Son ricos y viven en lugares elegantes. Asà es como el brote de coronavirus los afecta.
SEDONA, Ariz. — Lisa Dahl contempló el horizonte desde el patio de uno de sus cinco restaurantes, observando nubes espesas que proyectaban sombras sobre las puntas de roca roja que formaban contornos como rascacielos del desierto.
La propietaria de una cadena de restaurantes permaneció rodeada por el silencio esa tarde, una rareza en Mariposa, considerado el mejor restaurante de la ciudad a unas dos horas del borde sur del Gran Cañón. Pensó en cómo era la vida ahÃ, en ese patio, antes del coronavirus.
Sólo reservaciones. Neoyorquinos, angelinos, inversionistas, emprendedores tecnológicos, bebÃan cócteles y tomaban fotos frente a un fondo tan pintoresco que parecÃa Photoshop. Mientras saboreaban bocados de chuleta de ternera de $48, hablaban sobre cómo la próxima vez que estuvieran en la ciudad, tendrÃan que probar la torta de naranja con chocolate y chocolate sin harina con helado de vainilla y bourbon.
Tales escenas han sido relegadas a la nostalgia ya que una pandemia mortal ha trastornado un enclave que una vez se mantuvo secuestrado sólo por aquellos con dinero. Pero el virus también ha expuesto la profunda división entre los ricos y todos los demás en una nación cuyas disparidades están marcadas por el desempleo en espiral ascendente y los autos de lujo que corren por el aire del desierto.
Dahl se ha adaptado al estilo de vida reordenada de Sedona, estableciendo un servicio de entrega que atiende a aquellos que han acudido en masa a sus segundas residencias en este valle desértico para superar las restricciones de quedarse en casa.
“Hay personas que aman la comida y están dispuestas a gastarâ€, dijo Dahl en una tarde reciente mientras acunaba a Leonardo, su caniche maltés. “Estos son tiempos difÃciles para mucha gente, pero muchos también son muy bendecidosâ€.
A medida que el coronavirus continúa su camino destructivo a través de EE.UU, matando al menos a 47.000 y devastando la economÃa, las lÃneas de bancos de alimentos aumentan por millas y aproximadamente 26 millones han solicitado el desempleo, algo que marca lo que podrÃa convertirse en la tasa de desempleo más alta desde la Gran Depresión: algunos estadounidenses adinerados han activado planes de escape de pandemias.
Huyeron de las grandes ciudades y se dirigieron a segundas residencias o alquileres de $8.000 al mes en lugares como Sedona y los tramos costeros rurales del noroeste del PacÃfico. Llegan en autobuses de viaje personales, aviones privados y yates.
En Fisher Island, un destino de lujo de 216 acres al sur de Miami Beach que alberga uno de los códigos postales más ricos del paÃs, la gerencia pagó más de $30.000 por pruebas de anticuerpos de coronavirus para 1.200 empleados y residentes. Un esfuerzo similar tuvo lugar en la ciudad turÃstica de montaña de Telluride, Colorado. Por el contrario, los gobernadores de muchos estados han luchado para conseguir un número adecuado de pruebas.
El multimillonario de Hollywood David Geffen publicó recientemente una foto de Instagram de la puesta de sol detrás de su yate de 454 pies en el Caribe.
“Aislado en las Granadinas evitando el virusâ€, subtituló la foto. “Espero que todos se mantengan a salvoâ€.
Frente a una feroz crÃtica, rápidamente hizo su cuenta privada.
Algunas ciudades pequeñas y tranquilas han comenzado a publicar letreros de “permanecer fueraâ€, un mensaje para los que huyen de las ciudades, y los alcaldes han instado públicamente a las personas a mantenerse alejadas.
En una tarde reciente en el aeropuerto de Sedona, una franja de asfalto sobre una meseta con vista a la ciudad, tres aviones privados estaban estacionados. La alcaldesa de Sedona, Sandy Moriarty, ha hecho una súplica a los posibles visitantes: por favor, quédense en casa. Ella le dijo a una estación de televisión local que habÃa visto fotos en las redes sociales de turistas en campamentos locales y populares rutas de senderismo.
