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EFE

Sede de icónicos equipos de la NBA como los Knicks de Nueva York o de hockey sobre hielo como los Rangers, el Madison Square Garden en la Gran Manzana forma parte del imaginario popular como el recinto donde suceden los grandes eventos, tanto deportivos o culturales, cuyos secretos se desvelan en un recorrido.

El estadio se ha convertido en símbolo de éxito para los artistas, que sueñan con tocar ahí, y también en un atractivo turístico, con más de tres millones de visitantes anuales en los aproximadamente 240 eventos que acoge el recinto.

Sabedores de la fama de un espacio donde han tocado, entre otros, Michael Jackson, Queen, The Rolling Stones o Janis Joplin, el Madison Square Garden organiza recorridos por sus entrañas en los que los turistas tienen la oportunidad de entrar en los palcos y suites privados que acogen a las personalidades que visitan el estadio o, incluso, los vestuarios de los jugadores.

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Por ponerlo en contexto, el Madison Square Garden forma parte de la esencia neoyorquina antes incluso que la Estatua de la Libertad: el primero de los cuatro estadios de la ciudad que han llevado ese nombre fue construido en 1879, siete años antes que la dama de hierro.

El actual edificio, situado a apenas dos manzanas del Empire State Building , entre la Séptima y la Octava Avenida, se inauguró en 1968, hace 51 años, pero hereda el linaje de los tres anteriores recintos.

Un legado que incluye la icónica felicitación de una sensual Marilyn Monroe cantándole el cumpleaños feliz al entonces presidente John F. Kennedy el 19 de mayo de 1962, ataviada con un vestido de brillantes y con la ausencia de Jackie Kennedy, presumiblemente porque sabía de la relación extramatrimonial de su marido.

En aquella ocasión, fueron 15.000 los asistentes a la fiesta “privada” del presidente, una cifra ligeramente menor a la media del público de un partido de baloncesto -19.000- e inferior a las personas que puede alojar para un concierto, entre 20.000 y 23.000.

El tour recorre las estancias privadas del estadio. Desde los palcos que contratan algunas empresas para sus celebraciones en partidos o conciertos, hasta los camerinos donde estrellas como Jennifer López o la banda Queen con Adam Lambert se han relajado recientemente antes y después de sus espectáculos en el recinto.

La parte pública del estadio -donde se cruzan los accesos a la pista principal con un pasillo repleto de tiendas de “comida de estadio” (hamburguesas, perritos calientes, nachos) y otras con delicias más elaboradas- es también un gigante museo que recoge los hitos de sus casi 150 años de existencia.

Es en un friso de la pared, titulado “Garden 366”, donde figuran los eventos más importantes ocurridos en el MSG -las siglas por las que también se le conoce- en cada día del año.

Por poner un par ejemplos, el 10 de septiembre de 2001 -un día antes del atentado contra las Torres Gemelas- el Madison Square Garden acogió el concierto especial por el 30 Aniversario de la carrera de Michael Jackson, su último show público.

O el 24 de junio de 1979, la primera vez en la que los Village People actuaron en el recinto.

El artista que se lleva la palma, sin embargo, es Billy Joel. El famoso “Piano Man” ha dado allí 112 conciertos, 66 de ellos consecutivos, y tiene una residencia mensual que siempre cuelga el cartel de “vendido”.

Los sonidos de la armónica y el piano de Joel parece que resuenan todavía cuando llegamos a la pista del estadio, mezclándose con el rasgar de las cuchillas de los patines de los jugadores y el rebote sobre la tarima de la pelota de baloncesto.

La pista es solo una extensión de hormigón, pero tiene la magia de convertirse en una placa de hielo y en una cancha de baloncesto. A veces lo es al mismo tiempo: una fina capa helada protegida por un aislante cubre el suelo que patearán los Knicks y su equipo rival.

El recorrido, de 75 minutos de duración, cuesta en torno a 35 dólares la entrada. Algo menos que una entrada a un juego de baloncesto y muy inferior a cualquier entrada de concierto, pero permitiendo, eso sí, disfrutar al máximo de los entresijos del estadio.

Álvaro Celorio

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