Dos semanas después de la masacre, se reanudan las clases en la preparatoria de Florida donde un tirador mató a 17 personas
Alondra Cruz estaba decidida a regresar a Marjory Stoneman Douglas High School y recuperar algo de normalidad luego de que un tirador entró en su campus hace dos semanas, matando a 17 compañeros y profesores.
Sin embargo, la joven de 16 años, que ha tenido problemas para dormir desde el tiroteo, se sintió nerviosa cuando se activó su alarma el miércoles a las 5:50 a.m.
Después de ponerse un par de jeans rasgados y una camisa rosa de manga larga, optó por las zapatillas beige de Adidas, por si acaso tuviera que correr.
En su parada del autobús escolar, un pequeño grupo de niños del vecindario murmuraba. Todos se sentaron por separado cuando abordaron el autobús amarillo, mirando por la ventana en silencio mientras se acercaban lentamente a la preparatoria, rodeada por patrullas de policía, equipos de televisión y cinta amarilla de precaución que habían colocado las autoridades.
“Sentí escalofríos”, dijo Cruz, al entrar en el extenso complejo y ver un mar de rostros desconocidos: guardias armados, voluntarios, consejeros en duelo y perros de consuelo. “Era muy extraño, realmente diferente”.
Miles de estudiantes, muchos con camisetas color borgoña con la leyenda Douglas Strong (Douglas es fuerte) y la mascota Eagle de la escuela regresaron al campus el miércoles y regresaron a las aulas donde se apresuraron a esconderse debajo de escritorios o meterse dentro de los armarios para escapar de las balas de un tirador adolescente en el día de San Valentín.
Tomados de la mano y llevando claveles rosas y blancos, pasaron frente a una hilera de cruces conmemorativas blancas, una para cada una de las 17 víctimas.
Muchos no pudieron evitar pensar en sus amigos que no salieron con vida. Algunos se blanquearon el pelo en honor al estudiante de último grado Joaquín “Guac” Oliver, de 17 años, jugador de baloncesto; otros llevaban cintas de unidad en sus muñecas para Gina Montalto, una miembro de la banda de marcha, de 14 años de edad.
Mientras se acercaba al cerco metálico adornada con ramilletes de flores frescas, guirnaldas y globos rojos con forma de corazón, Camilla Hernani, de 15 años y estudiante de primer año, afirmó que se sentía confundida.
El edificio de primer año, al que el tirador había apuntado, fue acordonado. Las autoridades han propuesto demoler la estructura de tres pisos, que tuvo 900 estudiantes. El miércoles, eso dejó a cientos de estudiantes sin clases.
“Voy a ir al patio”, dijo Hernani, de 15 años, mientras caminaba hacia el campus con palmeras.
El director Ty Thompson había instruido a los estudiantes a dejar sus mochilas en casa, asegurándoles que el día con horario corto, sería sobre “preparación emocional cómoda”, no sobre académicos.
Brian y Casey Kendall caminaron junto con su hija de 14 años, Caroline, hasta las puertas de entrada rojas de la escuela, y esperaron hasta que se le asignó un aula nueva a la chica. “Está lista para regresar”, aseguró Casey, mientras salía de la escuela con un clavel. “Creo que está a salvo”.
Afuera, David Hogg, de 17 años, uno de los muchos estudiantes que se convirtieron en francos defensores del control de armas tras el tiroteo, aseguró que había decidido regresar para dar el ejemplo a otros jóvenes, aunque la fuerte presencia policial lo enoja.
“Es la misma situación en la que nos están metiendo. Sin vidrio a prueba de balas e incluso más armas. No pueden protegernos”, dijo Hogg.
La escena también inquietó a Fred Guttenberg, cuya hija de 14 años, Jaime, murió en el tiroteo.
“Esto no es lo que imaginamos para nosotros mismos viendo a nuestros hijos ir a la escuela preparatoria”, dijo Guttenberg, mientras las luces de las patrullas de policía brillaban.
Aún así, dejó a su hijo de 17 años, Jesse, en la escuela.
“En este momento, esta escuela es probablemente el edificio más seguro del país. La pregunta es, ¿qué sucede cuando se desvanece toda la presencia policial?” Guttenberg dijo, parpadeando para contener las lágrimas. “Esto no es normal, pero tal vez sea nuestra nueva normalidad”.
Dentro de las puertas de entrada, los estudiantes fueron recibidos por consejeros y perros de apoyo. Se abrazaron y tuitearon fotos de ellos mismos. Uno simplemente dijo: “Volviendo al nido”. Algunos se preguntaron qué tan pronto regresararín a las rutinas diarias como tareas y prepararse para las pruebas SAT y AP.
Después del primer timbre, los funcionarios de la escuela tuvieron un momento de silencio de 17 segundos en honor a las víctimas.
Alrededor del 95% de los estudiantes regresaron, y solo 15 estudiantes y cuatro empleados pidieron ser trasladados a otro campus, dijo el superintendente Robert Runcie. Llamó a la reapertura de la escuela un “hito importante”.
Para Isabela Barry de 16 años de edad, la parte más difícil del día fue frente a la silla vacía donde Helena Ramsay se sentaba en su clase de física. Las dos compartían el amor por la música pop de Corea del Sur, y Ramsey le había regalado un brazalete con perlas para su cumpleaños 16.
“Tengo miedo de volver, pero al mismo tiempo, quiero algo de normalidad”, dijo Barry.
Ramsay, de 17 años, recibió un disparo mientras instaba a un compañero de clase a recoger un libro y protegerse de la lluvia de balas.
Katherine Dadd, de 17 años, dijo que se sentía vacía sin Ramsay en clase. Habían sido vecinas desde que ella tenía 3 años, pedaleaban patineta, jugaban con la imaginación y viajaban juntas a la preparatoria.
Le iba a tomar un tiempo, dijo, acostumbrarse a no tener a Ramsay hablando sobre animé y “The Walking Dead” y le enviaba fotografías de sus gatos, Runty, Stripey y R2.
“Estoy tratando de volver al ritmo de las cosas, pero el día se sintió muy diferente”, dijo Dadd, haciendo una pausa para abrazar a un compañero de clase. “Voy a tener que acostumbrarme a esto”.
Gabriel Subero no vio a Oliver, el jugador de baloncesto y compañero venezolano que se sentaba junto a él en la clase de sociología.
“Siempre hablábamos de la situación caótica en Venezuela y de cómo vinimos aquí para estar seguros”, dijo. “Y después sucedió esto”.
Kyle Jeter, quien ha enseñado astronomía en Stoneman Douglas durante 24 años, ofreció a sus alumnos galletas, muffins de arándanos y bagels e invitó a perros de terapia a su clase.
“Les dije que no se trata de calificaciones y exámenes”, dijo. “Ni siquiera estamos cerca de eso”.
Su mayor desafío en el futuro, dijo, fue averiguar cómo sobrevivieron sus alumnos y cómo ayudarlos. Jeter dijo que mientras estaba sentado solo en su salón de clases después de que todos se fueron, se mantuvo admirado de colegas y estudiantes que enfrentaron sus temores para reclamar la escuela.
“No perdí ni un solo estudiante”, dijo Jeter, “y este fue uno de los días más difíciles de mi carrera”.
La escritora del Times Molly Hennessy-Fiske contribuyó con este informe.
Jarvie es un corresponsal especial.
Traducción: Diana Cervantes
Para leer este artículo en inglés, haga clic aquí:
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