Mientras el pueblo de Yalitza Aparicio observa a la estrella de la pelÃcula ‘Roma’ brillar, la suerte de otro de sus tesoros, es menos clara
En lo alto de la montaña de Yucunino, donde un valle de pinos te lleva directamente a Tlaxiaco, todo el mundo sabe de la muchacha.
La Yalitza, la llaman, como si fuera una tormenta que se extendió por su pueblo. Joven e indÃgena, era como tantas mujeres aquÃ, hasta que la sacaron de su choza de metal corrugado y la convirtieron en una estrella de Hollywood.
Yalitza Aparicio se presenta ahora a un Oscar por su papel en “Romaâ€, y su ciudad natal no podrÃa estar más orgullosa.
Pero mientras miran ansiosamente a ver a dónde la lleva la fama, los Tlaxiaqueños se preocupan por el destino de otro tesoro de su pueblo.
La vida en el estado de Oaxaca, sin importar el clima, gira en torno a las fiestas. En Tlaxiaco, las bandas de música recorren caminos empedrados con bailarines, fuegos artificiales y marionetas de papel maché de hasta 10 pies de altura. Estos desfiles se realizan todas las semanas y los niños se unen a las calendas en cuanto aprenden a caminar.
En 2015, una gran noticia llegó a la emisora de radio La Poderosa. Un prestigioso músico, un trombonista clásico llamado Alejandro Zamora, venÃa de la Ciudad de México a este pueblo indÃgena mixteco.
El alcalde, Alejandro Aparicio, convenció a Zamora para que formara una banda en la Casa de la Cultura, un vibrante centro cultural administrado por la ciudad. Zamora, que entonces tenÃa 34 años, aceptó con una condición: QuerÃa lanzar una banda sinfónica integrada solo por niños, cada uno de ellos partiendo de cero.
“TenÃa esa visión en mi mente, y los niños de Tlaxiaco parecÃan tener todo el potencialâ€, dijo Zamora.
El Profesor era diferente a todo lo que la gente de la ciudad habÃa conocido. Era exigente, prepotente y apasionado, con expectativas de reconocimiento que se extendÃan mucho más allá de la montaña.
“No den lugar al errorâ€, decÃa constantemente a su banda de 65 músicos.
Niños, de 5 a 17 años, ensayaban dos horas al dÃa, siete dÃas a la semana. A veces ensayaban dos veces en un dÃa.
“Uno de mis hijos lloró los primeros dÃasâ€, dijo Ewdiuviel López, de 45 años. “DecÃa: ‘El profesor grita demasiado, Papá’â€.
Pero con el tiempo, dijo López, sus tres hijos aprendieron a apreciar a su maestro. Se apegaron a su clarinete, saxofón y tambores.
Zamora enseñó a sus estudiantes, todos mixtecos como Yalitza, a dominar docenas de composiciones mexicanas y latinoamericanas, sones, jarabes, chilenas y fandangos. Eran piezas energÃcas con melodÃas rápidas y retorcidas, ritmos complicados y crescendos saltarines.
Puso a los niños más pequeños, o esos a los que todavÃa les hacen falta algunos dientes, en percusión. El resto tocaba otros instrumentos, como flautas y clarinetes, trompetas y saxofones.
En cada ensayo, el director de orquesta se paraba al frente o al centro, agitando el aire con sus manos y observando a cada uno de sus protegido como un halcón, a veces dirigiéndose a ellos con el apodo cariñoso de mi hija, mi hijo:
TenÃa esa visión en mi mente, y los niños en Tlaxiaco parecÃan tener todo el potencial
Alejandro Zamora
Valeria, mija, ¡tienes que alcanzarles!
Christian, estás corriendo demasiado.
Cuida tus notas, Diana.
Todos sientan el impulso. ¡Eso! Vamos.
Dos años después, la Banda Sinfónica de Tlaxiaco habÃa ganado reconocimiento regional. Los tlaxiaqueños hablaban de los niños en el mercado, en la iglesia y en la escuela. Convirtiendo el nombre de la banda en un acrónimo, siempre hablaban de “BASITâ€. ¿Has escuchado a BASIT? preguntaban. Reservaban la banda para sus fiestas, bodas y funerales.
