Las empleadas domésticas de México buscan la igualdad en un sector inestable
México — Las empleadas domésticas en México quieren ser tratadas “como cualquier otro trabajador, ni más ni menos”, una reivindicación que puede parecer sencilla, pero que se complica en un país donde los empleadores rechazan firmar contratos y dejan a estas mujeres, en muchas ocasiones, en situación de desprotección.
En México hay casi 2,4 millones de personas, en su inmensa mayoría mujeres (el 95 %), que se dedican a esta tarea, en la que reina la inestabilidad y donde las nuevas tecnologías han encendido la alerta ante una posible mayor precarización del trabajo.
Cristina María Gálvez es un ejemplo de la fragilidad en la que se mueve este gremio. Cuando cumplió la mayoría de edad comenzó a trabajar con su madre de planta hasta que, veinte años después, murió su patrona, con lo que se quedó “sin trabajo y sin techo”.
Actualmente, a sus 48 años, se encarga de la limpieza de dos casas. Antes tenía cuatro, pero dos de sus empleadoras prescindieron de sus servicios porque se cambiaron de casa.
“Si tuviera toda mi semana de lunes a viernes sería maravilloso, así no me estaría apretando las manos, o diciendo ‘híjole’, ya va a llegar la renta”, comenta a Efe Cristina.
Normalmente, por un día de trabajo cobra 350 pesos (18,6 dólares), tarifa que ha ajustado porque “otra vez” subieron los precios, incluido el del pasaje del transporte público que utiliza todos los días para desplazarse desde su casa en el sur de la capital mexicana, donde vive con su hijo de 12 años.
Asegura que no se ha planteado dedicarse a otra cosa, por ejemplo, a trabajar en una tienda: “Yo estudié muy poco y para las cuentas no soy muy buena, por eso me da miedo, aunque si no me quedara otra, de aventarme, me aviento”, afirma.
Cansadas de sus condiciones laborales, un grupo de empleadas domésticas creó en 2015 el Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (Sinactraho), para exigir los mismos derechos que el resto de trabajadores del país y que se ratifique el Convenio 189 de la OIT para acabar con su discriminación.
Al sindicato actualmente están afiliadas alrededor de 150 personas (casi todas ellas mujeres) de entre 15 y 65 años, y abundan las madres solteras. En su mayoría, son mujeres que migraron a la Ciudad de México desde estados como Oaxaca, Chiapas y Puebla.
Lourdes Hernández, integrante de la Comisión Nacional del sindicato, señala que los empleadores no tienen el hábito de meter a las trabajadoras en el seguro social y cuando alguno está concienciado para ello, el trámite es “engorroso” y hay muchas trabas de por medio.
Para fomentar la firma de contratos, el Sinactraho presentó un contrato colectivo con el que establecieron, a través de una tabla, los salarios mínimos de las trabajadoras, dependiendo de las tareas que realicen.
El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) ha llegado a alertar que en el país las trabajadoras domésticas tienen un estatus laboral que todavía tiene algunos elementos de “servidumbre y esclavitud”.
En un estudio realizado por la institución, una de cada siete reportó haber sufrido maltrato verbal y 7 % maltrato físico.
Lourdes subraya que a esto se le suma el hecho de que muchas chicas jóvenes, cuando llegan a la capital desde una región indígena, sufren discriminación porque sus empleadores les obligan a “olvidar” su idioma natal.
La trabajadora, de 26 años, expresa su preocupación por el auge de las plataformas web en las que se ofrecen los servicios de empleadas domésticas por día, ya que aquí las empresas pueden “deslindarse” y no dar respaldo a estas mujeres.
“Es una forma de precarizar nuestro trabajo, no le da el valor que requiere (...) nos venden como un producto, tal cual, al mercado”, sentencia.
La integrante del sindicato defiende que, en general, en México permanece “la cultura de que las trabajadoras del hogar no tienen derechos, porque no hay una capacitación” como ocurre con otras profesiones.
Sin embargo, recuerda que las trabajadoras saben lo que están haciendo y conocen su trabajo, por lo que exigen los mismos derechos que cualquier otro trabajador. “Ni más, ni menos”, concluye Lourdes.
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