Después de 23 años, este querido elotero de Highland Park se muda a México para estar con su verdadero amor
Después de 23 años, el humilde elotero Andrés Santos ha vendido su último grano. Se dirigió a casa, a México, para perseguir el mayor sueño de todos: el amor.
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Durante las últimas dos décadas, la vida de Andrés Santos giró en torno al maíz.
Cada día, se despertaba antes del amanecer y pasaba sus primeras horas pelando, cortando y limpiando docenas de mazorcas de maíz en el patio trasero de un amigo. Las tardes se dedicaba a hervirlas en ollas de tamaño industrial en su estrecho estudio.
Al caer la noche, cargaba su carrito de 300 libras, que llevaba grandes envases de mayonesa, bolsas de queso cotija, botellas de jugo de limón y chile en polvo, en una camioneta y conducía hasta la esquina de la avenida 57 y la calle Figueroa en Highland Park. Allí, estuvo parado durante horas, vendiendo maíz en mazorca y vasos de esquites, una sopa mantecosa de granos e ingredientes picantes.
Tenía legiones de hambrientos devotos. Pero después de 23 años, el humilde elotero de Highland Park ha vendido su último elote. Santos, de 59 años, se “retiró” el mes pasado y se dirigió a su hogar en México para perseguir el sueño más grande de todos: el amor.
Planea casarse con su novia en su tierra natal y comenzar otro negocio de alimentos.
“No es mi intención regresar”, dijo Santos. “Voy con la idea de lograr el sueño mexicano”.
Aunque Santos dijo que está agradecido por las oportunidades que este país y su gente le han brindado, el éxito parece haber estado a unos pasos por delante de él.
“Me sentí como un burro persiguiendo una zanahoria colgando de una cuerda”, dijo. “Nunca se llega a la zanahoria”.
En los últimos años, sus escasas ganancias se han reducido a la mitad ya que Highland Park ha experimentado cambios dramáticos que hicieron que el antiguo vecindario latino de clase trabajadora fuera sinónimo de la gentrificación. Reveló que perdió su sentido de pertenencia cuando una afluencia de residentes blancos más ricos reemplazó a los latinos.
Sin embargo, la última noche del elotero en Highland Park se sintió como una fiesta de jubilación para una celebridad. Esa noche aprendería que la comunidad no lo había olvidado.
Ser un vendedor de elotes ciertamente no era la vida que Santos, un hombre con gafas y cabello delgado canoso, alguna vez imaginó. Él se había graduado de la universidad y su familia era dueña de un mini mercado en el estado de Morelos.
En 1997, Santos dejó su ciudad natal, huyendo de una crisis económica que golpeó fuertemente el mercado familiar. Su pequeña hija y la madre de la niña lo siguieron.
En Highland Park, Santos siguió los pasos de su padre, que había venido a EE.UU a fines de la década de 1980 y vendía elotes y raspados en el vecindario. Su padre, Isidro Santos Franco, murió de un ataque al corazón a los 63 años mientras le entregaba a dos niñas vasos con hielo raspado frente a la escuela primaria San Pascual.
Santos recordó cómo, cuando todavía estaba en México, se desconcertó por la decisión de su padre de vender elotes. Él había preguntado: “¿Cómo puedes vender raspados y elotes en Estados Unidos?”.
Pero cuando se mudó a Highland Park, Santos se dio cuenta de que su padre tenía razón.
“Era una extensión de nuestros pueblos, de nuestro México”, manifestó. “No me sentía extranjero”.
Durante años, Santos no tuvo problemas para vender las mazorcas y esquites, con abundantes clientes. Hubo varios eloteros exitosos como él. Sus días finalizaban alrededor de las 8 p.m.
Pero eventualmente, comenzó a notar que las empresas propiedad de latinos estaban desapareciendo. Culparon al aumento de los alquileres.
Entonces los otros eloteros también se movieron. “Ya no vieron un mercado aquí, y fueron a otros lugares”, relató. “Mi raza, mis paisanos, tuvieron que irse para un nuevo ciclo de vida, y los estadounidenses llegaron, tomando sus lugares”.
Santos trató de mantenerse al día con esa transformación. Cambió sus horas, terminando sus días a las 10 p.m. A medida que la vida nocturna retumbaba, intentó brevemente un nuevo sistema que le permitía aceptar pagos con tarjeta de crédito y abrió cuentas en redes sociales.
Nada parecía ayudar. Dependía de un número cada vez menor de clientes leales, en su mayoría latinos, para sus ganancias de alrededor de $180 por noche, lo suficiente para pagar su apartamento de $850 al mes.
Estaban, además, las prohibiciones de ventas ambulantes. Alrededor de 2008, Santos fue blanco de un dueño de un negocio cercano que lo denunció a las autoridades de Los Ángeles. Los agentes de policía, que nunca lo habían molestado antes, lo arrestaron y pasó dos noches en la cárcel. Después de eso, dejó de vender maíz por un tiempo.
“Fue algo traumático, porque en toda mi vida, nunca había estado en esa situación”, reveló. “Me sentí muy mal, deprimido, humillado”.
Pero finalmente, regresó a la avenida 57 y Figueroa. En los años posteriores, L.A ha visto la venta ambulante de una manera diferente. En 2018, se legalizó oficialmente después de años de debate polémico.
Hace cuatro años, Santos se separó de la madre de su hija, y recibió una inesperada solicitud de amistad de Facebook de un amor de hace mucho tiempo, su novia de la universidad, Norma. Habían salido hace tres décadas, pero él había puesto su trabajo primero y ambos siguieron por su lado.
