Los ataques del gobierno nicaragüense a las protestas en favor de la democracia dejaron cientos de muertos y decenas de miles de personas viviendo en el exilio. Bárbara es una de ellas.
Managua, NICARAGUA — Bárbara nunca pensó que dejarÃa Nicaragua.
No obstante, una mañana temprano, le dio un beso de despedida a su hijo dormido. HabÃa pasado la noche observándolo en su cama. Era casi su décimo cumpleaños.
“Fue el peor momento de mi vidaâ€, dijo Bárbara.
HacÃa casi un año que Bárbara habÃa sido dejada por muerta afuera de su tienda de ropa, vÃctima de la sangrienta campaña del gobierno nicaragüense para silenciar las protestas pro-democracia que se levantaron en 2018.
SabÃa que tenÃa que huir, pero no creÃa que pudiera proteger a su hijo en el conocido camino de los migrantes. No estaba dispuesta a arriesgarlo.
RETORNADO: PARTE I
El primer reportaje de una serie ocasional en la que el Union-Tribune explora el sistema de asilo a través de los ojos de las personas que lo experimentan de primera mano, con resultados drásticamente diferentes.
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Asà que la empresaria de 29 años escapó sola al norte, poniéndose a merced del sistema de asilo de los Estados Unidos, un sistema destinado a proteger a los más vulnerables del mundo.
El San Diego Union-Tribune no está identificando plenamente a Bárbara ni a muchos de los testigos entrevistados en Nicaragua debido al peligro de que el gobierno pueda tomar represalias contra ellos o sus familias.
Bárbara se encuentra en Tijuana, es una de las decenas de miles de personas que esperan la oportunidad de argumentar a favor una protección en los Estados Unidos, parte de una ola migratoria cambiante que el gobierno de Trump ha calificado de crisis.
Ella vive en un constante estado de incertidumbre, y se da cuenta ahora de cuánto subestimó los desafÃos que aún quedan por delante.
Las idiosincrasias del sistema de asilo hacen que el resultado de cualquiera sea difÃcil de predecir, incluso para aquellos cuyas historias parecen ajustarse a la definición internacional de refugiado. A lo largo de sus 40 años de historia, el capricho y la justicia politizada han plagado el sistema.
Para las personas que elige proteger, el asilo ofrece una nueva oportunidad de vida. Para aquellos que no reciben la protección, el resultado puede ser trágico.
Los recientes cambios de polÃtica solo han hecho más difÃcil para gente como Bárbara presentar sus casos.
Unos seis meses antes de que Bárbara llegara a la frontera, los funcionarios comenzaron a obligar a los solicitantes de asilo a esperar las audiencias de la corte de inmigración de los Estados Unidos en México, donde a menudo son vÃctimas de robos, asaltos, secuestros o algo peor.
Entre ellos estaba Bárbara.
Azul y blanco
Antes de las protestas, Bárbara vivÃa bien en Nicaragua.
Un matrimonio deteriorado la dejó como madre soltera a los 22 años, dijo, pero eso no la frenó.
Crió a su hijo en un hogar lleno de miembros de la familia extendida, jóvenes y viejos, y una mesa de comedor lo suficientemente grande para todos ellos.
Fundó una tienda de ropa, vendiendo primero por internet y luego en una tienda cerca de una universidad en la capital, Managua.
Los problemas comenzaron en la primavera de 2018, cuando un incendio forestal estalló en una reserva biológica. Los estudiantes protestaron por la respuesta del gobierno nicaragüense, que consideraron lenta e inadecuada.
Luego vinieron los recortes al sistema de pensiones del paÃs, y las manifestaciones contra el presidente convertido en dictador Daniel Ortega aumentaron dramáticamente.
Bárbara, como muchos de su generación, se unió a las demandas por la democracia que se estaban dando en las calles. Tiene fotos de sà misma en un mar de azul y blanco, los colores de la bandera nicaragüense.
En el primer dÃa de protestas por las pensiones, la respuesta del régimen de Ortega fue violenta. Para el segundo dÃa, hubo bajas.
El número de muertos aumentó a medida que las protestas continuaron. Algunos fueron asesinados por la policÃa y otros por grupos pro-gobierno que se conocieron como “paramilitaresâ€.
