Hondureña concluye un largo proceso judicial con concesión de asilo
Chicago — La hondureña Maryori Urbina recibió hoy asilo en Estados Unidos, en lo que ha sido la culminación de una odisea que comenzó en 2014 cuando viajó sola y con 13 años desde su país hasta la frontera con México, con el propósito de reencontrarse con su familia.
“Ahora me siento más segura y puedo disfrutar más el amor de mi madre y de mis nuevas hermanas”, declaró la joven a Efe, exhausta, tras conocer la decisión de una jueza de Inmigración en Chicago después de una audiencia que duró más de cuatro horas.
Maryori vio rechazado su primer pedido de asilo en 2015, pero con la ayuda de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC) logró presentar su caso hoy en la corte y relatar su viaje de 15 días por tres países, en autobús, taxis y caminando con un grupo de mujeres y niños pequeños, hasta cruzar el Río Grande.
Su único capital era el equivalente a 25 dólares que había ahorrado antes de salir, dinero que le sirvió para contribuir a un fondo destinado por el grupo de mujeres que la acompañó y protegió a pagar un soborno a policías de Guatemala, para que no interfirieran en su camino.
“Tuve mucho miedo, siempre estuve rodeada de desconocidos, dormíamos en el suelo y muchas veces no comíamos”, relató, pero estaba decidida a llegar al área de Chicago donde vivía su madre, Tania Contreras, que la había dejado al cuidado de una hermana cuando era un bebé.
Como la mayoría de los inmigrantes, el plan de Tania era ahorrar dinero y regresar a Honduras, pero la realidad hizo que aplazara indefinidamente el retorno, hasta que su hija decidió salir en su busca a los 13 años y sin avisarle a nadie.
Maryori tiene actualmente 17 años, es una estudiante aventajada de primer año en la escuela secundaria de Waukegan (Illinois) y tiene una vida “normal” en esa ciudad, que es conocida como la “Pequeña Honduras” por la cantidad de inmigrantes que han buscado refugio de la violencia en su país.
Ella forma parte de los aproximadamente 68.000 menores centroamericanos que llegaron solos a la frontera sur en 2014, buscando a sus padres que ya se encontraban aquí, y de los cuales unos 11.000 pidieron refugio, aunque hasta el momento solamente 2.000 fueron aceptados y reubicados en Estados Unidos.
Cuando Maryori tenía 12 años fue asaltada a punta de pistola en Honduras y vio como era baleado un hombre en la calle.
“Decidí irme, pero no quería involucrar a mi tía”, relató, y en cambio buscó la ayuda de compañeros de la escuela que tenían padres emigrados a EE.UU.
“Hablé con las niñas y sus madres, me enteré que había un grupo que se preparaba para el viaje, me encomendé a Dios y dije vamos”, expresó, sin la ayuda de “coyotes” u otros guías, confiando en que las desconocidas conocían el camino y la iban a proteger.
El dinero que llevaba eran 500 lempiras (moneda hondureña), equivalente a unos 25 dólares, que le había dado su tía durante un mes y medio para pagarse la merienda en la escuela.
“En el camino se juntaron otras mujeres al grupo, nos cuidábamos entre nosotros y llegamos a la frontera de México con Estados Unidos (El Paso), felizmente sanas y salvas”, agregó.
Inmigración la detuvo durante cinco días y luego la trasladó a una casa hogar en Texas, donde permaneció un mes hasta que la comunicaron telefónicamente con su madre.
“En la casa me alimentaron, medicaron y dieron ropa”, dijo Maryori, quien pudo hablar semanalmente con su madre hasta que fue enviada por avión a Chicago.
En el aeropuerto internacional O’Hare la esperaba su madre, que se había vuelto a casar y tenía otras dos hijas, y se produjo el reencuentro tan deseado por la niña.
“Pude conocer a mi madre, que me había dejado con ocho meses de vida, tener su amor y también compartir con mis hermanas”, dijo.
Julie Contreras, presidente del capítulo de LULAC en el Condado Lake de Illinois, dijo que hasta el momento se ha conseguido el asilo de otros dos menores y de varias familias centroamericanas, aunque hay muchos más que están en las mismas condiciones de Maryori.
“Es difícil y agotador, las familias pierden la esperanza”, dijo la activista sobre el proceso, que en el caso de Maryori demandó cuatro años de gestiones a cargo de un abogado pro bono.
Según la activista, el presidente Donald Trump debería visitar la ciudad de Waukegan, para ver que los refugiados “son familias trabajadoras que contribuyen con la comunidad y no son criminales”.