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Columna de Adictos y adicciones: Enrique y María Eugenia

Un hombre enciende un cigarrillo de marihuana el jueves 19 de noviembre de 2020.
(ASSOCIATED PRESS)

Hace unos meses recibí un correo electrónico, el remitente dijo llamarse Enrique, quien sin mayores preámbulos fue directamente al grano: “Quiero darle mi testimonio, tal vez pueda ayudar a otros que han vivido de droga en droga, igual que yo”. Una semana más tarde estábamos platicando, Enrique, su esposa María Eugenia y yo.

Enrique nació en el estado mexicano de Sinaloa, desde su adolescencia se inició en las drogas, “Al principio me daban carrilla en la colonia, y yo para no ser menos empecé a consumir marihuana, al poco tiempo un conocido me dio pastillas para vender, luego seguí con el alcohol, hasta que mi abuela y mis tías (con las que vivía) me mandaron a Ensenada, con mi madre, para según esto, cambiar de ambiente”.

Enrique solo cambió de escenario, al llegar al puerto de Ensenada no tardó en conocer a otros adictos y volvió a consumir. “Al principio andaba muy bien portado, pero ya sabe, cuando uno es vago, se identifica con otros vagos, y antes de que mi madre se diera cuenta ya tenía mis contactos y volví de nuevo a las andadas”.

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En aquellos días Enrique tenía 19 años, y recién iniciaba su carrera cuesta abajo, aunque para cubrir las apariencias empezó a trabajar en una fábrica; no ganaba mucho, pero todo su dinero era para él, su madre se conformaba con saber que estaba trabajando. Al tener más dinero su consumo aumentó, “Me desayunaba un cigarro de marihuana, una cerveza y un pase, ya fuera de coca o crystal, en cualquier orden pero siempre lo mismo, también consumía pastillas, para mí esa era la vida y todos los adictos que me rodeaban eran mis amigos, en realidad no sabía distinguir a un amigo de un enemigo”.

Al poco tiempo de empezar a trabajar en la fábrica, María Eugenia y Enrique iniciaron una relación, “Al principio yo lo veía muy calmado- dice María Eugenia- sí, me daba cuenta que tomaba e incluso sabía que fumaba marihuana, pero como yo venía también de una familia donde se han consumido drogas y alcohol por generaciones, no me pareció raro ni anormal”.

Lo que María Eugenia no sabía, es que Enrique tenía más vicios, pero poco a poco fueron saliendo a la luz, y lo que pudo ser una relación de amor y respeto, se convirtió en un infierno, “Con el tiempo las discusiones y los insultos fueron subiendo de tono, más cuando le encontraba la droga y se la tiraba, me decía de todo; Enrique no sabía decir ‘por favor’, ni ‘gracias’, todo era a las patadas, a gritos e insultos”.

María Eugenia, hace un alto, las lágrimas se le escurren por las mejillas, su voz se quiebra y después de unos segundos continúa: “Así lo aguanté durante 13 años, me fue infiel, lo corrí de la casa, pero cuando lo volvía a ver y me daba cuenta que andaba todo sucio y sin comer se me partía el corazón y le daba una nueva oportunidad, pero Enrique no cambiaba, seguía vendiendo droga y sus compradores lo buscaban a cualquier hora del día o de la noche, aquello era un infierno”.

En busca de otros aires la pareja se mudó a Long Beach, al poco tiempo de haber llegado María Eugenia supo de una oportunidad de trabajo, que era como mandada hacer para Enrique, “Lo pensé mucho, me daba miedo que me hiciera quedar mal, pero después de mucho pensarlo y leerle la cartilla, finalmente lo recomendé y le dieron el empleo”.

Pero el cambio lejos de hacerle bien a Enrique, lo hundió todavía más, con más dinero, ya no vendía; se regresaban los fines de semana al puerto de Ensenada y se gastaba más de la mitad de su salario en drogas y alcohol. “No me podía regresar sin venir bien cargado, según yo, para aguantar la carrilla de la semana, pero entre más consumía más falta me hacía”.

Un día, María Eugenia cansada de la vida que llevaba con Enrique decidió esconder su pasaporte para que no pudiera salir del país y si lo hacía, no pudiera regresar; estaba decidida a dejarlo, pero ocurrió algo inesperado: “Empecé a buscar entre sus cosas, estaba tan enojada que me prometí no verlo nunca más. No sé, para mí que fue la mano de Dios, pero revolviendo sus pertenencias encontré una libreta, al leer su contenido se me partió el corazón. Enrique, el orgulloso y todo poderoso, le pedía a Dios que le ayudara a dejar el vicio, era su secreto, el hombre que se hacía el duro frente a los demás, lloraba a solas frente a Dios y clamaba por misericordia”.

María Eugenia se unió a las plegarias y le pidió a Dios que le ayudara; “Yo le decía, Jesús, aquí estamos pidiendo tu ayuda, escúchanos”. Dios siempre responde, aunque no cumple caprichos; la ayuda llegó a través de un oficial de policía, quien le dio dos alternativas, o se internaba inmediatamente o se lo llevaba arrestado.

Enrique perdió 20 años de su vida, haciendo vida de trapecista, pasando de una droga a otra, sin amigos e insultando a todos y a todo, pero como él mismo dice: “La misericordia de Dios es muy grande”, y ahora, después de más de dos años de estar limpio, la vida ha cambiado para esta pareja, el amor ha vuelto a florecer y esta historia que pudo haber terminado en desastre, ha tenido un final feliz.

Ya para terminar nuestra charla, le pregunté a Enrique: ¿qué le podrías decir a la gente que está como tú? Y la respuesta no se hizo esperar, “Que no pierdan la esperanza, sí se puede dejar la droga, si la dejé yo que no podía vivir sin ella, la puede dejar cualquiera”.

Escríbame, recuerde que su testimonio puede ayudar a otros. Todos los nombres han sido cambiados.

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