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Recuperarse del COVID-19: ‘Tu mente está activa, pero no puedes hablar, no puedes escribir; estás atrapado dentro de tu cuerpo’

Physical therapist Philip Dicenso and occupational therapist Katherine Dailey help Dr. Jay Buenaflor.
El fisioterapeuta Philip Dicenso y la terapeuta ocupacional Katherine Dailey ayudan al Dr. Jay Buenaflor, quien se encuentra en rehabilitación en el Select Specialty Hospital, en San Diego.
(Alejandro Tamayo / San Diego Union-Tribune)

Un médico de Brawley detalla el agotador camino de vuelta a la vida después de 52 días pasados en una máquina de salvar vidas.

El Dr. Jay Buenaflor se abría paso lentamente a través de una espaciosa sala de rehabilitación en una tarde reciente, moviéndose de arriba a abajo para recoger notas adhesivas amarillas numeradas en paredes, puertas y equipos.

Las puso en orden y las alcanzó sin tropezar, una victoria que habría parecido improbable el 12 de junio pasado, cuando este pediatra de Brawley, California, ingresó en un hospital local después de detectar manchas en su propia radiografía de tórax. Hasta hoy, aunque él y sus familiares aseguran haber tomado todas las precauciones posibles, no está claro cómo se infectó.

Lo que siguió después fue una pelea a puñetazos contra el COVID-19. Ni el plasma sanguíneo donado ni los medicamentos antivirales le daban la ventaja necesaria para superar la enfermedad, lo cual obligó a trasladarlo en ambulancia aérea al Centro Médico UCSD Jacobs en La Jolla. Allí, este esposo y padre de tres niñas en edad escolar necesitó la ayuda de una máquina especial para agregar oxígeno y eliminar el dióxido de carbono de su sangre, porque sus pulmones estaban demasiado inflamados para hacer el trabajo por sí mismos.

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Buenaflor pasó un total de 52 días con todo su torrente sanguíneo circulando fuera de su cuerpo. No es una situación ideal para nadie, mucho menos para un hombre con diabetes tipo 2.

Meses de reposo en una cama de hospital con un respirador automático le hicieron perder más de 50 libras, gran parte de su masa muscular. Cuando se despertó finalmente, el 30 de junio, todavía en una niebla de medicamentos, descubrió que sentarse era una tarea agotadora.

Desde hace meses, los casos graves de COVID-19 como el de Buenaflor ponen a prueba los límites de los cuidados críticos y la rehabilitación, lo cual exige que tanto pacientes como cuidadores encuentren núcleos internos de perseverancia y creatividad en las tareas de recuperación de una enfermedad que, a veces, deja al cuerpo drenado de recursos.

Buenaflor, de 48 años, lleva más de dos meses en eso.

Si bien no parece mucho tiempo para alguien que desconoce su historia, recoger notas adhesivas en el gimnasio de rehabilitación del Select Specialty Hospital San Diego representa un nivel de movilidad, fluidez, equilibrio y resistencia que parecía totalmente imposible cuando volvió en sí, a finales de junio.

De hecho, después de haber sufrido terribles sueños mientras estaba sedado, incluido un vislumbre aterrador de su propio funeral, Buenaflor consideró simplemente darse por vencido luego de recuperar la conciencia y saber que estaba tan débil que apenas podía moverse, y mucho menos ponerse de pie. “Hubo un momento en el que dije: ‘Esto es todo’, cuando me estaba despertando”, recordó el médico.

Los funcionarios del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles esbozan la frecuencia con la que los filtros refrescan el aire dentro de las terminales.

En ese momento de derrota, y en muchos más que siguieron, los recuerdos de sus hijas y su esposa, Valerie, siempre aparecían, como un recordatorio de lo que iba a extrañar si se rendía. “Siempre existe esa chispa, esa ‘solo denme otro momento más, déjenme verlos una vez más. Eso es todo lo que pido’”, comentó.

Con su familia como motivación, empezó a hacer el arduo trabajo de reaprender a tragar, a hablar, a pararse y a caminar. Solo después de más de un mes de esos aprendizajes básicos, ponerse de pie y caminar comenzaron a aparecer de forma automática. “Es una experiencia aleccionadora, pero tengo suerte de estar todavía aquí”, reconoció.

