En la pandemia, los jóvenes descubren antigüedades para exponer en Zoom y evocar la nostalgia
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“¿Qué tal, reinas?”, saludó Macy Eleni a sus 250.000 seguidores de TikTok en un video reciente. “Bienvenidas a otra venta de antigüedades en Los Ángeles, ultra fabulosa y repleta hasta el borde”.
Desde el comienzo de la pandemia, Eleni acumuló un gran número de seguidores mientras se abre camino en ventas de antigüedades, remates y tiendas de segunda mano, dando consejos para los novatos sobre el mundo de lo usado, que conoce desde que era niña. La clave: Eleni tiene 28 años, y sus seguidores son incluso más jóvenes que sus pares milenios.
Esto va en contra de todas esas versiones de la Asociación Estadounidense de Jubilados (AARP, por sus siglas en inglés) y otros han ensalzado en los últimos años, acerca de la reducción de espacios y el descarte de artículos, asegurando “sus hijos no querrán sus cosas”. El “Antiques Roadshow” de PBS, un programa de larga duración, actualiza periódicamente los episodios antiguos que muestran valores de tasación mucho más bajos, especialmente para los muebles.
Pero el COVID lo cambió todo. Atrapados en casa y en videoconferencias, los jóvenes con valores ecoconscientes se han convertido en un nuevo y preciado mercado de antigüedades y arte para animar sus espacios, subiendo en la escala de compras desde la clásica ropa vintage, indica la evidencia.
“La Generación Z está harta de la moda rápida”, en todas las áreas de sus vidas consumidoras, enfatizó Eleni. “No es sostenible. Es malo para la gente y para el medio ambiente”.
La joven se dio cuenta de que había algo jugoso allí cuando estaba cambiando de apartamento, durante la primera semana del cierre del coronavirus y, ante el cierre de las tiendas de segunda mano, fue a un remate para buscar cosas para su nuevo lugar. La casa era una mansión de los años 80 y decidió filmar el viaje y convertirlo en un TikTok, donde es conocida como @blazedandglazed.
Al final del día, su publicación tenía decenas de miles de visitas y su sección de comentarios estaba llena de adolescentes que nunca habían oído hablar de un evento de ese tipo, donde la gente abre sus casas con la mentalidad de “todo debe irse”. Por lo general, ello ocurre cuando muere una persona y los familiares desean vender sus posesiones rápidamente, o cuando un propietario se está mudando y no puede llevarse todo consigo.
Eleni nunca gasta más de $100 por artículo, y sus compras han incluido joyas antiguas, ropa, muebles y artículos de decoración del hogar. Los más destacados fueron un par de botes de basura personalizados: uno con estampado de leopardo y uno de vidrio acanalado que ella describe como “sexy y con estilo ‘papá de los años 80’”.
“Por lo general, en los remates, realmente venden todo. Puedes llevarte hasta los pilares de las paredes”, comentó.
Su rápido éxito le valió alianzas con varias empresas que gestionan remates. A menudo, ella entra un día antes y graba un video para promocionar los artículos.
“TikTok lo cambia todo”, aseguró Eleni, quien se graduó de la Universidad de Ohio con un título en comercio minorista y moda, y espera eventualmente convertir su fama viral en un programa de televisión. “Publicar un video puede modificar la vida de una tienda de segunda mano”.
Los compradores jóvenes que acuden a remates han sido clave para mantener a flote su negocio durante el último año, remarcó Sheryl Coughlan, quien comercializa antigüedades hace 28 años, desde que comenzó a encontrar mercadería en callejones y contenedores de basura. Ahora, vende los artículos antiguos en su tienda, Antiques on Magnolia, que promete “mercancías de Beverly Hills a precios de Burbank”, así como en remates y en eBay.
