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Las autoridades quieren demoler un barrio histórico, pero esta mujer de 92 años se interpone en sus planes

Antonia Morales in Duranguito
Antonia Morales, de 92 años, es una de las últimas residentes del vecindario de Duranguito, que la ciudad de El Paso planea demoler para construir un estadio multipropósito, en el centro. Parte de su calle está cerrada porque la ciudad inició el proceso de demolición de algunas estructuras.
(Rudy Gutierrez / For The Times)
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Los políticos y desarrolladores en El Paso tienen grandes planes para el barrio del centro conocido como Duranguito. Quieren convertir el área de dos cuadras -una colección de edificios centenarios, rodeados de depósitos de autobuses- ubicada justo al sur del centro de convenciones de la ciudad, en una arena con capacidad para 15.000 personas, que funcionaría para albergar grandes conciertos y, con suerte, sería la sede de un equipo deportivo de ligas menores.

Pero Antonia Morales, que mide poco menos de cinco pies de altura y tiene 92 años, se interpone en su camino.

La mujer ha vivido en el barrio histórico desde 1965 y no ve ninguna razón para mudarse ahora. Hasta que ella y algunos otros grupos dejen el lugar, la demolición no podrá comenzar.

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La propuesta de desarrollo ha provocado enfrentamientos entre activistas y policías, reuniones furiosas en el Ayuntamiento y costosas batallas en los tribunales.

Morales no parece a primera vista la oponente más intimidante para el proyecto; luce más como una doña mexicana mientras se pasea por su pequeño departamento un frío viernes por la mañana, no mucho antes de que el coronavirus se convirtiera en una crisis nacional. Su cabello blanco bien peinado semeja un copo de algodón. Flores artificiales, pequeñas muñecas de porcelana y crucifijos embellecen su sala de estar. Afuera, la ropa se seca en un tendedero.

Pero esta señora nacida en México se ha convertido en un poderoso símbolo de la causa, y en una heroína popular.

Buildings slated for demolition in the Duranguito neighborhood in downtown El Paso
Algunos de los edificios previstos para la demolición en el barrio de Duranguito, en el centro de El Paso.
(Rudy Gutierrez / For The Times)

Documentalistas y académicos festejan su lucha. Turistas desde lugares tan lejanos como Alemania han llamado a su puerta. Un gran mural de Morales, con el puño levantado en resistencia, cubre un edificio en el lado norte de Duranguito, saludando a los visitantes desde su sitio de intransigencia.

“Sería una gran alcaldesa”, expresó Verónica Carbajal, abogada de Texas Rio Grande Legal Aid, que representa a Morales y otros antiguos y actuales residentes de Duranguito en una demanda contra El Paso, para mantener intacto su barrio. “Ella tiene perspectiva no sólo en términos de su historia personal, sino como alguien que ha estado atenta a las promesas de reurbanización hechas por las administraciones anteriores y que fallaron”.

“La gente la ama”, reconoció Andrés Muro, director del programa de educación de adultos en El Paso Community College. “Su coraje, su entusiasmo, sus historias; ella realmente es la gran Toñita”.

Sentada en un sofá rojo, radiante y con buena salud, Morales minimizó todo el alboroto en torno a su persona.

Antonia Morales is one of the last residents of the Duranguito neighborhood
Antonia Morales, de 92 años, continúa resistiéndose a los esfuerzos por demoler su vecindario, pero dice: “Lo que tenga que pasar, pasará”.
(Rudy Gutierrez / For The Times)

“He vivido aquí mucho tiempo y quiero quedarme aquí”, manifestó con naturalidad en español, antes de mostrar un brillo en los ojos. “Díganle a la ciudad que no me tenga tanto miedo. No estoy aquí con armas. Sólo somos las palomas y yo”.

Nadie más vive en el bajo complejo de apartamentos de seis unidades donde Morales sirvió durante décadas como administradora de la propiedad.