“Ãbamos a todas partes y ofrecÃamos nuestro mejor espectáculoâ€, dijo Jesús Montes Bautista, padre de uno de los niños de la banda.
A la gente que tiene un fuerte arraigo en Tlaxiaco les gusta hablar de los dÃas antes de la Revolución Mexicana, cuando su pueblo era famoso por sus artesanos que producÃan finos muebles, zapatos y talabarterÃa. Los comerciantes en mulas solÃan subir la montaña para comprar mercancÃas a granel.
Algunos tlaxiaqueños se hicieron bastante ricos. Vacacionaban en Francia y regresaban a la plaza del pueblo, o zócalo, con vestidos abultados y con volantes, abrigos con cola de pingüino y guantes de seda. La gente de todo el mundo empezó a llamar al pueblo El Paris Chiquito.
Años más tarde, durante la revolución, los agitadores echaron a casi toda esa gente de la ciudad.
Hoy en dÃa, pocas reliquias quedan de esa época más allá de la histórica torre del reloj de Tlaxiaco. Ya descolorido, se encuentra sobre el zócalo, donde los vendedores ofrecen ropa usada y chanclas mientras se tocan cumbias, los niños pequeños lloran y las mujeres con delantales gritan: “¡Papayas! ¡Papayas!â€.
Pero pregúntele a los tlaxiaqueños de qué están más orgullosos y hablarán sobre el amor de su pueblo por la cultura y las artes. Cada inicio de ciclo, al menos 600 niños acuden a la Casa de la Cultura para tomar clases de actuación, pintura, danza y música.
Justo cuando la fama de la banda se estaba extendiendo, un nuevo alcalde tomó posesión de Tlaxiaco en 2017. “Se podrÃa decir que este hombre no era un gran fanático de las artesâ€, dijo Miguel MartÃnez Oseguera, director de la Casa de la Cultura.
Siendo ya alcalde, Oscar RamÃrez Bolaños, recortó muchos programas en la Casa de la Cultura y redujo el sueldo de Zamora en un 80%, a 57 dólares por semana. Sus dos asistentes fueron despedidos. RamÃrez Bolaños despidió a dos y recortó el sueldo del tercer asistente, de modo que ese asistente finalmente también se fue. Los padres de familia comenzaron a comprar arroz, frijoles y bolsas de tamales para Zamora.
El peor insulto les llegó en 2018, cuando el alcalde les prohibió a los niños que se presentaran en la fiesta de fama internacional de Oaxaca, La Guelaguetza. En su lugar formó su propia banda, seleccionando a quienes él consideraba los mejores músicos adolescentes de Tlaxiaco. Pero esos candidatos no pasaron del comité de selección, y por segunda vez en casi 30 años Tlaxiaco fue excluido del festival.
El pueblo, dijo MartÃnez Oseguera, estaba conmocionado y furioso.
Pregúntele a los Tlaxiaqueños de qué están más orgullosos y hablarán sobre el amor de su pueblo por la cultura y las artes.
Una tarde, hace poco tiempo, el tlaxiaqueño de cuarta generación se sentó detrás de su escritorio en la Casa de la Cultura, respiró profundamente y se rascó la cabeza mientras contaba el drama.
HabÃa enfrentado muchos conflictos al frente de la Casa de la Cultura durante décadas. Pero las acciones del alcalde, como la mayorÃa de la polÃtica mexicana, lo dejaron indefenso y desconcertado. ¿Fue la causa las diferencias creativas? ¿Problemas presupuestarios? ¿Mal humor? No está muy seguro, a raÃz de esto, RamÃrez Bolaños, ha dejado la ciudad y no ha podido ser localizado para hacer comentarios.
El verano pasado, mientras la supervivencia de la banda pendÃa de un hilo, los niños recibieron lo que se sintió como si fuese un milagro. Un hombre que se postulaba para presidente hizo campaña en Tlaxiaco y los escuchó tocar.
Algunos dÃas después, su gente sorprendió a Zamora con una llamada telefónica. Andrés Manuel López Obrador pidió a los niños que tocaran en su último mitin de campaña, ante 100,000 personas. Después de ganar, también los escogió, de entre miles de bandas, para tocar en su inauguración.
