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De trabajadora de la salud a paciente: Muerte en la habitación 311

Kristina McGuire, an investigator with the Los Angeles County Dept. of Medical Examiner-Coroner, right on scene.
Kristina McGuire, investigadora del Departamento Médico Forense del Condado de Los Ángeles, a la derecha, y el asistente forense Jerry Meza se preparan para transportar el cuerpo de Judy Bounthong, de 58 años, una técnica quirúrgica del Hospital Emanate Queen of the Valley, desde su habitación en el Days Inn by Wyndham, en West Covina.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

El caso núm. 09567 murió sola en una habitación de hotel sobrecalentada, en West Covina.

Ella era una técnica quirúrgica en Emanate Health Queen of the Valley Hospital. Había dado positivo por el coronavirus y estaba aislada en el Days Inn by Wyndham, en la concurrida East Garvey Avenue South.

Estaba programada para salir el 13 de octubre, pero nunca llegó al vestíbulo. No contestó su teléfono, ni respondió a los repetidos llamados a su puerta. Cuando el gerente entró a la habitación 311, encontró a la mujer de 58 años acostada en la cama. Una almohada cubría sus piernas. Su mano derecha descansaba sobre su abdomen. MSNBC se reproducía en el televisor.

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Bounthong murió de complicaciones de COVID-19, cerca del final de su período de aislamiento. No fue descubierta durante varios días.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

Chouphaphone “Judy” Bounthong había sido autorizada a regresar al trabajo ese mismo día, un sofocante martes en el Valle de San Gabriel. Pero ella ya había comenzado a descomponerse.

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“Probablemente lleva aquí un par de días”, señaló Kristina McGuire, mientras se para frente al cuerpo sin vida, notando la deshidratación alrededor de los labios de la mujer muerta, cómo sus dedos han comenzado a momificarse y que su pecho y la mitad inferior de su rostro han empezado a ponerse verdes.

McGuire es investigador del Departamento de Médico Forense del Condado de Los Ángeles. Su trabajo en este día es armar el rompecabezas de la vida y la muerte de Bounthong —y mantenerse saludable.

“Creo que menos personas están viendo médicos yendo a hospitales. ¿Cuántas personas tienen un comportamiento más saludable en comparación con otros mecanismos de asimilación que tal vez no sean sanos?”

— Brian Elias, jefe de Investigaciones forenses del condado de Los Ángeles

La pandemia de COVID-19, que ha matado a más de 8.100 personas, solo en Los Ángeles, ha tenido un impacto dramático en la oficina del forense. Pero no de la forma que se espera.

Sí, los investigadores y los técnicos, las personas que manipulan los cadáveres en el campo, toman precauciones extra para no contraer el virus. Pero, de nuevo, siempre tienen cuidado, porque nunca saben lo que podrían encontrar en un cadáver. El coronavirus es una posibilidad, pero también hay tuberculosis y VIH / SIDA. Algunas escenas de muerte están contaminadas con drogas como el fentanilo, que puede inhalarse del aire y causar un gran daño.

El cambio más significativo provocado por la pandemia está en el número de casos del departamento, que se ha disparado en un 20% desde que el virus comenzó su marcha mortal a través del condado más poblado de California, a principios de 2020. Pero la mayor parte del aumento no es causado por personas que fallecen de COVID-19. De hecho, no está claro qué ha impulsado este incremento en los asuntos de los médicos forenses, particularmente en accidentes relacionados con drogas y alcohol, muertes naturales y homicidios.

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“La pandemia es sin duda una gran parte del fenómeno”, señala Brian Elías, jefe de investigaciones forenses del Condado. “Creo que menos gente está viendo médicos, yendo a hospitales. ¿Cuántas personas tienen un comportamiento más saludable en comparación con otros mecanismos de asimilación que tal vez no sean sanos?”.

Elías, sin embargo, llama a esa explicación “solo mi conjetura”.

WEST COVINA, CA - OCTOBER 08:
Brian Elías, jefe de investigaciones forenses de Los Ángeles, frente a contenedores congeladores donados detrás de su oficina. Él dice que estos nuevos materiales han aumentado la capacidad de almacenamiento de alrededor de 500 cuerpos, a casi 3.000.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

El día que McGuire ingresa a la habitación 311, ese era solo uno de los muchos misterios.

