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“Esta agua lleva días estancada”: qué pasa dentro de las casas inundadas de La Habana tras el paso del huracán

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El huracán Irma pasó entre el viernes y el sábado por Cuba y dejó 10 muertos, según las autoridades. Siete de ellos fueron en La Habana y tres en otros lugares. Y aunque el ciclón tropical no pasó directamente por la capital cubana, creó marejadas que inundaron partes de la ciudad.

BBC Mundo reproduce esta crónica desde los escombros publicada por El Estornudo, un medio independiente cubano.


El huracán Irma ya está lejos de La Habana, pero el panorama en las zonas bajas del barrio del Vedado y el municipio Centro Habana es desolador.

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El mar aún está en las calles y viviendas, los edificios sueltan pedazos de sus estructuras y la ciudad sigue sin energía eléctrica. Hay muertos.

Con el agua hasta los tobillos

Desde el pasado viernes en la noche, Maykel Gutiérrez duerme en una escalera. Su casa, a cinco cuadras del Malecón, lleva tres días con el agua hasta el techo.

Sus pertenencias más valiosas están a salvo en casa de un vecino que vive en altos. El resto navega dentro de su vivienda.

“He vivido aquí toda mi vida y nunca había visto algo así. El agua entró en mi casa como si fuera una cascada. Cuando pensábamos que el mar ya se iba, regresó”, dice Gutiérrez, la mirada esquiva, acongojado.

En su barrio el agua alcanza ahora la altura de los tobillos, pero todas las casas que se encuentran en bajos y en puerta de calle permanecen inundadas.

Algunos vecinos de 5ta entre 10 y 8, en el Vedado, optaron por comenzar a destupir las alcantarillas y tragantes para ayudar en la retirada del mar.

El resto espera la ayuda de la empresa Aguas de La Habana.

“Así es como se ha ido un poco el agua. Sacamos la basura y las matas. A esta zona no ha llegado ninguna autoridad a auxiliarnos”.

Las mellizas Claudia* y Laura*, vecinas suyas, se mudaron para el barrio hace apenas dos meses. El huracán acaba de bautizarlas.

“Vi pasar, por delante de mi casa, camas, refrigeradores, televisores y butacas que nadaban por la calle, como si esto fuera un río”, cuenta Claudia desde su balcón.

“Esta agua lleva días estancada y ya huele a orina y mierda. Ahorita empiezan las infecciones”.

Los tanques de basura están ruedas arriba, derribados. La zona baja del Vedado es puro desecho.

“Sin auxilio”

En la intersección de las calles 3era y B, los vecinos se exaltan.

Una camioneta del Comando Especial de la Brigada Nacional carga con seis oficiales vestidos de negro. Boinas, coderas, cuchillos de Rambo, pistolas.

Una señora les grita: “Díganle a sus jefes que vengan, que nos traigan comida y que nos ayuden”.

La camioneta frena y uno de los oficiales se baja. La multitud reclama a voz en cuello.

Otra mujer dice: “Aquí hay una embarazada de 37 semanas y no tiene cómo alimentarse”.

La camioneta se retira ante la mirada enjuiciadora de los vecinos.

“Nuestras vidas se están malgastando”

A las tres de la madrugada del sábado, la viga de uno de los viejos edificios de Ánima* y Belascoaín* se desploma.

En el solar, de condiciones insalubres, habitan decenas de personas.

Toda la columna interior de la parte izquierda se vino abajo, cayendo sobre una de las viviendas del primer piso. Murieron dos hermanos.

Anavalia Machado, vecina de la casa aplastada por los enormes pedazos de bloques, dice: “Desde el 2007 este edificio tiene un expediente abierto por peligro de derrumbe para que nos alberguen. Pero no nos han sacado de aquí ni han demolido esto por despreocupación del gobierno”.

Justo después del derrumbe, los vecinos se mudaron hacia el edificio contiguo, un inmueble que también corre peligro, ya que su estructura fue impactada por trozos sueltos de concreto.

Y en la mañana del sábado, ellos mismos llamaron a la policía.

“Nos dimos cuenta que los hermanos estaban en esa casa y no habían podido salir. Nos olimos algo malo”, dice Anavalia.

Varios policías entraron en el lugar con ayuda de la brigada canina.

Cerca del mediodía, debajo de unos escombros, los perros divisaron un pie: el segundo de los hermanos se encontraba a unos pocos metros.

El gobierno aún no ha desalojado el edificio, y la única indicación que recibieron los damnificados consiste en que permanezcan con sus vecinos.

Anavalia y su hermana, Lucía Machado, se refugian en casa del presidente del Comité de Defensa de la Revolución (CDR).

Llevan tres días sin bañarse y sin cambiarse de ropa. Tampoco tienen comida.

“Lo que nos dicen es que la prioridad es la vida de las personas, pero ellos no se dan cuenta que nuestras vidas se están malgastando en estas condiciones. Mira, mi hermana tiene una hemodiálisis hecha y no tengo cómo alimentarla”, dice Anavalia.

Omara Suárez, otra vecina, explica: “Los escombros cayeron sobre las tuberías del gas, y las paredes de nosotros ahorita también se caen. Aquí nadie ha venido a sacarnos”.

Trabajo intenso, pero insuficiente

La mayoría de los árboles del Vedado están en el piso, llevándose en la caída los cables de la energía eléctrica y de las vías telefónicas.

Las brigadas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), de la policía y la empresa Comunales trabajan intensamente en las labores de recuperación.

En la mañana, todo es ajetreo; luego la actividad disminuye.

En la avenida Quinta del barrio de Miramar, decenas de reclutas de las FAR barren las calles, pero muchos otros no hacen más que reír y conversar en los contenes.

Una vecina dice: “Así nunca terminarán. Dos más y yo ya hubiéramos terminado”.

En la esquina de 15 y 2, aún en Vedado, hay un camión de la policía. Dentro hay mujeres uniformadas que duermen a lo largo y hombres que se echan fresco con trozos de cartón.

Alrededor, cientos de ramas gruesas impiden el paso de la gente y los carros. Hay un policía que intenta partir un coco seco y sacarle el agua.

“Ya este país es un relajo”

En las zonas donde no hay energía eléctrica, las escasas instalaciones privadas que ofrecen suministros básicos han subido sus precios.

Los pocos taxis que circulan han aumentado cuatros veces la tarifa normal. Afuera del hotel Habana Libre, en pleno corazón de La Habana, varias personas se han apoderado de manera ilícita de las tomas de corriente que dan a la calle.

A través de extensiones, alquilan el nuevo servicio a aquellos que residen en zonas sin electricidad y necesitan cargar sus backups, celulares y laptops.

Estos nuevos cuentapropistas, que afloran en tiempo de desastres para cobrar un servicio ilegal, ponen reguetón y bailan mientras sus clientes solo miran la barra de la batería de sus dispositivos.

Una señora, que acaba de cargar su smartphone, dice: “Otras veces hubo más prevención y la gente se preparó. Ya este país es un relajo”.


*Los nombres con asterisco no llevan apellido a petición de la fuente.

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