Solo decir esa frase es una victoria. Tomó dos semanas, agregó Valerie Buenaflor, para que su esposo recuperara la capacidad de decir “te amo” usando gestos con las manos en las videollamadas.

Durante días después de haber despertado, lo que alguna vez había sido una mano segura, acostumbrada a escribir recetas, producía solo garabatos, independientemente de los mensajes que le enviara su mente. “Tu mente está activa, pero no puedes hablar, no puedes escribir; estás atrapado dentro de tu cuerpo, eso es lo que da miedo”, describió Buenaflor.

Los pacientes no comen ni beben mientras están sedados, y esa experiencia, añadió, lo dejó rogando constantemente por agua. Finalmente, el médico progresó lo suficiente como para comenzar a recibir trozos de hielo. “Cuando comenzaron a darme puré de manzana, me pareció la comida más deliciosa que había probado”, recordó Buenaflor.

Un tratamiento clave

Es poco probable que Buenaflor hubiera avanzado así sin contar con la oxigenación por membrana extracorpórea. A menudo llamado ECMO, por sus siglas en inglés, el proceso exige insertar tubos largos, o cánulas, en los principales vasos sanguíneos del paciente, lo cual hace posible bombear continuamente todo su suministro de sangre a través de un filtro de alta tecnología, capaz de agregar oxígeno y eliminar el dióxido de carbono.

Está claro que los pacientes con COVID-19 pasan más tiempo en ECMO de lo que era común anteriormente en el mundo de los cuidados intensivos.

Un estudio reciente publicado en el Colegio Estadounidense de Cardiología detectó que la media de tiempo en dispositivos ECMO para pacientes con neumonía viral relacionada con infección por influenza es de 10 días, en comparación con dos semanas para enfermos de COVID-19.

Mientras las muertes de los latinos por COVID-19 se disparan, un incansable flujo de cuerpos son trasladados de los hospitales, hogares de ancianos y casas hacia las funerarias o morgues.

Pero el tratamiento durante mucho más tiempo que la media es cada vez más común. Scripps Health, en San Diego, tiene un paciente todavía en cuidados intensivos que ha estado en una máquina de ECMO durante dos meses.

Estos tiempos de ejecución prolongados, indicó el Dr. Samuel Glickman, un especialista en cuidados críticos en Scripps, aumentan las posibilidades de complicaciones, como hemorragias internas y accidentes cerebrovasculares, pero también pueden brindar suficiente lapso para que sanen los pulmones dañados. Ese deterioro, agregó, no se parece a nada que hubiera visto hasta ahora en sus años de carrera. “En estos pacientes con COVID, realmente muy enfermos, es más profundo que cualquier cosa que haya experimentado”, reconoció Glickman. “No puedo pensar en nadie antes de este momento que haya estado tan mal durante tanto tiempo”.

Debido a que la ECMO mantiene la sangre en buenas condiciones, no es técnicamente necesario que los pacientes respiren. Pero el instinto humano de respirar de nuevo es insaciable y, mientras las personas están sedadas, los neumólogos y los terapeutas respiratorios deben controlar la configuración del respirador mecánico para que brinde la sensación de respirar sin permitir inhalaciones tan profundas que estresen los pulmones. Después de todo, el objetivo es darles el descanso suficiente para que sanen.

Pero tanto tiempo de un tratamiento tan invasivo crea sus propios desafíos al momento de la rehabilitación. Los equipos de cuidados intensivos intentan que sus pacientes se muevan lo antes posible, comenzando con movimientos simples de caderas, muñecas, tobillos y extremidades superiores mientras todavía están en la cama. Finalmente, se les ayuda a pararse brevemente mientras las cánulas de ECMO aún bombean sangre fuera del cuerpo y la devuelven a éste a una velocidad de cuatro litros por minuto.

