En medio de su batalla contra el COVID-19, un equipo médico celebra la vida
Blanca López, paciente de ECMO, sobrevivió 51 dÃas en la UCI. Por fin tuvo la oportunidad de dar las gracias a su equipo médico en persona.
En una frÃa tarde de un martes del mes de enero, Blanca López y su hijo Criztiaan Juárez condujeron desde su casa en Glendale hasta el Centro Médico Ronald Reagan UCLA. El tráfico era escaso en el valle y en Sepúlveda.
López habÃa estado ocupada ese dÃa, yendo a una peluquerÃa, haciéndose las pestañas, preparando la cena para su familia: chile colorado con nopales y frijoles peruanos para sus padres, espaguetis con salchicha ahumada para sus hijos.
Cinco meses antes, habÃa estado a punto de morir de COVID-19, y una ambulancia, siguiendo la misma ruta que ella conducÃa hoy, la llevó a la UCLA.
Al entrar en un pequeño aparcamiento frente a la sala de urgencias, vio dos tiendas de campaña de color canela, colocadas a ambos lados de la entrada. Se sintió tensa al recordar que habÃa esperado en una de ellas.
Pero eso fue hace mucho tiempo. Hoy, un representante de la UCLA la ha acompañado por el reluciente vestÃbulo de mármol y cristal del hospital. En la entrada principal, en un patio junto a una fuente, habÃa un grupo de médicos, enfermeras, técnicos de urgencias y otros especialistas. Algunos habÃan llegado en su dÃa libre. Otros estaban terminando o empezando su turno.
QuerÃan volver a ver a su paciente, esta mujer que habÃa pasado 51 dÃas en la unidad de cuidados intensivos con un dispositivo médico que no ofrecÃa ninguna garantÃa para un reencuentro como éste. López habÃa estado a punto de morir y, sin embargo, de alguna manera, habÃa sobrevivido.
Ella no sabÃa muy bien qué decir, y ellos ayudaron con aplausos y abrazos en el aire socialmente distanciados. Rara vez los equipos médicos, especialmente en la unidad de cuidados intensivos, tienen la oportunidad de conocer a los pacientes una vez que salen de la unidad.
“Me alegro mucho de verteâ€, dijo Susan Valentine, enfermera especializada.
Una enfermera, Lindsay Brant, se acercó y -el impulso superó la contención- la abrazó.
“Graciasâ€, dijo López. “Graciasâ€.
Su recuperación habÃa dependido de una máquina conocida como ECMO que hacÃa circular su sangre y la oxigenaba fuera del cuerpo. Está reservada para los más enfermos de los infectados por el COVID-19, aquellos que no muestran signos de mejorÃa tras ser conectados a un respirador.
“Es muy agradable ver a la gente que me cuidóâ€, dijo López, “saber que hay personas con un corazón tan bondadoso. Uno hace su trabajo no sólo por el dinero, como hacen otras personas. Haces lo que haces porque te gusta ayudar a la genteâ€.
Intentó no llorar ni estropear su delineador de ojos y sus pestañas mientras todos se ponÃan de pie para las fotografÃas.
El Dr. Peymon Benharash, cirujano cardÃaco, vestido con una bata azul y blanca, se acercó. QuerÃa asegurarse de que López no tuviera frÃo. Su sistema inmunológico aún estaba débil.
“¿Hay alguna manera de que podamos entrar?â€, preguntó.
Desde que López abandonó la UCLA a finales de octubre para someterse a una rehabilitación más cercana a su casa, Benharash ha recibido consultas de médicos de lugares tan lejanos como Fresno y Arizona, que intentaban poner a sus pacientes más crÃticos en ECMO.
“En diciembreâ€, dijo, “recibà 20 llamadas en un dÃaâ€.
El Dr. Vadim Gudenzko, escuchó cómo López reconstruÃa sus recuerdos: la terrible sed, los primeros pasos que dio aún conectada a la máquina. Le impresionó que su mente estuviera tan clara.
Su recuperación fue una rara validación de que él y el equipo médico están tomando las decisiones correctas para sus pacientes. El tratamiento de López no fue fácil. Cuidar a alguien con soporte vital durante 51 dÃas es angustioso, e incluso si lo consigue, Gudzenko se preocupa por su calidad de vida. ¿Será la misma que antes?
“Es duro para el paciente y el personal cuidar de alguien que está tan enfermoâ€, dice. “Es emocionalmente agotador, pero si puedes devolver a alguien como Blanca a su familia -y tener una sesión de fotos tres meses después-, entonces merece la penaâ€.
Brant estaba especialmente emocionada de ver a López. Recreó el baile de los hombros que ella y López habÃan perfeccionado durante su tiempo juntos.
“Quiero que sepas lo valiente que eresâ€, dijo. “Esto es algo que tienes que llevar el resto de tu vida. La gente no mejora fácilmente de COVID. Hace falta valorâ€.
En los últimos meses, López ha perdido a tres miembros de su familia a causa del COVID-19, y se debate con su suerte, preguntándose por qué sus médicos decidieron hacer todo lo posible para salvarle la vida.
“No sé cómo explicarloâ€, dijo. “No sé cómo ni por qué Dios me ha dado tantoâ€.
En esta extraña loterÃa, le tocó el premio, consciente de que miles de personas -incluso con más recursos económicos que ella- no han sobrevivido. Pero como le recuerda su madre, “el dinero no puede comprar la vidaâ€.
Mientras se tomaban las fotografÃas, Criztiaan, de 18 años, se mantuvo al margen. Miraba fijamente las ventanas iluminadas del hospital, donde tantos pacientes enfermos luchaban ahora por su vida, igual que ella.
Recordó las veces que la visitó el verano pasado.
“Me sentÃa desesperadoâ€, dijo, temiendo que un dÃa ya no tuviera una razón para volver.
Al terminar la reunión, se despidieron y todos prometieron volver a reunirse en cuanto todo esto -la pandemia- terminara.
Caminando por el vestÃbulo hacia el coche, Criztiaan pasó por los bancos amarillos acolchados donde habÃa esperado junto con todas las demás familias. Se sentó en uno y rezó.
“Por todos los que entran en el hospital, para que salgan vivosâ€, contó más tarde, “y si no lo hacen, por las personas que están cerca de ellos, para que no sientan demasiado dolorâ€.
Conduciendo a casa esa noche, López y su hijo hablaron, y ella finalmente se permitió llorar.
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