Rana Santacruz, en su propia batalla
Los Ángeles — El segundo álbum de Rana Santacruz, “Por ahí”, se pondrá a la venta el 5 de mayo, en consonancia con la celebración del triunfo en la Batalla de Puebla; pero no hay que esperar en él una devoción total por las formas ancestrales del folklore mexicano, aunque éstas tampoco brillan por su ausencia.
Y es que su autor es uno de esos inmigrantes de la nueva generación que, sin dejar de lado su respeto por la tradición, le entran con ganas a la fusión y no dejan de lado las influencias de otros géneros y lugares, como lo prueban las incansables mezclas presentes en el disco, que tienen tanto que ver con la polka norteña como con el ‘bluegrass’ estadounidense.
“Eso es algo que me sale de la panza, sin una explicación precisa”, nos dijo recientemente el artista defeño, que se llama realmente René Hubart (sus tatarabuelos eran franceses) y vive en Nueva York desde hace 13 años. “Cuando era chiquito, soñé un día que tocaba el violín, y aunque nunca aprendí a hacerlo, sentí que eso abrió algo medio mágico para mí, porque me llevó a interesarme en la música celta e irlandesa, en el Dixieland -que es como el jazz de los ‘20 y los ‘30- y en otros estilos ajenos a mi realidad”.
“Lo curioso es que mi pelo es café, pero cuando me dejo crecer la barba, me sale roja; no sé si tiene que ver con lo del Batallón San Patricio, que estaba conformado por europeos y participó en la guerra de Estados Unidos contra México para ayudar a los primeros, pero terminó cambiándose de bando cuando descubrió que tenía más en común con nosotros”, recordó. “Quizás hubo un romance por ahí del que salió alguno de mis antepasados”.
El cantante y acordeonista decidió emplear una denominación personal ficticia cuando se dio cuenta de que la verdadera podía causar confusión, ya que no se relacionaba al tipo de música que presenta. La primera parte, por supuesto, tiene que ver con su nombre auténtico… y con el protagonista de Los Muppets, al menos en el universo latinoamericano.
“Claro, todo el mundo me llamaba ‘Rana René’, y eso fue quedando, hasta que alguien decidió que cada vez que era mi cumpleaños había que regalarme uno de esos animales, ya fuera de piedritas, de metal o de lo que sea”, señaló. “A los 15 años, tenía de pronto una colección inmensa que nunca había deseado; y un día decidí que las ranas no me gustaban y me deshice de ella”.
Lo de ‘Santacruz’ vino del hecho que se encontraba buscando un apellido que sonara muy latino y muy vivaz, a usanza de lo que han hecho boxeadores latinos como “Maromero” Páez y futbolistas como Efraín “El Cuchillo” Herrera. “Así como me gustan las combinaciones de ritmos, me gustan las combinaciones de palabras”, afirmó.
Pese a que ya hacía música en el Distrito Federal y a que llegó a sacar un álbum con la banda de folk alternativo La Catrina, su estilo actual se ha cocinado en la Gran Manzana, a donde llegó con el fin de obtener un master en Negocios Musicales que le permitiera entender el modo en que se movía la industria.
“Me pasé dos años sin hacer nada [artístico], porque estaba intimidado por la ciudad, donde hay gente extremadamente talentosa y muchísima competencia; pero poco a poco me di cuenta de que algunos de ellos podían ayudarme a plasmar realmente las ideas de sonidos que tenía en la cabeza desde antes”, relató. “En ese momento, no había por allí muchos mexicanos en la escena musical, aunque las cosas han cambiado, hasta el punto de que existe una agrupación llamada La Banda de los Muertos, compuesta por puros gringos que tocan tambora sinaloense”.
De hecho, en su proyecto solista, él mismo colabora casi siempre con anglosajones, aunque la formación de su grupo va alterándose según las circunstancias, lo que no le ha impedido lanzar tanto el disco actual como el anterior, titulado “Chicabasco”, en honor a un pueblo ubicado en el estado de Hidalgo.
“Era más tranquilo que el actual, porque ahora quería un poco mas de alegría en mis canciones, debido a que me gusta mucho el baile de pareja; soy bastante bueno bailando salsa, he aprendido ‘swing’ y ahora estoy dándole al tango”, enumeró. “Durante mis conciertos, siempre trato de dejar un rato el acordeón al lado para sacar a bailar a alguien del público”.
Para ser claros, e incluso en medio de los movimientos corporales que pueda genera, la escuela de Santacruz tiene matices alternativos o ‘indie’. “Sí; no es tradicional, y no sólo eso, sino que tiene una onda un poco ácida”, reconoció. “Empleo un humor que a veces es un poco negro, así como partes que resultan un poco peculiares, pero que siento que me definen y me entretienen”.
De todos modos, la placa contiene también piezas simples e inocentes en las que no parece haber ironía alguna, como “Lo único que quiero”. “Eso me gusta mucho también; me atrae la sencillez del lenguaje, no hacer metáforas muy elevadas, y creo que ésa es una influencia de la Época de Oro del cine mexicano, cuando se veía a Pedro Infante llegando a la cantina y poniendo a la muchacha sobre sus piernas”, comentó.
Por su lado, “La plaza de la flor” podría pasar completamente por una canción antigua, al menos hasta el momento en que se enfrasca en una estructura experimental. “No estaría fuera de lugar en el repertorio de Agustín Lara o en algo procedente de un cabaret con algo de influencia cubana”, reconoció el entrevistado, a quien le gusta contar historias no sólo durante sus entrevistas -como ya lo habrán notado-, sino también en sus composiciones. “Estudié Comunicación e hice una especialidad en cine, y como me quedé frustrado porque no pude ser un director, convertí esa frustración en canciones”.
“Lo que sí no hago mucho son canciones de protesta, porque me dan flojera; pero este disco sí tiene una que se llama ‘El Chapulín’, cuyo protagonista es un diputado que salta de un partido a otro”, describió. “La diferencia con otras piezas de tendencia política que he escuchado es que ésta recurre mucho al sentido del humor, a semejanza de lo que hacían en sus novelas Gabriel García Márquez y Jorge Ibargüengoitia, a quienes admiro mucho”.
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