Una valla de alambre atornillada la separa de lo que queda del resto de Duranguito: mercados abandonados, academias de arte, una vieja lavandería china y casas victorianas. Algunos edificios tienen agujeros en sus paredes causados por excavadoras que intentaron derribarlos en 2017, hasta que los activistas formaron una cadena humana para detener la cuestión y obtuvieron con éxito un mandato judicial que mantuvo la bola de demolición inactiva desde entonces.

Los artistas locales pintaron murales en la acera y erigieron un letrero con colibríes pintados que declara que Duranguito es el “lugar de nacimiento de El Paso”. Pero esos esfuerzos no le dan mucho consuelo a Morales.

“De noche es muy solitario”, reconoció. “No tengo nada que hacer. Pero necesito quedarme”.

Nacida en la ciudad fronteriza de Palomas, Chihuahua, Morales se involucró en la lucha por Duranguito sólo después de su jubilación. Había visto cómo el vecindario se deterioraba a lo largo de las décadas. “No había luces” en los callejones ya desde principios de la década de 1990, recordó. “Sólo muchas prostitutas, vagos y delincuentes”.

Viuda y sin hijos, Morales sentía pena por todos los niños que jugaban en las calles del barrio, y así ayudó a organizar un proyecto de limpieza del vecindario. Luego, los residentes presionaron a la ciudad para embellecer a Duranguito con dinero federal para vivienda y le pidieron al Departamento de Policía de El Paso que expandiera su presencia en la zona.

Pero los burgueses de El Paso tenían visiones de un Duranguito diferente. En 2006, los funcionarios de la ciudad se reunieron con el Paso del Norte Group, una cuadrilla binacional de hombres de negocios con membresía sólo por invitación, para soñar nuevos planes para el área metropolitana -de 700.000 habitantes- que había sido largamente ignorada por el resto de Texas. Seis años más tarde, el 72% de los votantes aprobó un bono de revitalización de $473 millones, que incluyó $180 millones para un “centro multiuso de artes escénicas y culturales”.

Tomando una interpretación amplia de la cultura y las artes, el Ayuntamiento finalmente decidió que, en realidad, el sitio debía ser un estadio deportivo.

View of part of the buildings slated for demolition in the Duranguito neighborhood in downtown El Paso
Edificios previstos para la demolición en el barrio de Duranguito, en el centro de El Paso.
(Rudy Gutierrez / For The Times)

Morales se enteró de los planes para su barrio por parte de sus vecinos, a quienes se les pagó un total de $480.000 para mudarse. Ella rechazó una oferta de $14.000, pero no condena a quienes aceptaron el trato. “Cuando a los pobres se les ofrece dinero, por supuesto que se irán”, reconoció. “Les dije que lo pensaran, pero lo entendí”.

Pronto, historiadores y activistas acudieron a Duranguito para ayudar a Morales y a otros que habían decidido permanecer allí. “Es un microcosmos de quiénes somos como fronterizos”, expuso David Dorado Romo, parado en Chihuahua Street, frente a la residencia de Morales.

El escritor habló de una pantalla en forma de A que explicaba el pasado de Duranguito y pancartas en cercas que representaban obras de arte pintadas por niños refugiados centroamericanos. Los trabajadores de la ciudad las destruyeron un par de meses antes, alegando que representaban un peligro para la seguridad.

“Duranguito es un terreno espiritual”, dijo. “En cambio, quieren convertirlo en un olvido. Son simplemente estúpidos”.

Romo comparó la difícil situación del barrio con la de Chávez Ravine, el vecindario mexicoamericano donde los agentes del sheriff de Los Ángeles desalojaron por la fuerza a los residentes en 1959, para abrir espacio para el Dodger Stadium.

Romo y otros activistas han pedido a la ciudad, que ahora posee la mayor parte de lo que queda de Duranguito, que la transforme en un sitio turístico histórico. Junto con el cercano Segundo Barrio, es donde cientos de miles de mexicanos se detuvieron por primera vez en Estados Unidos antes de partir hacia California y más allá, y sigue siendo un punto de entrada para muchos inmigrantes del sur de la frontera.