La gente aprendió rápidamente el peligro de estar fuera después de las 6 p.m., cuando los paramilitares comenzaron a patrullar las calles en sus camionetas Toyota HILUX. Llegaron a ser conocidos como “camionetas de la muerteâ€.
Los estudiantes y otros manifestantes respondieron a los violentos intentos de silenciarlos tomando los campus universitarios. Construyeron barricadas en las calles con neumáticos o bloques de muros de contención.
Bárbara dijo que llevó suministros básicos —agua, gasa y arroz— a los estudiantes que protestaban atrincherados en un campus cerca de su tienda.
Ni siquiera los transeúntes pudieron escapar de la violencia. Cerca de la tienda de Bárbara, según entrevistas con los vecinos, el gas lacrimógeno del gobierno asfixió a los residentes que se escondÃan en sus casas.
Hoy en dÃa, la gente todavÃa tiene miedo de hablar de lo que les pasó, y mucho menos quieren ser identificados. Saben que pueden pagarlo muy caro.
La marcha del DÃa de la Madre
Cientos de miles de manifestantes eligieron conmemorar el DÃa de la Madre del paÃs con una marcha. Las madres de los estudiantes que habÃan sido asesinados por su gobierno lideraron la procesión.
“Eso fue el principio del fin. De eso, toda mi vida cambióâ€, dijo Bárbara sobre ese dÃa, el 30 de mayo de 2018.
En Managua, la manifestación se extendió por lo menos un kilómetro y medio en una calle principal. Bárbara y su hermano marcharon entre la multitud.
Los disparos de la policÃa en el área de la escena provocaron el pánico entre los manifestantes.
Al menos 17 personas murieron en las marchas ese dÃa, según AmnistÃa Internacional.
“El regalo que nos entregó el dictador asesino fue la muerte de nuestros hijosâ€, dijo Josefa Meza, cuyo hijo, Jonathan, fue asesinado ese dÃa.
Bárbara cogió un taxi para volver a su tienda, donde su coche estaba aparcado. Llamó frenéticamente para ver cómo estaba su hermano. Cuando llegó a la tienda, entró a buscar las llaves del coche.
Entonces escuchó un ruido en la calle.
Vio a los estudiantes corriendo y, pensando en su hermano, les hizo señas para que entraran.
Camiones de la muerte
Bárbara acogió a 21 estudiantes durante horas. Después de ese dÃa, sabÃa que tendrÃa que trasladar su tienda. Si el gobierno se hubiera dado cuenta de lo que hizo, estarÃa en su lista de enemigos.
Planeaba llevar a casa todo su inventario para reagruparse en caso de que el gobierno decidiera tomar represalias.
De camino a su tienda, dos dÃas después de la marcha, vio a un paramilitar en una motocicleta siguiendo su coche. Le tomó fotos y luego se las arregló para escapar antes de seguir a su tienda para empacar.
Aún no sabÃa lo inútil que serÃa esa fuga.
La escena se repite lentamente en su mente cuando lo piensa ahora.
Recuerda haber estacionado y haber cruzado la calle hacia su tienda.
Llevaba una camisa rosa. Recuerda que pensó que deberÃa haber usado una roja en su lugar.
Recuerda que pensó que los pantalones que llevaba puestos no eran muy cómodos. Decidió no llevarlos más a su negocio.
La canción La cumbia chinandegana, una popular pista de baile nicaragüense, se oÃa palpitar por el barrio universitario.
Escuchó dos camiones Toyota HILUX que se detuvieron rápidamente y frenaron.
Escuchó su nombre, hablado con fuerza pero sin gritar. Se congeló.
“Hasta aquà llegué, ya morÃâ€, pensó para sà misma.
Cuando empezó a darse la vuelta, estaba rodeada de paramilitares.
Uno de ellos la golpeó en la cabeza con una pistola. Perdió el conocimiento. Continuaron golpeándola.
“Cuando me atacaron, no iban con la intención de asustarme, sino de matarme, de dejar una voz más en silencioâ€, dijo.
Una foto tomada de su rostro después del ataque muestra el escote de su camisa rosada manchado de sangre y un corte que le abrió la frente. Su cara y su cuello están magullados e hinchados.
Un miembro de la familia la encontró tirada en el suelo fuera de su tienda, mareada y desorientada, apoyada ligeramente en un codo y luchando por moverse.