“Es increÃbleâ€, enfatizó, “realmente está lleno de gente, demasiado llenoâ€.
Hasta ahora, este tramo del norte de Arizona ha visto menos de 100 casos diagnosticados de la infección por coronavirus, pero a algunos lugareños les preocupa que los números puedan aumentar si hay demasiados viajes a la zona. Y eso podrÃa significar más devastación para los negocios locales que ya han sufrido profundas pérdidas económicas.
Durante la pandemia, reveló Dahl, tuvo que reducir de 345 empleados en sus restaurantes, uno de los empleadores más grandes de Sedona, a 45.
“Esta situación me duele por mis empleadosâ€, dijo, y señaló que algunos habÃan trabajado para ella durante más de una década. “He puesto mi corazón en estos restaurantes y ellos tambiénâ€.
El año pasado, sus cinco restaurantes recaudaron $20 millones, expuso, y estaba en camino de tener un año aún mejor en 2020. Luego vino el brote y, en cuestión de dÃas, tuvo que retroceder y adaptarse a una nueva realidad.
En una tarde reciente, Dahl armó una versión de paquete de atención para dos dermatólogos de Nueva York. Están entre sus mejores clientes, reveló, y habÃan planeado salir de Manhattan a principios de este mes para ir a Sedona. Les envió algunos sabores familiares de sus restaurantes de Sedona: macarrones, salsa marinara y sopa de tomate.
A mil ochocientos kilómetros de Sedona en Surf Pines, una comunidad cerrada al noroeste de Portland, Oregón, con casas con vista al Océano PacÃfico, es otro refugio tranquilo y hogareño.
Gina Sjolander, su esposo y sus tres hijos adultos están resguardados en su segunda casa, donde pasan los dÃas practicando juegos de mesa, contemplando las dunas azotadas por el viento mientras los alces deambulan y ordenando comida para llevar del Astoria Golf & Country Club.
Ellos llegaron desde el área de Seattle, el primer punto crÃtico para el virus en Estados Unidos, donde Lil ‘Jon Restaurant & Lounge ha estado en su familia durante tres generaciones.
El restaurante está cerrado por ahora.
“Para nosotrosâ€, dijo Sjolander, “no ha sido una gran dificultadâ€.
Si te diriges un par de horas hacia el sur a lo largo de la costa hasta Lincoln City, Oregón, encontrarás a Diana Hardy, una cajera en una tienda de comestibles quien pasa sus dÃas sudando detrás de una mascarilla y limpiando los mostradores con lejÃa.
“Me siento en peligro todos los dÃasâ€, manifestó Hardy, de 66 años, residente costero desde 1986. “Aquellos de nosotros que vivimos aquà a tiempo completo somos los que estamos en riesgoâ€.
Los lÃderes de Lincoln City y otras comunidades costeras actuaron rápidamente a fines de marzo, cuando los vacacionistas pululaban por las playas, dejaban vacÃos los estantes de las tiendas y alarmaban a los gerentes de los hospitales locales, que temÃan que sus pequeñas instalaciones no pudieran soportar un aumento repentino. Las ciudades y los condados que prosperan con el turismo prohibieron las visitas de no residentes, expulsaron a los huéspedes de los hoteles y cerraron los alquileres a corto plazo un dÃa antes de que la gobernadora de Oregón, Kate Brown, anunciara una orden de permanecer en el hogar en todo el estado.
Gran parte de la costa de Oregón, y el condado costero del PacÃfico del estado de Washington al norte, permanecen fuera del alcance de los visitantes. El condado de Lincoln, donde vive Hardy, y el condado de Clatsop, donde los Sjolanders se hospedan, sólo tienen 11 casos confirmados de coronavirus y ninguna muerte.
Pero los residentes costeros siguen sospechando de los extraños, muy conscientes de que otras partes de Washington y Oregón tienen más de 14.000 casos confirmados del virus y una cifra de muertos de 770.
Hardy reconoce que los propietarios de segundas viviendas tienen derecho a permanecer en sus propiedades, aunque desea que más de ellos dejen de viajar de un lado a otro entre sus casas.
Claire Hall, comisionada del condado de Lincoln, dice que se ha reflejado el abismo entre los que tienen y los que no tienen.
