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En todo el país, los estadounidenses exigen justicia con protestas fuertes, ruidosas y pacíficas

Los manifestantes exigieron justicia. Pidieron el fin del racismo y la brutalidad policial; hicieron ruido, fueron bulliciosos, y también lo hicieron en paz

Se apilaron sobre el puente de Brooklyn. Pasaron en masa por la Casa Blanca, recientemente fortificada para mantener a raya a los ciudadanos del país. Obligaron a los funcionarios de la ciudad a cerrar el famoso Lake Shore Drive en Chicago. Marcharon en USC, Sunset Boulevard, Beverly Hills, el Ayuntamiento de Los Ángeles, San Pedro, Huntington Beach.

Decenas de miles de manifestantes salieron a las calles de todo el país el sábado -en varias ciudades por décimo día consecutivo- para protestar por el asesinato de George Floyd, un hombre negro que murió el 25 de mayo en Minneapolis, con la rodilla de un oficial de policía blanco sobre su cuello.

Los manifestantes exigieron justicia. Pidieron el fin del racismo y la brutalidad policial; hicieron ruido, fueron bulliciosos, y también lo hicieron en paz.

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Poderosa imagen envía un mensaje de calma para un país convulsionado

No hubo incidentes aparentes de vandalismo o saqueos el sábado por la noche, ni ventanas rotas ni bienes robados. Y, en su mayor parte, las hordas de agentes con equipo antidisturbios no actuaron. A diferencia de principios de semana, no se reportó el uso de gases lacrimógenos, balas de goma o porras policiales en la mayoría de las ciudades del país.

Los alcaldes marcharon. Los enfermeros agitaron letreros, llevaron máscaras, repartieron desinfectante para manos. Los jugadores y el personal de los Denver Broncos se unieron a los manifestantes en el Capitolio de Colorado. Los agentes del orden en algunas ciudades se arrodillaron, ahora un signo casi universal de protesta antirracista gracias al ex mariscal de campo de los 49ers de San Francisco, Colin Kaepernick.

En lo que marcó un toque perfectamente californiano, un Tesla blanco se estacionó en medio de Sunset Boulevard, mientras sus ocupantes repartían agua y comida. En Hollywood y Vine, José Lagunas agitaba una réplica hecha de goma de la cabeza del presidente Trump, sobre un palo. “Si hay algo que he aprendido”, afirmó, “es que este tipo de cosas llama mucho la atención y difunde el mensaje”.

El alcalde de Santa Mónica y la jefa de la policía se enfrentan a duras preguntas de los manifestantes de George Floyd: “¡Llamaste a la Guardia Nacional!”

Lagunas, quien participó en cuatro manifestaciones la semana pasada, estuvo entre las miles de personas en más de una docena de protestas realizadas en el área de Los Ángeles, el sábado, que alzaron sus voces contra los asesinatos injustos de estadounidenses negros.

Honraron a Floyd; a Breonna Taylor, una mujer negra y técnica médica de emergencias, que fue asesinada a tiros por la policía en marzo, en su casa de Louisville, Kentucky; y a Ahmaud Arbery, un corredor negro que fue perseguido y asesinado a tiros por dos hombres blancos, en febrero pasado en Georgia, entre otros.

Andrea González llevó a su madre, esposo y tres hijos a la creciente multitud que se concentró en el Ayuntamiento de Los Ángeles el sábado por la tarde. Era la primera vez que sus niños, de cuatro, seis y siete años, llegaban a una línea de protesta. La familia condujo desde San Dimas para participar.

“Los trajimos aquí porque es importante mostrarles por qué respetamos todas las vidas humanas”, remarcó González, “y que aunque somos latinos, apoyamos las vidas negras”. Su madre, Micaela Ruiz, quien tiene recuerdos vívidos de los disturbios de Los Ángeles en 1992, agregó: “El silencio es aceptación”.