Desde el comienzo de la pandemia, Coughlan estima un aumento del 35% de clientes más jóvenes. Para atraer aún más, aumentó su presencia en las redes sociales y anuncia sus publicaciones en Facebook a un rango etario más amplio. “Si confiara solo en la tienda, no sé si lo hubiera logrado”, reflexionó, hablando de las restricciones pandémicas que la obligaron a cerrar sus puertas durante nueve meses. “La comida, el agua y la energía son una necesidad. Las antigüedades no”.
Coughlan teoriza que los datos demográficos de los compradores de antigüedades muestran que estos se han vuelto más jóvenes durante la pandemia, porque al estar atrapados en casa todo el día muchos sintieron el deseo de tener una apariencia más cálida y hogareña. Esa, cree, es la razón por la que ha estado vendiendo una gran cantidad de escritorios de madera antiguos. “Puedes comprar un escritorio de metal de Ikea, pero se romperá en seis meses y tendrás que adquirir uno nuevo”, comentó. “Los muebles de metal estaban bien para navegar en las redes sociales, pero ahora que pasamos todo el día en nuestros escritorios, la gente quiere cajones y la calidez de la madera”. Agregó que un cliente compró dos tocadiscos Victrola para mostrar como fondo en Zoom, uno para cada esquina.
También es una época de mayor soledad, comentó Coughlan, y los jóvenes buscan conectarse con los parientes a quienes no pueden ver en persona. Muchos compradores entran en su tienda y notan que una pieza se ve exactamente como algo que tenía su abuela, y la llevan solo por eso.
Las antigüedades que vende suelen costar entre $500 y miles de dólares. Recientemente liquidó un juego de porcelana fina valorado en $19.000 por $4.000. Hace unos meses, vendió una mesa francesa tallada a mano, de nueve pies de largo, por $2.200, cuando su valor era de $12.000.
“No esperamos llenarnos de dinero aquí”, dijo. “Estamos tratando de ganarnos la vida, de mantener las puertas abiertas”.
La mayor parte de su dinero proviene de remates, que según ella pueden acumular $30.000 en tres días, mientras que la tienda suele generar entre $15.000 y $18.000 por mes. Las ganancias se dividen con los propietarios 50/50.
Un remate reciente en Hancock Park atrajo a 2.300 compradores, una bendición para las ganancias pero una pesadilla logística durante una pandemia. Su equipo, integrado por cuatro personas, maneja los controles de temperatura y las autorizaciones mientras ella rocía cientos de envases de Lysol.
Stefani Colvin, una música de 21 años que frecuenta esos eventos, tiene otra teoría sobre el repunte de los entusiastas de las antigüedades entre los más jóvenes. “Es la aspiración de ser diferente, especialmente la Generación Z”, remarcó. “Nos atrae la idea de poseer algo viejo, que nadie tiene”.
Durante la pandemia, Colvin ganó dinero a través de Depop, una plataforma de ventas de segunda mano utilizada principalmente por milenios y Gen Z. Hasta la fecha, ha vendido 1.541 artículos y acumuló 30.000 seguidores por sus ofertas únicas, que incluyen camisetas sin mangas de Betty Boop, suéteres y camisas con diseño de calaveras en llamas.
Si bien muchas de sus compras terminan en Depop, conserva algunos de los hallazgos más interesantes para sí, como una estatua de un cachorro de tigre de los años 60 y un puñado de coleccionables de KISS que encontró en un remate del manager de la banda.
Entre los asistentes a un reciente remate en Calabasas se encontraba Tori Ross, de 22 años. Había llegado a las 5 a.m., pero no fue lo suficientemente temprano para vencer a los que habían dormido en sus autos durante la noche para asegurarse de ser los primeros lugares de la fila.
Desde enero, Ross visita entre dos y cuatro remates cada fin de semana y llenó todo su apartamento de West Hollywood con antigüedades, incluida una mesa de vidrio de Jonathan Adler y un reloj de madera salido de la década de 1970.
