La falta de talento y filosofía de Argentina hace que sea casi imposible que Lionel Messi tenga éxito
Incluso antes del comienzo de la Copa del Mundo, las fotografías invitaban a la burla. Había una foto de Lionel Messi mirando a lo lejos con su mano derecha en el lomo de una cabra. Otra de Messi con un cabrito en sus brazos.
El tema de la sesión fotográfica de la revista Paper y el artículo de 2,000 palabras que lo acompañaba, era que Messi era el G.O.A.T. del fútbol (Greatest of all time, o sea, el más grande de todos los tiempos).
Como si no fuera suficientemente malo que su actuación en esta Copa del Mundo haya contradicho la afirmación de la publicación, su principal rival, Cristiano Ronaldo, se ha burlado de él dejándose crecer una barba de chivo que acaricia cuando anota.
Ronaldo ha marcado cuatro veces en sus dos primeros juegos de esta competencia y Portugal puede avanzar a la ronda de 16 con un empate ante el deficiente Irán el lunes. Messi aún no ha marcado y su torneo terminará a menos que Argentina derrote a Nigeria el martes e Islandia no pueda vencer a la ya clasificada Croacia.
Las posiciones dispares de los dos mejores jugadores de esta generación no reflejan sus respectivas habilidades (Messi es el mejor jugador, punto) o incluso la de los jugadores que los rodean. Ninguno de los dos tiene un apoyo digno de mención.
Lo que es notablemente diferente es la mentalidad de sus equipos. Portugal sabe lo que es. Argentina no, lo que explica los reportes sobre los jugadores que se rebelaron contra el entrenador Jorge Sampaoli.
Sampaoli ha sido criticado por todo, desde la falta de ritmo del equipo hasta sus elecciones en las sustituciones, pero su mayor fracaso ha sido su incapacidad para otorgar al equipo un sentido de identidad y propósito.
Cualesquiera que sean sus deficiencias, los equipos en los que jugó Diego Maradona en los torneos de la Copa Mundial de 1986 y 1990 tuvieron eso. El entrenador Carlos Bilardo concedió a Maradona con el pragmatismo en cualquier otra parte del campo. El trabajo de este jugador era ganar juegos; la de sus compañeros de equipo era no perderlos. La estrategia podría producir un fútbol que rayaba con lo imposible de ver, como fue el caso cuando Argentina fue subcampeona del torneo en 1990, pero fue efectivo.
Argentina tuvo algunos de sus equipos más completos en la época inmediatamente posterior a la de Maradona. Este país continuó jugando con un No. 10 —el jersey y el papel heredado por Ariel Ortega, Juan Román Riquelme y Messi— pero comenzó a pensar en sí mismo como algo más que un equipo de un solo hombre. El país está tan encarcelado por los recuerdos de esos equipos como por sus visiones de Maradona.
La Argentina de hoy no tiene el talento necesario para construir gradualmente un ataque desde la parte posterior como lo hizo entonces, pero continúa intentando. Tampoco volverá a las tácticas cínicas de Bilardo. Lo que queda es un equipo que no está ni aquí ni allá y que hace poco más que esperar a que Messi construya mágicamente la identidad que le falta.
Compare eso con Portugal. El equipo de Ronaldo no se hace ilusiones sobre lo que es. No hace ningún intento de jugar de forma atractiva, ya que se trata de sentarse, absorber la presión y desarrollar cualquier propuesta que Ronaldo pueda desarrollar. Los portugueses jugaron así no solo en el partido de apertura del torneo contra España, sino también en su victoria sobre Marruecos.
Portugal tenía una mentalidad similar cuando ganó el Campeonato de Europa en 2016. El triunfo fue el más importante de la carrera internacional de Ronaldo, pero este jugador no estuvo en el campo en el momento culminante, ya que una lesión lo obligó sentarse en la banca a los 25 minutos de iniciada la final contra Francia. Portugal ganó 1-0 en tiempo extra, jugó para no perder y no lo hizo. El equipo está haciendo eso de nuevo.
Es improbable que Ronaldo levante el trofeo más codiciado en los deportes pero su camino allí es considerablemente menos dificultoso que el de Messi. El argentino tiene que compensar por la escasez de talento a su alrededor. Él también tiene que compensar la falta de filosofía del equipo.
El seleccionador de México, Juan Carlos Osorio, podría ser en este Mundial lo que Louis van Gaal, de Holanda, fue en la edición anterior del torneo. La capacidad de Van Gaal para ajustar el juego en cada partido provocó que un equipo holandés con modestas expectativas llegara a las semifinales de la competencia de 2014, donde cayó ante Argentina en una tanda de penaltis. Dos semanas después de este Mundial, ningún equipo ha demostrado tanta flexibilidad táctica como México. En su victoria de apertura del torneo sobre Alemania, los mexicanos impidieron que sus oponentes orientados a la posesión jugaran en el medio del campo, y explotaron su afán de avanzar con contraataques efectivos.
México tuvo que jugar un partido completamente diferente contra Corea del Sur ya que tuvo la pelota durante la mayor parte del juego y tuvo que derribar a un equipo inclinado a la defensiva en una formación tradicional 4-4-2. México presionó alto, pero también mantuvo la cantidad correcta de espacio entre su medio campo y las líneas defensivas, lo que obligó a Corea del Sur a jugar en la parte superior. Cada vez que un atacante coreano lograba recoger el balón, a menudo estaba aislado.
Los únicos equipos que han demostrado una potencia de fuego ofensiva consistente han sido Bélgica, Inglaterra y Rusia. No es coincidencia que hayan enfrentado a algunos de los equipos más débiles del torneo.
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