Caras de sorpresa, la canción sonando de fondo y soldados bailando con manifestantes

Un grupo de aproximadamente 50 enfermeros y otros trabajadores de la salud del Centro Médico Ronald Reagan de UCLA, el Centro Médico de UCLA Santa Mónica, la Escuela Keck de Medicina de USC, el Hospital de Niños de Los Ángeles y Kaiser Permanente se unieron a la protesta frente al Ayuntamiento después de meses de trabajar sin descanso para asistir a pacientes con COVID-19.

“Dejamos las líneas del frente para venir aquí. Sentimos mucha ira y, como defensores de los pacientes, necesitábamos hablar sobre la injusticia”, destacó Kannitha Lor, de 25 años.

Las comunidades negras se han visto especialmente afectadas por el coronavirus, una de las principales razones por las que los trabajadores de la salud se unieron a la manifestación, explicaron.

“El racismo es una crisis de salud pública”, señaló Delilah García, de 24 años, al reflexionar sobre la cantidad desproporcionada de pacientes negros que atiende, en comparación con otras razas. “Basta es basta”.

Usando sus trajes sanitarios y máscaras faciales, de acuerdo con las restricciones por el coronavirus, y sosteniendo letreros que decían “Enfermeros a favor de las vidas negras” y “Si alguien dice que no puede respirar, ayúdelo”, ofrecieron desinfectante de manos a otros manifestantes y estaban preparados para brindar asistencia médica si era necesario.

Las imágenes de Denzel Washington se volvieron virales después de que se vio al actor mediando un encuentro entre un hombre negro y la policía en La Cienega Boulevard.

Cientos de manifestantes se reunieron cerca de las 2 p.m. alrededor del Edificio Federal, en Wilshire Boulevard, Westwood. Una mujer, que llevaba una boina negra y una camiseta con la leyenda “Black Girls Rock” (las chicas negras son lo máximo), se paró en la calle para bloquear el tráfico, mientras que otra yacía boca abajo en medio de una intersección cercana.

Luego, decenas de manifestantes se unieron a ellas, acostándose boca abajo en la calle. Así permanecieron, silenciosos e inmóviles, durante varios minutos. Luego se levantaron y comenzaron a cantar: “Digan su nombre” y “Breonna Taylor”.

En Washington, D.C., miles de personas se reunieron en la recientemente llamada Black Lives Matter Plaza, frente a una Casa Blanca que ahora se asemeja a una fortaleza, rodeada de cercas altas y barreras de concreto.

Activistas de Black Power se sumaron, junto con mujeres de YWCA, veteranos del ejército y reclutadores gremiales, personas con muchos tatuajes, mujeres con hiyab, niños y abuelas con canas, trabajadores federales, sacerdotes, médicos con sus vestimentas laborales, personas con Biblias -que parecían lo suficientemente familiarizadas con el libro como para saber cómo sostenerlo-.

A diferencia de lo ocurrido a principios de semana, hubo una presencia policial mínima y no se reportaron hechos de violencia o vandalismo. El ambiente era serio y pasional, pero también pacífico y amigable. Y la alcaldesa estuvo allí.

“¡Sabemos que tenemos que hablar en voz bien alta para lograr mayor justicia y más paz!”, le dijo Muriel Bowser a la multitud.

Pocas ciudades estadounidenses han acogido las manifestaciones por el asesinato de Floyd a manos de la policía y por la dura respuesta federal como el Distrito de Columbia; la situación allí derivó en una batalla entre la alcaldesa y el presidente.

Por orden de Bowser, el viernes los equipos de obras públicas pintaron “Black Lives Matter” (las vidas negras valen) en enormes letras de color amarillo neón, que se extienden de bordillo a bordillo y se prolongan por dos cuadras de la ciudad sobre la calle 16, que conduce directamente a la Casa Blanca. Trump respondió vía Twitter, llamándola “incompetente”.

Los propietarios del L.A. Times, Patrick Soon-Shiong y Michele Chan Soon-Shiong, escriben a nuestros lectores sobre la injusticia racial en América.

“La mayoría silenciosa ya no puede permanecer en silencio”, destacó Eileen Suffian, una contadora de 64 años que asistió al mitin en Washington junto con su perro, Moxie. “Si hay justicia en alguna parte, hay justicia en todas partes”.