Dado que el ser humano promedio contiene solo cinco litros de sangre, es una tarea angustiosa; el desprendimiento de una cánula sería fatal muy rápidamente. Al principio, hacer que los pacientes se pusieran de pie durante un tratamiento ECMO era estresante, pero la experiencia se ha vuelto menos agobiante con la práctica y la consulta con colegas de UC San Diego. “Somos capaces de demostrarnos que se puede lograr una buena cantidad de movimiento de forma segura siempre que se tomen las precauciones adecuadas”, destacó Glickman.

Al tratar de defenderse del coronavirus, los países que ponen barreras de entrada a los turistas lo han hecho a un costo creciente para ellos mismos y para otros.

En movimiento

Buenaflor experimentó esta rutina inicial en UCSD Jacobs Medical Center, donde, rodeado de trabajadores de la salud con equipo de protección, pudo estar de pie brevemente el 3 de julio, con las cánulas de ECMO en su lugar y funcionando. Valerie, quien observó nerviosamente el proceso en vivo a través de un enlace de video, vio a su esposo, a quien no había podido visitar en persona, ponerse de pie y mantenerse así mientras sostenía un andador, durante unos 10 segundos.

“Cuando me miró a los ojos, me indicó un utensilio de escritura, pero no podía escribir”, comentó. “Sin embargo, ése fue un gran día; poder verlo en movimiento. Fue solo un poquito, aunque representó mucho para todos”.

Casi dos meses después, el 25 de agosto, Buenaflor fue admitido en el hospital de especialidades médicas en Hillcrest.

Durante el último mes, los fisioterapeutas de Select han aumentado gradualmente sus niveles de actividad, y recientemente reemplazaron el flujo alto de su oxígeno suplementario por uno bajo. Es el tipo de trabajo que requiere una paciencia infinita. Los contratiempos son comunes y los logros pueden ser tan pequeños que resultan casi imperceptibles.

El Dr. Samuel “Buddy” Hammerman, director médico de la división de cuidados intensivos a largo plazo de Select, expuso que las 98 instalaciones de este tipo de su organización, distribuidas en 28 estados, han trabajado colectivamente con unos 3.000 pacientes de COVID-19 en recuperación, después de largos períodos de estar internados en el hospital.

Avanzar cuando los déficits son inicialmente tan grandes, remarcó, exige una mentalidad de “trabajo lento” que acepte el hecho de que habrá contratiempos. “La rutina lenta es seguir trabajando con el paciente a pesar de que habrá algunos patrones de enfermedad que aparecerán y desaparecerán”, comentó Hammerman. “Nuestra persistencia es fundamental”.

El recorrido es especialmente agotador para las familias.

A Valerie se le permitió visitar a su esposo solo una vez desde el 12 de junio, y por lo demás debió conformarse con videollamadas. Ninguna de las tres hijas en edad escolar de la pareja, las gemelas Victoria y Jorja, de 10 años, y Catherine, de nueve, pudieron acompañar a su padre debido a los protocolos hospitalarios, que siguen vigentes desde la primavera.

El estrés no se limita solo a Jay Buenaflor. Valerie, quien es una enfermera practicante que trabaja con su marido en la consulta familiar, recientemente retiró a su padre del centro de enfermería especializado de Windsor Gardens, donde el hombre convaleció después de ser tratado por COVID-19 desde el 25 de junio. Mientras su esposo viajaba en avión a San Diego para su tratamiento avanzado, su padre estaba internado.

La familia ha hecho todo para estar lo más cerca posible, como conducir desde Brawley hasta pararse en la acera frente al hospital Select y enviar desde allí una foto de ellos mismos por mensaje de texto, con la nota ‘Esto es lo más cerca de ti que podemos llegar’.

Todo ello no pasa inadvertido para el hombre cuya cama está sólo unos pisos más arriba. Con los ojos llenos de lágrimas, reconoció que no poder estar en la misma habitación con sus seres queridos le ha traído la mayor angustia de todas.

Cuando finalmente llegue a casa, contó, la familia será lo primero. Los días de irse a trabajar antes de que sus hijas se despierten y regresar cuando ya se han dormido quedaron atrás para siempre. “Podemos ignorar muchas cosas, pero esto es lo más importante”, reconoció. “A veces trabajamos demasiado, e ignoramos las cosas más importantes”.

Sisson escribe para el San Diego Union-Tribune.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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