Para salvar las vidas de sus niños, estos padres quieren cerrar una de las mayores siderúrgicas de Italia
TARANTO, Italy — Miles de padres enlutados por la muerte de sus hijos a manos del cáncer marcharon silenciosamente frente a los palacios barrocos de la ciudad italiana de Taranto, que alguna vez fue famosa por sus exuberantes olivos pero ahora es conocida por un venenoso polvo rojo.
Muchos llevaban pancartas de cartón con imágenes de jóvenes. Un letrero con una foto de una niña de cinco años decía: “Yo debería estar viva”. La multitud pasó frente a edificios pintados con las palabras “Ciudad tóxica”.
Para estos padres, que a principios de año formaron una procesión al borde del mar Jónico y lanzaron globos blancos en memoria de los chicos fallecidos, hay un obvio culpable responsable de su dolor: Ilva, la planta de acero que domina su ciudad natal.
La ventaja de China en elementos de ‘tierras raras’, un material crítico para los productos de alta tecnología, incluidos los teléfonos inteligentes y los coches eléctricos, tiene un alto coste medioambiental y humano.
“Es una fábrica de cáncer”, afirmó Carla Lucarelli, cuyo hijo, Giorgio, murió en enero pasado de sarcoma de tejidos blandos, poco después de cumplir 15 años. Lucarelli ayudó a organizar la marcha.
Ilva es la planta siderúrgica más grande de Europa; sus docenas de hornos emiten explosiones al aire, y sus edificios cubren el doble de terreno que las viviendas para los 200.000 residentes de Taranto. Los médicos, la Unión Europea y otros afirman que los funcionarios de la planta incumplieron durante seis décadas los estándares ambientales, permitiendo las emisiones tóxicas al área que dieron por resultado altas tasas de cáncer entre los residentes.
Si bien las fábricas de todo el mundo han contaminado el medio ambiente y están vinculadas con muertes, los críticos remarcan que Ilva destaca por su evidente desprecio de las normas ambientales, su proximidad a los residentes en el corazón de la ciudad y el apoyo recibido del gobierno nacional, a pesar de los esfuerzos locales para cerrar sus puertas.
Una de las encuestas más respetadas y completas, el informe SENTIERI, descubrió que entre 2005 y 2012, más de 3.000 muertes estuvieron directamente relacionadas con “exposición ambiental limitada, como mínimo”.
Un pequeño Cessna se elevó por encima del desierto de Mojave recientemente, su motor rugía a través del aire de la mañana.
Según varios estudios, las enfermedades respiratorias, renales y cardiovasculares también superan los promedios generales de la región, Apulia, y los niños tienen más probabilidades de nacer con discapacidades.
Los representantes del alcalde de Taranto afirmaron que están haciendo todo lo que está a su alcance para proteger a los ciudadanos, incluida la limpieza del suelo contaminado. Legalmente, la ciudad expone que no tiene el poder de cerrar la fábrica, tal como exigen los manifestantes.
El Ministerio de Desarrollo Económico no respondió a un pedido de comentarios. Durante muchos años, la planta fue propiedad de una familia italiana, o estuvo en manos del gobierno nacional.
Si el petróleo crudo se derrama en la región petrolera de California, ¿le importa a alguien? En la ciudad de McKittrick, en el condado de Kern, dicen que es sólo el precio de hacer negocios. Quieren que todos dejen de preocuparse por un pozo Chevron que ha derramado un millón de galones de petróleo y agua en el cercano campo petrolero de Cymric.
ArcelorMittal, la compañía que compró Ilva el año pasado por $2.000 millones, lanzó un plan que, según dice, convertirá a Ilva en una de las plantas de acero más respetuosas con el medio ambiente para 2023. Para el ingeniero jefe de la compañía, se espera que el esfuerzo convenza a los residentes que siguen siendo escépticos sobre los proyectos de limpieza y se inclinan por el cierre.
El Dr. Patrizio Mazza, quien lleva adelante el departamento de oncología principal de la región en el hospital San G. Moscati, en Taranto, remarcó que cuando llegó a la ciudad, hace casi 30 años, la gran cantidad de pacientes con cáncer lo sorprendió. La solución que ha defendido durante mucho tiempo, dijo, es “dejar de hacer daño a las personas. Cierren la fábrica, cierren todo. Esperemos 30 años y luego volveremos a comenzar”.
La postura del gobierno nacional a lo largo de los años fue que Ilva es demasiado grande para fracasar. Los cabilderos de las grandes empresas señalaron que la fábrica representa el 2.7% del PIB de Italia, lo cual ayuda al país a asegurar su posición como una de las economías más ricas del mundo.