La banda fue noticia nacional. Zamora estaba encantado. Sobre todo, aliviado. El alcalde RamÃrez Bolaños estaba a punto de terminar su mandato y su sucesor era Alejandro Aparicio, el ex alcalde que habÃa persuadido a Zamora para comenzar la banda desde el inicio.
“Lo logramosâ€, les dijo a los niños. “Los dÃas malos ya pasaronâ€.
Aparicio le prometió a Zamora que le devolverÃa el sueldo que habÃan convenido anteriormente. Se comprometió a ayudarle a abrir una universidad de música en Tlaxiaco para que los niños indÃgenas de todas partes pudieran sentirse parte de la banda.
Pero la promesa duró poco. El 1 de enero, aproximadamente una hora después de que Aparicio asumiera el cargo, un ex policÃa del norte de México corrió hacia el alcalde y le disparó dos veces, una en la espalda y otra en el pecho. El motivo del asesinato se sigue investigando.
En su funeral, la banda que tanto apreciaba se alineó sombrÃamente en su ataúd y tocó todas sus canciones favoritas.
Hoy en dÃa, todo en la Casa de la Cultura está en suspenso hasta que un nuevo alcalde se haga cargo. Nadie sabe si la próxima persona arreglará las cosas.
Mientras tanto, todos los dÃas, al parecer, equipos de cámaras llegan a Tlaxiaco deseosos de contar la historia de Yalitza. Van a su chabola en busca de su hermana, su madre, sus hermanos, pero la familia evita toda atención.
Asà que uno por uno, los reporteros terminan en la Casa de la Cultura, donde Yalitza una vez tomó clases de baile y pintura. Donde tuvo su fatÃdica audición.
Fue aquÃ, hace tres años, donde MartÃnez Oseguera ayudó al equipo de “Roma†a realizar un casting para mujeres jóvenes. Yalitza, una estudiante tranquila y sin experiencia como actriz, vino a hacer compañÃa a su hermana y la persuadieron a hacer la prueba en el último minuto.
Los chicos de la banda se saben el relato de memoria. A MartÃnez Oseguera le gusta compartirlo “todos los dÃasâ€, dijo Zamora riendo.
Cuando se habla de “La Yalitza†en las prácticas de la banda, su profesor les ofrece consejos sabios.
“Es una hermosa historiaâ€, les dice. “Pero eso es como ganar la loterÃa. Lo que más importa en la vida es la disciplina y el trabajo duroâ€.
Hace poco, un domingo, los niños estaban llenos de nerviosismo. Respiraron hondo, se limpiaron pequeñas gotas de sudor de sus frentes y afinaron sus instrumentos una y otra vez. Se esperaba que una invitada de honor, la jefa de la Oficina de Arte y Cultura de Oaxaca, entrara por la puerta de la Casa de la Cultura en cualquier momento.
Zamora y MartÃnez Oseguera estaban seguros de que el frenesà por Yalitza habÃa obligado a esta poderosa mujer, y con tan poca antelación, a viajar tres horas desde la capital del estado a la ciudad de Oaxaca.
“Por lo general, es imposible llamar la atención de cualquiera de estas personasâ€, dijo Zamora.
La banda estaba decidida a dejarla impresionada. La supervivencia de su banda estaba en juego. Tal vez, esperaban, esta visitante podrÃa abrir la puerta a La Guelaguetza de este año o quizás ayudar con algunos fondos.
Zamora se paró frente a su banda, con los brazos en alto.
“¡Atención!â€, gritó. “Quiero que esto sea impecable. Quiero que esto sea nada menos que perfectoâ€.
“¡SÃ, profe!â€, respondieron sus alumnos.
Cuando la señora entró con su largo vestido blanco de huipiles y pendientes de oro, folklóricos, los niños alcanzaron sus instrumentos y montaron su mejor espectáculo.
Ella estaba impresionada, pero ¿su visita salvará a la banda? Es demasiado pronto para decirlo.
A la mañana siguiente, como un dÃa cualquiera, los jóvenes músicos de Tlaxiaco se reunieron en el patio de la Casa de la Cultura, ensayando una vez más.
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