Jóvenes deportados de EEUU buscan su camino en México
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Deportada a Tijuana después de dos décadas en California, Nancy Landa encontró un departamento, consiguió trabajo en una maquiladora y obtuvo un ascenso a un puesto administrativo. Sin embargo, la graduada de la California State University Northridge quería más: la oportunidad de lograr su sueño de tener una carrera como servidora público.
Landa es parte de una generación de deportados jóvenes que luchan por construir identidades y forjar caminos en un país que dejaron cuando eran niños, de donde tienen pocos recuerdos y lazos tenues. Para muchos, el camino ha significado aprender a vivir bajo reglas nuevas, navegar por burocracias desconocidas y superar estereotipos negativos.
“La gente nos está viendo como un problema, estamos estigmatizados, somos los deportados”, dijo Landa, quien fue traída a Estados Unidos a los 9 años y deportada a los 29. “¿Cómo podemos ser una ventaja para México?”
Cerca de 500 mil mexicanos entre las edades de 18 y 35 años que viven en Estados Unidos sin autorización regresaron a México entre el 2005 y 2010, dijo Jill Anderson, investigadora postdoctoral en el Centro de Estudios Norteamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Muchos de ellos son “personas bilingües y biculturales que fueron a la preparatoria y realmente se identifican como estadounidenses”, dijo Anderson.
Junto con el fotógrafo Nin Solís, Anderson los ha hecho protagonistas de un próximo libro, Los Otros Dreamers o Los otros soñadores. El nombre está inspirado en el movimiento DREAMers de jóvenes inmigrantes no autorizados que buscan estatus legal en Estados Unidos.
Anderson divide a Los Otros Dreamers en tres grandes categorías:
• Inmigrantes no autorizados que regresaron voluntariamente a México después de encontrar algunas oportunidades en Estados Unidos.
• Aquellos como Nancy que hubieran podido calificar para permanecer en Estados Unidos si se hubieran adoptado ciertos cambios migratorios antes de su deportación.
• Personas condenadas por delitos graves en Estados Unidos y que fueron repatriadas automáticamente a México después de haber sido liberadas de la cárcel.
Una vez de vuelta en México, hasta los deportados más educados y altamente motivados a menudo se enfrentan con obstáculos de asimilación: desde burocracia gubernamental hasta actitudes sociales, dijo Anderson. La mera obtención de documentos de identificación como mexicanos, un prerrequisito para conseguir trabajo, puede ser desalentador para las personas que no tienen vínculos con su lugar de nacimiento.
“Hay tantos y no somos visibles. Las instituciones no responden a nuestros problemas”, dijo Landa durante una reciente entrevista en el pequeño departamento de su familia en la colonia Juárez en Tijuana.
Incluso cuando vivía en California, Landa sabía que quería estudiar un posgrado. Después de haber sido deportada a México, decidió seguir tras esa ambición.
Los administradores de universidades públicas y privadas de Tijuana le dijeron que tendría que revalidar sus estudios (una revisión formal de lo cursado en Estados Unidos por parte de autoridades educativas gubernamentales). El proceso consiste en presentar un certificado de nacimiento, transcripciones y descripciones de cursos, con traducciones oficiales y certificaciones.
“Esa es la regulación de este momento”, dijo Fernando León García, rector de la escuela privada CETYS Universidad, cuyos estudiantes matriculados en los campus de Mexicali, Tijuana y Ensenada incluyen a 316 graduados de preparatorias de Estados Unidos y 23 con títulos de licenciatura del mismo país. Miembros del personal de la universidad ayudan a los estudiantes a navegar entre los requisitos de revalidación gubernamental y suponiendo que una persona tiene toda la documentación, “por lo general, el proceso tarda de 30 a 50 días”, dijo León.
El proceso de revalidación académica en México es bastante típico de los países latinoamericanos, aunque “no es algo que puedes encontrar en Estados Unidos o en el Reino Unido”, agregó León.
Landa al principio renunció a su plan de estudiar un posgrado después de que le dijeron que en México no reconocerían su título universitario a menos que tomara clases extra.
Mientras que muchos otros han enfrentado una serie de dificultades al regresar a México, Landa es inusual en su deseo de hablar.
“Nancy es realmente especial en el sentido de que ella es muy articulada sobre su experiencia. Ella ha tomado una decisión consciente de presentarse como deportada y sin miedo “, dijo Anderson.
Cuatro años después de haber sido enviada de regreso a México solamente con su celular y 20 dólares, Landa espera vincularse con otras personas que comparten experiencias similares. Este mes fue oradora en El Colegio de la Frontera Norte, una institución gubernamental de investigación académica en Tijuana, junto con Eileen Truax, una periodista de Los Ángeles, quien escribió el libro recién publicado Dreamers. Landa aparece en uno de los capítulos del libro.
Nacida en la Ciudad de México y criada en el Estado de México, Landa cruzó junto con su madre y su hermano menor de Tijuana a San Diego en 1990 guiada por traficantes de personas. Se reunieron con su padre en Los Ángeles.
Landa se graduó de la Pacific Palisades High School y luego obtuvo una licenciatura en negocios por la Universidad Estatal de California Northridge, donde tenía una beca privada y fungió como presidenta de la sociedad de alumnos. Al momento de su deportación, Landa era representante de campo para un miembro de la asamblea estatal en Long Beach con aspiraciones a una carrera en el servicio público.
Su historia está llena de “hubieras”.
Si la Ley DREAM (introducida por primera vez ante el Congreso en el 2001 y finalmente puesta a un lado en el 2010) se hubiera aprobado antes de septiembre del 2009, cuando Landa fue deportada, es probable que ella hubiera podido ser elegible para permanecer en Estados Unidos. Si el notario que contrataron sus padres no hubiera presentado una solicitud de asilo político en su nombre —que permite brevemente a los solicitantes obtener permisos de trabajo, pero finalmente los envía a un proceso de deportación—, todavía podrían estar en California. Si hubieran estado todavía en Estados Unidos después de noviembre del 2011, cuando el gobierno de Obama cambió su política de deportación para centrarse en personas con antecedentes penales, los Landa tal vez no hubieran sido en absoluto blanco de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos.
En cambio, las autoridades detuvieron a Landa mientras conducía a su trabajo y la enviaron de vuelta a México el mismo día. Un mes más tarde, sus padres y su hermano fueron enviados de vuelta también.
Landa dice ya no vivir de los hubiera. “Nada más dices: ‘Es mejor continuar nuestra lucha en México y luchar para que todos los mexicanos puedan tener un México mejor’”, dijo.
Por mucho tiempo, Landa no hablaba de su deportación por miedo a que le costara su trabajo o que de alguna forma fuera un estigma. Pero cambió de parecer el año pasado cuando le contó su historia por primera vez al diario en español de Cal State Northridge, El Nuevo Sol.
“Uno de los puntos principales de Nancy es su increíble capacidad de adaptación”, dijo Anderson. “Ella es un ejemplo de alguien quien decidió que hay todo un mundo más allá de Estados Unidos y más allá de México”.
Desanimada por el requisito académico de revalidación en México, Landa aplicó a una escuela de posgrado en Inglaterra y fue aceptada en la University College de Londres, donde planea inscribirse a finales de este mes en un programa de maestría de un año sobre migración global.
El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) de México le está ayudando a solventar los gastos. Su plan es regresar a México y trabajar con migrantes y refugiados.
“Siempre he querido dedicar mi vida al servicio público”, dijo Landa, “y ahora creo que estoy nuevamente en la transición a eso”.
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