“Podríamos construir un Old El Paso que sería único”, consideró José Rodríguez, un senador estatal de Texas que se desempeñó como fiscal del condado de El Paso durante 17 años. “Tiene historia china, chicana, historia de la revolución mexicana, del viejo oeste. Este podría ser un desarrollo económico, en donde todos ganarían”.

Recientemente, una casa en las afueras de Duranguito donde Pancho Villa solía esconder municiones y efectivo fue restaurada. La multitud que acudió a la presentación privada, en febrero pasado, incluyó a la esposa de Dee Margo, alcalde de El Paso, un defensor de la arena deportiva, que aumentó aún más las tensiones el año pasado cuando afirmó que Duranguito “no tenía un valor histórico significativo”. Margo no devolvió múltiples solicitudes de comentarios para este artículo.

Los líderes empresariales locales respaldan los planes para el estadio. El presidente de la Cámara de Comercio de El Paso, David Michael Jerome, lo ve como un “paquete de estímulo económico”, que se necesita ahora más que nunca mientras la ciudad se enfrenta al brote de coronavirus. “La arena se trata de trabajos para el presente, y del tipo de ciudad que queremos ser en el mañana”.

Jerome prefirió no comentar sobre Morales u otros oponentes, alegando que “no conoce toda la dinámica”, pero sí accedió que “las personas involucradas [en protestar] creen que están haciendo lo correcto, y aceptaré eso por lo que es”.

Mientras tanto, Morales y los pocos que aún quedan en Duranguito, esperan ver qué pasa después.

A sólo un par de puertas de Morales se encuentra Romelia Mendoza, quien ha sido propietaria de su casa allí por más de 40 años. Aunque no respondió al llamado a su puerta ni a varias llamadas telefónicas, también expresó sus intenciones de quedarse. Morales dijo que su vecina ya no quiere hablar mucho sobre el tema. “Si lo piensa demasiado, comienza a llorar”, afirmó. “Le digo que no lo haga. Lo que tenga que pasar, pasará”.

En una calle cercana se encuentra un pequeño complejo de apartamentos, con algunos inquilinos. Candelaria García es otra de las demandantes que acompaña a Morales en la querella, pero la mujer, de 74 años, dijo que estaba lista para reunirse con el personal de viviendas de la ciudad.

A section of Chihuahua Street in the Duranguito neighborhood in downtown El Paso is fenced off
Una cerca limita una sección de Chihuahua Street, en el barrio de Duranguito, en el centro de El Paso.
(Rudy Gutierrez / For The Times)

“Yo era feliz aquí”, aseguró, antes de hacer una pausa. “Pero no quiero perder esta oportunidad”.

Morales continúa enviando su alquiler mensual, de $300, al propietario actual del apartamento. “No ha habido ningún impulso de su parte para desalojarla, y nos encantaría que todo siguiera así”, remarcó su abogado, Carbajal.

A principios de este año, la Corte Suprema de Texas rechazó una petición para revisar la demanda. Texas Rio Grande Legal Aid ahora espera una decisión de la Octava Corte de Apelaciones del estado. El martes, el Ayuntamiento rechazó una moción para suspender el proyecto, y el alcalde desestimó la iniciativa como un tema “descaradamente político”.

Mientras tanto, Morales permanece en su casa desde que el coronavirus llegó a Texas. No obstante, está de muy buen ánimo. Ella cuida de un pequeño jardín y habla con amigos por teléfono. Romo dijo que le recuerda a todos “sobre las diferentes epidemias que ha atravesado, y a las cuales sobrevivió”.

La mujer ha tenido pocas visitas durante el último mes, ya que sus partidarios intentan mantenerla a salvo. “No podré salir de aquí por un tiempo”, reconoció. “¿Qué tal si me quedo para siempre?”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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