Cuando pienso en el sueño americano, pienso en Julio Arana.
Fue mi estudiante en Cal State Fullerton hace una década, un chavo astuto de Jalisco que no sabÃa qué querÃa hacer con su vida, pero sabÃa que Estados Unidos era el lugar para hacerlo. Hoy, a sus 36 años, es un agente de bienes y raÃces que posee siete propiedades, desde el Condado de Orange hasta el Valle de Coachella, y compra y vende casas como lo harÃa un cocinero volteando panqueques. Pero lo que más enorgullece a Arana es ayudar a jóvenes parejas, latinas o no, a comprar sus primeras casas.
“No podrÃa haber hecho esto en Méxicoâ€, me dijo mientras estábamos parados frente a su última compra, una casa de estilo Spanish Revival de 1925 en Santa Ana, justo al lado de otra casa que también le pertenece. Bronceado y tatuado, con cabello largo, Arana llevaba un elegante sombrero marrón y una camiseta con el logo de la calavera sonriente de los iconos punk The Misfits dibujado para que se miraba como Emiliano Zapata. “Lo único que todavÃa ofrece este paÃs es que el hombre común puede lograrloâ€.
Estábamos en su última adquisición porque él querÃa que viera algo: en el costado de la casa, en una pared detrás de una celosÃa cerca del camino de entrada, habÃa una esvástica bajo relieve del tamaño de una cabeza grabada en el estuco. El dueño anterior era un veterano de la Segunda Guerra Mundial, pero Arana no tenÃa idea de por qué estaba allà ese emblema de poder blanco. ¿Un objeto histórico curioso? ¿Emblemático de las creencias del dueño anterior?
No importaba: era algo personal para Arana.
“La primera propiedad que compré, en Desert Hot Springs, tuve que desalojar a nazisâ€, dijo. “Esto cierra el cÃrculoâ€.
Drawing on an unprecedented poll, this series tells the stories of immigrant life in America today, putting their voices in the foreground.
Unos momentos antes habÃamos hablado con su vecino, Marco Chávez. Arana le contó su historia: llegó a este paÃs sin papeles cuando tenÃa 8 años. El Sr. Chávez, de 61 años, compartió un poco de su propia historia: un inmigrante de Morelos que compró su casa a principios de la década de 2000. Sus cinco hijos son graduados universitarios. Acaba de finalizar un fideicomiso.
“Mis chamacos han salido buenosâ€, nos dijo, sosteniendo una taza de café en una mano y un cigarrillo en la otra mientras miraba sus tres Kombis estacionadas en la calle. “A todos nos ha ido bienâ€.
Julio y yo nos estábamos preparando para conducir 10 minutos hasta una casa dúplex en Santa Ana, donde él estaba terminando una Unidad de Vivienda Adicional (ADU, por sus siglas en inglés). “Para nosotros, los inmigrantes... hay muchas oportunidades a nuestro alrededor. Las personas abandonan sus tierras natales por desesperación, y su esperanza se ha ido también. AquÃ, hay esperanza. La veo a mi alrededorâ€.
Cuando mi editor me dijo por primera vez que una encuesta nacional del L.A. Times-KFF habÃa encontrado que los inmigrantes son más optimistas sobre la vida en Estados Unidos que los estadounidenses nativos, mi respuesta inicial fue: es la historia de mi vida.
Crecà en una humilde casita en Anaheim, a un paso de una madererÃa, el único lugar que mis padres inmigrantes podÃan pagar cuando se casaron en 1978. Para cuando tenÃa 10 años en 1989, mi madre, que trabajaba en una empacadora de tomates, y mi padre, un troquero, habÃan ahorrado lo suficiente para comprar una casa de la posguerra en una mejor parte de la ciudad.
Los inmigrantes que llegan a EE.UU. se enfrentan a grandes retos, pero siguen mostrando un alto grado de optimismo sobre su futuro y de confianza en las instituciones estadounidenses, según revela una exhaustiva encuesta.
En cinco años, nuestra calle pasó de ser mayoritariamente anglosajona a ser casi exclusivamente latina. Nuestros antiguos vecinos se mudaron a Washington, Arizona y otros estados porque, según les dijeron a mis padres, el vecindario ya no era “seguro†y California estaba cambiando.
Treinta y cinco años después, mi papá y mi hermano menor todavÃa viven allÃ, la hipoteca fue pagada hace años. Yo tengo mi propia casa. Mi hermana, que me sigue, también tiene la suya.