Revivieron su romance desde lejos. Norma lo visitaba cada pocos meses, pero nunca podía arriesgarse a viajar para verla en México porque vivía ilegalmente en el país.
“Me sentí raro”, reconoció. “Después de 33 años, ¿se imagina ver a alguien con quien lo intentó y que fue su novia? Pero resultó agradable”.
Planean casarse dentro de unos meses.
La noche antes de su último día de ventas en Highland Park, Santos, que generalmente preparaba entre 150 y 180 mazorcas de maíz al día, preparó alrededor de 400. Una publicación de Facebook que anunciaba sus planes de irse se había vuelto viral, y esa noche se había quedado sin maíz, dejando una larga fila de clientes sin comida.
No quería decepcionarlos nuevamente, así que se despertó ese último día a las 4 a.m., esta vez preparando casi 600 mazorcas de maíz para hacer esquites, moviendo sus manos rápidamente, cortando las puntas de cada mazorca de maíz antes de quitarle las hojas y cepillarlo. Está limpio. Se tomó un descanso sólo para cortarse el pelo.
“Tengo que estar presentable”, consideró.
Esa noche, a los pocos minutos de llegar al estacionamiento de la Avenida 57 con su hija, Andrea Santos, estaba rodeado de clientes.
En vasos de hule espuma, colocó tres cucharadas de granos de maíz con caldo y agregó mayonesa, un poco de mantequilla, cuatro cucharadas de queso cotija, una pizca de chile y un chorro de jugo de lima. Andrea trabajó al unísono, preparando bolsas de plástico, utensilios y vasos y tomando el dinero de los clientes. Todo el tiempo, Santos se llenó de cumplidos, buenos deseos y bocinazos de los autos.
Un representante de la oficina del alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, le entregó un reconocimiento, grabado con el sello de la ciudad: “Gracias por proporcionar a la comunidad de Highland Park deliciosos elotes durante 23 años. Le deseamos todo lo mejor en el nuevo capítulo de su vida”.
Hubo selfies y abrazos. Las cámaras de televisión rodaron y los fanáticos corearon: “¡Cuatro años más! ¡Cuatro años más!
En vasos de hule espuma, colocó tres cucharadas de granos de maíz con caldo y agregó mayonesa, un poco de mantequilla, cuatro cucharadas de queso cotija, una pizca de chile y un chorro de jugo de lima. Andrea trabajó al unísono, preparando bolsas de plástico, utensilios y vasos y tomando el dinero de los clientes. Todo el tiempo, Santos se llenó de cumplidos, buenos deseos y bocinazos de los autos.
Un representante de la oficina del alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, le entregó un reconocimiento, grabado con el sello de la ciudad: “Gracias por proporcionar a la comunidad de Highland Park deliciosos elotes durante 23 años. Le deseamos todo lo mejor en el nuevo capítulo de su vida”.
Hubo selfies y abrazos. Las cámaras de televisión rodaron y los fanáticos corearon: “¡Cuatro años más! ¡Cuatro años más!
“Me entristece que te vayas”, dijo Jorge Quezada, un residente de Highland Park. Le preguntó a Santos sobre su “receta secreta”, a lo que Santos respondió: epazote y caldo de pollo en polvo.
En la acera llena de personas, la gente pasaba mirando la fila para los elotes de Santos. Algunos redujeron su paso para echar un vistazo al puesto, curiosos acerca de lo que podría estar atrayendo a una multitud tan grande.
“¿Es esto nuevo?” preguntó una mujer antes de alejarse.
“Debe estar bueno”, dijo otro hombre vestido con una camisa blanca. Él también se fue.
“Es curioso, mientras estaba haciendo fila, ves a todos estos hipsters caminando”, señaló Quezada, agarrando una bolsa de esquites. “Un poco presumidos, mirando hacia abajo, como diciendo ‘¿Por qué están comprando comida en la calle?’”.
“En un vecindario como este, tienes que compartir”, agregó. “No creo que los hipsters estén listos. Para ellos ver a tantos latinos, es un obstáculo para su mundo”.
Daisy Orozco-Meeker, de 28 años, había estado haciendo fila pero escuchaba susurros de que Santos ya había acabado. Con sus amigos ocupando su lugar, fue al frente de la línea para averiguar si era cierto y dejar una propina en caso de que no pudiera comprar nada. También pensó que podría preguntarle qué queso usaba, porque siempre se lo había preguntado.
“Simplemente se dio la vuelta y me lo dio (el elote)”, dijo Orozco-Meeker, quien ha estado comiendo esquites de Santos desde que era una niña.
Antes de irse, ella y sus amigos le dieron un marcador y le pidieron que firmara la bolsa. Cuando se dio cuenta de que ella quería su autógrafo, Santos sonrió.
“Voy a guardar esto”, dijo Orozco-Meeker, “y lo voy a enmarcar”.
Después de que a Santos se le terminaran los elotes, con la gente todavía en la fila, muchos se quedaron para agradecerle, abrazarlo y estrecharle la mano. Los autos se detuvieron junto a la acera, preguntando si aún podían ordenar.
“Llegaste tarde”, les dijo, disculpándose.
Por un momento, al darse cuenta de lo que un video viral hizo por su negocio, Santos consideró la idea de quedarse. Tal vez si él hiciera las cosas un poco diferente y aprovechara las redes sociales, todas sus noches podrían verse así. Quizá, pensó, podría funcionar.
Pero luego pensó en Norma y sonrió.
“No, esa mujer me colgaría”, subrayó él. “No le puedo volver a hacer esto a ella”.
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