Kristina McGuire revisa un diario que cree que fue escrito por la fallecida, Judy Bounthong. Tiene que documentar toda la propiedad de Bounthong en la habitación del motel y crear un informe de sus hallazgos.

El gerente del motel llamó al Departamento de Policía de West Covina. La policía llamó a la oficina del forense. McGuire llega a la escena alrededor de las 2:30 p.m. y se pone a trabajar.

WEST COVINA, CA
Kristina McGuire, investigadora del Departamento de Medicina Forense del Condado de Los Ángeles, revisa un diario que cree que fue escrito por la fallecida Judy Bounthong, de 58 años, una técnica quirúrgica, encontrada muerta en su habitación del hotel Days Inn by Wyndham, en West Covina, CA, el martes 13 de octubre de 2020. McGuire tiene que documentar todas las propiedades de Bounthong en la habitación del motel y crear un informe de sus hallazgos.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

Ella no quiere traer contaminación a su casa en Lancaster. La comparte con su madre inmunodeprimida que pronto cumplirá 66 años y a quien le acaban de diagnosticar cáncer por cuarta vez.

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McGuire sabía antes de entrar en la habitación desordenada que Bounthong había dado positivo por COVID-19. Así que su rostro está oscurecido por un respirador de alta resistencia con grandes filtros rosados, dos puntos brillantes en la penumbra. Normalmente usaría un cubrebocas N95, pero una mayor comodidad significa menos protección.

Desde que comenzó la pandemia, mantiene al menos dos metros de distancia de todas las personas con las que interactúa en el trabajo. Está más preocupada por contraer el coronavirus de los vivos que de los muertos.

“Todavía no han hecho estudios para determinar cuál es la probabilidad de que me contagie de COVID-19 por una persona fallecida”, indica, tomando fotografías de la habitación, la mujer muerta y sus pertenencias. “Me pongo mi chamarra cuando toco un cuerpo porque no quiero que entre en contacto con mi piel. Pero no estoy en un traje completo de Tyvek. Conozco a algunas personas que lo utilizan”.

WEST COVINA, CA - OCTOBER 13
Kristina McGuire revisa recetas y otros artículos personales en busca de pistas sobre la vida de Judy Bounthong.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

McGuire examina la sofocante habitación del motel, teñida por el calor de la tarde con el olor de la muerte. Documenta los frascos de recetas, el racimo de plátanos podridos en el escritorio, las pilas de ropa en el suelo, la caja de pañales para adultos.

Cada detalle se suma a la historia de Bounthong. Aunque el papeleo médico en el lugar muestra que contrajo COVID-19, aún no se sabe con certeza si el virus la mató.

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“Algo parece tan simple: Una enfermera de 58 años que no responde en su habitación después de dar positivo por COVID”, dice McGuire. “Automáticamente, dices ‘coronavirus’. Pero no lo sé. No conozco nada de ella. Todo es una suposición, y luego se descubrirá la verdad “.

A las 3:55 p.m. es hora de girar el cuerpo de Bounthong para buscar signos de trauma. Este es un momento particularmente complicado, porque cuando se mueve un cuerpo, el aire y las gotas de humedad de los pulmones pueden salir disparados hacia la habitación y hacia McGuire y su compañero, el asistente forense Jerry Meza.

McGuire se pone la chaqueta negra con “INVESTIGADOR” en letras amarillas en la espalda y se para en la cama. Con la ayuda de su asistente, da la vuelta al cuerpo. Baja, se cambia los guantes, levanta el camisón floral rosa de Bounthong con la mano izquierda para dejar al descubierto la espalda del cadáver. Toma fotos con la cámara a su derecha.

WEST COVINA, CA - OCTOBER 13:
El asistente forense Jerry Meza rueda la camilla mientras Kristina McGuire se acerca para ayudar.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

Ella es cuidadosa y gentil. Las sábanas blancas de la cama están sucias. La piel de Bounthong está arrugada de una manera que no se ve en una persona viva. Su sangre se ha acumulado en su espalda, y la parte de atrás de sus piernas. Lleva varios días postrada allí.

“No hay signos externos de trauma”, dice McGuire. “No veo nada en la parte detrás de su cabeza. Puedes observar su lividez, de cómo estaba acostada y cómo murió. No siento ninguna fractura en su cráneo”.