Despertó dÃas después en un hospital privado, el único lugar donde los manifestantes heridos podÃan ir y no ser rechazados o arrestados. No podÃa mover los pies. Su cabeza y su espalda estaban gravemente heridas.
Su negocio habÃa desaparecido. Su tienda habÃa sido saqueada hasta el último córdoba en su caja registradora. También tiene fotos de eso.
Permaneció en el hospital durante una semana, y luego se trasladó entre las casas de los familiares para que fuera más difÃcil de localizar para el gobierno.
Algunos miembros de su familia se distanciaron porque no podÃan soportar la presión de lo que le habÃa ocurrido. Algunos de sus familiares todavÃa apoyan a Ortega.
158 dÃas
Cuando una tÃa de Bárbara, ciudadana estadounidense en Miami, se enteró de lo que le habÃa pasado a su sobrina en Nicaragua, se ofreció a acoger a Bárbara.
Bárbara le explicó a su hijo que se separarÃan temporalmente, pero que él se reunirÃa con ella en los Estados Unidos pronto. Eso es lo que ella esperaba.
Se fue antes del amanecer del 30 de mayo de 2019 —exactamente un año después de la marcha— escabulléndose del paÃs por las montañas. SabÃa que el gobierno no le permitirÃa salir. Descubrió que su pasaporte habÃa sido marcado en “la lista negraâ€, una lista negra de personas que formaban parte de la disidencia.
Viajó en coche, a caballo, en autobús, en camión y a pie por las montañas hasta Honduras. En el camino, su guÃa la abandonó. Finalmente encontró otro guÃa y siguió subiendo por Guatemala. Pasó por Belice y cruzó a México vÃa Cancún.
Fue robada a punta de pistola en el sur de México, pero negoció con los ladrones para conservar sus documentos más importantes, los que creÃa que necesitarÃa para probar su caso de asilo. Un extraño le prestó un teléfono para llamar a su familia y pedir ayuda.
Finalmente llegó a la frontera de Estados Unidos en junio de 2019, justo a tiempo para su cumpleaños 29. Pensó que lo habÃa logrado.
En el puerto de entrada de San Diego, pidió asilo. Fue esposada por primera vez en su vida. Mientras estaba en custodia, tuvo un ataque de ansiedad, un sÃntoma de los efectos duraderos de lo que le pasó en su casa.
No se dio cuenta de que habÃa sido seleccionada para los Protocolos de Protección al Migrante, un programa conocido ampliamente como Permanecer en México, hasta que los funcionarios la acompañaron de regreso a Tijuana. TendrÃa que esperar al otro lado de la frontera para presentar su caso de asilo.
Llamó a su familia entre lágrimas, sin saber adónde ir ni qué hacer.
Contó 158 dÃas hasta su primera audiencia en el tribunal.
Su tÃa le envió algo de dinero. Cuando recogió los fondos de una tienda, un hombre la abrazó amenazadoramente y le dijo que actuara como si estuvieran juntos. Entonces le robó.
Finalmente, se instaló en un pequeño departamento con un par de hombres más jóvenes de Cuba que también habÃan sido devueltos a México para esperar sus casos de asilo. El vecindario de Tijuana donde encontraron un lugar que les alquilarÃan la asustó. Vio a alguien ser asaltado.
Luego sus compañeros de cuarto también le robaron.
‘Dios es bueno’
En momentos de duda, Bárbara a veces se pregunta cómo tuvo tan mala suerte.
Pero en muchos sentidos, Bárbara podrÃa haber terminado en una situación peor. Muchos de los enviados a Tijuana bajo el lema Permanecer en México terminan viviendo en las calles o moviéndose de un refugio a otro.
Bárbara comenzó el proceso de asilo pocas semanas antes del 15 de julio, el dÃa en que otra polÃtica de la administración Trump entró en vigor. Esta prohibÃa a cualquiera que hubiera cruzado por otro paÃs solicitar asilo en los Estados Unidos a menos que lo intentara primero en ese paÃs.
Bárbara habÃa pasado por cuatro.
Aunque desanimada por su situación, Bárbara trata de mantenerse positiva.
Una vecina que está estudiando para ser esteticista pintó las uñas de Bárbara de azul y platino, como la bandera nicaragüense, una pequeña forma de continuar su protesta.
