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EDITORIAL: Cómo ayudar a alguien que se siente culpable de haber transmitido COVID a otros

Cuando alguien mata involuntariamente a otra persona, generalmente se debe a un accidente automovilístico. Este año, el COVID-19 podría fácilmente ser la causa número uno de tales decesos.

En Estados Unidos, más de 340.000 personas murieron de COVID desde marzo. Comparativamente, se estima que 28.000 individuos al año sobreviven a un evento automovilístico en el que al menos una persona muere, y no todos los supervivientes son considerados asesinos accidentales.

El horror de transmitir el coronavirus a otro no es tan claro como estar detrás del volante durante un episodio automovilístico. No se puede estar 100% seguro de haber transmitido el virus que causó la muerte de otro humano, a menos que esa persona no haya tenido absolutamente ningún contacto con nadie más en el mundo.

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Independientemente de eso, quienes viven con el conocimiento de que probablemente infectaron a otros pueden experimentar una mezcla tóxica de culpa, dolor, miedo y actitud defensiva. Lo sé porque hace muchos años maté sin querer a un niño que se lanzó a la carretera frente a mi automóvil. Cuando me di cuenta de los pocos recursos que había para ayudar a manejar el trauma de quitarle la vida o dañar a otros inadvertidamente, decidí utilizar mi formación como psicóloga social para estudiar cómo ayudar a quienes han causado tales tragedias.

Sospechar o saber que se ha transmitido el virus puede ser una sentencia de horror interminable, especialmente si éste acabó con una vida o le causó alguna discapacidad. Al principio de la pandemia, un hijo afligido me dijo: “Maté a mi abuelo”. Una mujer que teme haber contagiado a sus amigos recientemente me envió un correo electrónico donde dijo: “¿Cómo puedo sentirme normal cuando he causado tanto sufrimiento?”.

Algunas personas transmiten el COVID a pesar de hacer todo lo posible para proteger a quienes las rodean. Otros son negligentes o imprudentes. La mayoría se ubica en algún punto intermedio, y asumen riesgos que parecían razonables en ese momento. Por ejemplo, algunos viajeros de Acción de Gracias pueden haber pensado que estaban a salvo al dar negativo para el coronavirus antes de sus viajes, pero estaban en la etapa más temprana de infección o lo contrajeron en el camino.

Cuando no cumplimos con los estándares morales que tenemos para nosotros mismos, puede desatarse una crisis de conciencia que los psicólogos llaman “daño moral”. Esta es la angustia psicológica y espiritual que resulta de perpetrar, presenciar o no prevenir actos que violan nuestras creencias morales básicas. Al escribir sobre su angustia después de un accidente automovilístico que acabó con la vida de un motociclista, el reverendo David Peters dijo: “No había ningún lugar al que pudiera ir para escapar de la sensación de que ya no era una buena persona”.

Un investigador de la Universidad de Boston, Brett Litz, y sus colegas, identificaron tres categorías de síntomas de daño moral: autolesión, que incluyen pensamientos suicidas y abuso de sustancias; desmoralización, como una sensación de inutilidad; y autodiscapacidad, que incluye el aislamiento y la represión de las emociones positivas.

Esto está en consonancia con lo que escucho de quienes temen haber transmitido el virus a otra persona. Muchos más se guardarán sus sentimientos y pensamientos para sí mismos, porque se sienten avergonzados y piensan que no merecen apoyo, o tienen miedo de ser culpados y excluidos.

En medio de la pandemia, puede parecer ‘pedir demasiado’ extender la compasión a aquellos cuya negligencia, ignorancia o error derivó en la enfermedad, discapacidad o muerte de otra persona. Es más probable que los avergoncemos públicamente, a menudo en los términos más duros, por sus acciones.

En cuanto a aquellos que tomaron todas las precauciones recomendadas pero tuvieron la doble mala suerte de contraer y transmitir el coronavirus, les decimos que no pudieron haber hecho nada diferente, por lo tanto deben perdonarse y seguir adelante. Esto es especialmente cierto para los trabajadores esenciales y de primera línea, que a menudo no tienen más remedio que exponerse a sí mismos -y luego a sus familias- al virus.

Sin embargo, una persona con daño moral a menudo se siente sola, incluso abandonada.

La culpa es apropiada cuando le hacemos daño a alguien. En la mayoría de los casos, la culpa es una señal para actuar: para enmendar, disculparnos y tratar de ser mejores. Pero en casos graves de daño moral, la culpa puede volverse incapacitante e interferir con la posibilidad de amar, trabajar y relacionarse con los demás. Sin tratamiento, es probable que los afectados vivan vidas más pequeñas. Tendrán menos que ofrecer a sus familias, compañeros de trabajo y comunidades, lo cual hace que todos salgamos perdiendo.

Mientras sigue la pandemia, es probable que más personas sufran daño moral después de transmitir la enfermedad. La sociedad deberá ayudarlos a superarlo.

Mi experiencia sugiere que tres elementos son fundamentales para aliviar un daño a nuestra conciencia moral: responsabilidad, compasión y comunidad.

Rendir cuentas, o ser responsable, implica reconocer ante nosotros mismos, y posiblemente ante los demás, que dañamos a otro aunque no fue nuestra intención. Significa pensar si necesitamos hacer cambios de comportamiento para proteger a los demás sin culparnos indiscriminadamente a nosotros mismos. Parte de la responsabilidad es reconocer los límites del control personal. El objetivo es una tasación precisa.

No es necesario ni útil excusar el descuido, y no se debe esperar que aquellos que lloran por un ser querido ofrezcan perdón (aunque algunos lo harán). Pero con solo mostrar compasión podemos validar la condición humana de quien transmitió el COVID, y reconocer la angustia que siente.

Comunidad se refiere a trabajar para hacer del mundo un lugar mejor. Esto puede ser un servicio comunitario o activismo, o simplemente decidirse a vivir con compasión y bondad. Nada de esto compensa la muerte o la enfermedad de otra persona. Sin embargo, honra a aquellos que han sufrido o fallecido. También restaura un sentido de voluntad, respeto por uno mismo y pertenencia.

No todos los que transmiten el coronavirus sufrirán de daño moral. Algunos negarán su responsabilidad o tendrán la capacidad de recuperación para afrontar la situación de manera eficaz, y muchos nunca sabrán qué papel desempeñaron, si es que tuvieron alguno, en la propagación del virus.

Sin embargo, no es descabellado esperar que miles de individuos luchen contra la culpa que surge de infectar a otra persona. Al reconocer cuánto duele herir a alguien, podemos ayudarlo a sanar.

Maryann J. Gray es la fundadora de Accidental Impacts, una organización para aquellos que, accidentalmente, han matado o lesionado de gravedad a otras personas.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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