Editorial:  ‘¿Caos o comunidad?’, preguntaba Martin Luther King; Trump nos está empujando al caos
Al amenazar con desplegar el ejército contra sus compatriotas, el presidente recurre al lenguaje de los tiranos y déspotas.
Los Ãngeles, como tantas ciudades estadounidenses, está al lÃmite. Las protestas por los asesinatos de civiles negros desarmados a manos de policÃas han sido mayormente pacÃficas, pero el viernes por la noche se vieron empañadas por desafortunados actos de vandalismo y saqueos que dañaron negocios del centro, muchos de ellos propiedad de inmigrantes y personas de color. El Departamento de PolicÃa de Los Ãngeles (LAPD) ha actuado con moderación, incluso mientras los manifestantes destruÃan algunas de sus patrullas, el sábado. El alcalde Eric Garcetti, quien ordenó un toque de queda en el centro este sábado, ha sido una voz de calma y razón.
Por desgracia, no ocurre lo mismo con el presidente Trump, cuya inmoralidad aparentemente no tiene lÃmites. En verdad, estamos cansados de condenarlo. Hacer una crónica de sus mentiras es agotador. PreferirÃamos concentrarnos en derrotarlo en noviembre, un paso esencial (aunque de ningún modo suficiente) para restaurar nuestra democracia. Sin embargo, condenar una vez más su accionar es una obligación.
Para millones de personas que lo han visto desde el lunes, el último alegato de George Floyd al oficial de policÃa de Minneapolis, ahora acusado de su asesinato, fue un eco de las últimas palabras de Eric Garner: “No puedo respirarâ€.
Las amenazas de Trump, el sábado, de desplegar “perros despiadados†y “armas intimidatorias†contra los manifestantes frente a la Casa Blanca; el crudo llamamiento a sus seguidores del “Make America Great Again†(MAGA) para que se reunieran en Washington el sábado por la noche; y su extraña y ofensiva declaración de que “MAGA ama a los negros†amenazan con arrojar combustible a un barril de pólvora.
Esto no es un simple mensaje polÃtico; es una invitación casi abierta a fracciones de extrema derecha y supremacistas blancos para involucrarse en la violencia.
Además, Trump sigue politizando la aplicación de la ley. También el sábado, amenazó a los “gobernadores y alcaldes liberales†con que si no “se ponen MUCHO más durosâ€, “el gobierno federal intervendrá y hará lo que tenga que hacer; eso incluye usar el poder ilimitado de nuestros militares y una gran cantidad de arrestosâ€.
Estas son palabras de un autoritario. Amenazar con el uso de la fuerza militar contra los propios ciudadanos es el último recurso de déspotas y tiranos; dicho lenguaje no tiene lugar en una sociedad libre y abierta.
En todo Estados Unidos, los gobernadores y alcaldes trabajan para mantener la paz. No se trata de demócratas versus republicanos, estados azules versus rojos, o vidas negras versus vidas azules (alusión a los policÃas). Esta es una cuestión de lo que representa nuestra democracia. Simplemente arrojar más fuerza sobre los manifestantes sólo complicarÃa la situación y profundizarÃa las cicatrices dejadas por ella.
Estados Unidos quizá está en un punto de inflexión. Como nación, nos encontramos de luto por la muerte de 100.000 de nuestros habitantes por la pandemia de COVID-19. Más del 20% de nuestra fuerza laboral podrÃa estar desempleada, la tasa más alta desde la Depresión. Las tensiones son altas, con tantos estadounidenses encerrados en sus hogares durante casi tres meses. Sobre esa mezcla inestable se suma el duradero hecho de que muchas personas en comunidades minoritarias sienten que la policÃa no hace cumplir las leyes de manera equitativa. El impactante deceso de un hombre negro, cruelmente reprimido el lunes por la policÃa de Minneapolis, sólo empeoró la desconfianza y la ira que han perdurado por generaciones; los amargos frutos del racismo sistémico.
Las protestas son impulsadas por jóvenes -de todos los orÃgenes étnicos y raciales- que observan la falta de esperanza y de oportunidades. Están enojados y temerosos por los más de cuatro siglos de opresión que las personas de ascendencia africana han soportado en lo que ahora es Estados Unidos.
Ellos no estaban vivos durante los disturbios de Watts, en 1965, o los de 1992, provocados por la absolución de los oficiales de LAPD que golpearon a Rodney King, y desataron reformas que todavÃa están en proceso. Pueden carecer de contexto y perspectiva, pero lo que tienen en abundancia es el anhelo de una sociedad más justa y decente, de una economÃa más humana y sostenible, y de la urgente acción para abordar la crisis climática que amenaza a toda la humanidad.
Este es un momento para que los lÃderes de Estados Unidos escuchen a estos jóvenes, con compasión, empatÃa y humildad. Condenamos la violencia, pero instamos a la moderación por parte de las autoridades y rechazamos la falsa equivalencia. Las acciones de saqueadores y vándalos pueden llamar la atención de los equipos periodÃsticos de TV y envalentonar a Trump, pero las fechorÃas de una pequeña minorÃa no justifican una respuesta excesiva o brutal por parte de la policÃa o la Guardia Nacional. El despliegue del servicio militar activo serÃa una medida extraordinaria, que está limitada por la ley federal; debe considerarse sólo si la aplicación regular de la ley ha fallado por completo. Si hay extraños que avivan los disturbios, tal como han sugerido Trump y otros lÃderes, deberÃan irse a casa -independientemente de su persuasión polÃtica- y dejar de exacerbar la situación.
EE.UU está al lÃmite. En 1967, un año en que los disturbios sacudieron ciudades desde Detroit hasta Newark, el reverendo Dr. Martin Luther King Jr. preguntó, en su cuarto y último libro: “¿A dónde vamos desde aquÃ? ¿Al caos o a la comunidad?â€. Su respuesta, por supuesto, fue a la comunidad: una comunidad amada y basada en la dignidad humana, el cambio social no violento y la derrota de la pobreza, el racismo y el militarismo. El presente nos convoca una vez más para responder a su pregunta. Trump ya ha hecho un daño grave a la idea de la amada comunidad; lo menos que puede hacer es guardar silencio y no acelerar un deslizamiento hacia el caos.
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