Cuando el fiscal regional intentó cerrar partes de la planta, en 2012, alegando impactos ambientales y de salud, el gobierno nacional de Roma anuló la decisión. Los más de 50.000 empleos que dependen de Ilva -directa e indirectamente- eran demasiado importantes. Y perder el trabajo, ironizó el entonces ministro de salud, también puede ser perjudicial para las personas.
Maurizio Gennarini, propietario de una compañía naviera, reconoció que aunque favorece que la planta cumpla con los estándares ambientales, no tenerla en funcionamiento equivaldría a una pesadilla económica. “La gente necesita tener salarios y pan en su mesa”, consideró.
Gennarini y otros señalaron al gobierno nacional como el más responsable del conflicto, porque no pudo encontrar una solución.
Lucarelli, de formación diseñadora, afirmó que Ilva se convirtió en un tema de sus pinturas: una madre alimentando a su bebé a través de un seno que se transforma en una chimenea; un feto en el útero con una máscara de gas. El arte es una forma de canalizar su dolor y protestar, comentó. Apenas diagnosticaron a Giorgio, relató, “nos preguntamos si esta enfermedad estaba relacionada de alguna manera con Ilva”.
La gente está harta, consideró Valentina Occhinegro, quien lleva una pulsera amarilla brillante que dice “Justicia para Taranto”, el nombre de su grupo activista comunitario.
Occhinegro vivía en el centro de la ciudad, no lejos del lugar donde se encarga de su tienda de optometría. Hace unos años, cuando su hijo -ahora de siete- era un niño que gateaba por su casa, ya no podía ignorar las capas de polvo mineral rojo que cubrían sus pisos a diario. Los vientos del norte, afirmó, transportan partículas de mineral de hierro desde las instalaciones de almacenamiento al aire libre de Ilva hacia toda la ciudad desde que ella tiene memoria. “Necesitaba proteger a mi hijo”, recuerda sobre su decisión de mudarse y viajar 30 kilómetros al trabajo. “Es un gran sacrificio que me puedo permitir. Pero ¿qué ocurre con las personas que no pueden?”.
En 2012, poco después de la mudanza de Occhinegro, debieron sacrificar ganado después de que se descubrió que los niveles de dioxina de los animales superaban el máximo legal unas 30 veces. Incluso hoy a las vacas no se les permite pastar en un radio de 20 kilómetros alrededor de la fábrica. Sin embargo, 200.000 personas aún viven en esa zona de exclusión, muchos de ellos obreros de planta, sin los medios para irse.
Como parte del acuerdo en el que ArcelorMittal adquirió Ilva, el gobierno italiano aseguró a la compañía que no sería responsable de ningún problema ambiental o de salud relacionado con la planta.
El Parlamento revocó esta garantía en junio pasado, pero la medida no fue ratificada; el nuevo ministro de desarrollo económico de Italia afirmó en septiembre que estaba listo para darle a ArcelorMittal las garantías que necesitaba para seguir operando Ilva y completar su plan ambiental de $1.300 millones para limpiar el área. Sin embargo, tales garantías son objeto de feroces debates políticos.
En marzo, el municipio cerró dos escuelas después de que se consideraran inseguras. En la década de 1970, la fábrica construyó dos colinas como barreras supuestamente naturales destinadas a proteger a los estudiantes de 700 escuelas del polvo cancerígeno producido por la fábrica, ubicada justo al otro lado. Pero la gerencia en ese momento había construido las colinas utilizando los desechos tóxicos de la fábrica.
El municipio afirma que se hizo una limpieza en las colinas, y en septiembre las escuelas abrieron para el nuevo ciclo escolar. “El enfoque principal para nosotros es reducir a cero la emisión”, señaló Henri-Pierre Orsoni, ingeniero jefe de ArcelorMittal, que vive en Taranto.
Mientras se reducen las emisiones al mejorar las pilas de horno de coque y de toba calcárea, se espera que el mayor cambio visible se produzca en noviembre, con la finalización de una cúpula de acero que cubrirá los espacios de almacenamiento de minerales al aire libre que posee Ilva, remarcó Orsoni. El domo puede cubrir un área del tamaño de 23 campos de fútbol. Para 2023, prosiguió Orsoni, se completaría todo el plan ambiental. “Estamos seguros de que, al implementar todo lo que estamos haciendo, [cambiaremos] completamente la imagen de la planta y la aceptación de la población”, aseveró.
Lucarelli y Occhinegro, sin embargo, se mantienen firmes en que la planta necesita cerrar sus puertas, que es incompatible con la vida humana y que cada día de funcionamiento significa más muertes. En las calles, siguen marchando en nombre de los fallecidos, con la esperanza de que, tal vez, aún puedan ganar su lucha. “Todo el acero del mundo”, rezaban sus letreros, “no vale la vida de un sólo niño”.
Hruby es corresponsal especial. Thomas Cristofoletti, también corresponsal especial, contribuyó con este artículo.
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