Como parte del grupo de edad considerado más vulnerable al coronavirus, Suffian pasó semanas tratando de evitar las multitudes. Pero después de que los funcionarios federales desplegaron la policía antidisturbios, las tropas de la Guardia Nacional, emplearon gas químico y helicópteros militares de bajo vuelo para dispersar a los manifestantes pacíficos, el lunes cerca de la Casa Blanca, necesitó actuar.

“El gobierno moviliza al Ejército contra sus propios ciudadanos. Nunca pensé que viviría para ver eso”, señaló.

Hasta ahora, al parecer las protestas han tenido éxito en cambiar el discurso público y poner en primer plano conversaciones largamente adeudadas sobre la brutalidad policial y el racismo institucionalizado en Estados Unidos.

En Ferguson, Missouri, los votantes eligieron la semana pasada a Ella Jones como la primera alcaldesa negra de la ciudad. Se trata de la misma ciudad donde Michael Brown, de 18 años, fue asesinado a tiros por un oficial de policía blanco hace seis años.

En Virginia, activistas de derechos civiles celebraron la decisión del gobernador, Ralph Northam, de quitar una estatua de Robert E. Lee de Richmond. Mientras tanto, en Louisville, el alcalde Greg Fischer anunció la semana pasada que el uso por parte del departamento de policía de la orden de entrar sin llamar queda suspendido de forma indefinida.

El sábado apareció una pregunta: ¿Hasta cuándo continuarán las protestas? Al parecer no hay respuesta todavía, sólo signos de protesta, cánticos apasionados y más marchas.

En Atlanta, miles de manifestantes, blancos y negros, caminaron hacia el centro de la ciudad con un calor húmedo de 85 grados, al grito de: “Sin justicia no hay paz”.

Justo antes del anochecer, Amisha Harding, de 41 años, consultora sin fines de lucro y agente de bienes raíces, movía las caderas junto a un altavoz del Centennial Olympic Park, cantando canciones de Bob Marley y alentando a los manifestantes a escribir en una “pizarra de sanación”.

Durante días había ido al centro porque estaba preocupada por su hijo de 18 años, un estudiante de Morehouse College. “Aún temo por su vida”, reconoció. “Como madre, no podía imaginarme no estar aquí. Tenemos que llegar al punto de que todos reconozcan que el racismo es un problema”.

En su primer día de protesta, el ambiente fue tenso mientras los manifestantes se gritaban unos a otros y la policía desplegaba gases lacrimógenos. Temía que la gente no pudiera soportar tanta oscuridad. Entonces, el lunes, ella y su primo llevaron al lugar un parlante, para hacer sonar música disco y hip-hop a todo volumen; la idea era crear un ambiente más positivo. Los manifestantes bailaron y el ánimo se aligeró.

Para el jueves, algunos miembros de la Guardia Nacional acompañaban el ritmo con sus pies; ella los invitó a una improvisada pista de baile. Uno o dos rompieron la formación; luego se les unió el mayor, después el general. En poco tiempo, más de una docena de hombres y mujeres vestidos de camuflaje hacían pasos de baile; sus porras y rifles de asalto se balanceaban al ritmo.

Al día siguiente, la mujer les hizo hacer la “Macarena”. “Fue tan hermoso”, reconoció Harding el sábado. “Los manifestantes vieron lo humano en ellos, y ellos vieron la humanidad en los manifestantes. Creamos un espacio para la unidad”.

El sábado, la ciudad había levantado sus toques de queda de las 8 p.m. Al anochecer, no había ningún policía con equipo antidisturbios en el Centennial Olympic Park, ni bloqueando el Centro CNN, donde las ventanas habían quedado destrozadas ocho días antes.

Jenny Jarvie, Amy Kaufman, Rubén Vives, Sonali Kohli, Arit John, Colleen Shalby y Alex Wigglesworth, reporteros de planta de The Times, contribuyeron con este artículo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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