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Estos son los efectos a largo plazo de separar a los niños de sus padres en la frontera de EE.UU., según expertos

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Los investigadores han considerado las guerras, las hambrunas y las migraciones masivas como una oportunidad sombría -pero importante- para comprender cómo la adversidad afecta la salud de los niños.

Así, indagaron en las experiencias de huérfanos albergados en instalaciones gubernamentales, niños judíos enviados a familias extranjeras antes de la invasión nazi y jóvenes refugiados que huyeron del conflicto de guerrillas en América Central. Han llevado a cabo experimentos en laboratorios de desarrollo infantil, tomado escáneres cerebrales, utilizado métodos epidemiológicos y han examinado las historias de niños arrancados de brazos de sus padres, todo en un esfuerzo por encontrar un significado en la tragedia.

Su gran cantidad de hallazgos apunta a una conclusión inconfundible: separar a los niños de sus padres es perjudicial para la salud física y mental de los pequeños.

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Los funcionarios de inmigración de EE.UU. han separado a más de 2,300 niños migrantes de sus padres desde mayo, cuando la administración de Trump inició una política de “tolerancia cero” y comenzó a detener a los adultos para su enjuiciamiento penal. En medio de la indignación nacional, el primer mandatario estadounidense firmó una orden ejecutiva para poner fin a su polémica política de separación familiar.

Incluso después de que los niños se reúnan con sus padres, los efectos persistentes de su separación pueden continuar exponiéndolos a un mayor riesgo de problemas de salud. En este artículo los expertos cuentan por qué:

¿Por qué es tan importante la presencia de un padre?

Hay una razón por la cual la infancia en humanos dura tanto: el cerebro de un niño demora en madurar hacia la adultez, afirma el profesor de psicología de la Universidad de Columbia Nim Tottenham, un experto en desarrollo emocional.

“Un padre es en muchos sentidos una extensión de la biología del niño mientras ese pequeño se desarrolla”, explicó Tottenham. “Ese adulto que está allí habitualmente proporciona un enorme efecto de amortiguación del estrés sobre el cerebro de un menor, en un momento en que éste aún no lo ha desarrollado para sí mismo. En realidad son un organismo, en cierto modo”.

Cuando se retira repentinamente esa amortiguación confiable y la orientación de un padre, puede provocarse un cortocircuito en el aprendizaje que moldea y da forma al cerebro, consideró.

Los cerebros de los niños que han experimentado tal situación parecen volverse hipervigilantes frente a las amenazas, un sello distintivo del trastorno de estrés postraumático. Las regiones del cerebro que gobiernan el comportamiento de recompensa no responden normalmente, algo que los vuelve vulnerables a la depresión, la ansiedad y el abuso de sustancias. Sumado a ello, las estructuras corticales necesarias para la atención, la planificación, el juicio y el control emocional no se desarrollan adecuadamente.

¿Qué tan complejo puede ser?

Hay evidencia de que tal experiencia proyecta una sombra hasta la edad adulta, y que los efectos pueden incluso extenderse más allá de una sola generación.

“En promedio, lo que vemos es que esta experiencia inicial parece ser un importante factor de riesgo para los problemas de salud mental que ocurren más adelante en la vida”, afirmó Tottenham, quien estudió los resultados de los niños criados en instituciones de cuidado -orfanatos- en toda Europa del Este y China.

A medida que estos niños se acercaban a la adolescencia y más allá, sus índices de comportamiento “internalizador” (como ansiedad y depresión), así como la “externalización” de problemas (como el control de impulsos, el trastorno de conducta, las cuestiones de atención y el abuso de sustancias) eran significativamente más elevados que los de los menores que crecieron en hogares intactos. “Este efecto dura años”, aseguró.

La salud mental no es lo único que sufre. Se cree que los traumas y las adversidades tempranas provocan reacciones físicas de estrés, específicamente la liberación de la hormona cortisol - de “huir o luchar”- que no son normales. Se considera que, con la edad, esa “sensibilización al estrés” contribuye al desarrollo de problemas crónicos de salud que van desde síndromes de dolor a enfermedades cardiovasculares.

¿Cómo repercute esto en la realidad?

Basta con preguntarle a Rachelle Goldstein, codirectora de Hidden Child Foundation, que representa a los sobrevivientes judíos del Holocausto quienes, como ella, estuvieron ocultos durante la guerra cuando eran pequeños.

“La separación de la familia fue probablemente lo peor que pasó”, afirmó. “Quitan a un niño de los padres, del hogar, de todo lo que conocen, y nunca son lo mismo”.