En la parte delantera de su refrigerador, Bárbara escribió con un marcador negro: “Lo fácil, ya lo hice. Lo difÃcil, lo estoy haciendo, y lo imposible, me tardaré, PERO, lo lograréâ€.
Añadió en los márgenes: “Yo puedo. Dios es bueno. Dios me amaâ€.
Comenzó a alimentar con sobras de sus comidas a una familia de gatitos que nacieron en la época en que regresó a Tijuana. Los llama su terapia.
Encontró un trabajo en un restaurante japonés cerca de donde vive.
Trabaja largos turnos seis dÃas a la semana para distraerse.
Su jefe la llama “mi ángelâ€.
Bárbara espera que si es capaz de vivir en los Estados Unidos, podrá abrir su propio negocio de nuevo. Y que podrá solicitar que su hijo se una a ella.
Habla con él diariamente por teléfono y le ayuda con los deberes.
Los miembros de la familia dijeron que la distancia está afectando al chico.
“Es mi futuro, mi vidaâ€, dijo.
Los agujeros de bala
Bárbara se preocupa por Nicaragua, y por el resto de la gente que dejó atrás. Los operativos del gobierno todavÃa vienen a buscarla a las casas de los miembros de la familia.
“Mi paÃs, mi paÃsâ€, dice, con la voz llena de emoción.
El gobierno ha culpado de toda la violencia a los manifestantes.
Pero el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos responsabilizó al gobierno. Un mordaz informe de la ONU documentó la represión y el abuso por parte del gobierno nicaragüense durante los primeros cuatro meses de protestas.
Al menos 300 personas murieron durante ese tiempo, y se informó que otras 2000 resultaron heridas.
Con el paso del tiempo, el gobierno nicaragüense ha tratado de erradicar los rastros más visibles de la resistencia.
Pero los signos de vigilancia y represión son fáciles de leer.
Hay una falta de confianza, la idea de que un vecino pueda estar vigilando, el conocimiento de que la policÃa ya lo hace.
La policÃa se para en intersecciones y cÃrculos de tráfico sosteniendo AK-47 y otros rifles. Escuadrones antidisturbios patrullan en la parte trasera de los camiones Toyota HILUX.
A pesar de la presión del gobierno, los nicaragüenses han hecho un esfuerzo en la propiedad privada para preservar la memoria de lo que se les hizo.
En la Parroquia Jesús de la Divina Misericordia, una iglesia católica de Managua, los agujeros de bala adornan los lados de la capilla.
Un aluvión de disparos dejaron huella como una tela de araña, destrozaron, en algunos lugares, las ventanas de la capilla cuando los manifestantes estudiantiles se refugiaron allà en julio de 2018, seis semanas después del asalto de Bárbara.
El tabernáculo, una sagrada vasija dorada que alberga la EucaristÃa en la capilla, también está cicatrizado de una ronda de disparos.
El hijo de Susana López, Gerald, murió en esta iglesia durante ese ataque.
Gerald, de 20 años, estudiaba las danzas tradicionales nicaragüenses y era conocido por bailar en las barricadas durante las protestas para mantener la moral alta, dijo López.
Tiene un video de sus últimos momentos que alguien le envió. En él, un sacerdote administra la extremaunción mientras el amigo de Gerald grita y solloza sobre su cuerpo.
Familias como la de López se unieron para hacer un museo temporal llamado Museo de la Memoria Contra la Impunidad, dentro de una universidad privada que fue el centro de la protesta.
Cuando las madres de las vÃctimas entran en el espacio, muchas se ponen camisas con las caras de sus hijos muertos estampadas en ellas.
“Es el único lugar donde se les permite llorarâ€, dijo Emilia Yang Rappaccioli, directora del museo.
Éxodo
Bárbara es uno de los 88 mil nicaragüenses que se estima que han huido del paÃs desde abril de 2018 debido a la crisis polÃtica, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Muchos, incluidos destacados periodistas cuya sede fue tomada por el régimen de Ortega, siguen en el exilio. Otros han regresado a sus hogares.
Algunos de los que regresaron fueron encarcelados.
Un hombre fue traÃdo por la fuerza desde Costa Rica, detenido, golpeado y torturado, según Carla Sequeira, directora de los servicios jurÃdicos de la Comisión Permanente de Derechos Humanos, una organización de derechos humanos de Managua.
