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Una historia con dos versiones

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Recuerdo que estaba muy pequeño cuando escuché hablar por primera vez de Fidel Castro. Tenía 10 años y era octubre de 1968.

Acababa de ocurrir la masacre de estudiantes en Tlatelolco, en la Ciudad de México.

Nadie sabía nada, pero en los noticieros de televisión repetían una y otra vez que todo el movimiento estudiantil era culpa de los comunistas cubanos, que Fidel Castro quería instaurar el socialismo en México.

Me acostumbré a escuchar los horrores que se le atribuían, pero por otra parte, cuando empecé a leer más a fondo, me di cuenta de que no todo era tan malo como lo pintaban. Me enteré, por ejemplo, que los índices de bienestar en Cuba, considerados como derechos fundamentales de la humanidad por las Naciones Unidas, como acceso a la alimentación, la salud y la educación, estaban muy por encima en ese país que en el resto de Latinoamérica.

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Es difícil entender la trayectoria de Fidel Castro, especialmente si nunca se vivió en la isla; pero lo que sí se puede decir es que esa historia tiene dos caras: una, la de los cubanos en el exilio radicados en Miami celebrando, y otra, la de los cubanos en la isla, que salieron por miles a despedir a su líder.

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