Mis padres nunca nos hablaron explÃcitamente sobre el sueño americano. Crecieron en la pobreza en Zacatecas, uno de los estados más pobres de México. No pudieron darnos mucho más que un techo sobre nuestras cabezas y ropa para la escuela de Montgomery Ward, pero sus vidas fueron una lección tácita: la vida en este paÃs es difÃcil, pero la vida en el rancho era mucho más dura. Aquà tienes una oportunidad, asà que aprovéchala, porque nosotros lo hicimos.
La encuesta del L.A. Times-KFF también reveló que los inmigrantes latinos no solo son optimistas, en algunos aspectos son más optimistas que otros grupos de inmigrantes. Se trata de una tendencia que, según la profesora de sociologÃa de la USC Jody Agius Vallejo, “los estudios han constatado una y otra vezâ€, y que a más de uno de expertos le parece extraña.
Ella ha dedicado su investigación a estudiar a latinos de clase alta y media, donde historias de esperanza y logros como las de mi familia y Julio son comunes. Eso incluye a la familia de su esposo, inmigrantes de Jalostotitlán, Jalisco, que se establecieron en Watts en la década de 1960 y establecieron una cadena latina pionera de supermercados.
“Me frustra que la gente se sorprenda de que los latinos sean optimistasâ€, dijo Agius Vallejo. “¿Por qué no lo serÃan? No podemos descartar el hecho de que los latinos han sido objeto de discriminación y segregación significativas y aun asà han logrado algo. Es motivo de orgullo para ellosâ€.
Por eso pongo los ojos en blanco cuando oigo a los estadounidenses chillar sobre cómo su paÃs está arruinado, y pocos son más histriónicos que el expresidente Trump. Este mismo mes de julio, dijo ante una multitud embelesada que “el sueño americano se está haciendo trizas†y que el paÃs “se está yendo al infierno, y se está yendo al infierno muy rápido.â€
Quejosos: si no les gusta Estados Unidos, váyanse. Déjenselo a los inmigrantes.
Cuando pienso en el sueño americano, pienso en mi tÃo, Ezequiel Miranda.
Él, mi difunta madre y tres tÃas llegaron a Estados Unidos cuando eran niños junto a mis abuelos a principios de los años sesenta. Recogieron cosechas cerca de Hollister antes de dirigirse a Anaheim, donde mi abuelo, José Miranda, habÃa pizcado y empaquetado naranjas en los años veinte en lo que entonces era una ciudad segregada. Mi tÃo abandonó la escuela en séptimo año por miedo a lo que pudiera pasar después de pegarle al abusivo muchacho blanco que le habÃa hecho la vida imposible durante demasiado tiempo.
Aún recuerdo la casita en Anaheim en el que vivÃan mi tÃo, su esposa, Marbella, y cinco de sus seis hijos cuando yo era pequeño, en los años ochenta. Estaba junto a un callejón que se enlodaba, en un barrio peor que el nuestro. Pero mi tÃo, un miembro del sindicato Cement Masons Local 500 por más de 30 años, vivÃa la frase que siempre les decÃa a sus hijos y sobrinos: A trabajar.
Compró una casa pequeña en Anaheim, la cambió por otra más grande calle abajo y luego se instaló en una casa de dos pisos con alberca en Placentia, donde él y Marbella siguen viviendo. Ahora tienen el nido vacÃo: La semana pasada, mi primo Plácido, su mujer y sus dos hijas adolescentes se mudaron a una casa de cuatro recámaras en Anaheim después de vender su condominio durante los años de la pandemia y quedarse con sus padres.
A sus 46 años, es el último de sus hermanos en tener casa propia. Su casa está en el tipo de calle donde los vecinos confundÃan a mi tÃo Ezequiel con el jardinero.
“Cuando la compramos, parecÃa el decorado del apartamento de Jack Tripperâ€, dice Plas mientras me lleva a conocer su cocina (yo le digo Plas a mi primo, y él me dice Gus. ¡Asimilación!). Es un repartidor de Frito-Lay que no pasó del colegio comunitario, pero probablemente sea la persona más inteligente que conozco. Vende recuerdos de pelÃculas y tenis deportivos en eBay, y una vez puso a la venta un montón de camisetas blancas que le costo cada una por un dólar, y las vendÃo por 25 dólares cada una.
El suelo, los armarios, los accesorios, las luces y las paredes eran nuevos y relucientes. Las barras de granito estaban en camino.