Incluso para los sobrevivientes que ahora tienen 70, 80 y 90 años, agregó, “todavía duele”.

Hace más de cinco décadas, el Dr. John Bowlby describió las reacciones de los niños pequeños a la separación de sus padres durante su estadía en el hospital. Sus observaciones se convirtieron en la piedra angular para que los psicólogos comprendieran el “apego”, la relación entre el infante y el cuidador, que configura fundamentalmente nuestros mundos sociales.

“La secuencia fue: protesta, desesperación y desapego”, explicó el psicólogo de la Universidad de Rotterdam Marinus van IJzendoorn, quien ha estudiado los efectos del trauma y la separación familiar en India, Vietnam y otros lugares.

En los primeros días después de la separación, se espera que los niños protesten llorando y actuando de manera que refleje un esfuerzo desesperado por asegurar el regreso de sus progenitores. En unas pocas semanas, parecen caer en la desesperación, aparentemente sin esperanza de que sus padres regresen; muestran poca energía o motivación para jugar y explorar.

Después de menos de un mes, aproximadamente, Bowlby observó que los niños “parecen desapegados”, dijo Van IJzendoorn. Si los padres regresan, los pequeños lucen distantes y evitan los esfuerzos de estos por consolarlos y abrazarlos. “Puede tomar algunos meses de interacciones cuidadosas y sensibles reparar el daño causado a la relación de apego del niño”, consideró Van IJzendoorn. “Los padres le han fallado al menor, y éste ha perdido la confianza en sus figuras de apego; el mundo social en general le parece hostil... Su confianza básica ha sido dañada”.

¿El daño es permanente?

La pediatra de UCLA, Elizabeth Barnert, quien ha estudiado a los “niños desaparecidos” de El Salvador, vio las consecuencias a largo plazo de tales separaciones. Los pequeños separados de sus padres durante la guerra civil de El Salvador, en la década de 1980, son ahora adultos de entre 30 y 40 años; muchos nunca han recuperado su capacidad de confiar en los demás, aseguró.

“Realmente crea un dolor irresoluble”, afirmó Barnert. Después de no saber si alguna vez volverían a reunirse con ellos, muchos lo hicieron después de que las hostilidades terminaron, en 1992. “[Cuando ello sucede] hay una explosión de emociones”, dijo. “Los niños sienten tanta alegría, dolor, ira y abandono. Y los padres sienten alivio, gratitud y culpa. Hay un dolor continuo y permanente como resultado de la separación”.

¿Se puede estudiar esto en un ensayo clínico?

Es muy poco probable que los organismos llamados Juntas de Investigación Institucional, que controlan la ética de los proyectos de investigación propuestos en las universidades, aprueben un ensayo clínico que separe deliberadamente a niños pequeños de sus cuidadores principales para ver qué sucede.

“Imposible”, aseguró Arthur Caplan, especialista en ética médica de la Universidad de Nueva York. Al hacerlo, se correría más que el “riesgo mínimo” para los niños del que estos cuerpos gobernantes pueden aceptar, advirtió.

Entonces, ¿cómo sabremos más sobre los efectos en la salud de separar a los menores de sus padres?

Las pistas sobre el efecto de la separación infantil provienen de una gran cantidad de trabajos sobre la adversidad en la infancia. El abuso y la negligencia infantil, por supuesto, ofrecen algunos ejemplos. Pero se cree que el trauma infantil, como una separación abrupta o sin final previsto de un cuidador principal, deja el mismo tipo de cicatrices -incluidos los problemas sociales y emocionales- que afectan negativamente las relaciones, la educación y el funcionamiento cotidiano.

Los investigadores reconstruyen los efectos de la adversidad en la infancia revisitando a aquellos que fueron niños durante cuestiones históricas, como el Holocausto, y la separación de los menores de sus padres durante la guerra civil de El Salvador.

Stephen Gilman, del Eunice Kennedy Shriver National Institute of Child Health and Human Development, rastreó las consecuencias para la salud de sacar a 70,000 pequeños de Finlandia durante la Segunda Guerra Mundial, y el efecto de eco que ello tuvo en la descendencia de esos niños, ahora adultos. “Cualquier estudio como el nuestro observa los promedios”, consideró Gilman. Los efectos variaron de un niño a otro, subrayó. Pero, en general, las estadísticas dan cuenta de la larga sombra que la perturbación proyecta sobre ellos.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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