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Meza coloca una sábana blanca y limpia en el piso, luego una lámina de plástico encima. Cubren la cara de Bounthong con una toalla. McGuire la toma de los pies; Él, sus manos. La sacan de la cama y la ponen sobre el plástico.

Envuelven el cuerpo en las capas protectoras, se las atan a la cabeza y a los pies. Después la suben a la camilla y la sacan por la puerta.

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Karmen Parga sostiene su teléfono inteligente y la conversación de texto con su amiga de toda la vida llena la pequeña pantalla.

Viernes 25 de septiembre:

Parga: ¿Estás bien? No te he visto en toda la semana

Bounthong: Sí, estoy bien trabajando extra.

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Karmen Parga, una técnica de limpieza en Long Beach Memorial Hospital, muestra su última interacción de texto con Judy Bounthong, su amiga durante décadas y quien había dado positivo por COVID-19.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

Jueves 1 de octubre:

Parga: ¡Oye! ¿Estás bien? ¿Diste positivo en la prueba de COVID?

Bounthong: Sí, me expuse en el trabajo. Estoy en aislamiento 14 días.

Las mujeres se conocieron hace casi 30 años, mientras laboraban en un hospital en Paramount. Parga, una técnica de limpieza ubicada en Lakewood, describe a la pequeña mujer laosiana como la segunda madre de sus hijos. Han vivido juntas en tres ocasiones distintas, la más reciente en el momento de la muerte de Bounthong.

El hijo de la difunta, William, un trabajador social de la escuela, vive cerca de Chicago con su esposa, su hijo y su hija. El padre de Bounthong murió hace dos o tres años, dice su amiga, y desde entonces, “Judy lo pasó mal con la depresión y la vida. Pero siempre ha sido muy cariñosa, muy generosa. Quiere alimentar al mundo”.

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Llevó comida y suministros a las personas sin hogar en el parque, cerca de su hospital de West Covina. Trabajaba 12 horas y volvía corriendo a Lakewood para preparar la cena para Joseph, el hijo menor de Parga. Cada uno de los niños de su amiga tenía una especialidad favorita de Bounthong: la de Joseph era una sopa de mariscos picante; la de Junior era arroz dulce y mango; la de Krystal era laarb, una ensalada de carne, el plato no oficial de Laos.

WEST COVINA, CA - OCTOBER 22:
Karmen Parga, a la izquierda, técnica de limpieza en el Long Beach Memorial Hospital, recibe una sonrisa tranquilizadora de su nieta, Lauren Ward.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

“Definitivamente siempre se aseguraría de que nos cuidaran”, señala Parga, quien es latina. “No creo que alguna vez haya preparado un plato que no me gustó. No pienso que llegó a cocinar algo que no les gustara a todos. Ahora tenemos una despensa llena de ingredientes tailandeses con los que no sé qué hacer “.

Debido a la pandemia, Bounthong se aseguró de cambiarse la bata en el hospital cuando terminaron sus turnos. No quería llevar la contaminación a su segunda familia. Se registró en el Days Inn cuando le diagnosticaron el virus. El hotel ha sido un hogar lejos del hogar para los trabajadores de salud en todo el Valle de San Gabriel, tanto sanos como infectados.

Para William Bounthong, la necesidad de este tipo de adaptaciones durante la pandemia “es como el inframundo de la enfermería y el COVID”.

“Sé que cuando empezó, ella estaba preocupada”, explica William. “Ella sintió que su sistema inmunológico estaba comprometido. No se fue a casa porque tenía compañeros de cuarto. Por eso no se puso en cuarentena en su propio hogar”.

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Cuando McGuire tuvo que informar a la familia de Bounthong que la técnica quirúrgica había muerto, llamó a Parga.

“El impacto inicial de que le diagnosticaran COVID fue tan aterrador”, dice. “Si pudiera retroceder en el tiempo, creo que preferiría tenerla en casa. Lo más difícil de afrontar es que estuvo aislada durante 14 días”.

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No hay privacidad en la muerte, especialmente cuando su fallecimiento es investigado por la oficina del forense.

Aproximadamente 60,000 personas mueren en Los Ángeles cada año. El personal de Elías asume alrededor del 15% de esos casos: los violentos, los repentinos, los inusuales. Personas que mueren sin antecedentes médicos conocidos, muertes por exposición, personas sin techo, personas no identificadas.

