for a more equitable California.
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