Eduardo Galeano y el derecho de los niños a ser ser niños
“Más de la mitad de los 40 millones y adolescentes que viven en México están en situación de pobreza extrema”, según el informe anual correspondiente a 2014 presentado por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF por sus siglas en inglés). También UNICEF informó esta semana sobre el aumento de homicidios de menores atribuidos a la delincuencia en El Salvador: 1194 homicidios entre enero y marzo de este año, superando los 794 del mismo periodo de 2014, mientras el conflicto armado en el país más joven del planeta, Sudán del Sur, ha generado un alarmante aumento en el reclutamiento de niños soldados y en África Occidental, uno de cada cinco infectados por el virus del ébola resulta ser un niño. De las más de 24 mil personas infectadas, unas cinco mil han sido niños y más de 16 mil menores han perdido a uno de sus padres, a ambos o a su cuidador principal.
Cuánta razón tenía el escritor uruguayo Eduardo Galeano al escribir y pronunciar estas palabras:
“Día tras día se niega a los niños el derecho de ser niños. El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, el mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero, y a los del medio, a los que no son ni pobres ni ricos, el mundo los tiene bien atados a la pata del televisor para que desde muy temprano acepten como destino la vida prisionera. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños”.
Que haya niños no implica que haya niñez. El amor es para la niñez lo que el sol es para las flores y las plantas.
Recordaba Eduardo Galeano en un programa de la televisión argentina al médico Oriol Vall que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, afirmando que “el primer gesto humano es el abrazo, que al salir al mundo los bebés manotean, como buscando a alguien”, pero ese “aleteo” en el inicio del viaje de la vida, es para millones de niños un aleteo sin respuesta complementaria que selle con el abrazo el recibimiento de los nutrientes de amor que les permitan ser plenamente niños.
Según datos de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) en el mundo hay más de 218 millones de niños que trabajan, y entre ellos, 126 millones lo hacen en empleos peligrosos o dañinos, considerados entre “las peores formas de trabajo infantil” laborando en la agricultura en jornadas de sol a sol, plantando y cosechando entre pesticidas peligrosos para la salud humana. Y peor aún, en el mundo hay alrededor de un millón 250 mil menores víctimas del tráfico de niños.
Cuánta razón tenía Eduardo Galeano, autor de “Patas Arriba, La Escuela Del Mundo Al Revés”, quien nos dejó el lunes pasado “patas arriba” en un mundo en el que “las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos”. En un mundo al revés que “desprecia la honestidad y recompensa la falta de escrúpulos”. Un mundo que está aún demasiado, pero demasiado lejos de abrazar amorosamente a todos y cada uno de sus niños.
Vuelvo a Galeano para citarlo cuando escribe:
“En América latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. Sobrevivientes: en América latina mueren cien niños, cada hora, por hambre o enfermedad curable, pero hay cada vez más niños pobres en las calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza. Niños son, en su mayoría, los pobres; y pobres son, en su mayoría, los niños. Y entre todos los rehenes del sistema, ellos son los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende”.
Tras la muerte de Galeano el pasado lunes en Montevideo, muchos titulares de la prensa escrita, de la radio y la televisión, se refirieron a él como un “referente de la izquierda latinoamericana”, pero Galeano solía decir: “La palabra política se ha manoseado tanto que significa todo y no significa nada. Entonces desconfío mucho de la etiqueta política”.
Queda claro que su mirada crítica no fue del todo bienvenida por la izquierda dogmática y ni hablar de la derecha troglodita de la que algunos representantes vieron en el fallecimiento de Galeano la oportunidad mezquina para intentar denigrarlo.
Más allá de las cegueras ideológicas, a Eduardo Galeano le dolía sinceramente lo injusto, el sufrimiento provocado por seres humanos a otros seres humanos y de manera especial el sufrimiento que el mundo de los adultos causa entre los niños: “Mucho antes de que los niños ricos dejen de ser niños y descubran las drogas caras que aturden la soledad y enmascaran el miedo, ya los niños pobres están aspirando pegamento. Mientras los niños ricos juegan a la guerra con balas de rayos láser, ya las balas de plomo acribillan a los niños de la calle”.
Galeano entendía perfectamente bien que los niños no son adultos chiquitos, que los demonios diseñadores del infierno les han robado la sonrisa que se refleja en los rostros de los niños que han tenido la oportunidad de jugar, que es lo más importante y trascendente que puede haber en la vida un niño, el juego como dimensión natural para el aprendizaje, el juego que se adquiere y se construye con los otros, al contrario de aquellos niños con infancia pero sin niñez que han sido obligados a ganarse antes de tiempo el pan de cada día.
Galeano entendía que el niño se convierte en el hombre que será por la calidad de sus experiencias, incluida la respuesta a “ese primer gesto del abrazo” que le de la bienvenida al mundo a los niños de la vida; pero resultando que el mundo enfermizamente consumista al que los niños llegan pronto les demuestra que llegaron a un lugar en el que se prefiere al objeto y no al sujeto y en el que se enseña esencialmente a luchar por tener y no a luchar por ser. Galeano sabía muy bien que cada niño no reconocido plenamente será un adulto perdido y sin rumbo.
En entrevista con una revista argentina le preguntaron a Galeano acerca del significado de la muerte, él contesto: “A veces me angustia. A veces le tengo miedo. A veces me resulta indiferente, y otras veces, las más frecuentes, creo que la muerte y el nacimiento son hermanos. Que la muerte ocurre para que el nacimiento sea posible. Y que hay nacimientos para confirmar que la muerte nunca mata del todo”.
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