“Mi padre vino y empezó a quitar cosas inmediatamenteâ€, dice Plas. “Mira las agarraderas de este cajónâ€, continuó, sacudiendo tÃmidamente la cabeza, “duré hora y media para instalarlas.â€
Carrying out the KFF/L.A. Times survey of immigrants required work far beyond the normal survey, but the result provides a unique source of information about America’s immigrant population.
Pasamos al patio trasero, donde mi tÃo habÃa podado unos árboles que el anterior propietario habÃa dejado crecer demasiado. Ahora tiene 70 años, pero parece décadas más joven. Le pregunté a mi tÃo cómo le habÃa sentado la vida en Estados Unidos.
“Voy a una calle y allà está uno de mis hijos. Voy a otra, y está otroâ€, me dijo en español. Suele ser gregario, pero ahora hablaba en voz baja. “He trabajado durante 50 años. Éste es mi sueñoâ€.
“La razón por la que la gente no siente que [el sueño americano] sea alcanzable es porque todo es más caroâ€, dijo Plas. “Casi se resignan a decir: ‘No puedo comprar una casa’.
“Pero cuando creces con pisos de tierra y techos de lámina, eso te motiva a aspirar a másâ€, continuó. “Cuando Ãbamos a McDonald’s de pequeños, era una ocasión especial. Cuando mis padres compraban helado, todos tomábamos una sola cucharada y lo apreciábamosâ€.
“Ahoraâ€, concluyó Plas con su habitual sonrisa socarrona, “mis hijas dejan el cereal en su bolâ€.
Puede que la encuesta L.A. Times-KFF no sea noticia para usted. Incluso puede parecer aburrida. Pero sus conclusiones son vitales. Es el camino para que este paÃs pueda salir adelante del caos y la división que nos afligen desde el ascenso de Trump.
Para adaptar una frase de Thomas Jefferson, el árbol de la libertad debe ser regado con la esperanza de los inmigrantes.
El pesimismo que muchos estadounidenses vociferan en las redes sociales y en su vida personal -a ambos lados de la división rojo-azul de los partidos- es una traición a lo que trajo aquà a sus antepasados, y a lo que sigue atrayendo a personas de todo el mundo. El pesimismo, no las diferencias polÃticas, es lo que está hundiendo a este paÃs; el optimismo de los recién llegados es nuestra mejor opción para sobrevivir.
Cuando pienso en el sueño americano, pienso en el autobús que llegó el 9 de septiembre a Union Station procedente de Brownsville, Texas. Es el decimotercer viaje de ida desde junio organizado por la administración del gobernador republicano de Texas, Greg Abbott. Abbott los autorizó poco después de que Los Ãngeles se declarara ciudad santuario, lo que significa que el personal y los recursos municipales no pueden utilizarse para ayudar a los funcionarios federales a deportar inmigrantes.
Abbott afirma que nos envÃa inmigrantes para protestar por la supuesta falta de seguridad en la frontera entre Estados Unidos y México, pero en realidad se está burlando del sueño americano. Sus maniobras descienden de la Proposición 187, la iniciativa electoral de California de 1994 que pretendÃa hacer la vida miserable a los inmigrantes sin estatus legal, pero que finalmente fue declarada inconstitucional.
Crecà en esa época, y su xenofobia a ultranza me impulsó no sólo a dedicar mi vida a luchar contra ella, sino a buscar lo bueno de este paÃs en lugar de lo malo. Porque si mis padres pudieron hacerlo, ¿por qué yo no?
La Proposición 187 tuvo el mismo efecto en Angélica Salas, directora durante muchos años de la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes de Los Ãngeles e hija de inmigrantes mexicanos. Su grupo forma parte de una coalición de organizaciones sin ánimo de lucro y grupos religiosos llamada L.A. Welcomes Collective, que ha ayudado a poner en contacto a los inmigrantes que Abbott ha expulsado de Texas con viviendas y familiares en Estados Unidos.
“Son las personas más patriotas de nuestro paÃs, porque siempre esperan que los ideales y los supuestos valores de Estados Unidos se cumplan en sus vidasâ€, dijo Salas sobre los inmigrantes con los que trabaja. “Si no es asÃ, esperan que lo sea en la vida de sus hijos. ¿Y si no ocurre con ellos? Pues en la de sus nietos. Su tenacidad para no rendirse es contagiosaâ€.
Ese es el espÃritu que los estadounidenses necesitan de nuevo. Inmigrantes ahora, inmigrantes mañana, inmigrantes para siempre.
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