Las ventas, que a menudo enfrentan a los compradores más jóvenes, deseosos de hallazgos únicos, con coleccionistas profesionales que intentan comprar la mejor mercancía y revenderla para obtener ganancias, pueden volverse caóticas. Ross vio peleas en las dos últimas a las que asistió. “Algunos habían llevado su propio papel y bolígrafo y pusieron sus nombres en la parte superior de una lista para tratar de obtener acceso temprano, pero la persona que dirigía el remate los atrapó porque, para empezar, no había una lista”, dijo.
Denegada la entrada, los tramposos regresaron horas después disfrazados con impermeables amarillos, grandes lentes de sol y acentos extranjeros. Eso tampoco funcionó.
En la misma venta, añadió Ross, alguien antes que ella en la fila compró la mayor parte de la ropa de alta gama y gastó un total de $20.000 dólares. Mientras tanto, la joven consiguió un par de Louboutins de 1992 inspirados en Andy Warhol, una chamarra, una pintura y un puñado de películas pornográficas en VHS.
Al igual que Eleni, obtuvo fama viral en TikTok; un video que hizo con imágenes de la venta de Calabasas tiene casi un millón de visitas en la aplicación.
Mientras que la Generación Z se concentra en los remates y las tiendas de antigüedades, una generación un poco mayor y un poco más rica se está abriendo paso en la escena artística de alta gama. Atrapados en casa, con ingresos disponibles y sin dónde gastarlos, los ricos de 30 y tantos años comenzaron a impulsar un mercado que tradicionalmente estaba limitado a las élites ultrarricas.
Los tratantes de arte Daniel y Dori Rootenberg son los directores de Jacaranda, una galería con sede en la ciudad de Nueva York fundada en 2007 que vende arte histórico de alta gama a coleccionistas y museos. Gracias al mercado emergente, su negocio perdió el ritmo durante el último año. “La demografía de nuestra zona de arte siempre se inclinó hacia los mayores, pero los más jóvenes se están involucrando”, indicó Daniel. “Pensábamos que iba a ser un año terrible, pero ha sido exactamente lo contrario”.
Daniel, nativo de Sudáfrica, y Dori, nativa de Nueva York con un título en historia del arte, se especializan en arte de África, Oceanía y América del Norte. Ya casi habían alcanzado su pronóstico de ventas para 2021 en febrero. Le vendieron arte a LACMA y a todos los demás museos importantes del país, y sus piezas (máscaras africanas de Dan, aros zulúes, agujas para tatuajes de 1.000 años de antigüedad, etc.) oscilan entre $500 y $500.000 dólares.
“Hemos vendido anzuelos de pesca por $10.000”, detalló Daniel.
Tradicionalmente, su base de compradores se limitaba a museos y coleccionistas de ambas costas, pero en estos días tienen clientes que simplemente buscan algo hermoso para su hogar. “Esa es la belleza de internet”, comentó Dori. “La gente se siente cómoda gastando $100.000 en una pieza basada literalmente en una imagen”.
La pareja dirige una galería física desde su apartamento antiguo en Nueva York, con estantes de arte alineados en el vestíbulo y piezas preciadas que llenan los espacios habitables. Todavía hacen shows en persona de vez en cuando, pero en estos días, la mayor parte de la acción ocurre en línea, lo cual es perfecto para un año de encierros. “La gente no puede viajar durante la pandemia; esto apela a su sentido de pasión por los viajes”, comentó Dori. “Pueden conseguir algo que viene de un lugar exótico y tiene una historia interesante sin salir de casa, y conversar al respecto cuando los visiten sus amigos”.
Daniel indaga sobre nuevas piezas mientras Dori busca compradores potenciales en Instagram. Publican catálogos de arte en línea y también crean videos que muestran los artículos desde todos los ángulos, para que los compradores puedan acercarse lo más posible a experimentar el arte antes de adquirirlo.
Para mantenerse al día con la nueva generación de compradores, los Rootenberg bromean diciendo que necesitarán descubrir TikTok para su próxima gran campaña. En unos años, puede que ya no sea una broma.
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