“Hay una tensión de clases, donde las personas ven privilegios en aquellos que pueden pagar un segundo hogarâ€, dijo Hall. “Pedirle a la gente que se mantenga alejada no es un gran sacrificio, cuando se habla de la salud de los residentes y, en algunos casos, de sus vidasâ€.
Una sospecha similar se ve en Big Sky, Mont., una comunidad turÃstica al norte del Parque Nacional de Yellowstone, famoso por sus pistas de esquÃ.
“Por un tiempo, si ibas al mercado notabas placas de autos que decÃan Minnesota, California o Illinois, tenÃas curiosidad, tal vez un poco de miedoâ€, dijo Eric Ossorio, quien se mudó desde Connecticut hace casi tres décadas. “Afortunadamente, el aumento de las infecciones que uno podrÃa haber temido no ha sucedidoâ€.
Aún asÃ, la región no ha escapado ilesa. Hay al menos 145 casos confirmados de coronavirus en el condado de Gallatin, el más afectado en el estado y hogar de Big Sky y Bozeman, la cuarta ciudad más grande de Montana.
En la comunidad exclusiva de Yellowstone Club de 15.200 acres, donde los lotes vacÃos de medio acre comienzan en millones y atraen a CEOs y magnates de negocios, la gerencia envió un correo electrónico a los miembros a mediados de la temporada de esquà de marzo, diciéndoles que cancelaran los planes. Sin embargo, varios ya estaban en sus propiedades y se han quedado allà desde entonces.
Las fundaciones del complejo han recaudado más de $2 millones para donar al sistema médico de Bozeman y a los grupos comunitarios.
Ossorio, un agente de bienes raÃces de 63 años, dijo que lamentaba la crisis de salud y los cierres, pero agregó que los residentes estaban disfrutando del ritmo de vida más lento con menos visitantes.
“Puedes practicar esquà nórdico y montar en bicicletaâ€, manifestó. “Es francamente difÃcil encontrarse con alguien. Tal vez en la oficina de correos verás gente, o si vas a comprar comida para llevar, pero de lo contrario eres sólo túâ€.
De vuelta en Sedona, Scott MacDonald, un gerente de inversiones que vive en Denver, habÃa llegado a principios de este mes después de cargar su Tesla Model X y hacer el viaje de 12 horas hacia el sur con su esposa y sus dos hijos.
La construcción alrededor de su loft en el centro de Denver era ensordecedora, aseguró MacDonald, y la falta de distanciamiento social lo perturbó. La familia decidió ir a Sedona, donde alquilaron una casa en un mirador con vista a la ciudad por $8.000 al mes.
“Nos encanta aquÃâ€, comentó MacDonald en una mañana reciente después de un paseo en bicicleta de montaña. “La tranquilidad, el espacio, el paisaje, todo es simplemente increÃbleâ€.
Aseguró que él y su familia se tomaban en serio el distanciamiento social y esperaban que Estados Unidos no tratara de regresar rápidamente a una sensación de normalidad. Es demasiado arriesgado, dijo MacDonald. Se quedan adentro, cocinan y algunas veces ordenan comida para llevar en algunos de los restaurantes de Dahl.
En una tarde reciente, Dahl y su director de operaciones, Jay Schimmel, se sentaron en el patio de Mariposa. Leonardo tomó una siesta en su regazo y un recipiente con toallitas Clorox con aroma a limón se encontraba en una mesa cercana.
Dahl y Schimmel se preparaban para una reunión entre una coalición de propietarios de restaurantes de Arizona sobre prácticas seguras para cuando las empresas puedan reanudar la apertura el próximo mes.
“Realmente no podemos preocuparnos por lo que hacen otros restaurantesâ€, dijo Schimmel.
Dahl asintió, acariciando la espalda de Leonardo.
“Tenemos que estar segurosâ€, señaló, “cerciorarnos de que todos en nuestros restaurantes estén protegidosâ€.
Un silencio cayó sobre el patio, se demoró hasta que el zumbido de un pequeño avión alquilado que volaba bajo se aproximaba a la pista del aeropuerto rompiéndo el silencio. Dahl se levantó y comenzó a hacer llamadas.
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