Historias como la suya pesan sobre Bárbara mientras espera en el limbo.
La mayor parte del éxodo se dirigió a Costa Rica, pero algunos viajaron al norte.
Siguieron caminos de migrantes muy transitados y se mezclaron con crecientes comunidades de solicitantes de asilo de todo el mundo en ciudades fronterizas justo al sur de los Estados Unidos.
No todos los que llegan a la frontera tienen derecho a asilo.
Algunos son migrantes económicos. Algunos huyen de la violencia. Algunos dejaron sus hogares debido a los impactos del cambio climático. Algunos están en movimiento por una combinación de razones.
Luego están aquellos a los que el sistema de asilo de los Estados Unidos estaba originalmente destinado a ayudar.
Los sistemas de asilo nacieron del fracaso del mundo occidental para proteger a los migrantes judÃos que huÃan de los horrores del Holocausto.
Hay requisitos estrictos para el asilo. Las personas que tienen miedo de volver a sus paÃses de origen deben demostrar que han sido o es probable que sean perseguidos por su gobierno o por un grupo que el gobierno no puede o no quiere controlar.
También deben demostrar que su persecución se debe al menos a una de cinco razones: su raza, nacionalidad, religión, opinión polÃtica o pertenencia a un grupo social como la comunidad LGBTQ.
En las últimas décadas, el gobierno de los Estados Unidos ha tratado de equilibrar sus responsabilidades humanitarias con su objetivo a largo plazo de disuadir la inmigración no autorizada en la frontera suroeste.
Aunque el presidente Donald Trump presionó para que se impusieran restricciones a la inmigración desde los primeros dÃas de su campaña, su administración se centró en el sistema de asilo después de que dos caravanas de inmigrantes centroamericanos, estrechamente vigiladas, llegaran a la frontera entre Tijuana y San Diego en 2018.
El gobierno de Trump dijo que las personas que no tenÃan solicitudes de asilo legÃtimas estaban aprovechando el sistema para acceder a los Estados Unidos.
“El sistema de asilo se ha convertido en la mayor laguna de inmigración del mundoâ€, dijo un alto funcionario de la administración en octubre de 2018.
En respuesta, el presidente y los altos funcionarios de la administración presionaron para que se aplicaran métodos de disuasión más fuertes para impedir que los inmigrantes vinieran.
Pero el creciente enfoque de la administración Trump para detener la migración transfronteriza se ha acelerado hasta el punto de que incluso aquellos para los que el sistema de asilo fue diseñado más explÃcitamente pueden muy bien quedar fuera.
Cuba
La noche antes de su primera audiencia en la corte, a finales de noviembre de 2019, Bárbara trabajó hasta las 11:30 p.m. en su trabajo en el restaurante de Tijuana, saltando al ritmo de una ecléctica variedad de música. Se sentÃa positiva sobre su caso, dijo. Ya habÃa decidido representarse a sà misma.
A la tarde siguiente, ese optimismo se habÃa ido mientras se sentaba en silencio en la sala del tribunal del centro de San Diego del juez de inmigración Philip Law. Estaba nerviosa, y luchó por entender la jerga legal que usaba Law.
“Estos son los procedimientos de remociónâ€, dijo Law en una audiencia grupal a través de un intérprete a las 16 personas que estaban ante él. “El gobierno los ha acusado a todos ustedes de haber violado la ley de inmigraciónâ€.
Periódicamente, Law se detuvo y les dijo que levantaran la mano si no entendÃan. Aunque otros hicieron preguntas, Bárbara mantuvo sus manos abajo.
Aceptó la oferta del juez de más tiempo para encontrar un abogado. No creÃa entender al juez lo suficiente como para proceder por su cuenta.
Con todos los cambios que el Departamento de Justicia ha hecho en el sistema de asilo en los últimos tres años, tener ayuda legal para navegar el proceso es más importante que nunca, dicen los abogados.
De las 35 465 personas en el programa Permanecer en México cuyos casos han terminado, 263 han obtenido asilo, según el Centro de Acceso a Registros Transaccionales de la Universidad de Syracuse. Eso es menos del 1 por ciento, mucho más bajo que las tasas normales de concesión.