En 2019, los investigadores de esta área trabajaron en 9,668 casos, según los datos proporcionados por la dependencia. Para el 15 de noviembre de 2020, cuando quedaban seis semanas en el año, el número de contagios ya había alcanzado los 10,267. Si el ritmo se mantiene y no muestra signos de disminuir, el departamento podría llegar a casi 12,000 casos este año.

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La cripta de la agencia, donde se almacenan los cadáveres a la espera de la autopsia o la disposición final, alberga unos 525 cuerpos. Cuando ocurrió la pandemia, el departamento ordenó una docena de contenedores de almacenamiento y cinco remolques refrigerados, espacio para otros 2,000 restos. A fines de noviembre, el comienzo de la oleada más reciente de COVID-19, cada uno de esos espacios contenían alrededor de 60 cuerpos.

Las muertes accidentales relacionadas con las drogas y el alcohol están en camino de aumentar alrededor del 15% en comparación con el 2019; homicidios, 29%, según estadísticas proporcionadas por la institución. Los suicidios, sin embargo, no han aumentado, aunque la pandemia definitivamente ha influido en algunas de las personas que se quitaron la vida en 2020.

WEST COVINA, CA - OCTOBER 13:
Las insignias de trabajo de Judy Bounthong se encuentran en el tocador, después de que su cuerpo fuera descubierto en el Days Inn by Wyndham en West Covina.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

“Sabemos que hemos tenido suicidios debido a la pandemia”, explica Elías. “’Estoy aislado. Perdí mi trabajo. No tengo esos contactos que tuve una vez’. Quedan notas o esta persona ha comunicado estos pensamientos a otros o enviará correos electrónicos, mensajes, cosas por el estilo”.

McGuire regresa a la habitación 311 después de que ella y Meza escoltan el cuerpo de Bounthong hasta la camioneta blanca que la llevará de regreso a la oficina, donde será examinada por un patólogo.

Su rostro está enrojecido por el calor. Mechones de cabello se han escapado de su cola de caballo. Se quita la chaqueta. Con el cuerpo en otro lugar, McGuire puede cambiar el respirador pesado por una máscara N95. Se cambia de guantes de nuevo y se dirige a examinar e inventariar las posesiones de Bounthong.

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Dos teléfonos inteligentes. Sus insignias de trabajo. Joyería. Ropa. Un neceser de maquillaje turquesa estampado con labios rojo vivo. Fotografías escolares en blanco y negro de niños sin nombre. Efectivo —$131.89 en billetes y unas monedas— esparcido por el cojín del sofá. Recibos de casa de empeño. Cupones de retiro de efectivo de un viaje de julio a un casino.

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WEST COVINA, CA - OCTOBER 13
Kristina McGuire entra a la habitación del Days Inn by Wyndham donde se descubrió el cuerpo de Bounthong.
(Jay L. Clendenin / Los Angeles Times)

El oficial de policía de West Covina, Anthony Huacuja, que trabaja en el caso, bosteza. Es su última llamada del día.

“Esta es mi primera tarea de hoy”, dice McGuire. “Ayer vi el asunto de un tipo que se prendió fuego cerca del Hospital del Condado. Asumo que tiene esquizofrenia. Lo encontraron sentado en un lote de tierra, humeante”.

Vuelve al inventario. Hay un cuaderno de espiral, el diario de Bounthong de meses antes. Nada sobre cómo contrajo el virus.

Pero hay muchas pruebas de que estaba enferma. Gatorade, jarabe para la tos y mascarillas quirúrgicas. Una jarra de agua de 5 galones. Ibuprofeno. Un somnífero recetado, un relajante muscular. Una bolsita con un puñado de pastillas blancas marcada como “antidepresivo y ansiolítico”.

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La investigación acaba de comenzar. McGuire necesitará encontrar registros médicos, hablar con amigos y familiares. Un patólogo examinará el cuerpo. Eso, sin embargo, llevará tiempo.

Cuando ella se puso a trabajar, había 103 cuerpos esperando la autopsia.

Para cuando deja el Days Inn, todavía quedan 70.

Seis días después de que se descubrió el cuerpo del caso No. 09567, se resolvió al menos un misterio.

“Esta mujer de 58 años, Chouphaphone Bounthong”, escribió un médico forense adjunto, “murió de COVID-19”.

Ryan Menezes, contribuyó a este artículo.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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