Alrededor del 58 por ciento de los que obtuvieron asilo tenÃan abogados.
Incluso con un abogado, las posibilidades de que un solicitante de asilo gane pueden variar de un juez a otro y de un tribunal a otro.
Hay un ejemplo de coprotagonistas tibetanos que solicitaron asilo después de ser perseguidos por sus papeles estelares en una pelÃcula polÃtica. Mientras que el actor varón ganó su caso de asilo, la protagonista femenina perdió el suyo en el mismo tribunal de inmigración, dijo la abogada de la mujer en Boston, Sarah Sherman-Stokes. La actriz finalmente ganó el asilo, pero solo tras la apelación.
Las posibilidades de Bárbara se complican especialmente por el hecho de que tendrá que demostrar que no puede regresar a ninguno de los paÃses donde tiene la ciudadanÃa: Nicaragua, y Cuba, donde nació.
Ya dejó atrás su primera patria, huyendo a los 4 años con su madre del hambre y la realidad polÃtica que era Cuba a principios de los años noventa. Se reasentaron en Nicaragua, el paÃs de su padre.
Si pierde, podrÃa ser deportada a cualquiera de los dos paÃses.
Devuelta
Desde su primera audiencia, Bárbara no ha podido encontrar un abogado que la represente. Muchos no aceptan casos de personas que esperan en México.
Su tÃa trató de encontrar un abogado pero no pudo pagar los 8500 dólares que el más barato ofreció cobrar.
Bárbara fue a una organización de servicios legales en Tijuana, llamada Al Otro Lado, para obtener ayuda gratuita para llenar su solicitud de asilo. Escribió una declaración personal en español para presentarla con ella.
Como todos los documentos de la corte deben estar en inglés, su tÃa encontró a alguien que tradujera su declaración. La redacción es forzada y poco natural.
El trabajo de Bárbara no ha terminado.
Tiene que demostrarle al juez que los paramilitares la atacaron por su opinión polÃtica y que los miembros son parte del gobierno nicaragüense o de un grupo que el gobierno no puede o no quiere controlar.
También tendrá que convencer a Law de que su historia es cierta, que realmente ocurrió. Tiene sus fotos y un puñado de documentos, incluyendo registros médicos y comerciales, para presentarlos como evidencia.
Lo que no tiene es: testigos que declararán en el tribunal. La gente que dejó en Nicaragua tiene demasiado miedo del régimen de Ortega como para enviar cartas con testimonios que corroboren su historia.
La mayor parte de su caso dependerá de su propio testimonio y de si el juez le cree.
En enero, Bárbara se presentó de nuevo ante la justicia para entregar su solicitud oficial de asilo.
Para reforzar su confianza, se compró un nuevo par de pantalones vaqueros para la ocasión. Se levantó a tiempo para maquillarse y peinarse el pelo rizado hasta los hombros, aunque tenÃa que estar en el puerto de entrada a las 4 a.m. para su audiencia.
La ley fijó la fecha de su juicio para abril. Se le cayó la cara cuando se enteró de que tendrÃa que pasar al menos tres meses más en Tijuana.
En esa fecha, se presentará sola en una audiencia privada de cuatro horas. La ley y un abogado que representa al Servicio de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos la interrogarán, buscando vacÃos en su historia y detalles que no se alinean.
Incluso si Law le concede asilo, el gobierno de los Estados Unidos puede intentar enviarla de vuelta mientras apela la decisión.
Mucha gente que regresa a México bajo el programa renuncia a sus casos. Pero Bárbara cree que no tiene otra opción que esperar.
En las semanas previas a la primera comparecencia de Bárbara ante el tribunal, un grupo de manifestantes en Nicaragua llevó a cabo una huelga de hambre dentro de una iglesia en Masaya, una ciudad cercana a Managua. La utilizaron para denunciar el continuo encarcelamiento de sus familiares tras las protestas.
La policÃa rodeó rápidamente la iglesia y no dejó entrar ni salir a nadie. Un grupo de jóvenes que trataron de llevar agua a los manifestantes fueron tomados como prisioneros polÃticos.
“No es seguroâ€, dijo Sequeira, el trabajador de derechos humanos. “No es seguro regresar a Nicaraguaâ€.
Bárbara espera no tener que hacerlo.
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